El Hogar Cristiano Madres



El Hogar Cristiano
Madres

R K Campbell

1950

Si bien no conocemos exhortación o precepto alguno que en las Escrituras esté dirigido a las madres, hay muchas menciones de ellas en la Biblia y ejemplos abundantes para su instrucción en justicia y piedad. A través de éstos -así como de la diaria observación y reflexión- se verá al instante que las madres ocupan una posición de vital influencia en el hogar y que ejercen gran poder positivo o negativo sobre los niños puestos bajo su influencia y cuidado.

La madre imparte tono moral y virtud a los hijos, mientras que el padre les da status social. Éste es el significado de la expresión usada corrientemente en los libros históricos de la Biblia con respecto a los reyes de Israel y de Judá: "el nombre de su madre" fue tal y tal. La historia de esos reyes prueba que sus madres ejercieron gran poder moral e influencia para bien o para mal. Cuán importante resulta entonces para las madres ser espirituales, buscando primero el reino de Dios y Su justicia de modo que llenen el lugar que Dios les ha deparado en el hogar para gloria del Señor e influyan en sus pequeños a fin de que anden rectamente para el Señor.

"Críamelo"

Las palabras que la hija de Faraón dirigió a la madre de Moisés en Éxodo 2:9 han sido citadas con frecuencia a fin de señalar lo que pide Dios a cada madre cuando le confía un niño: "Lleva a este niño y críamelo, y yo te lo pagaré". Éste es el encargo del Señor a la madre en cuyos brazos ha depositado un recién nacido.

"Llévate este niño y críamelo"
dijo la hija de Faraón
a la madre, cuyo ser
por el niño sentía toda afición.
Así habla Dios a cada madre
al nacer su pequeño infante:
Lleva este niño y críamelo
por el tiempo de su vida restante.
Lleva a este niño; a ti lo confío
para que de ti aprenda cómo andar,
trascendiendo del mundo de tinieblas
al refulgente y celestial hogar.
Lleva a este niño y considera, Madre,
que el cielo hermoso y puro nos espera
donde tú has de morar eternamente.
¿Y este tu niño ha de quedarse fuera?
Entonces dirígelo sabiamente
a sentir el amor del Salvador.
Que la vida sombría de pecado
se torna pura y noble por Su amor.
Lleva este niño, rica bendición
que a tu cuidado se confía en la tierra;
lleva este niño y críalo devota
hasta que yo a reclamarlo venga.

¡Qué hermoso privilegio es el de criar un niño para el Señor! ¡Qué grande y noble obra es confiada a una madre y qué maravillosos salarios de recompensa celestial dará Él por ser fiel al encargo!

Es de la mayor importancia que las madres reconozcan desde el comienzo mismo que su hijo es una dádiva del Señor, "una herencia de Jehová" (Salmo 127:3). Pertenece al Señor y solamente es confiado al cuidado de los padres. Los padres sólo son mayordomos de Dios que conservan a sus hijos a fin de criarlos y educarlos para Él. Las equivocaciones que cometen algunas madres cristianas al educar a sus hijos, frecuentemente se deben a que ellas olvidan a Quién pertenecen sus niños. ¿Cómo se les puede criar conforme a los caminos del mundo, o permitírseles hacer lo que desean si se recuerda y reconoce que ellos pertenecen a Dios?

¡Qué hermosas son las palabras de la piadosa Ana! "Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí. Yo, pues, lo dedico también a Jehová; todos los días que viva, será de Jehová (1 Samuel 1:27, 28).Ella rogó que el Señor le diera un hijo, lo recibió y ahora ella lo da de nuevo al Señor para Su servicio. ¡Qué ejemplo para toda madre!

La obra divinamente asignada a la madre

En un normal estado de cosas, el niño pasa en sus primeros años la mayor parte del tiempo en compañía de la madre, ya que la responsabilidad del padre como quien tiene que ganar el pan para la familia le lleva lejos de su hogar durante muchas horas del día. Por tanto, la tarea de educar a los niños y de velar por su crecimiento piadoso depende mayormente de la madre, aunque el padre sea el responsable de la casa, como ya lo hemos visto. Ésta es la obra divinamente asignada y la madre debe dedicarse enteramente a esta solemne y sagrada misión. Si bien la cocina, los cuidados de la ropa, la crianza y demás tareas hogareña  reclaman la atención de la madre, la crianza debe tener el primer lugar. Todas las obligaciones deben ser subalternas a esta última. Nada debe inducir a una madre a descuidar aquellas preciosas almas que Dios mismo ha puesto bajo su cuidado a fin de que las eduque para Él.

