Simón Pedro

Simón Pedro

W. T. P. Wolston

1892

El Día de Pentecostés y su Primera Predicación

Hechos 1, 2

El Evangelio de Juan termina con la escena que acabamos de describir, en la que los discípulos estaban gozando de la presencia de su bendito Maestro junto al mar de Galilea, y Pedro estaba muy contento con las manifestaciones que había recibido de su completa restauración al favor de su amado Salvador. En esa escena vimos cómo Pedro fue convertido en el siervo del Señor. Pasamos ahora al estudio de los primeros capítulos del libro de los Hechos, donde encontraremos a Pedro obrando bajo la dirección del Espíritu de Dios y cumpliendo con sus deberes como siervo al emprender una nueva misión gloriosa.

Podemos ahora hablar de dos Pedros: el que vimos en el patio del sumo sacerdote y el que hemos de ver en el día de Pentecostés. La diferencia entre uno y otro la hallamos en que el primer Pedro, el que neciamente negó a su Maestro, estaba lleno de amor propio, mientras que el segundo Pedro está "lleno del Espíritu Santo". Aquí tenemos una expresión bíblica que contiene una hermosa verdad que nos ayuda a comprender la operación de la gracia divina. Al hombre egoísta es necesario humillar, porque Dios no puede utilizar el egoísmo; mientras que al hombre humillado, y lleno del Espíritu Santo, Dios puede manifestar su gloria por medio de él. Cuando el Señor dijo a Pedro, al llamarle al discipulado, "desde ahora en adelante pescarás hombres", anticipaba esta hora hermosa de Pentecostés. Pero debemos notar que antes de pasar por el crisol de la prueba no cogió a ningunos, mientras que después, cuando fue lleno del Espíritu, cogió a tres mil en un día.

El autor de este libro de los Hechos de los Apóstoles, es el mismo que escribió el evangelio, "Lucas el amado médico" Podemos decir que los Hechos es el segundo tomo de la misma obra, porque está dedicado a la misma persona, el ilustre Teófilo. Vamos a fijarnos por un momento en la historia con que termina el último capítulo de Lucas. Los doce discípulos volvieron de Galilea a Jerusalén, y allí, en el aposento alto, el Señor se les apareció otra vez. Leemos que les dijo: "Estas son las palabras que os hablé, estando aun con vosotros: que era necesario que se cumpliesen todas las cosas que están escritas de mí en la Ley de Moisés y en los profetas y en los Salmos." En estas últimas palabras tenemos el nombre de toda la revelación divina dada a los hombres hasta entonces y que ahora llamamos el Antiguo Testamento. Por medio de este testimonio nuestro Señor pone su sello de aprobación sobre ese volumen sagrado, y si no lo aceptamos como las Sagradas Escrituras, es claro que no estamos de acuerdo con nuestro Señor Jesucristo. "Entonces les abrió el entendimiento para que entendiesen las Escrituras." ¡Qué iluminación tan hermosa! Antes de la venida del Espíritu Santo, Jesús mismo les abrió el sentido, y lo que les era un misterio y que los judíos nunca pudieron entender, les era ya la verdad más patente. Esta iluminación espiritual se manifestó luego en el nuevo concepto de las cosas que Pedro tenía y que reveló en su primer discurso (Hechos 1:16-22).

Hay una expresión que el Señor usó que debe haber tenido grande significación para los apóstoles. "Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese." El empuje de esta necesidad se originó en el amor de Dios que aceptó la muerte de su Hijo como el único medio de reconciliación con Él para el hombre pecador. No había más que un solo camino para que el pecador pasara por las puertas del cielo, y ese camino era la muerte de Aquel que no conoció pecado, el Hijo del hombre que tomó sobre sí voluntariamente el suplicio de la cruz. Como consecuencia directa de esta muerte y de su resurrección, era necesario "que se predicase en su nombre el arrepentimiento y la remisión de pecados entre todos las naciones comenzando desde Jerusalén." La orden del Señor fue que debían comenzar en el lugar más difícil, entre el pueblo que le había rechazado, entre los que le habían abofeteado y escupido y crucificado. La obra que comenzaba en ese centro se extendería hasta la circunferencia, hasta los últimos confines de la tierra. "Entonces el Señor los sacó fuera hasta cerca de Betania: y alzando las manos los bendijo, y sucedió que mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado arriba al cielo." Aquellas manos levantadas en bendición nunca se han bajado. Leemos en Éxodo 17 que cuando estalló la batalla entre Amalec e Israel, mientras Moisés tenía levantadas las manos, vencía Israel, y cuando las bajaba, vencía Amalec. Entonces Aarón y Hur sostuvieron las manos de Moisés. No es así con nuestro Jesús. ¡Bendito sea su nombre!, pues no tiene necesidad de que alguien le ayude a sostener las manos. Su bendición es continua porque su amor es eterno, y se deleita en sostener a los que luchan en su nombre.

