El Hogar Cristiano Padres



El Hogar Cristiano
Padres

R K Campbell

1950

Hemos considerado al esposo en su carácter de cabeza de la casa, con su autoridad y responsabilidad como tal. Ahora le consideraremos en su carácter de padre en el círculo familiar. ¡Qué maravillosa es esa palabra de «padre»! Ella habla de amor, misericordia, piedad, tierno y vigilante cuidado, sabiduría para gobernar y mantener la disciplina de aquellos que son el objeto de su amor, a quienes él ha engendrado. Ella habla de muy cercana y bendita relación, intimidad y afecto: la de padre e hijo.

Reflejar al Padre celestial

El Padre de padres es nuestro Dios y Padre celestial, y de Él cada padre terrenal debe aprender cómo ser un verdadero padre de familia. Por gracia prodigiosa todo creyente en Cristo entra en la más íntima y preciosa relación con Dios y le conoce como su verdadero Padre. Y tenemos al Espíritu de adopción dentro de nosotros que clama: "Abba Padre".

Sólo en la medida que disfrutemos esta maravillosa relación con Dios como hijos y vivamos en el reconocimiento diario de ella podremos reflejar algo del carácter de nuestro Padre celestial en nuestra relación terrenal como padres. Sólo considerando "cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios" (1 Juan 3:1) manifestaremos y reflejaremos este amor en nuestra relación terrenal con nuestros hijos. En la medida que aprendamos, en la comunión con este bendito Padre, a reconocer sus prodigiosos modos de obrar con paciente gracia y misericordia, combinados con su amante disciplina y fidelidad hacia nosotros en todas nuestras fallas, en la medida que probemos el tierno cuidado que nos dispensa, sabremos ser verdaderos padres con nuestros hijos. Si en lo secreto hemos acudido a nuestro Padre por la mañana temprano y hemos recibido la sonrisa de su amor; si le hemos ofrecido nuestras acciones de gracias; si nuestros corazones fueron refrigerados e imbuidos del sentimiento de su presencia, de su amor y de sus cuidados paternales; si hemos confiado en Él, como nuestro Padre amante, para todos los cuidados del día, entonces estamos dispuestos a recibir las sonrisas y muestras de amor de nuestros hijos, a oír de sus labios el encarecido nombre de «padre»y ser un verdadero padre para ellos, reflejando algo de la santidad, del amor, paz, justicia, gracia, misericordia y consuelo del corazón del Padre celestial. El carácter y amor de ese Padre celestial llenará así la atmósfera de nuestra familia cristiana y con el tiempo alcanzará el corazón de cada uno de sus miembros.

Sumiso a Dios el Padre

Pero si en el propio corazón uno no conoce el amor de Dios el Padre por estar fuera de comunión con Él y si contriste al Espíritu por ser un hijo rebelde, ¿cómo puede ser un verdadero padre y difundir la luz y el calor de un amor celestial en su familia si no recibe ninguna luz ni amor celestial del Padre, quien es tanto luz como amor?

Las inestabilidades de un padre cristiano que no anda con su Padre celestial en justicia, no solamente son percibidas sino también sentidas de una manera muy perjudicial por los miembros de su familia. Él ha sido puesto por Dios en la posición de padre de familia y Dios le ha investido de la autoridad inherente a esa posición. Pero si él mismo no está sumiso a su Padre divino, la familia pronto Jo sentirá y el uso de su autoridad en esas condiciones tendrá poco peso o efecto. ¿Sostendrá el Padre celestial a tal padre en su posición de autoridad en tanto él resiste a la suprema autoridad divina? ¡Solemnes pensamientos, en verdad, para ser considerados por los padres! La autoridad debe ser ejercida con sumisión a Dios, quien la otorgó.

Ojalá que, corno padres cristianos, podamos sentirnos mucho más a gusto en el santuario y ser más sumisos a Dios como nuestro Padre, de modo que en la atmósfera de nuestra familia podamos reflejar más brillantemente su bendito carácter de Padre y tener peso espiritual, gravedad y sabiduría para mantener nuestra autoridad y así glorificarle.

