Simón Pedro
W. T. P. Wolston
1892
Compañerismo con Cristo
Marcos 1: 28-37; 3: 13-19 Siguiendo el hilo de la historia como la hallamos en los Evangelios, el incidente que en seguida nos llama la atención es la visita que el Señor hace a la casa de Pedro en un momento muy oportuno. En la narración que Marcos nos da, hallamos una palabra repetida muchas veces, la palabra luego: "Y luego saliendo de la sinagoga, vinieron a la casa de Simón y de Andrés, y la suegra de Simón estaba acostada con calentura, y le hablaron Juego de ella." Como Jesús había sanado ya a varias personas, era muy natural que le hablaran de la enferma y que en el acto se despertaran sus simpatías para ella usando Juego una palabra de poder para su curación.
Ha prevalecido en algunos circulas la idea de que el celibato es el mejor modo de vivir para los que han de seguir al Señor con toda piedad. Por este incidente sabemos que Simón era hombre de familia y que su cariño para su esposa había abierto la puerta para admitir a la suegra en el hogar como miembro respetado de la familia. En estos días oímos muchos chistes rudos y anécdotas acerca de los parientes políticos, pero en las páginas de la Palabra divina no se nos enseña sino las relaciones más íntimas y cariñosas que deben existir entre las familias que se unen por el casamiento de sus hijos.
Seguramente la esposa de Pedro estaba muy apurada en aquella mañana. En el Evangelio de Lucas leemos que la señora "yacía postrada de una grande fiebre," indicando que su condición estaba bastante grave. Después de su esposo e hijo (si acaso los tenía), su madre era el ser más amado de su alma, y podemos imaginarnos que ella tomó parte con los que "rogaron a Jesús por ella." El versículo 39 nos da una idea de cómo obraba el Señor en estos casos. Entrando en la recámara e inclinándose sobre la enferma débil y acabada, y tomando su mano calenturienta, "riñó a la fiebre." Entonces, con su ayuda la mujer se incorporó y a los pocos momentos estaba ella ocupada como de costumbre en el servicio de la casa. Esta es la mejor manera de manifestar la gratitud.
¿Hemos de creer que Jesús escogió ese día para visitar a Pedro, movido por la casualidad? Yo creo que no. Recordamos que pocos días antes Pedro había abandonado su negocio a fin de entrar en el discipulado del Señor. Es fácil suponer que la esposa estuviera apurada acerca de los gastos para el sostenimiento de la casa. No sería extraño sí hubiera preguntado a Pedro: "¿Cómo podremos ahora ganarnos la vida? Es necesario comer lo mismo que antes." En medio de estas zozobras y cuidados se enferma gravemente la madre. En el momento más crítico entra el Señor en el hogar, y con una palabra restaura a la enferma la salud y convierte todo el pesar de la esposa en alegría y contento. Se desvanecen también sus dudas y se restaura su fe en el buen juicio de su marido al haber echado su suerte con los que seguían a Jesús. Podemos volver a escuchar un dialogo íntimo de familia y reconocer la voz de la señora, muy cambiada ahora en su timbre, diciendo: "Hiciste bien, Simón, en unirte a los discípulos y en acompañar al nuevo Maestro en sus gloriosos trabajos. Un Hombre que tiene tanto poder y al mismo tiempo un corazón tan amante y voluntario no nos dejará sufrir por falta de lo necesario."
Este incidente lo podemos considerar como característico de la atmósfera que nuestro Señor producía dondequiera que iba. Su primer cuidado es el de restaurar la calma en el hogar y librar de cuidados a los que le siguen. Es hermoso pensar que en su omnisciencia sus ojos siguen las labores de la mujer cuando queda sola en la casa cargada de los trabajos domésticos mientras que el marido se ocupa en la obra grande del servicio del Señor, teniendo por esto que ausentarse mucho tiempo de la casa. Esta escena trae un mensaje especial de consuelo a las esposas de los que son llamados a predicar el Evangelio lejos de sus casas. Cristo no se olvida de ellas.
