El Hogar Cristiano El matrimonio, la base del hogar

El Hogar Cristiano
El matrimonio, la base del hogar

R K Campbell

1950

Ahora que hemos visto el lugar vital, ordenado por Dios, que el hogar ocupa en el sistema social, nos detendremos un poco en detalle en la honorable y santa institución del matrimonio, el cual fue dado por Dios como la base misma del hogar. Nuestro propósito al escribir al respecto es especialmente el de ser ayuda para los jóvenes creyentes que ahora, O en el futuro, piensen en contraer matrimonio y establecer un hogar para gloria del Señor.

Instituido por Dios en Edén

El matrimonio es la más antigua y la más noble de las instituciones que Dios dio a la raza humana. El vínculo matrimonial fue intención de Dios desde el comienzo de la historia del hombre. En el huerto de Edén, Él mismo efectuó la primera boda, y su Palabra declara que "honroso sea en todos el matrimonio" (Hebreos 13:4). Por consiguiente, la autoridad de Dios está estampada sobre esta institución.

El varón no está completo en sí mismo. La mujer es su complemento para que supla las deficiencias de él. Ella es fuerte allí donde él es débil, y débil donde él es fuerte, y juntos forman un todo completo, una carne. Por eso está escrito "creó Dios al hombre... Varón y hembra los creó; y los bendijo, y llamó el nombre de ellos Adán" (Génesis 5: 1, 2). Varón y hembra fueron necesarios para completar el Adán.

Al ver que Adán estaba incompleto en su soledad, dijo Dios: "No es bueno que el hombre esté solo: le haré ayuda idónea para él" (Génesis 2: 18). Eva, pues, fue hecha de una costilla de Adán, siendo la provisión del Creador para él. Dios entonces la trajo a Adán y los bendijo, y fueron ambos una carne.

Un paso más alto: el celibato

El pecado entró, desde luego, en la hermosa creación de Dios, dañándolo todo, al extremo de que incluso esta bendita unión del matrimonio no es ahora toda rosada y sin espinas. "Si te casas, no pecas... pero los tales tendrán aflicción de la carne", declara el inspirado apóstol (l Corintios 7:28), quien había alcanzado misericordia y don especial del Señor para permanecer soltero, de modo que pudiera servir al Señor sin distracción. Andar de este modo en el Espíritu, por encima de los afectos y reclamos de la naturaleza, por devoción al servicio del Señor, es un paso más alto que seguir la naturaleza y casarse.

Pero "no todos son capaces de recibir esto", declara nuestro Señor en Maleo 19: 11, cuando los discípulos le dijeron: "Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse" (v. 10). El sendero de puro, santo y consagrado celibato es más bien la excepción que la regla para la humanidad. "Hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, y hay eunucos que son hechos eunucos por los hombres, y hay eunucos que a sí mismos se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos. El que sea capaz de recibir esto, que lo reciba" (Mateo 19: 12). "Pero cada uno tiene su propio don de Dios" y "también si te casas, no pecas... y el que no la da en casamiento hace mejor" (1 Corintios 7:7, 28, 38). "Bueno le sería al hombre no tocar mujer; pero a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido" (1 Corintios 7: 1, 2).

Dios provee al hombre ayuda idónea

El matrimonio de Adán es la norma para todos los demás matrimonios. Dios arregló la unión de Adán y Eva, y lo hace así en cada caso de verdadero matrimonio. La sabiduría divina discierne el momento en el que la soledad del hombre no es ya conveniente para él, y Dios le provee de una esposa, la cual es el verdadero complemento de su naturaleza. Adán pudo decir de Eva que ella fue "la mujer que me diste por compañera" (Génesis 3: 12).

Así debe cada hombre conceptuar a su mujer; debe pensar en ella como un don del Señor. "El que halla esposa halla el bien, y alcanza la benevolencia de Jehová". Es "de Jehová la mujer prudente" (Proverbios 18:22; 19: 14). No hubo elección de esposas para Adán; sólo había una apta para él, y ésta fue preparada especialmente por Dios para él. De ahí que una antigua sentencia dice: «Los matrimonios se hacen en el cielo ». Sólo Dios puede proveer a cualquier hombre de verdadera ayuda idónea y unir a un joven y a una joven y hacer de ellos una carne en el Señor. Sólo Él sabe qué carácter y temperamento puede balancear y completar el carácter y temperamento del otro, y prepararlos para sobrellevar el uno las flaquezas del otro. Él es el único "promotor verdadero" si es que se le puede perdonar a uno usar tal expresión con referencia a Dios. Y -¿podemos decirlo de paso?- toda otra "promoción" está fuera de lugar.