"No provoquéis a vuestros hijos"

"Padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor" (Efesios 6:4). "Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten" (Colosenses 3:21). Estos dos pasajes de la Escritura están directamente dirigidos por el Espíritu de Dios a los padres cristianos.

William Kelly, al comentar estos versículos, dice: «La exhortación está dirigida a los padres, quizá más necesitados de ella que las madres, aunque en principio, no hay duda, va dirigida a ambos». También dice: «La madre no es exhortada así porque, por lo general, la falta común de ella es mimarlos. No hay nada que desaliente más a un hijo que el hecho de que el padre esté continua o innecesariamente hallando falta en él. Peor aun es que un hijo sea castigado sin merecerlo. ¿Puede haber algo más apto para crear desconfianza y debilitar de este modo los vínculos de amor y respeto?»

Hay dos cosas aquí. Por una parte, los padres no han de provocar a sus hijos a ira, siendo demasiado ásperos, irrazonables o inconstantes en el ejercicio de su casi absoluta autoridad. Han de tratarlos con verdadera bondad paternal, con el amor y la benignidad de una madre, y por otra parte no han de olvidarse de criarlos bajo la "disciplina y amonestación del Señor". Estas dos cosas son muy importantes y darán al padre el necesario equilibrio, porque los padres son más propensos a ser demasiado rudos por una parte o demasiado apacibles por otra. La combinación de firmeza y disciplina con bondad y amor constituye un verdadero padre. Pero hablaremos primero en detalle del primer punto de la exhortación que comentamos.

El Espíritu de Dios recuerda a los padres que ellos no son sólo responsables de ejercer la autoridad en sus familias, sino que deben ser cuidadosos en cuanto a la manera de ejercerla. Dios hace a los padres tan responsables del modo en que gobiernan como del gobierno mismo. La carne, aun en un padre cristiano, es apta para ser tiránica y despótica. Por tanto, Dios, con tierna consideración por los jóvenes, dice: "Padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos". Los hijos tienen sensibilidades agudas y tiernas, y los padres deben tener en consideración los sentimientos de ellos y sus disposiciones. Aunque sin desvirtuar nunca lo que se debe al Señor, necesitan recordar la debilidad de los jóvenes y no poner más carga sobre ellos que la que puedan llevar, no sea que se desalienten y ofrezcan una airada oposición. ¡Cuán fácilmente los hijos son desalentados, especialmente en cuanto a seguir los justos caminos del Señor! Sabiduría y discreción son muy necesarias para los padres en el trato con sus hijos.

Mantener los afectos

El estimado J. N. Darby ha escrito bien respecto a Colosenses 3:21: «Los padres deben ser benévolos para que los afectos de sus hijos no se enfríen y así sean inducidos a procurar en el mundo la felicidad que normalmente deberían hallar en el círculo doméstico que Dios ha formado como una salvaguardia para aquellos que están en pleno desarrollo».

Es muy importante que entre padres e hijos sean cultivados cálidos afectos y mantenida una relación estrecha, especialmente a medida que los hijos crecen y se exponen a las influencias del mundo, las que fácilmente distancian los corazones de los hijos de los de sus padres. Sin descuidar la disciplina firme, padre y madre -especialmente los padres- deben aprovechar toda oportunidad para mostrar amor a sus hijos y ganar de este modo su afecto filial y su confianza. Los actos paternos deben despertar en los hijos la impresión de que son amados, pero al mismo tiempo la autoridad paternal debe ser resguardada. Ambas cosas tienen suma importancia.

Compañeros

Los padres deben ser compañeros de sus hijos con el fin de conservarlos en el círculo familiar y evitar que busquen su felicidad en el mundo. Esto es de gran importancia, pues muchos jóvenes dicen haber echado de menos tal feliz compañía en su juventud. Los padres deben inspirar confianza a sus hijos para que éstos les den participación en sus problemas y deben manifestar un bondadoso interés en sus dificultades. Los niños deben aprender de labios de sus padres acerca de los misterios y las funciones de la vida y recibir del padre - y no de las compañías callejeras - la necesaria y deseada información en cuanto a cuestiones sexuales. Padres, no descuiden ustedes este importante deber hacia sus hijos, porque si estas cosas no las aprenden de ustedes, les serán enseñadas en el lenguaje vulgar y errado de la calle, para su pena. Las madres deben enseñar a sus hijas, recordándoles que «ser precavidas es estar armadas de antemano».

