Simón Pedro
W. T. P. Wolston
1892
Las Preguntas de Pedro
Lucas 12, Mateo 18, 19, etc.
La ingenuidad se revela siempre en las preguntas que uno hace. El gran número de preguntas que Pedro propone al Señor, y que bajo la dirección del Espíritu Santo se encuentran registradas en los cuatro evangelios, son el mejor indicio de su carácter como hombre sencillo y sincero. Demuestran también que él escuchaba con atención los discursos de su Maestro y que reflexionaba seriamente sobre las nuevas verdades celestiales que llegaban a sus oídos diariamente. Hemos visto ya que había mucho en el ministerio de Jesús que no podía comprender; pero estos misterios servían solo para despertar su mente a mayor actividad, como se ve en las preguntas bruscas con que frecuentemente interrumpía la instrucción de Jesús. Pero debemos notar, al mismo tiempo, que sus preguntas no son superficiales sino que emanan de una profundidad de reflexión que nos obliga a revisar los conceptos que primero habíamos formado acerca de su carácter. Muchas de estas preguntas tratan del mismo asunto y sirvieron para dar forma a enseñanzas muy preciosas por parte del Maestro. Vamos a estudiar algunas de ellas, procurando seguir el orden cronológico, hasta donde sea posible determinarlo por las narraciones de los evangelios.
RESPONSABILIDADES Y RECOMPENSAS
1a pregunta: "Pedro entonces dijo: Señor, ¿dices esta parábola a nosotros o también a todos?" (Lucas 12:41). Nos conviene primero determinar el significado exacto de la palabra parábola. Algunas veces se usa este vocablo en la Escritura para indicar "una verdad expresada con obscuridad o en la forma de una figura." Por ejemplo el salmista dice: "Inclinaré mi oído a parábolas, haré patente con el arpa mi enigma" (49:4). "Abriré mi boca en parábolas, hablaré cosas reservadas de antiguo" (Salmo 78:2). Es evidente que Pedro califica las enseñanzas hermosas de Cristo que acababa de darles en esta ocasión como enigmas o enseñanzas obscuras: No se encuentra nada en esta enseñanza que nos parezca dudosa o difícil de interpretar, porque son declaraciones claras que Jesucristo anuncia con respecto al carácter de su reino venidero. Pero debemos tener presente que los discípulos no tenían la clave para la interpretación espiritual de estas verdades, porque el Espíritu Santo no se les había dado todavía. Vamos a repasar las figuras en que el Señor reviste su lenguaje para gozar de nuevo de su belleza.El evangelista Lucas, al registrar los hechos y las escenas del ministerio de Jesús, procura agruparlos en derredor de alguna idea central para formar un cuadro completo de enseñanza. No se siente obligado a seguir siempre el orden cronológico. Mateo escribe Siempre en vista de la relación directa del mensaje de Cristo con los problemas nacionales de los judíos. Marcos se ocupa de registrar los eventos en su orden cronológico. El tema del capítulo once de Lucas es el rechazamiento de Jesucristo por la nación. En el capítulo que sigue y que estamos estudiando, coloca a Jesús fuera de su lugar actual en la historia, y le considera como ausente de la escena y dirigiendo a sus discípulos por medio del Espíritu para que su testimonio fiel sea una reprensión constante a todos los moradores de la tierra que han seguido viviendo en oposición a sus preceptos. Sus temas principales son las asechanzas del mundo contra las cuales los discípulos tendrían que defenderse y la ayuda invisible que Él les prestaría en el momento de su necesidad. Habla también de su relación para con los suyos al volver en su gloria. Podemos hacer del capítulo doce el análisis siguiente:
Versículos 1-3. Amonestación contra la hipocresía, puesto que tarde o temprano toda la verdad se sacará a la luz del día.
Versículos 4-7. El temor de los hombres en contraste con la protección divina.
Versículos 8-11. La recompensa de la fidelidad.
Versículos 12-13. La ayuda todo suficiente del Espíritu Santo al que da su testimonio personal de la fe.