Antes de pasar a la materia principal del libro deseo hacer un pequeño comentario sobre la introducción. En el evangelio de Lucas leemos que la obra se dedicó a su amigo, el "dignísimo Teófilo". No sé si Lucas había dejado de ser aristócrata en el intervalo de los dos escritos, pero vemos que en su segunda obra omite el titulo y escribe simplemente: "O Teófilo." Tal vez el cambio se había verificado en Teófilo, y en ese lapso no le ocupaban tanto la atención las cosas de títulos y rangos. El conocimiento de la historia del Cristo rechazado debe cambiar el punto de vista de todo cristiano, y cosas que son buenas en su lugar dejan de tener la importancia de antes en vista de cosas de mayor estima.

El libro de Lucas terminó con la Ascensión de nuestro Señor; la primera escena en el libro de los Hechos nos presenta el mismo cuadro con un poco más de detalles. Leemos primero que el Señor, después de su resurrección y antes de su ascensión, "se presentó a los discípulos por espacio de cuarenta días, hablándoles de las cosas concernientes al reino de Dios." Todo cuanto hizo, lo hizo "por el Espíritu Santo." Creo que estas manifestaciones de nuestro Señor nos sirven para indicar el estado en que se encontrarán los cristianos al pasar a la gloria del cielo; estarán llenos del Espíritu Santo y obrarán enteramente bajo su dirección. Pero creo también que debemos comenzar a entrar en esa relación ahora y "reputarnos en verdad muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús". Las Escrituras nos dicen que el Señor fue visto diez veces después de su resurrección, cinco veces el primer día de la semana y cinco veces después. Las apariciones ocuparon el espacio de cuarenta días. ¿Hubo algún significado especial en el número de los días? Algunos opinan que el período de cuarenta días representa en la Biblia el tiempo necesario para una prueba completa, así es que podemos decir que había el testimonio más amplio para atestiguar la realidad de la resurrección y el hecho de que Cristo vivía en medio de los discípulos durante ese tiempo, aunque no siempre le veían. El tiempo era bastante largo para refutar las negaciones de los incrédulos.

Al acabar esta época de prueba, el Señor les dio órdenes que no se apartasen de Jerusalén, sino que esperasen allí la promesa del Padre, la cual habían oído de Cristo (Hechos 1:4 y Juan 14-16). "Porque, dijo, recibiréis poder, cuando el Espíritu Santo viniere sobre vosotros, y seréis mis testigos, así en Jerusalén como en toda Judea y Samaria, y hasta los últimos confines de la tierra." Es importante notar los círculos más y más anchos que marcan la extensión sucesiva del Evangelio. Ya que los frutos de la Cruz y su obra de quitar la gran barrera entre Dios y los hombres podían ser ofrecidos a los hombres, el poder del Evangelio tenía que salvar todas las barreras humanas que procuraban impedir su progreso y extenderse como un río angosto cuyo lecho se desborda e inunda el campo en derredor. Comenzó en el lugar donde la culpabilidad de los hombres llegó a su colmo y donde la mancha era la más negra, y, ¡gracias a su santo Nombre!, llegó a nosotros los gentiles más lejanos, Amigo mío, si Ud. no conoce al Señor Jesús y no posee la salvación que Él nos ofrece en el Evangelio, permítame traerle la buena nueva ahora: hay salvación para Ud. hoy día, en estos momentos. Es menester que con diligencia atienda Ud. a las cosas que ha oído, "no sea que acaso las deje escurrir"; y si esto sucede, no le quedará más que una condenación eterna en ese día venidero.

Volviendo del Monte de las Olivas, los apóstoles se congregaron en el aposento alto en Jerusalén. Lucas vuelve a pasar lista, y otra vez vemos el nombre de Pedro al principio. ¿Qué hicieron durante los días de espera? Se ocuparon de la oración. No dudaban de la venida de la gran bendición que Cristo les había prometido, pero no por eso dejaron de orar. Aquí se encuentra una lección muy práctica para nosotros. Si esperamos que venga una bendición rica sobre nosotros o sobre cualquier grupo de inconversos en los que estamos interesados, es menester que mantengamos ese estado moral de comunión con Dios que sólo la oración continua puede producir. Si queremos que nuestra conducta diaria sea el mejor testimonio de las verdades de Cristo, es preciso que vivamos continuamente en una atmósfera de intercesión y ruegos.