Es una gravísima equivocación que una madre abandone o descuide la obra que divinamente le ha sido asignada y que la confíe o delegue en las manos de otros mientras ella se dedica a lo que llama servicio o al placer, como es costumbre en estos días. La esfera de trabajo de la madre es el hogar. Los fundamentos del carácter se establecen durante la crianza y la mano de la madre es el instrumento que Dios emplea para echar esos fundamentos. Otras personas pueden ser encargadas de otras tareas, pero nadie más puede tomar eficazmente el lugar de ella en la formación de los niños. Dios le ha dado esta obra a ella y no a otros. Hablamos del curso normal de las cosas; circunstancias anormales, desde luego, como la muerte del padre y la necesidad de que la madre se convierta en el sostén de la familia, cambian las cosas.

Mi obra en el hogar es el cultivo
de olivos que sembraste para el cielo;
cultivarlos es mi humilde anhelo
para que ame tus jardines cada olivo.
Puede ser que no busque en los confines
de áspero monte tu oveja perdida,
pero apaciento en dedicada vida
corderitos que son como jazmines.
Una obra me diste de por vida.
Sin toque de trompetas y clarines,
bajo tu amparo ella quedó cumplida.
Bástame decir, merced a lo que hiciste:
Te devuelvo sin desdoro las joyas que me diste.

La educación que los niños reciben de sus madres en sus primeros años influye mucho en el resto de sus vidas. La educación cristiana apropiada es vital y deja en los niños una huella que perdura a lo largo de sus vidas. La impresión que deja en sus corazones y mentes jóvenes, dóciles y receptivas, no puede ser borrada aun por los peores pecados cometidos en el curso de la vida. La Palabra de Dios declara: "Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él" (Proverbios 22:6).

¿Quién puede dudar de que la importante decisión que Moisés tomó -cuando ya hombre rehusó ser llamado hijo de la hija de Faraón y escogió antes identificarse con el pueblo de Dios y sufrir aflicciones con ellos- se debió, humanamente hablando, a la piadosa instrucción en las verdades y promesas de Dios que recibió de su madre mientras ella lo criaba para la hija de Faraón? En Proverbios 31 vemos que en el rey Lemuel la profecía enseñada por su madre permaneció en su memoria y más tarde fue volcada por la pluma inspirada en la Sagrada Escritura.

Antes de continuar con el tema, es bueno señalar que resulta imperioso que el padre y la madre coincidan en propósito, ideales y acción en cuanto a la educación de sus hijos. Esto es de lo más necesario. Nada puede ser más desastroso que una madre que trate a su hijo de modo opuesto al del padre, o viceversa. Cualquier desavenencia en cuanto a principios o procedimientos educativos debe ser discutida por los padres a solas, ante el Señor, y nunca en presencia de los hijos. Delante de éstos debe desplegarse una acción común, unificada, en la cual cada uno sostenga la disciplina dispuesta por el otro.

Lo que significa «educar»

«Educar»no significa meramente enseñar o instruir. Significa «conducir por un curso particular O llevar a lo largo de cierto paso», Se requiere continua vigilancia, constante atención y persistente cuidado para producir el efecto y objeto deseados. Esto es lo que significa educar.

Un niño puede tener su mente atestada de sentimiento religioso, su memoria atiborrada de textos bíblicos e himnos y, a pesar de ello, no tener un corazón del todo interesado o influido por esta instrucción intelectual. Por importante que sea esta instrucción, no deja de ser una mera información. El corazón debe ser alcanzado y educado así como es informado el cerebro. Más aun:las madres con frecuencia enseñan a sus hijos lo que ellas mismas no practican, o bien no se toman el tiempo y el trabajo para que sus hijos lo practiquen. De ahí que los corazones de sus niños no sean conducidos por el camino de la enseñanza impartida, de manera que pronto son guiados por huecas teorías que los llevan a perder el respeto a sus padres y a las enseñanzas religiosas que éstos les proporcionaron.

