Simón Pedro
W. T. P. Wolston
1892
La Transfiguración y el Tributo
Mateo 17
En el capitulo anterior vimos cómo nuestro Señor, después de hablar del reproche y de la vergüenza que aguardaban a los que se afiliaran con Él en su humillación, los procuró consolar haciéndoles dirigir sus miradas hacía el futuro. Les dijo: "Porque el Hijo del Hombre ha de venir en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces dará a cada uno conforme a su obra." Estas obras han de ser las que se llevan a cabo en su nombre aquí en la tierra. Si faltamos en nuestra lealtad ahora, Él tendrá que retirar su recompensa después, y la pérdida le causará tristeza a Él como también a nosotros. Pero esto nos debe servir de estímulo para trabajar mientras tengamos fuerza y haya oportunidad.
Termina su discurso con palabras muy significativas aunque algo obscuras. "En verdad os digo: Hay algunos de los que están aquí que no gustarán la muerte hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino." La interpretación de este pasaje presenta algunas dificultades. Sabemos que hasta la fecha no ha venido su reino. ¿Cómo pues pudo decir que algunos de los presentes le verían antes de que muriesen? Sabemos que todos ellos murieron a su debido tiempo. A fuerza la referencia es a algo que iba a suceder durante la vida de ellos y también durante la vida humana de Él. Por esto creo firmemente que hallamos la solución en el incidente registrado inmediatamente después en todas las narrativas evangélicas (Mateo 17; Marcos 9; Lucas 9).
Tres de los que estuvieron presentes durante la primera conversación y que presenciaron la transfiguración tuvieron una representación figurada del establecimiento del reino. Para probar que esta escena tan misteriosa en la montaña puede ser interpretada como acabo de indicar, llamo la atención del lector al comentario que Pedro mismo nos da del incidente en su segunda epístola (1:16-18), donde nos dice: "No fuimos seguidores de fábulas ingeniosamente compuestas cuando os dimos a conocer el poder del advenimiento de nuestro Señor Jesucristo, sino que fuimos testigos oculares de su majestad. Pues recibió de parte de Dios Padre honra y gloria, cuando una voz vino a Él desde la excelsa gloria diciendo: Este es mi Hijo amado en quien tengo mi complacencia. Y nosotros oímos esa voz que venía desde el cielo, puesto que estuvimos con Él en el santo monte." Es muy evidente que Pedro se refiere aquí a la experiencia que tuvo en la montaña a fin de explicar su naturaleza. ¿En qué consistía la transfiguración? Pedro dice que "eran testigos oculares de su majestad." Se llenan todas las condiciones para dar cumplimiento a las palabras del Señor cuando dijo que algunos de ellos no gustarían la muerte hasta que vieran al Hijo del Hombre viniendo en su reino. La transfiguración es una visión en miniatura que prefigura el advenimiento en gloria del Señor Jesucristo. El Señor había sido rechazado, pero iba a volver a la tierra con poder para establecer su reino. Escogió a tres de sus discípulos para presenciar un símbolo profético de ese advenimiento. Como cuadro en miniatura era perfecto en sus detalles. Moisés está presente en representación de los que han muerto y bajado a la tumba y que serán levantados por el Señor. Elías representa a aquellos que no morirán, sino que serán arrebatados al aire, y transformados para encontrar a su Señor cuando venga por sus santos. Pedro, Santiago y Juan representan a los santos que seguirán viviendo en la tierra durante el milenio.
Esta narración se encuentra en los tres evangelios sinópticos. Juan no habla de la escena; su evangelio se llena de referencias concernientes a la gloria moral del Señor. Mateo, Marcos y Lucas, al referir esta historia de la gloria manifiesta en su transfiguración, dan cada uno idea un poco diferente. Primeramente hay una diferencia en cuanto a la fecha. Lucas dice: "Y aconteció que como ocho días después de estas palabras" (9: 28). Mateo y Marcos dicen: "Después de seis días." ¿Habrá aquí una discrepancia? No, es simplemente la diferencia en el punto de vista judío y lo de los gentiles. Mateo, escribiendo a los judíos, quienes consideraban el sábado como día de gloria, dice "después de seis días." Lucas, pensando en la cronología ordinaria de los griegos y romanos, dice "como ocho días después." Mateo cuenta los días que intervinieron; Lucas incluye el primero y el último día. No hay discrepancia aquí, como no hay tampoco en los otros pasajes de la Escritura donde aparecen contradicciones. Todos estos errores se encuentran en la mente del que lee y no en la Escritura misma.