Pasando ahora al capitulo tres de Marcos, hallamos una referencia al llamamiento formal que Pedro recibió del Señor para el discipulado. Después de una noche entera pasada en oración (Lucas 6: 12), nuestro Señor escogió a los que habían de acompañarle durante su ministerio público: Leemos: "Y constituyó a doce para que estuviesen con El." No puedo imaginar bendición mayor que esta.
La mayoría de las personas creen que la cosa de primera importancia es ser salvo, escapar de la condenación y librarse del infierno. Es sin duda una cosa deseable el poder tener segura la entrada a la felicidad del cielo. Pero en las Escrituras no se nos habla de una salvación sin hablarnos al mismo tiempo de la necesidad de tener una relación íntima con una Persona, y la salvación consiste en establecer esta relación personal. Pablo habla de "estar ausente del cuerpo" pero es con el fin de "estar presente con el Señor" (2 Coro 5: 8). Otra vez dice que es su deseo "partir del cuerpo" para "estar con Cristo, que es mucho mejor" (Filip. 1: 25).
Estar con Cristo y gozar de su compañerismo es el objeto de nuestro llamamiento. Estos doce hombres fueron apartados de los demás de una manera especial para pasar los días continuamente en su presencia y recibir lo que El les daba. ¿Y Ud., lector mío? ¿Ha sido llamado también a este discipulado? No le digo "al apostolado," sino, a la compañía presente y eterna del Señor Jesucristo, porque este es el significado de lo que llamamos el "ser un cristiano." ¿Es posible que haya entre mis lectores alguno que no ha sido con- vertido aún? A éste le pregunto: ¿Dónde pasará Ud. la eternidad? ¿Piensa Ud. estar con Cristo en la vida futura? ¡Mas, ay! no le conoce todavía. ¿Piensa Ud. estar en la gloria sin El? ¿Con qué derecho? Témome que entonces caerán en los oídos de Ud. palabras muy diferentes, pues leemos que a algunos dirá en aquel día: "Apartaos de mi, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles," Tal vez Ud. me conteste diciendo que le es imposible creer que un Dios bueno haya hecho un lugar de castigo para la humanidad. Tampoco lo creo yo. El Señor Jesucristo declara que ese lugar fué preparado "para el diablo y para sus ángeles" (Mateo 25: 41). A los hombres les toca escoger el lugar donde quieren pasar la eternidad, y hay algunos que son tan insensatos que prefieren la compañía del diablo y de los suyos a la compañía de Cristo y de los redimidos. Le conviene a Ud. querido lector, pensar bien en la elección que hace y ponderar debidamente el contraste entre la suerte que le espera en un lugar y la que le espera en el otro.
"Constituyó a doce para que estuviesen con El," ¡Y uno de ellos le traicionó! Si, pero no seamos nosotros Como él. ¡Dios nos ayude a que le seamos fieles! La historia de Judas tiene sus lecciones para todos. Es como una lumbrera puesta en una costa peligrosa para que evitemos los escollos y huyamos de semejante fracaso moral.
Volviendo al hilo de nuestra historia (Marcos 3: 16) encontramos otra referencia al nuevo nombre que Pedro había recibido, y notamos al mismo tiempo que en todas las listas de los apóstoles, el nombre de Simón Pedro es el primero (Mat. 10: 2; Marcos 3: 16; Lucas 6: 14; Juan 21: 2; Hechos 1: .13). No por esto se debe deducir que él ejercitaba cierta autoridad sobre sus hermanos, o que Cristo le había otorgado la primacía, como la Iglesia Romana erróneamente enseña. Era su fervor natural y su espíritu impulsivo y generoso lo que le hizo saltar al primer lugar en todas las ocasiones. Sí había que preguntar algo, la boca de Pedro se abría primero. Si era necesario confesar algo, Pedro tomaba la palabra sin esperar a nadie. Resultó, pues, como era de esperarse, que su vehemencia le ponía en aprietos no pocas veces, y al fin le hizo negar a su Señor. Sin embargo, las más de las veces Pedro desplegó una devoción y lealtad muy admirables y hermosas. El Espíritu Santo, con infinita sabiduría, al referirnos los pocos hechos que tenemos de la biografía de este apóstol, no deja de apuntar sus faltas y fracasos juntamente con sus actos de fidelidad y consagración. Y así nos ha puesto otra luminaria para nuestra amonestación, a fin de que nuestras pequeñas embarcaciones no se estrellen en las mismas rocas que dañaron el buen servicio del Apóstol.