Un hombre entre los presentes interrumpió el discurso, y nuestro Señor, a causa de su rechazamiento por la nación, rehúsa ejercer su prerrogativa de juez, y utiliza la interrupción para dar una lección sobre la codicia, valiéndose de la parábola del rico necio. El remedio para este mal consiste en "ser rico para con Dios," y esta actitud de confianza es el tema de la lección que sigue (13-21). En lugar de acongojarse por el día de mañana, el discípulo pone su confianza en Dios. "Vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de estas cosas." ¿Podrá haber enseñanza más preciosa que esta? Si el corazón se empeña enteramente en las cosas del reino de Dios, todo lo demás le será añadido (22-31). Así el Señor nos defiende contra tres terribles lobos: el temor, la codicia y la ansiedad, y nos tranquiliza por completo substituyendo el temor de Dios por el temor de los hombres, la riqueza espiritual en el lugar de la codicia, y la confianza en Dios por el afán para el día de mañana. Estas instrucciones tienen como su tema central la separación del corazón de todas las cosas de esta escena, y el establecimiento de la comunión con el Señor por medio del Espíritu Santo hasta que llegue el día en que regresará en persona a la tierra.
Hay una aplicación de esta verdad que es de mucha importancia para nosotros. Cristo dijo: "No temáis, manada pequeña, porque al Padre le place daros el reino." Nuestro temor se concentra en la posibilidad de que nos faltare el pan para mañana. El cariño paternal de Dios se manifiesta en que nos da el reino. Esta recompensa por los sufrimientos es el que nos ha de alentar más. Al fin sabemos que somos peregrinos y extranjeros aquí, y no nos es muy esencial que tengamos grandes posesiones en este mundo en vista de que nuestro tesoro está reservado para nosotros en el cielo, y "donde estuviere nuestro tesoro, allí estará nuestro corazón" (versículo 34). El lema del mundo es: "¡Afanaos, juntad los bienes!" El mandato del Señor es: "¡Vended, regalad! ¡Qué contraste! ¿no? Empero este cambio de ánimo no se verifica en el corazón mientras que no tengamos el tesoro en el cielo, y puedo decir, hasta que ese tesoro consiste enteramente en la posesión de Jesucristo como nuestro Sumo Bien. A veces oímos a las personas decir: "Estoy procurando tener a Jesús como mi gran tesoro." Es imposible que se verifique el cambio en nuestros afectos mientras poseamos tal idea de Él y del cielo. Sí el cristiano puede reconocer que Cristo es el que busca primeramente su tesoro aquí en la tierra, y nosotros los redimidos somos ese tesoro, no será difícil reconocer que Cristo es el mayor tesoro que nosotros podemos tener. "Nosotros le amamos porque Él nos amó primero." La polilla, el orín y los ladrones llegarán a posesionarse tarde o temprano de todos los tesoros de este mundo. ¡Cuán grato es para el cristiano saber que tiene un tesoro en el cielo que nunca le faltará!
Hay tres motivos poderosos que influyen en el corazón del creyente para corroborarle en la fe; la venida del reino, la seguridad de su tesoro y el advenimiento en gloria de su Señor. A causa de estas cosas responde con alegría a la exhortación que Cristo le hace en las palabras siguientes: "Estén ceñidos vuestros lomos y vuestras lámparas encendidas; y sed vosotros mismos como hombres que aguardan a su señor cuando haya de volver de las bodas, a fin de que cuando venga y llame, le abran al instante. Bienaventurados aquellos siervos a quienes el Señor cuando viniere, los hallare velando: en verdad os digo, que él mismo se ceñirá, y haciendo que ellos mismos se sienten a la mesa, se llegará y les servirá.... Estad vosotros también prevenidos, porque a la hora que no pensáis el Hijo del hombre vendrá" (versículos 35-40).
El deber de los siervos mientras se tardaba su Señor era el de esperar y velar con las lámparas encendidas y todo lo demás listo. Su vida debía ser una constante espera aun cuando se ocupara todo el tiempo en los trabajos rutinarios de la casa. El Señor vendrá y los llevará a la casa de su Padre, donde Él mismo se ceñirá para servirles. ¡Ah! su grande amor para nosotros causó la condescendencia infinita de su encarnación y de Su muerte vicaria sobre la cruz. No es de extrañar, pues, que cuando reciba a los suyos en la gloria, los siga sirviendo, porque aun allí retiene su humanidad. El amor se deleita en servir; el egoísmo no piensa sino en ser servido. ¡Cuán grande es el contraste entre Cristo y nuestro propio corazón perverso!