Unidos por Dios

El precepto de Mateo 19:6 ("lo que Dios juntó, no lo separe el hombre") demuestra lo que el verdadero matrimonio es según los pensamientos de Dios. Es la obra divina consistente en acercar dos corazones y dos vidas y tejerlos con amor, ser unidos por Dios mismo en un corazón y una carne por vínculos indisolubles de parte del hombre. Esto es ciertamente algo más alto que una mera ceremonia legal o religiosa que declara a dos personas esposo y esposa, aunque esto también sea necesario para cumplir las leyes de los gobiernos.

Si el matrimonio es la voluntad de Dios para usted, es muy importante que este delicado asunto sea solemnemente considerado a la luz de la Palabra de Dios. La joven o el joven en quien usted piensa ¿es a quien Dios ha elegido para que sea su compañera o compañero de por vida en santo matrimonio? Y ¿está usted seguro de que la persona de su elección es la única a quien usted pueda unirse de esta manera, y de que es claramente la voluntad de Dios que tal unión se lleve a efecto?

Un paso muy solemne

Después de su conversión, para un cristiano no hay asunto más grave y solemne en la historia de su vida que el matrimonio, el cual es un lazo que nos une de por vida, a menos que sea disuelto por la muerte. Una equivocación a este respecto es una equivocación que dura toda la vida. Otras equivocaciones pueden rectificarse en cierta medida, pero una equivocación en la elección de una esposa o esposo es una irreparable equivocación de por vida, una pérdida irreparable. ¡Piénsese en la tristeza de dos vidas vividas por un enorme desatino de la voluntad humana en vez de hacerlo con el gozo y bendición del propósito divino de nuestro Padre celestial!

Un asunto tan profundamente importante como éste, toda vez que toca las cosas más secretas y sagradas de la vida y afecta todo el futuro de la vida de uno - e igualmente del otro - y que conducirá a progresar o retrogradar en la vida cristiana, no es algo sin importancia. Este santo paso sólo debe ser dado después de un profundo ejercicio delante de Dios y con la certeza de que es Su pensamiento.

Casarse en el Señor

El cristiano es advertido de que no debe unirse "en yugo desigual con los incrédulos" (2 Corintios 6: 14). De conformidad con esto, cuando un cristiano se une en matrimonio con un inconverso, no es Dios quien les junta. (El hecho de que Dios puede intervenir en gracia soberana para salvar al inconverso y dar bendición es otra cuestión que no altera en absoluto la afirmación precedente). Casarse en el Señor (1 Corintios 7:39) es reconocer su señorío y autoridad en este muy solemne paso (véase Lucas 6:46); es casarse con quien el Señor ha elegido para uno. Recuérdese, entonces, que el mero hecho de que dos personas sean cristianas no es indicio de que su casamiento esté de acuerdo con Su voluntad.

Conocer la voluntad del Señor

Quizás el lector pueda estar perplejo y hacerse a sí mismo esta pregunta: ¿Cómo puedo saber quién es la persona con quien el Señor desea que yo me una en matrimonio? El modo de conocer el pensamiento de Dios en este muy importante paso es el mismo que en cualquier otro asunto, ya sea pequeño o grande. Se determina por medio de la oración y dependencia paciente en el Señor, en comunión, buscando su rostro y escudriñando su Palabra. Pero el paso primero y más necesario para conocer el intento de Dios es no tener una voluntad propia sobre el asunto. Cuando nuestra voluntad está inactiva, Dios puede mostramos y por cierto nos mostrará su buena voluntad, "agradable y perfecta", la cual somos exhortados a buscar y hacer (Romanos 12:2). Entonces podrá notarse la dirección que Él señala y se escuchará su voz comunicándonos su sentir. y como el siervo de Abraham en la antigüedad, quien fue enviado a escoger una esposa para Isaac, nuestra feliz experiencia será: "guiándome Jehová en el camino" (Génesis 24:27). "Reconócelo en todos tus caminos. y él enderezará tus veredas" (Proverbios 3:6).