Nada nos vale que no sea una intensa devoción personal al Señor. Ningún credo puede ser substituido por este espíritu de obediencia. Si no es un afecto que nos impulsa a buscar la comunión con El, y nos hace volver con lágrimas de arrepentimiento, al sentirnos separados de El, nuestra creencia es una mera forma y de ningún valor real. Aun más, es una hipocresía que el Señor aborrece. El llamamiento de ellos tuvo como su primer objeto convencer a Pedro y a los demás que El los quería tener cerca de su persona. Aprendamos la misma bendita lección, pues es para nosotros también, a saber: que el Hijo de Dios se deleita en nuestra compañía y nos llama para que estemos con El. ¿Es lección que Ud. ha aprendido, querido lector? ¿Comprende Ud. que el Señor desea gozar de un verdadero compañerismo con Ud. y de un cambio mutuo de afectos? A este alto privilegio somos llamados.
Además de esta relación de compañerismo con sus discípulos, el Señor tuvo otro objeto al llamar a sí a los doce. La historia en Lucas a la letra dice: "y aconteció en aquellos días que fué al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios. Y como fué de día, llamó a sus discípulos, y escogió doce de ellos, a los cuales dió también el nombre de Apóstoles: a Simón, al cual también llamó Pedro, etc." (Lucas 6: 12-14). Volviendo a leer en Marcos, hallamos una nota más, "y constituyó a doce, para estar con él, y para enviarlos a predicar, y que tuviesen potestad de sanar enfermedades y de echar fuera demonios: a Simón, al cual puso por nombre Pedro, etc." (Capítulo 3: 14-16).
Hay aquí muchos puntos de sumo interés. Notemos primero, cómo se preparó Jesús para este paso. El que es el Señor de todo, y todo lo sabe, pasó toda la noche en oración a Días antes de escoger a los que habían de formar el apostolado. El Señor vivía en dependencia absoluta de Dios. Lucas es el evangelista que nos da el camino de dependencia y obediencia del perfecto hombre. No nos debe extrañar, sino interesarnos profundamente, el que en el evangelio según San Lucas nuestro Señor en siete diferentes ocasiones se entregó a la oración (3: 21; 5: 16; 6: 12; 9: 18, 29; 11:1; 22: 41). Sin duda había una razón interesantísima para cada caso.
El pasaje que consideramos establece tres verdades: confirma el nuevo apellido de Pedro, nos da los nombres de los doce que fueron llamados al apostolado, y por último, nos instruye acerca del significado de este término apostolado. Lucas nos da simplemente el término, pero Marcos lo define, diciendo que los escogió "para enviarlos a predicar, y para que tuviesen potestad de sanar enfermedades y de echar demonios." La obra apostólica es bastante comprensiva. Consiste en anunciar el mensaje de Dios, sanar los cuerpos de los hombres y derribar el reino de Satanás. No es de extrañar, pues, que el Adversario procurara echar la zancadilla al más eminente de los doce, y que entrara con gusto en el corazón del único egoísta en el número, convirtiéndole en un ladrón y traidor, a fin de deshonrar y destruir al bendito Maestro.