Toda esta enseñanza nos parece muy clara aunque como regla de conducta será siempre difícil guardarla con fidelidad. Pero en su aplicación a los mismos discípulos, Pedro cree que ve algunas dificultades, y para salir de sus dudas hace la pregunta: "Señor, ¿dices estas palabras a nosotros, o también a todos?" Entendemos por la respuesta de Jesús que la parábola es para todos, pues dice: "¿Quién es el mayordomo fiel y prudente a quien su señor pondrá sobre su familia para que les dé su ración a su tiempo? Bienaventurado aquel siervo a quien cuando su señor viniere le hallare haciendo así. En verdad os digo que le pondrá sobre todos sus bienes" (43-48). En recompensa por su fidelidad se le aumenta su responsabilidad. Todos los que hayan confesado a Cristo como su Señor se incluyen bajo esta ley del reino. No es simplemente una cuestión de creer o de no creer, sino es una de ser fieles con lo poco o con lo mucho hasta el fin.
El discípulo puede mantenerse fiel a su Amo haciendo dos cosas: (1) viviendo en constante espera de su regreso, y (2) trabajando con fidelidad en su tarea asignada. A los siervos el amo dijo: "Negociad entretanto que venga" y este debe ser el lema constante del fiel labrador. No habrá conflicto entre los dos servicios porque la referencia a los lomos ceñidos es a una actitud espiritual que no impide el fiel desempeño de la tarea ordinaria. La recompensa y el descanso vendrán cuando el Señor vuelva, porque en la fiesta que sigue El mismo repartirá el gozo y la alegría y también dará nuevas tareas, con nuevos honores, que constituirán la recompensa más apreciada.
El cuadro nos hace recordar que los siervos no son siempre fieles, y si hay algunos que pretenden servir al Amo simplemente con el fin de gozar los privilegios de un lugar en su casa, habrá para ellos la recompensa justa de otra naturaleza, según vemos en los versículos que siguen (45-48). El castigo que aguarda a éstos debe haber hecho una honda impresión en la mente de Pedro, porque muchos años después, al escribir su segunda epístola a los fieles, dedica todo un capítulo a una descripción de estos ofensores y sus castigos. Dios demanda de los hombres un servicio proporcionado a sus capacidades. Bajo esta ley los que llevarán mayor culpa serán aquellos que ocuparon el lugar de siervos, pero no hicieron su voluntad ni vivieron en espera de su venida. Si somos los siervos de Cristo en nombre, nos conviene prestar oído a la respuesta que el Señor da a Pedro en esta ocasión: "¿Dices estas cosas a nosotros o a todos también?"
LA LEY DEL PERDON
2a pregunta: "Entonces Pedro, llegándose a Él, dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que pecare contra mí? ¿hasta siete? Jesús le dice: No te digo hasta siete, mas hasta setenta veces siete" (Mateo 18:21,22).La pregunta es la conclusión natural del incidente que precede en el capitulo, y como siempre, encierra verdades de trascendental importancia para el hijo de Dios. En el discurso anterior Cristo anticipa el tiempo en que estará ausente del mundo, después de su rechazamiento y crucifixión, pero antes de su venida en gloria, de que habla en el capítulo 17. En el capítulo 16, Jesús discurrió sobre dos asuntos: la Iglesia nueva que iba a edificar y el Reino de los cielos, cuyas llaves había prometido dar a Pedro. En el capítulo 18, vuelve a tratar de estos dos asuntos, notando primero el espíritu que debería caracterizar a los que le siguieran de conformidad con las demandas del reino, y el lugar que la Iglesia ocuparía en el mundo, su disciplina y sus oraciones.