Padres y madres deben guardar sus corazones renovados por la gracia y ser niños con sus niños, penetrando en sus pensamientos e interesándose en sus legítimas ambiciones y placeres juveniles. Cuando tal es el caso, los niños no se afanan por alejarse del círculo doméstico para hallar su placer. Tienen felicidad y bonanza en el círculo de la familia y están muy satisfechos allí. Los padres no deben olvidar proveer ocupaciones y entretenimientos saludables para sus hijos, alentándolos a aprender cosas prácticas y recordándoles que manos ociosas son buena herramienta para Satanás. De distintos modos tales entretenimientos pueden ser provistos en el hogar y los hijos crecerán con apego al hogar y a la familia.

Atraer o repeler

Los padres y las madres que así hayan captado y asegurado el afecto y la confianza de sus hijos, habrán ganado su interés, de modo que éstos escucharán de buena voluntad tanto las exhortaciones y palabras de corrección como la lectura y exposición de la verdad divina de labios de sus amados padres, a quienes reconocerán como sensatos, considerados y amantes.

En cambio, los padres que gobiernan a sus hijos con un rígido espíritu legalista y les transmiten la verdad divina del mismo modo, imponiéndoles la verdad como un yugo férreo sobre sus tiernos cuellos, sólo les repelen y producen en sus corazones rebelión y resistencia a las verdades divinas. Ésta es una de las razones por la que muchos hijos de padres cristianos - especialmente los varones - manifiestan, cuando ya han crecido, una oposición y hostilidad hacia todo lo que se llame «religioso». Los corazones de los hijos, y de la humanidad en general, deben ser atraídos y ganados -al igual que alcanzadas las conciencias- por el efecto de la verdad divina. No basta que toda la obra vaya dirigida a la conciencia y ninguna al corazón. La presentación de "la verdad en amor" (Efesios 4: 15) por el poder del Espíritu, gana a ambos, al corazón y a la conciencia.

Cierta vez, un querido siervo de Cristo se vio obligado a castigar a su hijo. A cada golpe de la vara el niño, llorando, se aferraba más a su padre, hasta que al fin éste se sintió constreñido a arrojar la vara al recordar lo que está escrito: "¿O forzará alguien mi fortaleza? Haga conmigo paz; sí, haga paz conmigo" (Isaías 27:5). Seguramente aquel padre había ganado el corazón y la confianza de su hijo mucho antes de que le castigara, y de este modo el corazón del niño sintió los golpes de la vara más vivamente que su carne, porque pudo ver en el rostro de su padre la angustia y la pena que le costaba tratarlo de ese modo. Como resultado, la vara fue directamente tanto a la conciencia del niño como a su corazón, y allí produjo frutos apacibles de justicia, de manera que el padre pudo arrojar la vara. Otro efecto de la fiel corrección de aquel padre amante fue que el niño se asió más a su padre en vez de sentirse repelido y alejado de él. ¡Qué lección para todos los padres cristianos!

Disciplina y amonestación

Si volvemos a la segunda parte de la exhortación a los padres, hecha en Efesios 6:4, notamos el importante mandato de criar a los hijos "en la disciplina y amonestación del Señor". Como lo hemos observado ya, los hijos de un creyente están en una posición de bendición y privilegio que los hace extraños al mundo del que Satanás es el príncipe. El padre cristiano debe entonces reconocer esta posición de privilegio en la cual son colocados sus hijos y criarlos bajo el yugo de Cristo en la disciplina y amonestación del Señor. La posición cristiana debe caracterizar la educación que dé a sus hijos. Él tratará de criarlos para el Señor, y los educará como el Señor mismo lo haría. Si bien no podemos hacer que nuestros hijos sean aptos para el cielo, podemos educarlos para que por la fe se encaminen allá, y Dios, en su gracia, bendecirá la fiel enseñanza de aquellos a quienes Él nos ha confiado.