Había un asunto, de administración a qué atender y vemos que Pedro se pone en pie entre sus hermanos para tomar la palabra. Dice: "Varones hermanos, era necesario que se cumpliesen las Escrituras" (y siguió citando los salmos 69 y 109), y que ahora se nombrara a otro para que fuera contado entre ellos y tuviera parte en este ministerio, "de1 cual cayó Judas para que fuese a su propio lugar." Era necesario que el nuevo compañero fuese escogido entre los que habían estado con los discípulos todo el tiempo "que el Señor entró y salió entre ellos." Son muy hermosas estas expresiones que indican los recuerdos gratos que tuvieron de su intimidad con el bendito Maestro, y especialmente del tierno afecto que siempre inundaba el corazón de Pedro al acordarse de su Salvador.

Entonces propusieron a dos, y para saber a cuál de ellos elegía el Señor, se valieron de la suerte, según la costumbre de los judíos, pues creyeron que bajo la dirección divina saldría la suerte según el designio de Dios. Si fue Pedro quien tomó la palabra en oración, expresó su firme convicción de que el resultado estaba en las manos de Dios y que estaban obrando de acuerdo con su santa voluntad. No dudo, pues, de que la elección de Matías recibió la aprobación de Dios.

Pasemos ahora al segundo capítulo. El evento que distinguió ese día entre todos los demás en la historia de la Iglesia es que bajó el Espíritu Santo, y comenzó su morada personal sobre la tierra, permaneciendo en los creyentes y en la asamblea. Esta es la verdad céntrica del Cristianismo. Por medio de la muerte del Señor Jesucristo se había abierto un camino de acceso al trono de Dios. El pecado se había deshecho, la tumba quedó abierta, la muerte fue nulificada como enemiga, y el Señor Jesucristo había ascendido a la diestra del Padre, en la forma de hombre y en representación de nuestra humanidad redimida, y recibió de nuevo al Espíritu Santo en el lugar de su exaltación, para que pudiera enviarle en su propio nombre a la tierra, a fin de reproducir la vida de Cristo en la vida diaria de cada uno de sus discípulos.

Así es que leemos que "de repente vino un estruendo desde el cielo, como de un viento recio, el cual hinchió toda la casa donde estaban sentados, y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, que se asentó sobre cada uno de ellos. Y todos fueron llenos del Espíritu Santo". Se llenó la casa y se llenaron ellos también. Esto indica que el Espíritu mora en el individuo que cree y mora también en medio del grupo de los creyentes. Es fácil perder de vista esta distinción, pero es una verdad de mucha importancia porque afecta directamente la vida de la Iglesia. La palabra "repartidas" puede ser entendida de dos maneras: (1) que se les apareció una llama de fuego la cual iba repartiéndose entre ellos y se asentó sobre cada uno de ellos; o (2) que se les aparecieron lenguas como de fuego que tenían sus puntas repartidas o divididas al arder. Si seguimos la segunda interpretación, la forma de las llamas indicaba, en mi opinión, el carácter universal del mensaje que los apóstoles tenían que proclamar, siendo el testimonio de Dios la herencia ya de todas las lenguas y no de los judíos solamente. La aparición del Espíritu en la forma de fuego era el símbolo del juicio destructor de Dios que se opone a todo aquello que no sea puro y que consume la inmundicia del orgullo, el egoísmo y de la impureza.

En la primera escena de este capítulo vemos la presencia del fuego reposando sobre las cabezas de estos doce hombres; en la otra escena, al fin del mismo capítulo, vemos el efecto del fuego obrando en las conciencias de tres mil hombres, compungiéndolos y humillándolos en arrepentimiento delante de Dios al confesar sus pecados y ser bautizados "al nombre de Jesucristo".

