El testimonio de David Berkowitz
Que Dios bendiga a todo el que lea este mensaje. Me llamo David Berkowitz. Estoy internado en una prisión hace más de 22 años. Fui sentenciado a cadena perpetua --el resto de mi vida. Fui el notorio asesino que se conocía como el "Son of Sam" ("Hijo de Sam").
Hace once años, mientras vivía en un celda fría y solitaria, Dios se agarró de me vida. He aquí mi historia de esperanza.
Desde pequeño mi vida parecía fuera de control. Era como una bestia salvaje, destructiva. Mi madre no podía controlarme. Mi padre tenía que inmovilizarme sujetándome contra el piso hasta que me calmara. En la escuela pública yo era tan violento y desbaratador que una vez un maestro tuvo que apresarme un una llave de cabeza y sacarme de su salón de clase. Me metía con frecuencia en peleas. Aveces lanzaba gritos sin motivo. Me oprimían episodios serios de depresión. Por fin los oficiales escolares mandaron a mis padres que me consultaran con un psicologío pediatría, de otro modo me expelían de la escuela. Yo visitaba al psicologío semanalmente durante dos años, pero las consultas terapéuticas no hacían efecto alguno en mi conducta.
Con frecuencia ideas de suicido llenaban mi mente. Aveces durante largo tiempo me sentaba en una ventana con mis piernas hacia fuera. Vivíamos en el sexto piso de un antiguo edificio de apartamentos. Cuando mi papá me veía así e gritaba que me metiera. Yo no tenía idea qué hacer, ni tampoco mis padres. Me consultaron con un rabino, con maestros y consejeros escolares --pero nada resultó.
Cuando yo tenía 14 años mi madre enfermó de cáncer. Entre varios meses murió. Yo no tenía hermanos, así que quedaba mi padre solo conmigo. Papá trabajaba unas 10 horas diarias, seis días a la semana. Teníamos muy poco tiempo juntos.
Mi madre había sido mi principal fuente de estabilidad. Ya desaparecida ella, mi vida declinó rápidamente. Me llenaba de ira por la muerte de mi mamá. Me sentía sin esperanzas, y mis períodos depresión fueron más intensos que nunca. Me volví aún más rebelde y empecé a faltar a la escuela.
Mi papá trató de ayudar lo mejor que podía. Logró empujarme hasta terminar la secundaria. El día después de mi graduación me metí al ejército. Hasta en el servicio militar se me hacía difícil enfrentar la vida, aunque sí logré cumplir mi compromiso de tres años.
Me licencié del ejército en 1974 para volver a la vida civil. Todos mis amigos de antes o estaban casados o se habían trasladado del lugar. Así que me encontré solo viviendo en la ciudad de Nueva York.
En 1975 en una fiesta conocí a unos jóvenes que, según supe después, estaban muy metidos en el ocultismo. Siempre desde mi niñez me habían fascinado la brujería, el satanismo, y cosas del ocultismo. Durante ese tiempo veía incontables películas de horror y de tipo satánico, algunos de los cuales cautivaron mi mente por completo.
Ya tenía 22 años y las fuerzas de Satanás se hacían cada vez más evidentes en mi vida. Me sentía como que algo quiso dominar mi vida. Comencé a leer la biblia satánica por el finado Anton LaVey, el que fundó la iglesia de Satanás en San Francisco en 1966. Empecé, en mi inocencia, a practicar varios ritos y conjuros ocultistas.
Estoy del todo convencido que algo satánico había entrado en mi mente y, mirando hace atrás a todo lo que ocurrió, me doy cuenta de que fui lentamente embaucado. Yo no sabía que cosas tan malas iban a resultar de todo esto, mas a través de los meses las cosas malas ya no parecían tan malas. Iba camino hacia la destrucción sin saberlo. Quizás había llegado al punto donde ya no me importaba.
Al tiempo, crucé aquella linea invisible de la cual no hay regreso. Tras años de tormentos mentales, problemas de conducta, profundas luchas internas, y mis propias costumbres rebeldes, empecé a cometer horribles crímenes. Mirando atrás, todo fue una terrible pesadilla y haría cualquier cosa poder deshacer todo lo que sucedió. Seis personas perdieron la vida. Muchos más sufrieron por mi mano y seguirán sufriendo durante toda la vida. Yo lo siento.