Cuando el Señor llevó a los discípulos a la montaña ya había anochecido, y parece que ellos estaban cargados de sueño. Lucas tiene la frase: "mas habiendo sacudido el sueño, vieron su gloria y a los dos varones que estaban con Él." Sin duda la manifestación trascendental de gloria había comenzado, y los discípulos la presenciaron en sus últimos momentos. El objeto del Señor al subir la montaña era darse a la oración, y mientras estaba ocupado el Maestro de esa comunión íntima con el Padre, pasaron las horas, y los tres se durmieron. Mientras dormían, toda esta gloria excelsa, que resultaba de su comunión con el Padre, resplandecía en derredor del humilde Hijo del Hombre. No me parece que ese resplandor era la gloria esencial y divina de su ser en su naturaleza divina que durante estos momentos traslucían el velo delgado de su humanidad y que hasta ahora había sido ocultada de los ojos de los hombres. No, era la gloria que había adquirido como la paga de su perfecta humillación y que ahora recibe su reconocimiento celestial.
Al despertarse los discípulos, Pedro es el primero y el único que habla, y otra vez vemos cómo su mente está lejos de una exaltación espiritual que le hubiera puesto en comunión con el Padre en esta manifestación trascendental en honor de su Hijo, y que iluminaba la escena más que los rayos del sol. Pedro ve a los otros dos, Moisés y Elías, y habla desacertadamente, como veremos después.
Es imposible imaginar cómo era la gloria de esa visión. Mateo dice: "Jesús se transfiguró delante de ellos: y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos fueron blancos como la luz" (Mateo 17:2). Marcos dice: "Y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos como la nieve; tanto que ningún lavador en la tierra las puede hacer tan blancas" (Marcos 9:3). Lucas dice: "Mientras oraba la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido se tornó blanco y resplandeciente" (Lucas 9:29). Al estar ya bien despiertos, los tres hombres ven a su Señor transfigurado, pero al mismo tiempo reconocen la presencia de Elías y Moisés que están hablando con Jesús. Es digno de notarse que la forma cambiada de Jesús no extraña a los dos visitantes celestiales que le ven en la tierra por primera vez sino a los discípulos que le conocieron íntimamente. Pobre Pedro, habla desatinadamente en que quería honrar a los visitantes igualmente con Jesús. Los dos hombres representaron dos movimientos en la historia de los judíos. Moisés les había dado la ley, Elías la reforma. Moisés había muerto, y Dios mismo le había enterrado en Nebo. Elías, por otra parte, no murió sino que había sido arrebatado al cielo en un carro de fuego (2 Reyes 2:11). Su misión había sido reprender a un pueblo reincidente y traerlo a la obediencia de la ley que habían abandonado; mas fracasó en su empresa y tuvo que huir hasta Horeb, de donde había salido la ley, y "pidió para sí la muerte diciendo: ¡Ya basta, oh Jehová, quítame la vida; porque no soy yo mejor que mis padres!" (1 Reyes 19:4). Pero Dios le contestó diciéndole que no le tocaba morir sino que le llevaría al cielo sin morir. Ahora el legislador y el reformador aparecen juntos con el Mesías en el monte de gloria, y la última parte de su conversación trataba del "éxodo" que Jesús tenía que verificar en Jerusalén. No hablan de su gloria ni de su reino sino el tema que más ocupaba la mente de Cristo, a saber: su obra de poner su vida en propiciación por los pecados y la redención de los que creyeran en Él. Es hermoso ver cómo, en la compañía de Cristo, el corazón aprende cuáles son los temas de verdadera importancia.