Fijémonos primeramente en la escena que inmediatamente sucedió. Leemos que todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas extrañas como el Espíritu les daba facultad de expresarse. (verso 4). No puedo menos que detenerme aquí un momento para notar el contraste entre esta escena y la que se describe en Génesis 11, en que los habitantes de Babel, a causa de su presunción y rebeldía contra Dios, fueron condenados a sufrir una confusión de lenguas que los esparció por toda la tierra. Mas estos hombres, obrando en perfecta obediencia al Hombre rechazado, el humilde Jesús, quien les había dado el ejemplo de la sumisión más absoluta y así había glorificado a Dios con su muerte, pasaron por una experiencia contraria a la de Babel en que fueron investidos de poderes especiales por el Espíritu Santo y hablaron lenguas que nunca habían aprendido, y dieron a saber a las gentes de muchas naciones la historia maravillosa de su Maestro Jesús. De ese medio extraño se valió el Espíritu para congregar a la gente en Jerusalén y preparar sus ánimos para recibir las buenas nuevas de salvación. Muy extraños, pero muy benditos, son los caminos de Jehová, el Dios de toda gracia.

Ahora vamos a ver lo que sucedió. Los que oyeron las predicaciones se quedaron atónitos y se dijeron unos a otros: "¿Qué significa esto?" Es posible que entre las personas que hacen la misma pregunta acerca de la religión en estos días haya algunos que son sinceros, que desean descubrir el plan de Dios para sus vidas, pero hay otros, como hubo entonces, que no son más que burladores. Que no se olviden éstos que si la gracia clama en las calles y los simples no oyen, llegará otro día "en que Dios se reirá de su calamidad" (Prov. 1:20-33).

Otra vez vemos que Pedro toma la palabra, y hablando en arameo dijo: "Varones de Judea y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio y prestad oído a mis palabras." Es admirable ver la transformación que ha habido en este hombre que, no hacía mucho, había desempeñado el triste papel de cobarde entre estos mismos hombres. Ahora habla en el pleno conocimiento del amor, de la gracia y del perdón de su Maestro, y no le amedrenta el mundo entero, porque su mensaje de salvación fue puesto a prueba primeramente en su propia experiencia, y no le cabe ninguna duda en cuanto a su eficacia. Sigue hablando: "Estos no están borrachos como vosotros pensáis, puesto que es tan solo la hora tercera del día, sino que esto es lo que fue dicho por el profeta Joel." El diablo proferirá cualquiera especie para anular, si es posible, el testimonio del siervo de Dios, pero casi siempre es fácil descubrir la necedad de su argumento. En este caso el reproche de los burladores no tenía fundamento, porque era la costumbre universal entre los judíos no desayunarse sino hasta después del sacrificio matutino, y por lo tanto nadie había comido y, mucho menos, bebido a esas horas. La verdadera explicación es que se ha cumplido en parte la profecía de Joel. Pedro se refiere a Joel, aunque no le cita textualmente. No dudo de que llegará el día en que se cumplirá la profecía en todos sus detalles, pero lo que más le importa a Ud., lector mío, es que no deje pasar esta oportunidad de obtener la salvación, porque si se le escapa ahora no la hallará en los días venideros. El que no acepta la salvación en el día de la gracia no será convertido aun cuando vea venir al Señor en su reino. El día de la bendición, el día grande e ilustre de que habló Joel, es el día de la salvación sólo para aquellos que no habrán oído antes la invitación de gracia. Los que la han oído y la han rechazado encontrarán que ese día es día de juicio y no de salvación.

En seguida Pedro les presentó el cuadro de su Maestro, el Salvador: "Jesús, Nazareno, varón aprobado de Dios entre vosotros por obras poderosas y prodigios y señales que hizo Dios por El en medio de nosotros, como vosotros mismos sabéis." Les llamó la atención al hecho de que ellos mismos eran testigos de su vida intachable y de su grande poder para prodigar favores y bendiciones a todos los hombres sin excepción de personas. Les recordó de ese hombre tan conocido, el más perfecto y bondadoso que jamás había vivido en el mundo, y luego los acusó de su crimen contra Él. Con gran osadía pone la culpa sobre sus cabezas. "A este, entregado por determinado consejo y presciencia de Dios, prendisteis, y por mano de hombres inicuos matasteis, crucificándole." La acusación es tan directa como terrible. Son culpables de haber dado la muerte a su Mesías, rechazando al mismo Hijo de Dios. Siete semanas antes el pueblo mismo tomó parte en la muerte de Cristo en que pidió a Barrabás, un ladrón y asesino, en lugar del Señor. Había gritado con vehemencia: "¡Quítale, crucifícale!" aun cuando el gobernador romano, Pilato, le declaró inocente y ofreció soltarle. No importa que diga Ud., lector mío, que no tomó parte con aquellos que gritaron "¡Crucifícale!" Si Ud. no se ha puesto abiertamente al lado de Cristo, es decir, si Ud. rehúsa aceptarle como su Salvador personal, será contado entre los que le han rechazado. Aquellos escogieron entre Cristo y el mundo, y todavía en estos días es la misma cuestión de escoger entre Cristo por un lado y el mundo por el otro. No importa que Ud. diga que no tomó parte con sus enemigos en clavarle sobre el madero; ¿qué dirá de los pecados que hicieron necesario ese sacrificio? ¿No es cierto que Él ha venido hasta la puerta de su corazón, llamándole y pidiéndole permiso para entrar? ¡Y Ud. le ha rehusado la entrada hasta ahora y le ha negado todo contacto con su vida! ¡Que Dios tenga misericordia de Ud. y no le abandone a sus pecados! La turba de gente en ese día gritaba diciendo: "¡Que sea crucificado!" ¡Que sea quitado de la tierra con todas sus pretensiones! Ahora ¿cuál es la actitud de Ud. hacía Cristo? Muchas veces Ud. se ha confrontado con sus demandas sobre su vida y con la necesidad de aceptarle a Él y rechazar el mundo, o de quedarse con el mundo y rechazarle a Él. ¿No ve Ud. que el hecho de que Ud. se encuentre todavía al lado del mundo es prueba de que en realidad le ha rechazado? ¿No ve Ud. que la solemne acusación de Pedro constituye cargos que no puede Ud. evadir?