Él sabe, Él ama, Él se apiada,
esta verdad nada la puede oscurecer;
Él da lo mejor a aquellos
que le dejan la elección a Él.

Afectos demasiado sagrados para tratarlos con ligereza

En estos días de moralidad decadente y liberalismo, resulta necesario decir que la práctica de jóvenes de ambos sexos, y también de los más maduros, que acostumbran cortejar con diferente pareja cada vez que así lo desean, ciertamente no es de Dios. El afecto es algo muy sagrado para que se juegue con él. Uno, y solamente uno, debe ser admitido en el círculo más íntimo del afecto humano; todos los otros deben ser dejados fuera a una distancia respetable. Jugar livianamente en cuestiones tan serias es auspiciar el colapso moral y el desastre. Tal es la conducta de este presente siglo malo; pero un cristiano nunca debe seguir tales principios. Lo contrario contribuye principalmente a despertar el deseo de divorciarse más tarde, porque el corazón nunca estuvo satisfecho con un solo amor.

No es agradable a Dios, ni demuestra rectitud de corazón el propósito de atraer los afectos de otra persona del sexo opuesto sin tener ninguna seria intención de casamiento. Los afectos divinamente implantados son muy sagrados y santos como para jugar con ellos. Es cruelmente erróneo hacer tal cosa. Esos afectos deben tener el más noble y sagrado carácter y ser asimismo considerados. El interés afectivo, una vez que ha sido abiertamente demostrado hacia una hermana en Cristo, debe conducir, en el curso normal de las cosas, al compromiso matrimonial y finalmente al matrimonio.

Sin embargo, si uno se ha comprometido apresuradamente o ha empezado un noviazgo y luego descubre que ello no está en absoluto de acuerdo con la voluntad del Señor, es mucho mejor romper la relación que seguir en este camino erróneo y vivir en infelicidad y dolor el resto de sus días. Uno ciertamente no desearía dar estímulo alguno a la práctica de romper los compromisos de matrimonio, pero en las circunstancias aludidas es lo mejor que se puede hacer. Cada uno debe vivir pendiente de Dios y seguro acerca de la voluntad de Él antes de empezar un noviazgo. De tal manera podrá evitarse mucha pena.

Apresuramiento indecoroso

Otra práctica prevaleciente, a la cual podemos hacer alusión aquí, es la inmodesta y poco femenina costumbre de las mujeres de tomar la iniciativa para empezar un noviazgo. Tal apresuramiento y abandono del lugar ordenado por Dios es ofensivo para las sensibilidades del recto orden natural y de una mente espiritual. Es muy contrario al "ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios", el cual las mujeres son llamadas a cultivar (1 Pedro 3: 1-4). Aquellas que actúan con tal apresuramiento para «conseguir un marido »salen perdiendo a la larga. La mujer piadosa que calladamente espera en el Señor y le presenta en oración los anhelos de su corazón es la que obtiene las mejores bendiciones durante el noviazgo y el matrimonio, así como en todo lo demás.

El amor verdadero como el motivo justo

Lo que debe llevar a dos corazones a unirse con vínculo matrimonial debe ser un verdadero y profundo amor, un mutuo afecto divinamente implantado. Esto, unido al conocimiento de la voluntad de Dios en la materia, debe ser el único motivo para contraer matrimonio. Riqueza, posición, ventajas mundanales, belleza física, son con frecuencia el verdadero aunque oculto incentivo de muchos noviazgos y casamientos. Pero muchos de éstos no pueden producir el amor real, el gozo y la paz matrimonial, la verdadera felicidad. El amor es el "vínculo perfecto"; es el lazo que nunca falla (Colosenses 3: 14; I Corintios 13:8). El verdadero amor, que halla su fuente en Dios y es renovado con los pastos de la Palabra de Dios y las quietas aguas de su presencia, resistirá la presión y los embates de las olas que se levantan sobre el mar matrimonial de la vida con todos sus problemas y pruebas.

Finalmente, el objeto final de cada pareja de novios debe ser el de establecer un hogar - la institución divinamente designada para el hombre- y el de vivir en él para gloria de Dios. ¿Qué es más bienaventurado que constituir un nuevo hogar bajo la dirección del Señor, para que Él mismo more con nosotros? Es de seguro, según ya lo hemos dicho, "cómo los días de los cielos sobre la tierra". Ojalá ésa sea nuestra porción.