Presenta primeramente la mansedumbre e ingenuidad de un niño como tipo del espíritu de humildad y confianza que debe caracterizar a los que pertenecen al reino, en contraste con el espíritu mundano que siempre desatiende los derechos de los niños (1-4). Encomienda a sus discípulos que procuren no hacer tropezar a estos pequeños, advirtiéndoles que ésta es una de las ofensas más grandes que un hombre pueda cometer. La misma condenación espera a los que hacen tropezar al humilde creyente en Cristo que es todavía "niño en el evangelio." El cuidado más tierno para los débiles y el gobierno más rígido para la conciencia de uno mismo son las dos reglas que Cristo impone sobre los discípulos. Bien, si estuvieran en vigor universal, no caeríamos en los lazos del enemigo. La mejor razón por la cual debemos considerar a los pequeños es porque Dios los tiene bajo su amparo. No debemos despreciarlos porque Él no los despreciaba, antes los admitía en su presencia; y su Hijo - el Hijo del hombre - "ha venido para salvar lo que se había perdido" (versículos 10-14). En el caso de que un hermano pecara contra otro había de ser un espíritu de gracia y de perdón, otro rasgo del reino. Por una parte los discípulos deberían imitar a los niños en su humildad y confianza, por otra parte deben imitar al Padre en su amor y su pureza para que en verdad se portasen como "hijos del reino."
Como Cristo tenía que subir a lo alto, su Iglesia tenía que ser su representante y ocupar su lugar en la tierra. En el caso de que algún hermano ofendiese a otro, éste le debería ganar, El orgullo humano obra en obediencia a otra ley; espera hasta que el que haya hecho la ofensa se humille y pida perdón. No obra así el amor divino; antes va en busca del que ha hecho el mal para ganarle con su amor. Esto es precisamente lo que Dios ha hecho para la humanidad entera. Cuando nos encontramos lejos de Dios y sin esperanza de ser reconciliados con Él, ¿Cuál fue el remedio que nos trajo alivio? ¿Esperó Dios hasta que hubiéramos vuelto al camino de la justicia? No. Envió a su Hijo para salvar a los perdidos. El discípulo de Cristo debe obrar bajo el mismo principio. Habiendo tenido ejemplo de Dios, lo debemos seguir. Ud. pertenece al reino de Dios y se considera uno de sus hijos, ¿no es verdad? ¿Qué hará, pues, si otro hermano le hace una injusticia? Debe Ud. buscarle y ponerle en el buen camino. Así obra el amor, y no tiene amor para él si no obra. El amor siempre busca el bien aun de los que estén desviados; el amor no se conforma hasta que haya ganado a su hermano que está en error (versículo 15). Aun más, obra con prontitud. "Si te oyere, has ganado a tu hermano." Nótese que no se le debe llamar el ofensor, el delincuente; es el hermano.
En el caso de que el transgresor oiga la petición de su hermano para una reconciliación, el asunto se echa en el olvido por él contra quien la ofensa ha sido cometida. En el caso de que el transgresor desprecie esta gracia, hay que llevar dos o tres testigos, cuyo objeto será despertarle la conciencia sobre el carácter de la injuria que ha hecho. Si no vale esto, todo el asunto debe presentarse delante de la asamblea, y si no quiere escuchar a la asamblea, "sea para ti como un gentil y un publicano." Esto último no es el fallo oficial que la asamblea pronuncie contra él, sino el espíritu con que el cristiano debe guiar sus propios pasos. Se ratificaría en el cielo la disciplina de la asamblea y aun más, si dos o tres se convinieren en la tierra con el objeto de pedir alguna cosa, les sería concedida por el Padre, "porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos" (versículos 19,20). ¡Qué promesa tan consoladora y a la vez tan solemne! Sea que nos reunamos para la disciplina, o para la oración o para el culto, si se llenare esta otra condición de estar enteramente de acuerdo en sus deseos, es decir, si en verdad se han reunido "en Su Nombre," el Señor estará en medio de ellos. Su autoridad y su gracia se comunicarán a los que se reúnen en su nombre.
