Simón Pedro
W. T. P. Wolston
1892
Cornelio y su Casa
Hechos 10:1 a 11:18
El Capítulo 10 de los Hechos es de mucha importancia en la historia de la Iglesia, porque contiene el relato del ingreso de los gentiles a la fe y la extensión de las bendiciones del Evangelio para ellos. Manifiesta el camino por el que Ud. y yo hemos de ser salvos, y prueba claramente que no hay personas ni pueblos que gocen de privilegios particulares, sino que todos los que vienen a Dios son salvos sólo por su gracia infinita.
La ocasión en que esta gran verdad fue descubierta revela también los hermosos planes de Dios de poner las cosas muy a las claras, para que ningún hombre deseoso de salvarse se equivoque. Es evidente desde el primer momento que Dios escoge y arregla todos los detalles, dirigiendo primero al varón que busca la luz y a su siervo que está nombrado para llevarle el mensaje. Los dos estaban orando, Cornelio cuando la visión se le presentó (10:30) y Pedro cuando le sobrevino un éxtasis (11: 5). He aquí una buena lección para los que predican y los que escuchan el Evangelio. En mi opinión, Cornelio era un hombre convertido antes de tener la visión. Pero no lo supo porque estaba sin la paz de espíritu que viene con el conocimiento de que uno ha sido perdonado. Deseaba obtener algo que no había alcanzado todavía. No había oído las buenas nuevas de la redención ni sabía nada de la venida del Espíritu Santo.
Sabemos que Cornelio era un gentil por su ocupación, y su rango en el ejército romano es prueba de que era de la nobleza de Roma. Pero lo que más valía, tenía cualidades morales que aumentaban su buen nombre. Temía a Dios "él y toda su casa." No hay muchas personas de quienes sea posible decir lo mismo. Esa expresión, "con toda su casa," abarca a los criados como también a sus hijos. Hacía muchas limosnas en bien de los pobres, y "oraba a Dios siempre". Por todas estas razones creemos que era un hombre ya convertido y que tenía el temor de Dios delante de los ojos. Aunque no conoció la operación del Espíritu en su propio corazón, el hecho de que oraba y buscaba a Dios por todos los medios que conocía, es prueba de que el Espíritu divino le había tocado y que todos sus deseos espirituales eran el fruto de su operación en su corazón. Es tipo de centenares y millares de hombres del día de hoy, hombres píos y temerosos de Dios, dados o la oración y ansiosos de cumplir con toda ordenanza de la religión. Pero si Ud. le pregunta a cualquiera de ellos, si sus pecados le son perdonados, no se atreverá a decir que sí, porque el testimonio del Evangelio y la predicación de la doctrina del perdón de pecados no les han llegado.
Hubiera sido una grande equivocación para Cornelio decir, antes de escuchar el mensaje de Pedro, que Dios le había perdonado sus pecados, como sería para Ud. o para mi decir ahora que, siendo cristianos, no sabemos si nos son perdonados o no. Pero, aunque Cornelio ignoraba todo con respecto a esta gran bendición, es claro que lo deseaba ardientemente, pues comienza su relato diciendo que Dios le había anunciado que sus plegarias habían sido oídas. (10:31). ¿Qué cosa había pedido de Dios? No sabemos sus palabras, pero sí, la contestación a su plegaria, que era el derramamiento de la luz sobre su camino. No debemos creer que era un prosélito de la fe judaica, aunque los judíos le tenían en estima, y tal vez esperaban convertirle a su fe. Pero no había doblado la cerviz bajo el yugo pesado de la ley. En esos días en que se extendía rápidamente la nueva fe del cristianismo, los misioneros judaizantes declamaban tenazmente a favor de su posición de estar bajo la dirección de Dios en que guardaban fielmente su ley. Cornelio dudaría cuál sería la verdadera fe.
Los rumores acerca de la obra del Señor Jesús se habían extendido por todas partes, diciendo muchos que había resucitado. En sus giras evangelisticas, Felipe había atravesado Samaria y llegado hasta Cesárea (Hechos 8:40). Cornelio no estaría enteramente ignorante de estos eventos; pero parece que en vista de los conflictos en los rumores, no sabiendo nada por cierto, se había dado a la oración en la esperanza de que Dios le daría luz: y hubo una iluminación resplandeciente para él.