Tenemos que leer los pasajes en Mateo 10 y Lucas 9 para hallar el orden cronológico de los hechos y el discurso completo por medio del cual confirió a los doce el poder de su apostolado antes de enviarlos a su primera-misión evangelista. La historia en Marcos 6 es más breve. Los discípulos, al oír de la muerte de Juan el Bautista, volvieron y, "reuniéndose a Jesús, le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado" El aprecio manifestado por estos servicios y su simpatía para con ellos en sus trabajos y triunfos se revelan en las siguientes palabras: "Venid vosotros aparte a un lugar desierto y reposad un poco." ¡Bendito Maestro! ¡Qué bien sabe preparar a sus siervos! y qué solícito está de su bienestar, procurando refrescarlos cuando volvían fatigados, escuchando con gozo todas sus historias, regocijándose de su buen éxito cuando salían bien y animándolos cuando volvían oprimidos, como hace el Señor muchas veces con sus siervos no menos amados de estos días, que no ejercen los dones apostólicos de aquellos primeros enviados.
Antes de dejar este periodo de la historia volvamos a mirar un cuadro típico que tenemos en el capítulo ocho de Lucas (41-56). Notemos primero cómo nuestro Señor responde gozoso a toda invitación donde sus servicios se necesitan. Si siente Ud. que Cristo no tiene un afecto personal para Ud., que tal vez no le ayudaría en el caso de una aflicción o necesidad, lea Ud. de nuevo estas hermosas historias del Evangelio. Aquí tenemos a un hombre llamado Jairo, cuya hija está a punto de morir. Se presenta delante de Jesús, y le suplica con toda la ansiedad de un padre desesperado que haga algo por su hija antes de que muera. El Maestro oye la súplica en el acto, y se pone en camino para su casa. Entonces corre el rumor de que El va para allá, y se llena la calle de curiosos, y las turbas le aprietan y casi le impiden el paso. En medía de ellos una mujer enferma que había gastado en médicos toda su fortuna, y nada había aprovechado, antes bien, le iba peor, acercándose por detrás, tocó el borde de su vestido. - Cosa igual sucede en estos días. Las gentes gastan su tiempo y dinero buscando toda clase de charlatanes religiosos en lugar de acudir al Señor Jesucristo. Naturalmente no se curan, porque no es la religión lo que alivia el alma enferma. La religión obra eficazmente la condenación de todo aquel que procura satisfacerse con una forma de religión.
Es necesario venir al Salvador en persona para ser salvo. Esta mujer había oído de Jesús y vino a El. Tan luego como pudo distinguir quién era, le tocó, y en el momento sintió la virtud de su ayuda bendita. Después, "Como vió que no se había ocultado, se presentó delante de todos y declaró la causa por la que había tocado, y cómo al instante había sido sanada." Logró cuanto deseaba. Se sintió aliviada al instante. Apliquemos la misma verdad al corazón afligido bajo el peso del pecado. Ud., lector mío, puede ser sano espiritualmente en este mismo instante. Cuano do le tocó a Jesús, El se paró y dijo: "¿Quién me tocó?" El mismo Señor, mirando desde el cielo, pregunta: "¿Quién desea tocarme?" Acércate y tócale tú, querido amigo, en estos momentos, y recibirás la vida que sólo viene de lo alto.
Y ahora el pobre Pedro, con su desatino de costumbre, procura explicar los acontecimientos, diciendo: "Maestro, las turbas de gente te aprietan por todos lados, y dices tú: ¿quién es el que me ha tocado?" ¿Cómo es posible penetrar por entre una turba tan apiñada y no ser tocado y oprimido? Entonces Jesús explica el sentido en que había sido tocado. "Alguien me ha tocado con el deseo de recibir una bendición, porque he percibido que ha salido virtud de mí en respuesta a esa petición silenciosa!" Tal como fué en esa ocasión, así suceda siempre. Es necesario acercarse bastante para poder alcanzar el borde de su vestido, y se comunicará luego la virtud de su gracia, con poder suficiente para sanar toda nuestra enfermedad y llenar todo el vacio en nuestra vida. El Señor no rechazará la mano que se extienda a tocarle. Al contrario, hace cuanto puede para animarnos a venir a El abiertamente, confesando nuestra necesidad y pidiéndole socorro. Hágase prueba de su bondad. Llegue Ud. a El y tóquele. La virtud que de El emana es un bálsamo cuya eficacia nunca ha faltado a los que lo reciben con fe.