En 1978 fui condenado a unos 365 años consecutivos; en efecto, me sepultaban vivo dentro de las paredes de la prisión. Cuando primero entré al sistema penal me pusieron en aislamiento. Luego me enviaron a un hospital psiquiátrico ya que me habían declarado temporalmente loco. Al tiempo me enviaron a otras prisiones, inclusive la conocida "Attica".
A los diez años de me condena, cuando me sentía deprimido y sin esperanza, otro confinado se me acercó una tarde fría de invierno mientras caminaba en el patio de la prisión. Se presentó y comenzó a decirme que Jesucristo me amaba y quería perdonarme. Aunque me di cuenta que sus intenciones eran buenas me burlé de él ya que yo no creía que Dios jamás me perdonaría, ni que tendría nada que ver conmigo. Pero este hombre insistía, y nos hicimos amigos. Se llamaba Rick; caminábamos juntos por el patio. Poco a poco él me hablaba de su vida y lo que él creía que Jesús había hecho por él. Él insistía en recordarme que no importaba lo que uno había hecho, que Cristo estaba en la disposición de perdonar si uno estuviera despuesto a dejar las cosas malas que hacía y colocar su fe y confianza enteramente en Jesucristo y lo que él hizo en la cruz --pues murió por nuestros pecados.
Rick me dio un Nuevo Testamento de bolsillo de los Gedeones y me pidió que leyera los Salmos. Lo hice. Cada noche los leía. Durante ese tiempo el Señor iba tranquilamente derritiendo mi corazón fría de piedra.
Una noche yo leía el Salmo 34. Llegué a verso 6, que dice, "Este pobre clamó, y le oyó Jehová, y lo libró de todas sus angustias." Fue en ese momento, en 1987, cuando comencé a derramar mi corazón delante de Dios. Todo se me vino encima a la misma vez --la culpa de lo que había hecho y el asco de lo que había llegado a ser. Tarde en la noche allí en mi celda fría me arrodillé y comencé a clamar a Jesucristo.
Le dije que estaba cansado --enfermo-- de hacer lo malo. Pedí a Jesús que me perdonara todos mis pecados. Estuve largo tiempo allí de rodillas orando delante de él. Cuando me levanté fue como si se hubiera deshecho una cadena pesada pero invisible que me había amarrado durante tantos años. La paz me inundó. Yo no comprendía lo que me pasaba. Solo que en mi corazón sabía que, de algún modo, mi vida ahora sería diferente.
Ya han pasado más de once años desde que hablé aquella primera vez con el Señor. Tantas cosas buenas me pasado desde entonces. Jesucristo me ha permitido iniciar un ministerio evengelistico aquí mismo en la prisión en donde los oficiales me han permitido trabajar en la "unidad de necesidades especiales". Allí están los hombres que tienen varios problemas emocionales y de enfrentarse a la realidad. Puedo orar con ellos a la vez que leer la Biblia con ellos. Se me da oportunidad de mostrarles mucho compañerismo y amor fraternal. He trabajado como ayudante al capellán y también llevo un ministerio de correspondencia. Además, el Señor ha abierto vías de compartir con millones de personas mediante programas de televisión tales como "Inside Edition". He podido compartir lo que él ha hecho en me vida, y a la vez advertir a otros en cuanto a los peligros del ocultismo.
Uno de mis pasajes favoritos de la Biblia es Romanos 10:13 que dice, "Todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo". Aquí queda claro que Dios no tiene favoritismo. El no rechaza a nadie, sino que recibe a todo el que clama a él.
Yo sé que Dios es un Dios de misericordia despuesto a perdonar. Es completamente capaz de restaurar y sanar nuestras vidas heridas y quebrantadas. He descubierto en la Biblia que Jesucristo murió por nuestros pecados. El tomó nuestro lugar en la cruz. Derramó su sangre como el pago completo que Dios exigía por nuestros pecados.