Estando así en esta condición de expectación con la conciencia despierta, nacido ya del espíritu, puesto que se daba completamente a su dirección, aunque no conscientemente, había ganado el oído de Dios, porque su oración había sido aceptada por Él (de otra manera el ángel no le hubiera visitado con semejante mensaje, diciendo que "tus oraciones y tus lirnosnas han subido en memoria a la presencia de Dios"). Despierto, deseoso de saber toda la verdad, y no una parte de ella, consumido de un deseo de comprender el plan de Dios para él, la visión vino. Mientras oraba, "he aquí un varón se puso delante de mí en vestido resplandeciente, y dijo: Cornelio, tu oración es oída, y tus limosnas han venido en memoria en la presencia de Dios. Envía, pues, a Jope y haz venir a un Simón, que tiene por sobrenombre Pedro; éste posa en casa de Simón, curtidor, el cual, venido, te hablará." (10:30-32). Para ser salvo no fue mandado que hiciera alguna obra sino que oyera el mensaje que le daría Pedro. "Este te hablará." Mas tarde cuando Pedro narra el incidente a los compañeros de Jerusalén, repite las mismas palabras: "El ángel dijo a Cornelio: Envía a Jope y haz venir a un Simón, que tiene por sobrenombre Pedro, el cual te hablará palabras por las cuales serás salvo tú y toda su casa" (11:13-14). Es bueno notar con cuidado esto, Dios manda a Cornelio a que escuche palabras por medio de las cuales ha de ser salvo. Muchas personas piensan que si han de ser salvos, será necesario cumplir con algún deber o llenar alguna condición difícil. Pero Dios está abriendo el camino a los gentiles, a todo el mundo fuera del judaísmo, y excluye todo pensamiento de obras, y dice a este hombre ansioso que busca la verdad: "Manda traer a mi mensajero, quien te contará palabras." Ningún hombre se salva por sus propias obras, y tampoco se ha salvado alguno sino sólo por medio de palabras en las que ha puesto su fe-palabras de Dios.
Al hablar de la salvación estoy usando el término en el mismo sentido en que se halla en las Escrituras. Al ser salvo, quiero decir que el creyente no solamente está librado de sus pecados, teniéndolos perdonados, sino que es traído también, a Dios, unido al Salvador que vive triunfante después de haber muerto por el pecador sobre la cruz, y está sentado en el trono de Dios como su representante, y desde allí el Espíritu Santo ha sido enviado para declarar esta salvación a todos los hombres, dando su testimonio por medio de las palabras que emanan sinceramente del corazón de los que ya son creyentes.
Tan luego como Cornelio recibió la visión, mandó cumplir con sus indicaciones. Manifiesta su sinceridad y su entusiasmo. "Inmediatamente envié a ti" dice a Pedro. No dejó pasar un día o dos. No dijo entre sí: "pensaré en la visión." No contestó como otro contestó más tarde, "te oiré más tarde sobre el asunto." Muchos hacen así, y, cegados por Satanás, caen en la red de la vacilación, y cuando llega de repente el fin de la vida, pasan al lugar de tormento para siempre. El buen hombre de Dios Rowland Hill, dijo con mucha razón: "La dilación es el oficial de reclutamiento para el ejército de Satanás." Cornelio no era hombre moroso en sus negocios espirituales. Examinemos bien su conducta. Manifiesta su solicitud para obedecer el mandato divino en que despacha luego la comitiva para traer al apóstol. Siente que no debe de perder un momento, porque dista Jope sesenta kilómetros de Cesárea por el camino de la costa. Como los modos de viajar no eran muy seguros ni rápidos en aquel entonces, despacha a tres hombres para servir de guardas, con órdenes de no perder tiempo en el camino. Cuando el hombre se apresura a hallar a Dios, Dios viene a su encuentro.