Como hemos visto, «educar »significa conducir a lo largo de cierto curso, de modo que la responsabilidad de las madres cristianas es conducir a sus hijos por el camino del Señor mediante el ejemplo piadoso que ellas den a través de vidas cristianas consecuentes. De este modo los corazones de los niños serán tocados e instruidos así como sus mentes. Madres, si quieren educar a sus hijos, deben practicar lo que les enseñan y deben mostrarles cómo practicarlo también. Deben poner todo empeño en que ellos hagan según les enseñan.

No basta hablar solamente; las palabras no le ponen freno a las tendencias de la naturaleza ni impiden sus veleidades. Así como el vinicultor poda sus vides, ustedes tienen que podar, enderezar, dirigir la joven vid de la vida que les ha sido confiada, si quieren educarla para Dios y la justicia. Muchas madres enseñan a sus hijos lo recto en teoría, pero la negligencia o indiferencia en cuanto a la práctica de lo enseñado hace que ellos crezcan de modo opuesto. Puede significar muchas dificultades la apropiada educación de los niños. Tal vez sea preciso abandonar el trabajo por un momento y suministrar la corrección e instrucción necesarias. Pero si no se esfuerza en velar permanentemente cuando ellos son pequeños, causarán mucho más dificultad cuando sean mayores. Muchas madres insensatas, para ahorrarse trabajo a sí mismas han dejado que sus hijos actúen libremente, olvidando que Dios ha dicho: "El muchacho dejado al gobierno de sí mismo avergonzará a su madre" (Proverbios 29: 15 -V.M.)

Nos gustaría llamar la atención hacia la hermosa actitud de Manoa y su esposa en Jueces 13. Cuando les fue dicho por el Ángel de Jehová que ellos tendrían un hijo, Manoa invocó a Jehová y dijo: "Ah, Señor mío, yo te ruego que aquel varón de Dios que enviaste, vuelva ahora a venir a nosotros, y nos enseñe lo que hayamos de hacer con el niño que ha de nacer... ¿cómo debe ser la manera de vivir del niño'?" (Jueces 13:8, 12). Esto fue realmente atinado y hermoso. Debe ser la firme disposición de alma y la más ferviente petición de toda madre y de todo padre. Necesitamos con frecuencia volvernos al Señor y preguntarle; «¿Cómo tendremos que encaminar la vida del niño y qué hemos de hacer con él? ».

Enseñar a obedecer

Dios ha dicho: "obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros" (1 Samuel 15:22), el primero y más importante punto en la educación de los niños es enseñarles la bienaventuranza de la obediencia. Ellos necesitan aprender que deben obediencia a la autoridad justamente constituida, precepto que constituye el fundamento de toda excelencia moral, no solamente en la niñez, sino también a través de toda la vida. Si un niño no aprende a ser obediente a la autoridad de sus padres, concedida por Dios, será desobediente a las autoridades gubernativas, también dispuestas por Dios.

La obediencia a Dios es la esencia misma de una vida cristiana feliz y, si deseamos que nuestros hijos sean convenidos y vivan como cristianos obedientes, debemos enseñarles a obedecer en el hogar desde la más temprana edad. Un niño que no ha aprendido a obedecer a sus padres, raramente será un cristiano obediente aun convenido. La obediencia a la autoridad paternal es esencial para aprender a ser sumiso a la autoridad de Dios. La autoridad paternal debe ser soberana para el niño, pues ella ocupa el lugar de Dios en relación con el niño.

La voluntad propia, tendencia congénita de cada hijo de Adán y esencia misma del pecado, necesita someterse a Dios. A los padres -y especialmente a las madres- Dios les ha confiado la tarea de comenzar esa obra en la niñez, inculcando al niño la indiscutida obediencia a sus padres y a las autoridades. Estamos en los postreros días descriptos en 2 Timoteo 3, cuando la desobediencia a los padres y las varias formas de voluntad propia y rebeldía cunden por todas partes, lo que hace más necesario que los padres enseñen a sus hijos a obedecer.