La Biblia dice, "Todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios" Romanos 3:23. Es más, dice que "la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús nuestro Señor" Romanos 6:23. Estos pasajes hacen claro que todos hemos pecado. Algunos, como yo, son peores pecadores que otros, pero todos hemos pecado. Por lo tanto, debemos reconocer nuestros pecados delante de Dios, aceptar que merecemos el juicio de Dios por toda la eternidad, y reconocer que estamos PERDIDOS!
Cuando llegamos al punto de reconocer que somos pecadores perdidos, culpables, arruinados --entonces estaremos en la disposición de aceptar al Salvador que Dios nos ha provisto. ¿Quién es este Salvador? Es el Señor Jesucristo, el Creador del universo e Hijo eterno de Dios, el que entró en este mundo como hombre. Así, como hombre perfecto, sin pecado, él sufrió y murió en la cruz por nuestros pecados (1 Corintios 15:3; 1 Pedro 2:24; 3:18). Luego fue sepultado y, al tercer día, resucitó victorioso, pues la muerte no le podía retener. Si te das cuenta que eres perdido y que necesitas un Salvador, pus coloca tu fe sencilla en el Señor Jesucristo quien murió por tus pecados. "Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados" (Isaías 53:5) Tú, ¿has puesto tu nombre en este versículo? Rechazar al Señor Jesucristo y su obra en la cruz es rechazar el regalo único de Dios de perfecta salvación y vida eterna.
Compañero, he aquí tu oportunidad de arreglar las cosas con Dios. La Biblia dice, "Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación" (Romanos 10:9-10). Así, pues, cree en tu corazón que estas palabras de la Biblia con ciertas y que son para ti. Por favor, considera lo que digo. ¡Te ruego con todo mi corazón que coloques tu fe en Cristo ahora mismo! ¡No te avergüences de hacerlo! ¡No esperes un tiempo más oportuno! Nadie tiene promesa del mañana. No esperes tu lecho de muerte, pues ¡pudieras no tenerlo! "He aquí ahora el tiempo aceptable, he aquí ahora el día de salvación" (2 Corintios 6:2).
Cuando ya colocas tu confianza en Jesucristo como tu Salvador y Señor, el Espíritu Santo inicia la obra de transformación que durará toda tu vida (Romanos 12:1-2). Así que, por fin, comenzarás a realizar obras y hechos que agradan a Dios (Efesios 2:8-10; Tito 2:14). En algunos esta obra progresa más rápidamente que en otros, y pudiera estar entremezclada con fracasos y retrasos. Pero mientras más fijas tu atención sobre Cristo tu Salvador, más el Espíritu Santo te ayudará a ganar la victoria sobre las costumbres del pecado en tu vida (Romanos 6-8), y te irá cambiando moralmente más y más en la semejanza de Cristo (Romanos 8:29; 2 Corintios 3:18). Lo mejor de todo es que ahora tienes la seguridad de la vida eterna con Cristo (Juan 3:16; 1 Tesalonicenses 4:15-17) en el cielo, y en aquel momento tu crecimiento en santidad y semejanza moral con Cristo serán completos: "Seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es" (1 Juan 3:2).
Yo no comparto este mensaje solamente para contarte una historia interesante. Más bien, quiero que gustes la bondad de Dios en la vida de un hombre que en un tiempo era adorador de Satanás y asesino --para mostrarte que Jesucristo puede impartir perdón, esperanza y transformación.
Yo me involucré en el ocultismo y "me quemé". Llegué a ser un asesino cruel y deseché mi vida a la vez que destruí las vidas de otros. Ahora he descubierto que Cristo es mi respuesta y mi esperanza. El rompió las cadenas del pecado, de la voluntad propia y la depresión que me amarraban. El me ha vuelto del camino que conduce a la condenación eterna en el lago de fuego a la dulce certeza de una vida eterna en el cielo. Dios milagrosamente transformó el "Hijo de Sam" en el "hijo de esperanza". El desea hacer la misma clase de transformación en tu corazón y en tu vida hoy mismo!
Gracias por leer esto. Que Dios te bendiga.
Por amor a Cristo, David Berkowitz
marzo del 1999