Como hemos dicho, este cuadro puede ser considerado como una representación en miniatura del reino venidero del Señor Jesús. Su aspecto celestial está representado por la persona de Moisés, el que había muerto y que había de ser resucitado; Elías prefigura a aquellos que serán redimidos sin la necesidad de morir. De estas dos clases se compondrá la compañía de los que formen el cuerpo de Cristo, algunos resucitados y otros arrebatados al cielo a la segunda venida de Él. En el grupo de los tres discípulos tenemos representado el aspecto terrestre del reino, porque habrá santos en la tierra cuando se inaugure el milenio, y aunque no ocuparán la posición más elevada, sin embargo se gozarán de la gloria del Hijo del Hombre cuando Su reino será establecido.
En esta escena Moisés y Elías se ocupan enteramente de Jesús, y no nos dejan ningún mensaje, pero aprendemos del evento que el reconocimiento personal y la identificación de los individuos será uno de los privilegios de los creyentes en el día del reino, sea entre los que son del primer grupo o del segundo, aunque mucho de lo que distingue a los hombres el uno del otro aquí en la tierra dejará de existir. Por eso hemos de dar gracias a Dios. Es posible que nos reconozcamos aun cuando nos ocupemos completamente de la presencia y la persona del mismo Señor.
Vemos que Pedro no está en una actitud de arrobamiento y contemplación al sentir la gloria excesiva de la escena en que se ha introducido tan repentinamente. Toma la palabra para decir: âMaestro, bien será que nos quedemos aquí y hagamos tres enramadas; una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías". Lucas agrega el comentario: "sin saber lo que decía." Marcos explica su confusión diciendo "que estaban espantados." De ninguna manera conviene al creyente hablar tocante a las cosas de Dios a no ser que tenga la seguridad de que posee "la mente del Señor."
Moisés y Elías hablaban con el Señor tocante a su "salida" y del modo como se iba a verificar cuando Pedro, "sin saber lo que decía," mas entusiasmado con la visión de tres personajes tan distinguidos juntos en conferencia, desea que se prolongue la entrevista y exclama: "Si tú quieres, hagamos tres enramadas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". Además de cometer la grande equivocación de estimar como iguales a los tres que estaban juntos, interrumpe un acto en el drama sublime que iba a verificarse en estos momentos y se encuentra en la posición peligrosa de estar hablando cuando Dios quiere hablar. Inmediatamente "una nube de luz les hizo sombra, y he aquí una voz salía de la nube que decía: "Este es mi Hijo amado en quien tengo mi complacencia. ¡Oídle a Él!"
Pedro piensa de alguna manera por la cual puede prolongar la entrevista entre el Mesías, el legislador y el profeta. Está pensando en sí mismo, por esto vuelve a caer bajo la misma influencia que le movía a reprender a su Señor ocho días antes. Este mismo Pedro que hace poco había caído a los pies de Cristo en adoración, diciendo: "Tú eres el Hijo del Dios vivo," ahora obra como si Cristo fuera una persona ordinaria y sus visitas los personajes distinguidos. Por lo menos trata a Cristo como si no fuera en nada superior a estos mensajeros del cielo. El Padre no podía soportar semejante ultraje a su Hijo bienamado, y de repente "una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube que decía: Este es mi Hijo amado en quien tengo complacencia; a Él oíd." (verso 5). La nube de luz tenía su parte en la historia de los Israelitas. Era la señal de la presencia de Jehová. Moisés y Elías desaparecieron detrás de esa nube que es para nosotros la casa del Padre.
Aprendamos aquí una lección importante. El día de Moisés había pasado; la voz de fuego del profeta ya se había callado mucho tiempo ha; pero hay Uno que permanece, en quien el Padre tiene toda su complacencia, y acerca de quien nos manda decir: "Oídle." Se había oído una voz desde el cielo en el día de su bautismo. Entonces no era necesario decir: "oídle," porque la disposición de desoírle no se había manifestado en aquel entonces. Pero en esta ocasión, cuando la oposición de los incrédulos y el celo errático de un discípulo le levantan rivales que procuran rebajar su alto rango, se oye la voz del Padre en tono de autoridad diciendo: "Oídle."