La palabra original aquí traducida por "disciplina" significa «educación, instrucción, castigo»e implica también el hecho de dar nutrición espiritual. Esto es lo que el término abarca y lo que los padres (incluyendo a las madres también) son exhortados a hacer: nutrirlos, educarlos y disciplinarlos bajo la amonestación del Señor.

Mientras la primera parte de Efesios 6:4 advierte a los padres que no sean rudos y opresores con sus hijos, esta segunda parte de la exhortación les recuerda su responsabilidad de criarlos en la disciplina y bajo las solemnes exhortaciones e instrucciones del Señor. Estas precauciones contra el otro extremo de ser demasiado condescendientes con los hijos y dejarlos actuar como les plazca, deben ser tenidas muy en cuenta. Los padres son responsables de instruir a los hijos en los caminos del Señor, nutriendo sus corazones con la preciosa Palabra de Dios e imprimiendo sobre sus conciencias la disciplina y las exhortaciones del Señor. Esto implica el deber de enseñarles los pasos en que el Señor quiere que andemos y de disciplinarlos para que sean obedientes a los mandamientos del Señor y a sus padres.

Nutrir los corazones

¡Cuán bueno es aprovisionar los tiernos corazones y las mentes de los niños con las verdades de la preciosa Palabra de Dios! Es de gran valor instruir en las Escrituras a los niños cuando aún lo son y adiestrarlos en un conocimiento profundizado de la Palabra de Dios. Es como preparar bien los elementos de una fogata, de modo que baste una chispa para convertirla en llama. "Nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido" (1 Timoteo 4:6). Pablo pudo escribir al joven Timoteo: "desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús" (2 Timoteo 3: 15). Como quizá su padre griego era inconverso, su madre y su abuela -ambas fieles- le habían enseñado las preciosas verdades de la santa Palabra desde la niñez. Las madres desempeñan un papel importante en esta obra de instruir a los jóvenes en las Escrituras, pero ahora estamos ocupados en lo que toca a la responsabilidad del padre en cuanto a velar por que ellos sean criados así.

A los padres en Israel les fue dado un mandamiento instante y puntilloso en cuanto a esto en Deuteronomio 6:6-9 y 11: 18-21: "Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos, y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas". ¡Qué hermoso cuadro hogareño! El padre poniendo las palabras de Dios en su corazón, teniéndolas siempre delante de sus ojos, enseñándolas diligentemente a sus hijos, haciendo de esa Palabra el tema de conversación en el hogar y poniéndola sobre las puertas para testimonio público. Si la Palabra de Dios ha de ser apreciada por los hijos, debe ser de valor para el padre y la madre y habitar en sus corazones, a fin de que los hijos vean que las Escrituras son preciosas para ellos. Enviar a los niños a la escuela dominical para aprender acerca de la Biblia es muy bueno, pero no exime a los padres de la responsabilidad de enseñarles las Escrituras en el hogar.

Las necesidades espirituales son las más importantes

Muchos padres y madres están tan ocupados con los negocios y las cosas materiales que dedican poco o ningún tiempo a la lectura y meditación de las Escrituras para satisfacer sus propias necesidades espirituales y las de sus hijos. En consecuencia, sus actos causan a sus hijos la impresión de que las cosas materiales son las de mayor importancia y que las cosas espirituales no cuentan mucho. ¿Puede sorprender, entonces, que tales hijos crezcan como mundanos y tengan poco aprecio por la Palabra de Dios? Podemos estar tan ocupados en proveer a las necesidades materiales de nuestros hijos y en seguir adelante en este mundo que olvidamos la mayor necesidad de las almas de nuestros hijos, y así dedicamos poco o ningún tiempo a instruirles sobre cuestiones espirituales. Esto no es criar a los hijos en la disciplina del Señor.

Enseñar a los hijos la Palabra de Dios y velar por sus necesidades espirituales es uno de los mayores deberes de un padre y, no obstante, es lo que se descuida con mayor frecuencia. ¡Cuán triste es esto! Debemos buscar el tiempo para leer la Palabra de Dios en compañía de nuestros hijos, para orar con ellos, para sacar lecciones espirituales de las cosas de la vida natural y de los acontecimientos diarios y para darles la palabra que sus almas necesitan en el momento de esa necesidad. Si deseamos que sean salvos y crezcan en la gracia y el conocimiento del Señor Jesucristo, debemos hacer nuestra parte y nutridos con la Palabra de Dios.