Mientras tanto Dios tuvo que preparar a su siervo para que sirviese como su propia boca para hablar a esta alma ansiosa y obediente. Pedro había subido al terrado, o azotea de la casa, para darse a la oración. Así él mismo explica la circunstancia. Era la hora de sexta, es decir, medio día, no una hora comúnmente dada a la oración. Una vez antes el Señor le encargó el deber de velar y orar. Pedro no veló bien, y probablemente no oró, siendo la consecuencia que muy pronto cayó en un terrible pecado. Ahora le hallamos orando mientras esperaba la comida, y Dios viene a su encuentro, y le revela su voluntad por medio de una visión. Nos dice que vio el cielo abierto y que descendía un vaso, o gran receptáculo como un gran lienzo, atado de sus cuatro puntas. Al bajar éste hasta estar al alcance de Pedro, se podía ver que contenía dentro toda clase de animales, cuadrúpedos de la tierra y reptiles y aves de rapiña. Entonces le vino una voz que le decía: "Levántate Pedro, mata y come." Mas Pedro dijo: "Señor, no: porque ninguna cosa común o inmunda he comido jamás." Y volvió la voz hacia él por segunda vez: "Lo que Dios limpió, no lo llames tú común." Esto fue hecho por tres veces; y el vaso volvió a ser recogido en el cielo. Algunos han opinado que ésta es una figura de la iglesia, pero no me parece apta la interpretación. Pedro no era el instrumento por el cual Dios iba a revelar la verdad acerca de la iglesia. Esa fue la misión de Pablo. Creo que la visión fue dada a Pedro para enseñarle a él y a todos que la Cruz había deshecho las barreras que separaban a los judíos de los gentiles, y que la gracia divina ahora se extendía a todos igualmente, y que el poder para limpiar el corazón era tan eficaz en un caso como en el otro, sin ninguna ordenanza de los hombres.
Pedro no pudo dar con la interpretación de la visión, y mientras estaba cavilando sobre ella, Dios envía, no a un ángel, sino a un criado para llamarle y advertirle que tres hombres están en la puerta con un mensaje para él. Al mismo tiempo el Espíritu le dice, de alguna manera secreta pero con toda claridad: "No dudes ir con ellos; porque yo los he enviado." (verso 19, 20). Esta dirección tan exacta es muy interesante. Creo que Pedro comienza a comprender el objeto de la visión. Comprende que no hay diferencia entre judío y gentil. Pedro había sido observador estricto de la ley judaica hasta entonces, pero no estaba en armonía con la enseñanza de la Iglesia, como Pablo la entendió: "Donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, esclavo o libre, sino que Cristo es todo y en todos." (Colo. 3:11). Pedro era el vaso escogido para comenzar esta obra y para abrir la puerta del reino de Dios a los gentiles, pero Pablo fue nombrado para ser el apóstol especial para ellos.
Bajo la ley, Dios había prohibido a los judíos tener relaciones sociales con los gentiles. El Señor enseña ahora a Pedro que aquella ley ha sido invalidada, por una nueva manera de purificación, y lo que Dios ha limpiado no debe ser llamado inmundo. En cumplimiento a esta nueva verdad, leemos que Pedro metió a los hombres en la casa y les dio buen hospedaje hasta el día siguiente (verso 23).
Hemos venido notando cómo Pedro carecía de todo elemento de cautela y que su ardor y entusiasmo impulsivos le causaban muchas molestias. Es muy digno de notarse cómo ahora obra con bastante prudencia. Llevó consigo a seis de los hermanos para servir de testigos de lo que Dios haría. No dudo de que esos seis hombres vivieran muy agradecidos a Pedro por la oportunidad que les dio en esa ocasión. Yo me habría regocijado sobremanera si me hubiera sido permitido presenciar la conversión de toda una casa en que había ansia para conocer el Evangelio.
Ahora que Pedro está en el camino para Cesárea, volvemos a mirar a Cornelio, y encontramos que se ocupa en preparar a otras muchas almas para la bendición. No dejó de ansiar vehementemente una gran bendición para sí mismo. Sentía que estaba andando a oscuras y necesitaba más luz. Pero está igualmente ansioso de que otros reciban el mismo don que busca para sí mismo. Cuando llegó Pedro, Cornelio le estaba esperando, habiendo llamado a los parientes y los amigos más familiares (verso 24).