Pero al Hombre que el mundo rechazó Dios levantó de entre los muertos, y le puso a su diestra sobre el trono. Es fácil que Pedro recordara también a sus oyentes con qué crueldad ejecutaron la sentencia de Pilato; cómo los soldados echaron suertes por sus vestidos antes de que la muerte cerrara los ojos de su Dueño; cómo al verle muriendo y en agonía los jefes de los sacerdotes pasaron meneando las cabezas; cómo tuvieron miedo aún de su cadáver y mandaron poner un sello y una guardia en la tumba, cómo después, cuando hubo el temblor y la vieron vacía, pagaron dinero a los soldados romanos para que circulasen una mentira que los comprometía en su honor de soldados; cómo durante las últimas siete semanas habían procurado que el público creyese la mentira. Todo eso Pedro les diría, pero su mensaje principal fue que Cristo no estaba muerto, que Dios les había dado permiso al fin para dar su testimonio personal de su resurrección y vida; aun más, que, siendo Jesús el Hijo de Dios no fue posible que le sujetase el poder de la muerte. Si pasó por las puertas de ella, era con el fin de salir otra vez victorioso y con poder para librar de ella a todos los suyos.

En defensa de estas declaraciones Pedro citó las palabras de David en el Salmo 16, indicando que la referencia no podía ser histórica, es decir, aplicable a David mismo, quien había muerto a su tiempo, sino profética de la resurrección del Hijo de David, el Señor Jesucristo. David, hablando en el Espíritu, había dicho: "No dejarás mi alma entre los muertos ni permitirás que tu Santo vea corrupción." El cuerpo de David sufrió la corrupción, más el del Señor Jesucristo no la sufrió. La muerte no le pudo detener. Era parte del plan de Dios cuando dio a su Hijo para quitar el pecado, que sufriera la muerte por mano de hombres inicuos y por medio del sufrimiento deshiciera el pecado, cuya presencia en el mundo había hecho necesaria su muerte. Mas como vino la muerte por el pecado, así se quitó el pecado por medio de la muerte, y al Hombre que murió­- ¡y murió por mí! - Dios le ha levantado de entre los muertos, y de ese hecho Pedro y los demás se presentaron como testigos. Amigo mío, si Ud. duda todavía, y si quiere saber la verdad, le recomiendo que busque a doce hombres que testifiquen personalmente que existe un Salvador resucitado. Los hay muchísimos, y no son difíciles de encontrarse.