También es posible que un padre pueda estar ocupado enseñando la Palabra de Dios públicamente y yendo de aquí para allá en lo que él llama el servicio de Cristo y, sin embargo, estar abandonando su primer deber: nutrir a su esposa y a sus hijos con la Palabra de Dios y cuidar adecuadamente de ellos. El servicio que se presta al Señor comienza en el hogar, en el círculo de la familia. Tenemos que tener cuidado de no ser guarda de la viña de otros y no cuidar de nuestra propia viña (Cantar de los Cantares 1:6).

El altar familiar

Todo padre cristiano debe establecer un altar familiar en su hogar y reunir a su familia ya toda su casa cada día para leer la Biblia, orar y quizás cantar algún himno, si es posible. Ésta es la responsabilidad del padre como sacerdote del hogar, pero, en su ausencia, la madre debe asumirla. Padres, no descuiden ustedes esta importante cuestión del culto familiar. No permitan que nada se le interponga. No pueden criar a sus hijos para el Señor sin un altar familiar. No es suficiente que oren y lean ustedes las Escrituras y que ellos oren y lean la Biblia. Ustedes deben leer las Escrituras con su familia y orar con ellos. Dejen que ellos les vean en oración y oigan su voz en súplica a Dios por ellos, para que conozcan el deseo de su corazón en favor de ellos. «La memoria de la oración de un padre es muchas veces el ancla de un niño tentado», ha escrito alguien con verdad.

Juntos inclinen las rodillas y busquen la bendición del Señor sobre ustedes como familia y sobre cada individuo, y den gracias a Él en familia por las bendiciones y misericordias de que son objeto. Hay una notable Escritura en Jeremías 10:25 que demuestra que Dios no espera que sólo los individuos invoquen Su nombre, sino también las familias. El profeta dice: "Derrama antes tu ardiente indignación sobre las naciones que no te conocen, y sobre las familias que no invocan tu nombre" (V.M.). Amado padre cristiano, ¿descendería este enojo sobre tu familia? ¿Invocas el nombre del Señor en familia? Un antiguo escritor dijo: «Una familia sin oración es semejante a una casa sin techo, abierta y expuesta a todas las tormentas del cielo», También: «La oración en familia cierra con cerrojo la puerta contra los peligros de la noche y la abre para la admisión de misericordias en la mañana». El capellán de una prisión ha dicho: «Lo último que se olvida en toda la obstinación de la mente de un hijo terco es la oración, las Escrituras y los himnos enseñados en el hogar».

Un hijo caprichoso es ganado

Cierto padre tenía un hijo inmanejable e ingobernable en el hogar que llegaba al extremo de dañar las vidas de los miembros de la familia. Después de haber fallado todos los métodos de amor, recompensas, amenazas y castigos, el padre decidió enviarlo a la escuela correccional, de modo que fue a ver al superintendente de dicho reformatorio, un simpático cristiano, y le contó la dificultad.

El superintendente estuvo de acuerdo en que debía ser enviado a la escuela y tener su preparación, pero agregó que deseaba formular una pregunta antes de hacer los arreglos definitivos.

- Usted dice que ha probado todos los métodos -dijo- y que todos ellos han fallado. Ahora deseo saber si usted ha probado orar con él.

- No - dijo el padre, notablemente sorprendido -, nunca he pensado en hacer eso.

- Bien - dijo el superintendente -, usted debe volver a su casa y orar con él. No me sentiría dispuesto a recibirle aquí o tener nada que ver con el caso hasta que haya sido probado en su hogar el poder de la oración con la presencia de él.

El padre dijo que no podía orar delante de su familia y que no tenía el valor para levantar un altar familiar. El superintendente le sugirió que fuera a su casa y reuniera a su familia aquella noche a las nueve a fin de leer un capítulo de la Biblia y orar con ella. Agregó que a esa hora él y su esposa orarían por todos ellos y especialmente por Lane, el hijo terco.