Al entrar en la puerta Cornelio le saluda con una reverencia tan profunda que Pedro tiene que protestar, y le levanta diciendo: "Yo mismo soy hombre también." Cuando entran en la casa Pedro encuentra que está ante una asamblea numerosa de familiares, amigos y vecinos. Son almas para las cuales Dios tiene una bendición. Luego Pedro comienza a comprender el significado de la visión, y hace referencia a ella en lo que dice primero: "Vosotros sabéis que es abominable a un varón judío juntarse o llegarse a extranjero; mas me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo; por lo cual, llamado, he venido sin dudar." Se ve que Dios le ha dado la clave para interpretar el enigma de su visión sobre el terrado. Al presentarse para cumplir con este mandamiento de Dios comprendió con claridad que la gracia de Dios iba a extenderse hasta los cabos de la tierra.
Comienza a examinar a Cornelio para saber cuál era su motivo en haberlo llamado. Es bueno permitir que el alma ansiosa de conocer a Dios exprese sus anhelos. Cornelio responde contando sus experiencias: "Hace cuatro días que estaba yo ayunando hasta esta hora: y a la hora de nona, estaba orando en mi casa, cuando he aquí, un varón se me puso delante, en vestido resplandeciente, etc." Era indicación clara de su condición espiritual, él que ayunaba a la vez que oraba, pues había quedado derramando su alma en súplicas delante de Dios hasta las tres de la tarde. Siguiendo su relato, cuenta cómo el ángel le dio instrucciones para llamar a Pedro, y agrega: "Ahora, pues, nosotros todos estamos presentes aquí delante de Dios para oír todo cuanto te ha sido mandado decir de parte de Dios." No sé de nada que anime más un auditorio de esta clase, ansiosos todos de recibir el mensaje. Pedro, antes de comenzar su predicación, sintió indudablemente que no había ni siquiera un indiferente o incrédulo en toda la compañía. Comprendió que todos y cada uno estaban presentes porque deseaban ardientemente comprender y recibir la verdad. "Estamos todos presentes para oír". ¡Magnífico auditorio! Los oyentes perturbados producen predicadores fervorosos. Le quiero preguntar, lector mío: ¿Le ha perturbado a Ud. alguna vez el estado de su alma? Los días de ansiedad tendrán que venir tarde o temprano, y mientras más antes, mejor para Ud.
Pedro comienza de esta manera: "En verdad yo percibo que Dios no hace acepción de personas, sino que en cada nación él que le teme y obra justicia es de su agrado." El problema de la evangelización es universal; dondequiera que se hallen almas ansiosas de conocer la verdad, allí va la gracia divina con su bendición. "La palabra que El envió a los hijos de Israel (predicando el evangelio de paz por medio de Jesucristo, el cual es el Señor de todos) vosotros la sabéis." El anuncio que aquel hombre de Galilea era Señor de los judíos, Pedro había confesado más de una vez, pero hasta estos momentos no había comprendido qué era "Señor de todo," es decir, de gentiles como también de los judíos. Ah, sí, amigo mío, Jesucristo es el Señor de todo, y ante Él todos tendremos que dar cuenta de nuestras obras.
En el versículo que sigue (38), Pedro declara la misma verdad comprensiva con que Mateo abre su evangelio: "Le llamarán Emanuel, quiere decir, Dios con nosotros." En el sermón de Pedro en la casa de Cornelio se anuncian tres grandes verdades: primero, que Dios está con nosotros (verso 38), en seguida, que Dios está por nosotros (verso 40-43), y por último, que Dios está en nosotros (verso 44-47). Dios con nosotros se revela en toda la vida de Jesús, "quien andaba por todas partes haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos del Diablo; porque Dios estuvo con Él. Y nosotros somos testigos de todas las cosas que hizo, tanto en el país de los judíos como en Jerusalén, a quien también dieron muerte colgándole en un madero." Pedro no acusa a sus oyentes de haber tenido parte alguna en ese crimen, pero no deja de declarar la verdad. "A Este" dijo Pedro, "Dios le resucitó al tercer día, e hizo que fuese manifestado, no a todo el pueblo sino a testigos que habían sido antes escogidos de Dios; es decir, a nosotros que comimos y bebimos con Él, después de que resucitó de entre los muertos." Esta es la declaración de la segunda gran verdad, a saber, que Dios está a favor de nosotros, pues a Aquel a quien los hombres rechazaron, Dios levantó y glorificó a su diestra.