Verdades tan grandes y sublimes como estas hicieron impresión muy honda en la mente de Pedro, y sintiendo la grande responsabilidad que acompaña estos nuevos privilegios, desea saber hasta dónde llegan los límites de la gracia en el trato con el hermano errante, y luego pregunta: "Señor, ¿cuántas veces pecará mi hermano contra mí que yo haya de perdonar? ¿hasta siete?" Este número siete representa la perfección de la gracia, según su parecer. Era mucho más allá de las demandas de la ley, pues en ella no se decía nada acerca de la misericordia, ni del perdón. En la práctica., como la conocemos en la vida diaria, el perdonar siete veces sería un extremo ridículo de paciencia, pero no satisface el espíritu de Cristo. Debemos entender la pregunta de Pedro en este sentido, "Supongamos que mi hermano peque contra mí y le perdone; luego después, vuelve a ofenderme de la misma o de otra manera, y así sigue haciendo. ¿Cuántas veces le debo perdonar? ¿No sería siete el límite de mi paciencia? A esto responde Jesús: "No te digo: hasta siete; sino hasta setenta veces siete." La ley de Moisés excluía el perdón y demandaba "ojo por ojo y diente por diente," pero en el reino de los cielos y bajo el dominio del Cristo rechazado en la tierra pero exaltado hasta el cielo, el perdón no conoce limites, porque tiene delante el ejemplo del perdón infinito de Dios. Así debemos entender la contestación del Señor. El perdón se extiende al ofensor como un río que inunda todo y que interpreta la gracia divina que llama a todos a su seno.
Debemos tener presente también en esta ilustración que la ofensa de que se habla es una ofensa contra nosotros y no una ofensa contra Dios. La Asamblea no tiene nada que ver con el que peque contra el Señor Jesucristo mientras que no haya sido perdonado de Cristo, y Él nos declara inequívocamente que Él perdona sólo cuando se haya confesado el pecado. Pero es como creyentes que debemos perdonar el uno al otro sin límites. "Hasta setenta veces siete" debe ser nuestro lema. No nos es permitido tener otro modelo que el del Maestro en este particular. Aprendamos a andar por esta regla. ¡Ah! si así anduviéramos ¡qué gozo no llenaría nuestras almas, y qué felices no serían las reuniones de los santos! ¡Lástima es que muy pocos llegan hasta la medida de las "siete veces" de Pedro! Creemos que se nos acaba nuestra paciencia si perdonamos una o dos veces, y que más de eso no se ha de esperar de nadie. Pero la pregunta de Pedro trajo a la luz la ley divina, y se nos ha impuesto ya el mandamiento divino. Que nadie lo desoiga.
LA CONSAGRACION Y SU RECOMPENSA.
3a pregunta: "Entonces Pedro, respondiendo, le dijo: ¡He aquí, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido! ¿Qué pues tendremos nosotros?" (Mateo 19:27). En esta pregunta Pedro revela claramente el "hombre natural," y su ánimo no es el de uno que "tiene todas las cosas por pérdida a causa de la sobresaliente excelencia del conocimiento de Cristo Jesús." Pedro quiere fijar un valor a su piedad y conseguir la recompensa que le corresponde. Así es la naturaleza humana. Se manifestó de una manera en el caso del joven rico, y ahora se manifiesta de otra manera en la mente de Pedro. El joven príncipe preguntó: "¿Qué cosa buena he de hacer para tener la vida eterna?" (16). Como no sabía ni sentía que estaba perdido, piensa todavía en "hacer algo," para obtener la vida. El Señor le contesta desde su propio punto de vista, y le dice: "Sí quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. Dicele: ¿Cuáles? Jesús dijo: No matarás, no cometerás adulterio, no hurtarás, no darás falso testimonio; honra a tu padre y a tu madre; y amarás a tu prójimo como a ti mismo." El Señor cita la segunda tabla del decálogo. El joven contesta: "Todo esto he guardado desde mi mocedad, ¿qué más me falta?" No se conocía y no comprendía las necesidades de su alma. En verdad le faltaba todo lo que más vale en la vida, y lo que poseía le impedía obtener la cosa más grande. "Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, vete, vende cuanto tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme" (21). Aquí se pone a prueba la realidad de sus deseos para mejor vida. Tenía que escoger entre la vida eterna y su hacienda, y la elección determinaría la fuerza más grande en su vida. "Mas cuando el mancebo oyó esta palabra, se fue triste; porque tenía grandes posesiones." Ya se ve que las estimaba más que a Jesús. ¡Ay del hombre que prefiere las ventajas de la carne a las bendiciones del Espíritu Santo! El Señor Jesús conoció el corazón de este joven y todas las circunstancias de su vida, y le era fácil poner el dedo sobre esta raíz de la codicia que el joven no había sentido que crecía en él, y que ya dominaba todas sus elecciones. Era el esclavo de sus posesiones.La posesión de capital es un estorbo cuando se consideran nuestras relaciones con el reino de Dios. Con pleno conocimiento de las condiciones antiguas y modernas el Señor declara que "el rico difícilmente entrará en el reino de los cielos" (23,24). No está en la naturaleza de las cosas que un camello pase por el ojo de una aguja, ni que el rico entre en el reino de los cielos. "Cuando los discípulos oyeron esto, se espantaron grandemente diciendo: ¿Quién podrá salvarse?" Con mucha calma pero con mucho énfasis en las palabras, Jesús, "fijando en ellos la vista, les dijo: Para los hombres esto es imposible; pero para Dios todo es posible" (26). En lo que al hombre toca, era completamente imposible, porque la verdad es que el hombre no puede cambiar la condición en que se encuentra. Si es cuestión de hacer algo para obtener la entrada en el reino, las riquezas sólo sirven de estorbo, porque el que las tiene las quiere llevar consigo. Y la misma regla se aplica a cualesquiera otra posesión que el hombre haya adquirido con sus propios esfuerzos. Todo lo que es del hombre, todo lo que es ganancia suya o herencia suya impide su entrada en el reino, y en verdad le excluye por completo, en cuanto estas cosas le atañan. Empero, con Dios todo es posible, y estos estorbos pueden ser removidos para que su gracia obre sobre él sin referencia a sus posesiones.