Forzar la obediencia

Para ser obedecidos los padres deben sostener su palabra y cumplir sus advertencias de castigo en caso de ser desobedecidos. Los niños son observadores sutiles y pronto saben si lo que decimos lo decimos seriamente o no, si castigaremos la desobediencia y recompensaremos la obediencia. Los padres deben insistir, aun apelando al castigo si fuese necesario, en ser obedecidos. Si se procede así los niños pronto aprenderán que las palabras de sus padres serán cumplidas y que ellos deben obedecer. Entonces obedecerán enseguida los deseos de sus padres.

Hemos visto con frecuencia hijos que no prestaron atención alguna a las órdenes de sus padres porque éstos meramente siguieron con sus súplicas y amenazas y no exigieron obediencia ni llevaron a efecto sus advertencias. Por consiguiente. si los niños hacen lo que quieren y desobedecen, ¿quién es culpable sino los padres? Especialmente las madres tienen la culpa a este respecto, aunque los padres a veces son culpables también.

Seguramente que al respecto hay una advertencia para los padres y las madres en las palabras de Jehová acerca de Elí, el sacerdote: "y le mostraré que yo juzgaré su casa para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos han blasfemado a Dios, y él no los ha estorbado" (1 Samuel 3:13). Sabemos, por lo dicho en el capítulo 2:22-25, que Elí reprochó a sus hijos su maldad, pero la acusación que Dios le hizo fue la de no haberles estorbado ese proceder. Esto muestra lo que Dios espera de los padres; no lo olvidemos.

Comenzar temprano

«El secreto de una educación exitosa para obtener obediencia es comenzar temprano», escribe una madre experimentada. «No se debe permitir a Satanás que nos lleve ventaja al comienzo mimando la voluntad del pequeño... aquí es donde yerran multitud de madres: empiezan demasiado tarde. La mayoría de los niños ven arruinada la formación de su carácter antes de llegar a la edad de cinco años por la insensata indulgencia de sus madres».

Los pequeños deben ser manejados de un modo consecuente, con amor y ternura, lo que les enseñará que, aunque la madre ama y acaricia, ella debe ser obedecida. Una mano y una voz firmes harán que el infante aprenda muy pronto que debe quedarse quieto y dormirse cuando no quiere hacer la acostumbrada siesta. Si persiste en resistir, mamá debe perseverar y conquistar la pequeña voluntad, porque si el niño logra imponer su voluntad el conflicto será más difícil la próxima vez y seguirá siéndolo cada vez más. Si mamá prevalece por medio de su firmeza, el conflicto será crecientemente más fácil y la obediencia será pronto aprendida por el niño. Pero aquí es donde la mayoría de las madres flaquean; desisten porque no desean sufrir el dolor de una lucha, olvidando que la derrota de ahora sólo reportará batallas sin fin en el futuro y multiplicará el dolor.

La misma madre antes citada escribe que ella conquistó a sus hijos caprichosos a la edad de seis y diez meses y apenas tuvo que contender con la abierta oposición de ellos alguna que otra vez en lo sucesivo. Con uno de sus hijos, quien llegó a ser predicador del Evangelio, ella peleó una sola batalla decisiva cuando él tenía diez meses. Su hijo nunca desafió su voluntad en todos los años que sucedieron a aquella penosa lucha. Seguramente ese bendito resultado compensó con creces aquella lucha. ¡Qué verdadera y saludable lección para todas las madres!