En estos últimos días se oyen las voces de los hombres demandando, no que se hagan tres enramadas, sino dos; porque es la tendencia del tiempo poner la ley en el mismo nivel con Cristo. Esta escena sirve para corregir tales errores. Toda la verdad se encuentra concentrada alrededor de la persona de Cristo. La ley es la expresión de las demandas de Dios sobre el hombre, pero el día de la ley ha pasado. En su lugar tenemos la plena y perfecta revelación de la verdad en cuanto al carácter de Dios y en cuanto a la relación bendita entre Él y su Hijo que son los frutos de la redención llevada ya a su feliz terminación. Por esto el apóstol Pablo proclama el evangelio diciendo: "No estáis bajo el sistema de la ley, sino bajo el sistema de la gracia" (Romanos 6:14). Tenemos el privilegio ahora de escuchar directamente a Jesucristo y a Él solamente. ¿Así estamos haciendo? ¿Estamos "ofreciéndonos a nosotros mismos" para ser conducidos por su dulce voz hasta el lugar de intimidad y comunión con el Padre?
En este incidente tenemos que confesar que Pedro no se distinguió por su buen tino. Moisés era el legislador, pero la ley no sirve para la salvación. Elías era el reformador, pero la reformación no es bastante para obtener la salvación, sólo Jesús, el Hijo de Dios, puede salvar. ¡Bendito sea su nombre! Él salva a todos y a cada uno de los que a Él vengan. ¿No quiere Ud. venir a Él, amigo mío? Dios mismo nos habla diciendo: "Oídle." No hay más que una voz autoritativa a la cual debemos escuchar ahora, y es la voz del Hijo bendito del Padre. Óigale Ud.
"Oyendo estas palabras los discípulos cayeron sobre sus rostros y temieron en gran manera, mas Jesús, llegándose, los tocó, diciéndoles: Levantaos, y no temáis." No había nada por qué tener miedo. Alzando la vista a "nadie vieron sino sólo a Jesús." Ahora nadie tiene que temerle a Él. ¿Ha oído Ud. su voz llamándole en esos acentos tiernos de invitación, amigo lector? "La hora viene, y ahora es, en la que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que oyen vivirán." Dios conceda que Ud. escuche esa voz en estos momentos, y creyendo en Él tenga vida. La voz de Moisés podrá servir para despertar a los indiferentes, la de Elías para conmover y traerles la convicción de pecado, pero es la voz de Jesús la que trae perdón y paz al corazón afligido.
Pedro se aprovechó de la reprensión, porque vemos cómo en sus epístolas se regocija en Cristo como su único oráculo divino. Al citar esta escena habla de la voz "traída desde el cielo," y repite las palabras: "Este es mi Hijo muy amado en que tengo mi complacencia," pero no agrega la otra palabra: "Oídle," porque en realidad su corazón ya está en comunión con Dios. Cuando Dios habla del Objeto que llena por completo su corazón de alegría y satisfacción, el corazón de Pedro late en completa armonía.
Nos parece extraño que los discípulos fueran sobrecogidos de temor al ver venir la nube que envolvía a Moisés y Elías. No había necesidad de temor porque ya hemos aprendido que mientras más nos acercamos a la presencia de Dios para morar allí, más contentos estamos; la lección que más les convenía aprender en esos momentos era que aunque los otros fueron quitados de su vista, Jesús no fue arrebatado por la nube. Cuando levantaron los ojos, "a nadie vieron sino sólo a Jesús." ¡Ah, esto es una expresión de una verdad muy dulce para nosotros! La partida de Moisés y de Elías no nos va a afectar mucho, porque si Jesucristo permanece, tenemos todo cuanto pueda desear el corazón.
Lector mío, ¿ha descubierto Ud. este secreto de permanecer con Cristo solo, no teniendo más que a Él como su tesoro supremo? ¿O hay otra persona u otra cosa que Ud. estima absolutamente esencial para asegurar la felicidad? Sí es así, ¿qué hará en aquel día en que vendrá la separación? Su corazón va a quedar absolutamente desconsolado, porque no ha descubierto el secreto de la paz en la presencia de Jesús, el incomparable Consolador y Amigo.
Si tiene Ud. a Cristo en los días alegres, será su primer consuelo en los días oscuros. El desenlace vendrá, quién sabe cómo y cuándo, pero si tiene a Jesús, es imposible que esté enteramente sin consuelo y esperanza.