Hablando de la naturaleza pervertida de los hombres un escritor ha dicho "No pueden vencer los deseos de la carne. Moralmente, es decir, en cuanto a sus deseos y sus afectos, la voluntad es lo que hace el carácter del hombre. Es imposible que el etíope cambie de color o que el leopardo pierda sus manchas. Lo que se ve en ellos es la manifestación de su naturaleza. Empero para Dios, ¡bendito sea Su nombre! todo le es posible." No importa cuáles sean las dificultades, su mano no se detiene, y su obra se verifica maravillosamente en el mundo. No nos extraña que el rico Zaqueo haya recibido la bendición, y nos regocijamos en que haya habido un rico José de Arimatea que reclamó el cuerpo del Señor. Había entre los que le siguieron algunos que salieron de la casa de Herodes, y más tarde vinieron salutaciones cristianas desde el palacio de César. La consagración que Bernabé hizo de sus tierras es prueba de la obra de la gracia en el corazón de un hombre rico, lo mismo que los sacrificios grandes que hizo el arrogante Saulo de Tarso.
Fueron estas instrucciones sobre el peligro de las riquezas las que dieron origen a la pregunta de Pedro. "He aquí, nosotros hemos dejado todo, y te hemos seguido, ¿qué pues tendremos nosotros?" (27). Quiere saber cuál será la recompensa para aquellos que han renunciado ya de todo cuanto tenían para seguirle. Si era difícil que un rico se salvase, conviene saber cuál será la paga de los que dejan las riquezas y se hacen pobres para seguir al humilde Maestro. La contestación del Señor equivale a esto: Vosotros habéis hecho muy bien en seguirme. "De cierto os digo, que vosotros que me habéis seguido, en la regeneración, cuando se sentará el Hijo del Hombre en el trono de su gloria, vosotros también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y cualquiera que dejare casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces tanto, y heredará la vida eterna. Mas muchos primeros serán postreros, y postreros primeros" (28-39).
Aunque nos da pena notar cómo la mente de la carne puede mezclarse con la vida de la gracia en la historia del creyente, la pregunta de Pedro, que era muy egoísta en su concepción, sacó a luz una enseñanza bendita y animadora. Todo aquel que haya sacrificado algo para seguir a Cristo recibirá cien veces tanto, aquí en esta vida, además de la bendición indecible de heredar la vida eterna. Todavía más, en aquella manifestación del Reino, cada uno colocará en el lugar de honor que mejor le convenga ocupar. Los doce Apóstoles tendrán los primeros lugares en la administración del reino terrenal, cuando, bajo el dominio personal del Hijo del hombre, se instalará un nuevo estado de cosas, que Jesús llama "La Regeneración." Cada uno recibirá una recompensa que corresponderá a la conducta que haya llevado en el mundo como discípulo del Señor Jesucristo.