Ahora Pedro va llegando a la conclusión de su argumento. Dice: "Siendo pues por la diestra de Dios ensalzado, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que veis y oís. Porque David no subió a los cielos, empero él dijo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que yo ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. Sepa pues ciertísimamente toda la casa de Israel que a este mismo Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios ha hecho Señor y Cristo." La obra de la redención se ha acabado; el poder de Satanás ha sido quebrantado, y el Espíritu Santo ha descendido a la tierra, donde se encuentra en medio de nosotros a fin de hacernos saber que el Señor, el Mesías, ha tomado su lugar sobre su trono, no en la tierra sino en el cielo, donde tiene que reinar hasta que haya subyugado a todos sus enemigos y haya recogido a si a todos los suyos. ¿Ud. se encuentra entre éstos, amigo lector, o en el primer grupo? Pedro no vaciló en hacer patentes los contrastes entre la casa de Israel y el plan divino. Los judíos pusieron a Jesús en una tumba; Dios le colocó sobre un trono a su diestra en gloria, donde está todavía y donde permanecerá hasta que todo se haya sujetado a Él. Pedro abrió en ese día la puerta del reino de los cielos y enseñó al Rey sentado sobre su trono en los mismos cielos. Pedro había sido encargado de abrir en ese día una hoja de la puerta para la entrada de los judíos, y lo hizo sin saber lo que sería el resultado. Empero, "fueron compungidos de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: "¡Varones hermanos! ¿qué haremos?" Reconocieron su equivocación su falta y su pecado, y al mismo tiempo las terribles consecuencias de su crimen, y en contestación a su pregunta Pedro anunció el único remedio: "Arrepentíos y sed bautizados cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para la remisión de vuestros pecados." En otras palabras, Aplicad la verdad directamente a vuestras propias personas, y haced el acto que pondrá en evidencia la sinceridad de vuestra convicción, y "recibiréis el don del Espíritu Santo". Si hacéis la misma confesión de pecado que yo he hecho, recibiréis la misma prueba de la gracia divina que yo he recibido. "Porque la promesa es para vosotros, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos de Él, para cuantos llamare el Señor nuestro Dios." Esta es la promesa que se extiende hasta los gentiles. Dios es soberano en la repartición de su gracia, y cuánto le debemos adorar y bendecir porque esta promesa no conoció limitaciones ningunas, y ha alcanzado hasta nosotros que estuvimos muy lejos.

Otra palabra que agregó Pedro fue esta: "¡Sed salvos de esta perversa generación!" ¿Cómo puede uno salvarse? Viniendo a Jesucristo, separándose del mundo que "yace en el pecado." Él que se hace cristiano tiene que romper sus relaciones con el mundo que le rodea.

Este magnífico discurso de Pedro, que el Espíritu mismo puso en su boca, obtuvo los resultados deseados. "Entonces los que recibieron su palabra fueron bautizados, y fueron añadidos al grupo de los creyentes aquel día como tres mil almas." Era en verdad una pesca milagrosa, y nos imaginamos que Satanás se arrepintió de la parte que tuvo en preparar a este obrero para su misión de predicador.

Deseo detenerme otra vez para notar un contraste muy importante entre el dominio de la ley y el de la gracia. En el día en que Moisés bajó del monte trayendo las tablas que contenían la ley de Dios, encontró que esa misma ley había sido violada, y obrando con la energía necesaria, llamó a los levitas fieles, quienes ejecutaron la sentencia de muerte sobre tres mil que habían violado el pacto sagrado. (Éxodo 32:28). En el día en que el Espíritu Santo bajó del cielo para dar eficacia al testimonio que corroboraba la resurrección y la ascensión del Salvador, tres mil almas recibieron la bendición de nacer de nuevo en el reino y ser salvos, tres mil se presentaron como testigos en favor del Cristo, juzgándose reos de Su muerte al reconocer la verdad en cuanto a Él, y recibiendo el perdón al confesar sus pecados y el don del Espíritu al entrar en el nuevo reino.

La parte más importante de esta historia sigue: "Y continuaban perseverando todos en la enseñanza de los apóstoles, y en la comunión unos con otros, y en el partimiento del pan y en la oración." ¡Qué cuadro tan hermoso! Creo que en ningún caso los negocios y los quehaceres domésticos de la vida interrumpieron la participación regular en esas reuniones, y todos tomaron parte en todas las actividades de la asamblea. Tanto gozo sintieron en sus nuevas relaciones espirituales y tan felices estaban en la seguridad de la gracia divina que se reunieron todos los días. Y el Señor añadía a la Iglesia los que se iban salvando de día en día.

¡Cuán grandes victorias fueron ganadas por ese buen uso de la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios, en la mano del humilde Pedro! ¡Cuán buen uso hizo de las llaves del reino de los cielos! Ahora, lector mío, mi ruego a Dios es que Ud. también se cuente entre estos tres mil y que crea en el Salvador; que le reciba y reconozca como su Señor, para que sienta el perdón de los pecados y para que tenga el don del Espíritu Santo que desea morar en su corazón, dándole la prueba más íntima y más inequívoca de la realidad de esa reconciliación bendita.