Al llegar a su hogar le contó a su esposa todo lo que el superintendente le había dicho. Ella replicó que hacía mucho tiempo que venía pensando en que ellos estaban esquivando su deber en esta cuestión. y urgió a su esposo a no vacilar más, sino que empezara la devoción familiar aquella noche. Ella prometió hacer los arreglos necesarios.

Después de comer, la madre pidió a los niños que hicieran «palomitas»(maíz tostado) y Lane fue encargado del trabajo. Éste era uno de sus pasatiempos favoritos, así que la madre previno su acostumbrada salida a hurtadillas de la casa aquella noche. Cuando esto hubo terminado, la mamá mandó a los niños que se lavaran y se reuniesen en la sala aquella noche a las nueve para hacer algo placentero que estaba reservado para ellos.

Trajo una Biblia grande y la colocó sobre la mesa, y el padre, temblando, dijo a su familia que él tenía la impresión de haber estado abandonando vergonzosamente su deber de velar por el más alto bienestar de sus hijos al no leer la Biblia y orar con ellos en familia. Entonces dijo que esa noche comenzarían un camino diferente, para la bendición de su familia. Leyó entonces un capítulo de las Escrituras y se arrodilló a orar. Su esposa e hijos se arrodillaron con él, excepto Lane. Éste se sentó erguido, con rostro austero y semblante pálido y conturbado, mirando una y otra vez en dirección a la puerta, como pensando en huir.

El pobre padre al principio no pudo hallar palabras para expresar sus pensamientos y sentimientos acerca de su conflicto, pero, al traer a su memoria al superintendente y a la esposa de éste que estarían orando por ellos en aquel mismo instante, sintió que su lengua tartamuda se desató y una ferviente oración comenzó a fluir de sus labios.

Mientras ponía fin a una muy tierna y patética apelación en favor de Lane, su hijo rebelde, y para que todos sometieran su voluntad errónea al amante yugo de Cristo, Lane se levantó de su silla, cruzó el salón y, arrodillándose junto a su padre, arrojó sus brazos alrededor de su cuello y sollozando le dijo:

- ¡Sigue orando, papá! ¡Sigue orando! He tratado de pedir a Dios que limpie mi corazón malo, pero me parecía no poder llegar hasta Él por mí mismo. Yo sé que Él me oirá ahora, si todos ustedes están dispuestos a orar conmigo.

Todos los de la familia se incorporaron con sus corazones conmovidos y sus rostros llenos de lágrimas. Las dos hijas mayores le dijeron a Lane que habían estado orando en secreto por él, y agregaron que ésta había sido la hora más feliz de sus vidas. Y Lane estaba completamente vencido. Dio a su padre la escopeta cargada con la cual había aterrado a la familia aquel día, y dijo que todo eso había llegado a su fin, que ya no causaría más dificultades.

- Perdónenme, perdónenme padre, madre, hermanos y hermanas - exclamó - porque yo confío en el perdón de Jesucristo. ¡Qué poderoso testimonio acerca del efecto y poder transformador de la oración en familia! ¡Ojalá este verdadero incidente pueda ser de gran bendición para cada padre!

Culto familiar

Mamá está tan ocupada esta mañana
en el laberinto de la diaria ocupación,
y papá debe ir pronto a la oficina,
¡de modo que no hay tiempo para la oración!
Los niños son enviados a la escuela
y así comienza el día con su afán,
sin Palabra de Dios para la mente,
sin un himno siquiera que entonar.
No extraña que la carga sea pesada
que las horas transcurran tan largas,
que el hablar sea tan áspero y rudo,
y las vidas inseguras y amargas.
Una pausita haced cada mañana,
y otra vez del día al terminar.
Un momento pasad con el Maestro,
recordando que Él nos enseñó a orar.