No había modo de dudar del hecho de la resurrección, pues Pedro era testigo ocular de eso, habiendo comido y bebido con Él. Pedro no se olvida nunca del pedazo de pescado asado y de la miel de colmena que le habían dado en aquella noche, (Lucas 24: 42) ni tampoco de aquella lumbre en la playa del mar de Galilea con el pescado puesto encima, y pan, listos para él y sus compañeros después de la noche de trabajo. Pedro no dejaría de amontonar las pruebas hasta dejar convencidos a sus oyentes de que el Señor Jesús había vuelto a vivir después de su crucifixión y muerte. Enseñaría también cómo fue necesaria aquella muerte para satisfacer la deuda del pecado, al mismo tiempo que su resurrección era la evidencia palpable de su victoria sobre la muerte y sobre el poder de Satanás en nuestras vidas.
En el momento de su muerte Cristo terminó una obra que eternamente glorifica a Dios en su relación para con el pecado, y su resurrección es la prueba de que Dios quedó satisfecho con esa obra de su Hijo. Es la prueba de que Jesucristo era el Hijo de toda su complacencia, pero es también la prueba de que había dado a Cristo el poder sobre la muerte para los que estaban bajo su dominio, poniendo fin al poder de la muerte para molestar a los que son suyos. El dominio de la Muerte quedó aniquilado. Aun más: es su victoria como hombre sobre la muerte que le da el derecho de ser el juez de la humanidad (Juan 5: 21-27). Ahora, no es juez sino Salvador. "Y de Él como Salvador, todos los profetas testifican que todo él que creyere en Él, recibirá en su nombre la remisión de pecados."
Es bueno saber lo que viene antes del tiempo en que los hombres han de ser juzgados. Dios nos hace aquí dos revelaciones de su voluntad: primera, que el perdón se ofrece a toda alma que crea en su Hijo, y luego que se envía al Espíritu para hacer su morada en el corazón de todo creyente. ¿No es este un evangelio bastante amplio para abarcar a tales como Ud. y yo? ¿No es el perdón del pecado precisamente lo que Ud. más desea en el mundo? He aquí, Dios se lo ofrece en su Evangelio.
Cristo ha resucitado. Los hombres le mataron, dice Pedro, pero Dios le levantó y le ha constituido juez de los vivos y de los muertos, y antes de juzgar ofrece amnistía, y proclama que todo aquel que en Él crea, recibirá la remisión de pecados. Esta es la "palabra" que Pedro tiene que anunciar a su auditorio de almas sedientas de la verdad. Cornelio buscaba la luz, quería saber cómo había de alcanzar el perdón de sus pecados y cómo ser salvo de pecar. Había pedido el mensaje divino que Pedro traía, y estas son las palabras de vida para él y para todos: "Todo aquel que en Cristo cree recibirá remisión de pecados." ¿Cree Ud. en el nombre de Jesucristo, lector mío? ¿Está fiándose en el bendito Jesús para el descanso de su alma? Entonces tengo el derecho de declararle que el perdón es posesión suya.
Vamos a ver ahora lo que siguió a este anuncio de Pedro. "Mientras estaba aun hablando estas cosas, cayó el Espíritu Santo sobre todos los que oían la palabra." Recibieron la corroboración de su fe siendo investidos del Espíritu. ¿Cuál es la obra de Dios en el alma que queda así sellada por su bendita presencia? No son las dudas y los temores; no, el sello corrobora la fe. El Espíritu viene para disipar mis temores asegurándome de que Aquel que más tarde será el juez de la humanidad es ahora mi Salvador, habiendo muerto sobre la cruz para hacer posible mi salvación. Disipa mis dudas quitando mis ojos de la contemplación de mí mismo y volviéndolos sobre Jesús. En el momento en que comprendo perfectamente el valor de la obra que Él ha efectuado, gozo del descanso y de la paz.