Veracidad y rectitud

Otra cosa importante en la educación de un niño es enseñarle a practicar la verdad y la integridad. Por haber nacido en pecado, lodos los seres humanos tienen una naturaleza mala, "hablando mentira desde que nacieron" (Salmo 58:3) e indudablemente uno de los pecados más comunes de la humanidad es la falta de veracidad. Destruir esta tendencia y formar el alma en el hábito de la verdad debe ser uno de los primeros objetivos de la enseñanza del niño. "Aborrece Jehová... la lengua mentirosa. Los labios mentirosos son abominación a Jehová" (Proverbios 6: 16, 17; 12:22). Por tanto, a los niños debe enseñárseles desde temprano cuán abominables son las mentiras para Dios. Para desarrollar la veracidad y la rectitud, los padres deben cuidarse de minimizar y excusar la tendencia a la falsedad en sus hijos. Algunos padres efectivamente se sonríen y admiran sus trucos engañosos al ocultar alguna de sus pueriles travesuras. No es de extrañar que tales niños crezcan sin horror alguno a la falsedad o sin conciencia alguna sobre el carácter que tiene la mentira es decir, carentes de una de las salvaguardas de la virtud a lo largo de la vida. Ningún padre tendrá éxito en formar a su hijo para que aborrezca el pecado si él mismo no demuestra ese sentimiento. Los niños, los más rápidos de todos los analistas, instintiva e inmediatamente percibirán toda rectitud aparente en sus padres. Ellos no juzgan tanto por lo que decimos como por lo que sentimos y hacemos. Nunca cierre usted los ojos sobre cualquier falsedad o engaño de su hijo.

Que las madres se cuiden de hablar contra alguien delante de sus hijos y después actuar amablemente para con esa persona. ¿Qué más efectiva lección de engaño o dualidad podría dar a un hijo una madre -o quizá un padre- que actuara así? Y si los padres cuentan a sus hijos las acostumbradas falsedades acerca de espectros, espantajos, etc., ¿cómo puede esperarse que los niños digan la verdad?

Nunca digamos una cosa incierta a nuestros niños si queremos educarlos para Dios, "quien no miente" y quien ama "la verdad en lo íntimo" (Tito 1:2; Salmo 51:6). Antes conteste usted a sus averiguaciones con poco o nada si siente que no puede decirles la verdad con toda propiedad. Practique la veracidad con sus hijos si quiere que sean veraces. Tampoco les haga promesas y luego falle en cumplirlas. Esto es falta de veracidad. Ni los inste usted a tomar medicinas amargas diciéndoles que es algo bueno y sabroso. Por tales medios enseña a sus hijos de modo contrario al que correspondería para lograr su propósito, y más tarde trabajará en vano para hacerles veraces y sinceros, pues usted habrá dañado el terreno.

La educación

Ciertamente la tendencia a llenar la mente de los niños con toda clase de cuentos de hadas y ficciones no puede conducir a formar en ellos el concepto de la verdad. Tales libros deben ser alejados de ellos tanto como sea posible y reemplazados por los que se refieran a hechos reales y vivientes. No hay mejor libro que la Biblia, con sus historias verdaderas, interesantes e instructivas, siempre gustadas por los niños. Enséñele usted también acerca de la maravillosa creación de Dios, interéselos en todos los animales y cosas que Dios ha hecho. De este modo se cultivará su amor a la Naturaleza y sus corazones se sentirán atraídos a adorar a Dios desde temprano, como su sabio y poderoso creador. Entonces se podrá aprovechar para enseñarles la verdad superior de Cristo el Redentor y la necesidad que ellos tienen de Él como su Salvador.

Instruye al niño con todo anhelo
a los siete, para llegar al cielo.
La verdad arraigará con más ahínco
si le enseñas al llegar a los cinco.
Aprenderá para no olvidar después
si con ruegos le enseñas antes de los tres.

El centro de atracción

Antes de terminar el tema de la enseñanza de los niños, sería bueno llamar la atención hacia el error de permitir a los niños demasiada importancia en presencia de otros, permitiéndoles ser el centro de atracción y llamar la atención hacia su perspicacia y agudeza. De este modo pronto aprenden que se les está dando importancia y desearán ser ensalzados. En vez de ser modestos y humildes, serán arrogantes y orgullosos y actuarán descomedidamente. La anticuada costumbre que consiste en que los niños permanezcan callados en medio de los adultos y cuando hay invitados presentes, es muy saludable. Las cualidades cristianas de mansedumbre, modestia y quietud deben ser desarrolladas en el niño en vez de la arrogancia, el orgullo y la petulancia. Ojalá el Señor dé mucha gracia y sabiduría a las madres para educar a los niños para Él y para Su gloria.