La variedad en los elementos educativos

Terminaremos el tema de la crianza de los niños con unas pocas observaciones acerca de la necesidad de diversificar los elementos educativos. La crianza no implica meramente la alimentación de las almas de los niños con la Palabra de Dios, aunque esto sea de primordial importancia. Según lo expresa Von Poseck: «Las mentes y los corazones jóvenes desean variedad. Ésa es su misma naturaleza. No pueden ser constantemente acosados con lecciones espirituales y preceptos. Ellos necesitan: 1) variedad de lectura; 2) variedad de relaciones y compañía; 3) variedad de ocupaciones; 4) variedad de distracciones juveniles y entretenimientos». El desaliento de padres que durante años de fiel enseñanza de sus hijos no ven los frutos por los cuales se ha orado y esperado se remonta a la falta de sabiduría evidenciada al no dar suficiente lugar al amor natural que los jóvenes sienten por la variedad. Sólo debe cuidarse que esta variedad sea de un carácter natural, no mundano. Libros sobre la Naturaleza y buena literatura como historias verdaderas y biografías cristianas proveerán saludable instrucción para corazones y mentes jóvenes, al igual que los libros instructivos sobre diversas ciencias, los que deben estar libres de racionalismo y de incredulidad.

Castigo por desobediencia

"Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina?" (Hebreos 12:6, 7). "Yo le seré a él padre, y él me será a mí hijo, y si él hiciere mal, yo le castigaré con vara de hombres, y con azotes de hijos de hombres" (2 Samuel 7: 14). Éste es el modo en que el Padre celestial nos trata. Él "azota a todo aquel que recibe por hijo". Ejerce un gobierno moral sobre nosotros, según el cual cosecharemos lo que hayamos sembrado (Gálatas 6:7, 8). Si le desobedecemos, sufrimos por ello y de ese modo aprendemos que es cosa amarga la desobediencia. Si somos obedientes, cosechamos los benditos frutos de la obediencia y probamos que eso es siempre lo mejor. Sin embargo, también experimentamos que nuestro Padre no sólo trata con nosotros ejerciendo su gobierno cuando somos desobedientes, sino que también lo hace con gracia, misericordia y paciencia, especialmente cuando nos arrepentimos. Él nos muestra amor en su tiempo y castigo en su momento adecuado.

De los tratos que el Padre celestial nos da aprendemos cómo tratar a nuestros hijos. Debemos castigar su desobediencia y probar que son nuestros hijos azotándolos cuando es necesario. "Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos" (Hebreos 12:8). Como padres debemos tratar a nuestros hijos gubernativamente, pero también con gracia y misericordia. De este modo ellos aprenderán la bienaventuranza de obedecer y el dolor y la pena causadas por la desobediencia.

El castigo o azote no necesita ser aplicado siempre en forma de azote con vara, aunque éste pueda ser necesario algunas veces. Existen muchos otros métodos de castigar la desobediencia. Los niños pueden ser privados de privilegios por un tiempo o ser sometidos a alguna tarea provechosa cuya ejecución les resulte costosa, etc. El padre seguramente descubrirá qué método es más efectivo para alentar la obediencia en cada niño individualmente. No todos los niños pueden ser tratados del mismo modo. Las medidas correctivas deben ser adecuadas a cada temperamento. Se puede razonar benignamente con algunos niños, con otros puede ser suficiente una severa palabra de reprobación, mientras que otros pueden necesitar disciplina más rígida. Para no considerar el uso de la anticuada vara como anticristiano e incompatible con el imperio de la gracia, sería bueno para nosotros todos considerar los siguientes pasajes del inspirado libro de la sabiduría de Salomón:

"El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige" (Proverbios 13:24).

"Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza  mas no se apresure tu alma para destruirlo" (Proverbios 19: 18).

"La necedad está ligada en el corazón del muchacho; mas la vara de la corrección la alejará de él" (Proverbios 22: 15).

"No rehúses corregir al muchacho; porque si lo castigas con vara no morirá. Lo castigarás con vara, y librarás su alma del Seol" (Proverbios 23: 13, 14).

"La vara y la corrección dan sabiduría ... Corrige a tu hijo, y te dará descanso, y dará alegría a tu alma" (Proverbios 29: 15, 17).

Ciertamente éstas son íntegras y saludables palabras de sabiduría para los padres de todas las dispensaciones. Ninguno puede despreciarlas, salvo para su mal.