Es bueno reiterar esta verdad. En el momento en que por el simple acto de la fe, clavo la vista en el Hijo de Dios, quien se ha revelado como el Hijo del hombre, derivo bendición de su persona y recibo todo el beneficio de la obra que Él ha obrado en su misión a la tierra. Tengo a la persona de Cristo para mi corazón y la obra de Él para mi conciencia. El corazón no puede descansar sino en una Persona: la conciencia no puede estar tranquila sino en la contemplación de una obra perfecta y acabada que vale para sí.
Ahora es importante notar cómo el anuncio de estas verdades se relaciona íntimamente con la bajada del Espíritu Santo. ¿Cuáles eran las condiciones que hicieron posible la bajada del Espíritu en el día de Pentecostés? Los discípulos allí reunidos habían creído en el Señor Jesucristo. ¿Cuál es la explicación del llenamiento de estos hombres de que acabamos de estudiar? Creyeron en el Señor Jesús. Oyeron de Él, de su vida, de su muerte, de su resurrección y del poder de su nombre, y por último de la remisión proclamada por medio de su obra expiatoria; con toda sencillez aceptaron lo dicho como la verdad, y Dios cumplió con su parte enviándoles inmediatamente al Espíritu Santo. No recibieron al Espíritu para ayudarles a creer, sino que Él se manifestó a ellos como un sello o prenda de su fe.
De la misma manera el Espíritu se ha dirigido a mí y se dirige a Ud. también, lector mío, para hacernos saber los hechos y los planes de Dios acerca de Jesucristo, y en el momento en que creamos en Él, recibiremos el perdón de nuestros pecados por la fe en Él. Inmediatamente su Espíritu viene y hace su morada en el corazón. El creyente recibe el sello de su presencia, no simplemente como una influencia que le da un poco de consuelo por el momento, sino dirigiendo inconscientemente todos sus pensamientos y sin interrupción. Él, como Consolador, mora en nosotros y nos asegura el fruto de nuestra fe y nos garantiza el disfrute de la gloria futura. Si Ud. compra cien cabezas de ganado, no es el hierro con que les marca lo que le asegura a Ud. que son suyas; pero la marca sirve para convencer a los vecinos y a otros de quién son. Fue el dinero pagado en efectivo, u otros valores lo que constituye la validez de su posesión. De la misma manera es la sangre de Jesucristo la que constituye el rescate que me ha redimido, la fuente en que me ha lavado y la luz que me ha librado de la obscuridad, trayéndome a Dios y haciéndome su hijo. Ahora ¿qué paso sigue en la obra de mi redención? El Señor derrama sobre mí su Espíritu Santo, como el sello que prueba que he sido redimido, y bendecido y posesionado de Dios. No es la posesión del Espíritu lo que me constituye el ser hijo de Dios sino la corroboración del hecho de que ya soy suyo.
En este sermón de Pedro descubrimos, pues, tres doctrinas: la primera es que Dios está con nosotros, es decir, manifiesto en la vida de Jesucristo. Luego, Dios está a favor de nosotros, como se ve en que permitió su muerte y logró su resurrección. Y por último, Dios está en nosotros, en que nos ha dado el don indecible del Espíritu Santo.
Muy lógicamente Pedro acepta la conclusión de estas doctrinas y declara que es imposible negar a estos los privilegios de los creyentes. "¿Puede alguno impedir el agua para que no sean bautizados estos que han recibido al Espíritu Santo también como nosotros?" No; pues, han sido perdonados y han recibido el sello en el derramamiento del Espíritu. No queda otra cosa que hacer sino abrirles también la puerta de la casa de Dios en la tierra. Aquí vernos cómo Pedro por segunda vez torna la llave del reino del cielo y abre la puerta a los gentiles. Como no tuvo potestad para admitir a los hombres a las puertas del cielo, sino al reino del cielo que está en tierra, en vista de la profesión que habían hecho, entiendo que el acto de abrirles la puerta consistió en que les administró el rito del bautismo.