La mujer se presentó confesando lo que había hecho, manifestando al mismo tiempo por su cara radiante que su curación había sido instantánea y completa. No había dudado de su bondad ni de su poder. Y ahora el Señor la envía con buenas palabras de animación: "Confía, hija, tu fe te ha sanado, vete en paz." Pedro aprendió en ese día una buena lección, que las turbas le oprimían y le empujaban sin que nadie verdaderamente le tocara. Al contrario, una humilde mujer tocando el borde de su vestido, con un corazón lleno de fe, adquirió por este acto toda la plenitud de su poder sanador.
Unos momentos después llegaron a la casa de Jairo. donde Pedro aprendió otra grande verdad que le llenó de asombro. Contempló la operación de ese espíritu magistral en una lucha cabal con el poder de la muerte. Pedro había presenciado la curación de su suegra y había reconocido la operación de la ley de la fe, a saber: la necesidad de creer en Cristo como la fuente de la bendición que se esperaba. Ahora aprende otra cosa, que su Maestro es más que un gran médico con poderes maravillosos para sanar, que posee el poder de dominar la misma muerte y ahuyentarla de su presencia. Jesús, para poder tener poder sobre la vida, tiene que ejercer también una potestad sin límites sobre la muerte. Nadie jamás murió en su presencia. Los ladrones que fueron crucificados con él no muíeron hasta que El había entregado su espíritu. Empero, cuando El murió, fué con el fin de abolir el poder de la muerte, entrando en sus dominios, y allí mismo rompió sus cadenas y salió ileso de la tumba que le tenía preso. Amable lector, Cristo, a quien le invito venir, es el Vencedor ínclito, el que en verdad había entregado su vida voluntariamente y que ahora vive para siempre. Nuestro Cristo triunfante pasó por el camino de la muerte, pero la robó de su aguijón. transformándola en una simple puerta de entrada a otra vida más gloriosa. Entró en la muerte cargando mis pecados y de todos sus discípulos, porque este fué su modo de deshacerlos; mas al salir de la tumba. salió libre de ellos, y abrió la puerta para que nosotros pudiéramos andar tras El en novedad de vida. Como dice Pablo: "El cual fué entregado por nuestros delitos y resucitado para nuestra justificación" (Rom. 4: 25).
Pedro estaba aprendiendo lecciones del poder y gloria morales de su Maestro. Vió en la casa de Jairo el modo como Jesús obraba con los que se burlaban de él. "Echó a todos fuera," menos a los padres de la difunta, y tomando a tres de sus discípulos para testigos, entró en la recámara mortuoria. No se agita su voz ni se apresura el paso. Con calma habla a la niña como si la despertara de un sueño: "niña, levántate." Luego, entregándola viva a su madre, demuestra su completa restauración ordenando que le dieran de comer.
Esta escena es una profecía de los acontecimientos
que tienen que verificarse aún. Se nos llegará el día
cuando Aquel que venció la muerte en la casa de Jairo,
la destruirá para siempre en todo el mundo. "Y el
postrer .enemigo que será destruido es la muerte"
(1 Coro 15: 26). Felices serán aquellos que presencarán
aquel triunfo final. Ningún incrédulo o mofador estará
presente (Apoc. 21: 1-8). Todos estos habrán sido excluidos
de la escena y juzgados de antemano delante
del trono blanco. El apóstol Pedro, quien acompañó
al Maestro en la primera operación de su poder sobre
la muerte, estará presente también en la postrimera
escena. ¿Y Ud., lector mío, en dónde se encontrará?,
¿entre los que están a la diestra del Señor, o entre
los mofadores condenados?