El amor usa la vara

Pero, como alguien lo ha escrito muy bien: «El niño, aun mientras esté bajo el castigo, debe sentir que es el amor el que aplica la vara. Los niños perciben enseguida, y sus corazones jóvenes sienten muy agudamente -incluso mientras están bajo el castigo - si el padre al aplicar la vara lo hace por amor, cólera o descontrol. En estos últimos casos, el instrumento correctivo no producirá el efecto buscado. La ira provoca ira.

"Padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos ... para que no se desalienten". En tal caso, cada golpe de la vara alejará más y más al precioso objeto del castigo paternal y lo ahuyentará del padre en vez de atraerlo ... Cuán importante es, por tanto, que un padre, antes de aplicar la vara de corrección, mire hacia arriba con un espíritu humilde y contrito y pida a Dios -quien da a todos liberalmente y no zahiere - la sabiduría necesaria y la gracia, como así también que su Espíritu de amor y de discreción pueda guiar la mano del padre al aplicar la amarga vara de corrección.»

La falla de David

El breve comentario del Espíritu de Dios en cuanto a la falla de David en punto a disciplinar a su hijo Adonías contiene una lección que sirve de advertencia para todos los padres. En I Reyes 1:6 se lee acerca de Adonías: "Y su padre nunca le había entristecido en todos sus días con decirle: ¿Por qué haces así?". Esta falla de David al no disciplinar a su hijo es anotada por Dios en relación con la exaltación de Adonías contra el pensamiento y voluntad reveladas por Dios al decir: "Seré rey," cuando se acercaba la muerte de su padre. Dios previamente había declarado su propósito de que Salomón sucediera a David como rey. Al erigirse Adonías como rey cometió un grave acto de rebeldía contra Jehová y su voluntad revelada.

Dios ha puesto estas dos cosas juntas. El ensalzamiento de sí mismo y la rebeldía de Adonías contra el propósito de Dios y la falla de David en cuanto a disciplinar a Adonías en su niñez y juventud. ¿No significa esto que Dios quiere que nosotros veamos el resultado humillante de la negligencia de David para con su hijo? La rebeldía de Adonías fue el resultado de la falla de Davíd como padre.

Este hijo parece haber sido el favorito en el hogar, lo que implicó un mal para ambos: el padre y el hijo (véase también la dificultad en el hogar de Isaac a causa de esto mismo en Génesis 25:28 y capítulo 27). David fue apacible y suave con él, permitiéndole hacer su propia voluntad. Nunca había disgustado a su hijo Adonías, y ahora debe cosechar el amargo fruto de esa desidia y sentirse disgustado. El hijo ciertamente disgustará al padre si éste nunca ha disciplinado al hijo para no disgustarle. Hubo gran falla por parte de David en su celoso y amante cuidado por su hijo. Después de todo, si hubiera disgustado a su hijo para su bien habría demostrado un amor más profundo hacia él que siendo siempre bondadoso y tierno y al permitirle hacer su propia voluntad. La falla que por tanto tiempo había subsistido en el hogar estalla ahora y toma una forma pública. Y todo esto está archivado para nuestra instrucción y provecho.

Otra persona ha expresado muy bien el pensamiento de que, si los padres no gobiernan a los hijos, éstos, al cabo de un tiempo, gobernarán a sus padres, porque tiene que haber gobierno en algún sentido.

«La liviandad en la disciplina - escribió alguien - o aun el abandono de ésta por parte del padre no puede sino engendrar la desobediencia de los hijos y, ante tal prevaleciente lazo, todos los otros medios de corrección no son más que frágiles cañas para desviar la tormenta que se está formando».

Por otra parte, un competente observador ha escrito: «Es un hecho bien conocido que los padres que no son sólo bondadosos con sus hijos, sino que también los educan bajo un régimen de estricta obediencia y sumisión a la autoridad paternal, son siempre los más amados y estimados por ellos; mientras que los padres indulgentes en exceso se ganan todo menos la gratitud, el respeto y el afecto de sus hijos».

Debemos añadir que, si bien hemos dirigido a los padres estas observaciones sobre «el castigo por desobediencia»-ya que sobre ellos descansa la mayor responsabilidad en el hogar- ellas también son válidas para las madres, quienes deben trabajar en armonía con los padres y actuar en disciplina para con sus hijos.