Es igualmente claro de que el arrepentimiento no fue ausente en la experiencia de estos creyentes, antes de que Pedro hubiese llegado, pero esta experiencia no era suficiente en sí misma. Tan luego como recibieron el testimonio divino acerca del nombre y de la obra de Jesús, llegaron a saber que habían sido perdonados y que por lo tanto, eran salvos, puesto que la presencia del Espíritu Santo en sus corazones se manifiesta en cada nuevo acto de sus vidas. Semejante bendición es el privilegio de todo creyente hasta el día de hoy. Es posible que Ud. sepa también que ha sido perdonado y salvado en el momento en que Ud. cree en Jesús y acepta la obra que Él ha hecho a su favor, y Dios se lo revelará derramando de su Espíritu sobre Ud., poniéndole la marca que garantiza su obra y declara que Ud. es suyo para siempre.
Al regresar Pedro a Jerusalén, su acción fue severamente criticada por los demás. "Contendieron contra él los de la circuncisión diciendo: Tú entraste en sociedad de hombres incircuncisos, y comiste con ellos" (11:2). Llamado a cuentas, Pedro les expuso el suceso por orden, dando todos los detalles interesantísimos de su visita a la casa de Cornelio, y termina diciendo: "Y al comenzar yo a hablar, cayó sobre ellos el Espíritu Santo así como sobre nosotros al principio. Acordéme entonces de las palabras del Señor como había dicho: Juan en verdad bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo. Así que, si Dios les concedió a ellos el mismo don que concedió a nosotros que habíamos creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para que pudiese resistir a Dios? (verso 15-17). Tal argumento era irrecusable, y los que le oyeron callaron y glorificaron a Dios diciendo: "Luego a los gentiles también les ha concedido Dios arrepentimiento para vida."
Lo sucedido en Cesárea era de real importancia en la historia de la Iglesia. Esta ya se había establecido, pero la doctrina de su identidad como el cuerpo espiritual de Cristo no se había promulgado. La admisión de Cornelio y sus amigos en la Asamblea, aunque era un paso más en esa dirección, no fue interpretada luego como una prueba de la naturaleza verdadera y del destino sublime de aquella asamblea de cristianos. Pablo había sido llamado para desarrollar esa doctrina más tarde. En la visión que Pedro tuvo no le fue revelada la asamblea como el cuerpo de Cristo, ni entendió él nada de eso al recibir a Cornelio. Sin embargo, comenzó a comprender cómo Dios tenía en todas las gentes del mundo a algunos que le temían y que eran aceptables a Él. Comprendió también que ya no era necesario que el extranjero se hiciese judío, o prosélito, para poder obtener la salvación en Cristo y la entrada a su reino. Como hemos dicho, la verdad que el Espíritu une a los creyentes como miembros vivos al cuerpo espiritual, cuya Cabeza está en los cielos, no resultó inmediatamente de los eventos acaecidos en Cesárea. Sin embargo, eran de la mayor importancia en que prepararon el camino para la revelación de esta verdad que Dios comunicó a la Iglesia por medio de Pablo. Pedro no predicó esta nueva doctrina, aunque el caso de Cornelio era una ejemplificación palpable de ella. Reconoció el hecho en un caso sin pensar que lo mismo podría resultar en otra parte bajo iguales circunstancias. Pablo habla de esto como un misterio en su epístola a los Efesios: "que los gentiles sean juntamente herederos e incorporados, y consortes en Cristo por el Evangelio." (Efes. 3:6). Se concedió el arrepentimiento para la vida a los gentiles, y les fue dado el Espíritu como sello de ese perdón y en prueba de la eficacia de la obra de Jesús sobre la cruz, de la misma manera como los judíos, y Dios fue igualmente glorificado en un caso como en el otro. Los cristianos judíos podían cavilar y criticar esta acción de Pedro, pero los propósitos de Dios no deben ser resistidos, y es una señal del verdadero espíritu cristiano en ellos el que, después de escuchar las explicaciones de Pedro, glorificaron a Dios, alabándole por su gracia infinita en estos nuevos conversos.
Debe haber causado mucho placer a Pedro sentir
que sus compañeros aprobaron su proceder, pues,
como hemos visto, él era muy celoso en la observancia
de las costumbres de su pueblo. Se olvidaba de aquella
amonestación de la Escritura que dice: "el temor del
hombre trae un lazo" (Prov. 29:25). Lo que era ese
lazo hemos de ver más tarde.