"Y cuando bajaban de la montaña, les mandó Jesús diciendo: No digáis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos." Entonces, le preguntaron "qué seria el levantarse de entre los muertos" (Marcos 9:10). Su duda no fue acerca de la resurrección de los muertos. Todos los judíos tenían ideas muy fijas en cuanto a esa doctrina de la final resurrección. Pero Cristo hablaba de su propia resurrección de en medio de los muertos, siendo las primicias de la resurrección como señal del favor de Dios y la esperanza de los que "duermen en Él."
La lección que Pedro aprendió en el monte acerca de la gloria excelsa y del valor de la persona de su Maestro, recibió su corroboración más tarde. Más detengámonos un momento para discutir otro incidente en conexión con el dinero del tributo, del cual habla Mateo en los últimos versículos de este capítulo. Hemos notado que la ciudad de Capernaum tenía la distinción de ser llamada "su propia ciudad" (Mat. 9: 1). Los impuestos se recaudaban en el lugar donde uno tenía su residencia. Este tributo no era un impuesto romano sino una contribución de dos dracmas o medio siclo, que todo judío tenía que pagar para el sostén del templo. Los recaudadores del tributo se acercaron a Pedro y le preguntaron si su Maestro estaba dispuesto a pagarlo (verso 24). La pregunta equivalía a decir: ¿Es su Amo un judío leal? 'Mi Maestro es un buen judío' - exclama el impulsivo Pedro, - ¿Quién se atreve a negarlo? Inmediatamente Pedro toma la responsabilidad personal de la paga, y contesta que si a la pregunta del recaudador. Esta conversación se verificó en la calle cuando el Señor no estaba presente; y cuando Pedro entra en la casa, el Señor le demuestra un conocimiento superior a los de los hombres, declarando de antemano lo que había en la mente de su discípulo.
Sin esperar que Pedro presente el asunto que trae entre manos, el Señor le pregunta: "¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra ¿de quiénes cobran el impuesto, o el tributo, de sus hijos o de los extraños? Y diciéndole él: de los extraños; Jesús le dijo: Luego los hijos están exentos." ¿Cuál es esta distinción que nuestro Señor desea establecer entre los hijos y los extraños? Seguramente el gran Rey a quien se refiere es Dios. ¿Quiénes son los hijos de Él? Sabemos que Cristo mismo sólo merecía ese titulo. Más, de lo que Jesús dijo en seguida aprendemos esta nueva verdad: que Pedro está puesto en la misma categoría con su Maestro y los dos se consideran los hijos del gran Rey. Para indicar esta identidad, le dice: "Sin embargo, para que nosotros no les demos motivo de escándalo..." Aquí me detendré para no dejar pasar otra lección hermosísima que se encuentra en esta actitud del Maestro. Muchos dicen: es necesario demandar mis derechos, etc. Él que asume esa actitud no tiene el apoyo del Maestro. Él era el Hijo del gran Rey, y por lo tanto estaba libre de la demanda legal. "Empero," dice, "para que no les demos motivos de escándalo, vete y echa un anzuelo en la mar y toma el primer pez que subiere; y abriéndole la boca, hallarás un siclo; tomando eso, dáselo por mi y por ti." La moneda era suficiente para satisfacer la demanda legal para los dos.
El "stater" era una moneda griega cuyo valor era cuatro dracmas, la suma necesitada. Pero en el hecho de que había una sola moneda, el Señor se identifica con Pedro en este negocio. Además, demuestra su perfecto conocimiento de la mente de Pedro y lo que había sucedido fuera de la puerta. Demostró su poder para dominar cualquier situación, porque dirige los movimientos del pez para que entregue el dinero. Le obedecen "las aves del cielo y los peces del mar y cuanto pasa por las sendas de los mares," como dice el salmista (Sal. 8). Como Hijo del Hombre, en el momento oportuno envía sus direcciones, y los peces satisfacen sus necesidades. Pero en este acto no obra por sí solo. Es muy hermoso ver cómo provee por las necesidades de Pedro. De esto aprendemos la hermosa lección, que todos estamos unidos a Él, identificados con Él, y hemos de andar con Él en esta vida, y podemos estar seguros de su soberana y sabia dirección. Las lecciones que Pedro aprende en esta ocasión son muy preciosas e igualmente útiles para nuestras almas si tenemos el espíritu para aprenderlas y aprovecharlas y andar con Él dondequiera que nos lleve. El Señor nos ayude a hacerlo por el amor de su nombre.