Esta doctrina de recompensas es una de las cosas que Cristo enseñaba con mucha frecuencia, pero debemos notar que la recompensa no se ofrece nunca como el motivo para el servicio. La única razón suficiente para nuestra relación a Él como siervos y discípulos es su propia persona y la grande obra de redención que ha hecho a nuestro favor. Sin embargo, para animarnos en nuestra fidelidad a Él, y a causa de su abundante gracia, nos ofrece además sus buenas recompensas. Debemos notar también que en las Escrituras las recompensas se ofrecen siempre en vista de que sus discípulos, en el desempeño de sus trabajos como testigos de Cristo y propagadores de su fe, tienen que sufrir vergüenzas y persecuciones. Somos cristianos siempre porque antes de todo Cristo nos ha llamado. Llamó a Pedro, y éste dejó sus redes y su barco. Llamó a Mateo y a Saulo de Tarso. Le llama a Ud. y a mí. Y por lo tanto dice: "Vosotros que me habéis seguido... os sentaréis, etc." Hallamos el primero motivo para dejar la vida del mundo en la atracción irresistible de su personalidad. Recibiremos además una recompensa que corresponderá al grado de nuestra fidelidad.
No debemos, pues, confundir la gracia de Dios con los premios que ofrece. Es la gracia que nos perdona nuestros pecados y que nos da nuestra entrada al cielo. Es otra manera de decir que Cristo nos amó y nos libró de nuestros pecados antes de que hubiéramos hecho una sola cosa que pudiera haber sido un motivo para ese favor inmenso. Pero después de comenzar la vida de obediencia, la fidelidad con que le servimos determinará el lugar más o menos honroso que hayamos de ocupar en el reino de Cristo. No debemos usar la doctrina de gracia para negar la importancia de las recompensas. Por otra parte, Cristo mismo debe ser siempre el motivo supremo y el impulso constante para cada acción y cada experiencia en la conducta diaria del creyente. El tomará en cuenta estos motivos de gratitud y fidelidad al dar el premio a cada uno conforme a lo que haya hecho (2 Corintios 5:10). También no debemos dejar pasar desapercibida la otra advertencia del Señor, "que muchos primeros serán postreros, y postreros primeros." Tal vez esta era una amonestación especial para Pedro, recordándole que su motivo para la pregunta no era de los más elevados. Debe ser una nota de precaución para todos, porque estamos todos propensos a preguntar como Pedro: "¿Qué hay en esto para mí?"
LA ORACION Y EL PERDON
4a pregunta: "Y el día siguiente, como salieron de Betania, tuvo hambre, y viendo de lejos una higuera que tenía hojas, se acercó, si quizá hallaría en ella algo; y como vino a ella nada halló sino hojas; porque no era tiempo de higos. Entonces Jesús respondiendo, dijo a la higuera: Nunca más coma nadie fruto de ti para siempre. Y lo oyeron sus discípulos.... Y pasando por la mañana, vieron que la higuera se había secado desde las raíces. Entonces Pedro, acercándose le dice: Maestro, he aquí la higuera que maldijiste se ha Secado" (Marcos 11:12-14,21,22). En esta vez Pedro no hace una pregunta en toda forma, pero se encontró cara a cara con un misterio, y deseaba saber su solución. Dice: "Señor, he aquí, la higuera que maldijiste se ha secado." Como el acto judicial de destruir el árbol era simplemente una lección objetiva que encerraba una grande verdad moral, que tenía su aplicación para cada individuo como también para la nación, nuestro Señor estuvo listo para dar la explicación correspondiente."Y respondiendo Jesús, le dice: Tened fe en Dios. Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate, y échate en el mar, y no dudare en su corazón, mas creyere que será lo que dice, lo que dijere le será hecho. Por tanto, os digo que todo lo que orando pidiereis, creed que lo recibiréis y os vendrá. Y cuando estuviereis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que vuestro Padre que está en los cielos os perdone también vuestras ofensas. Porque si vosotros no perdonareis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras Ofensas" (versículos 22-26).
La aplicación de la parábola a la vida nacional era algo muy palpable. Israel, como pueblo de Dios, era una higuera floreciente en la cual Se encontraban muchas hojas, pero nada de fruto. Estaba ocupando inútilmente la tierra. Bajo la maldición de Cristo, el árbol se secó en el acto. Era una profecía de lo que iba a pasar con la nación. Teniendo todas las ventajas que podrían desearse, y a pesar del cuidado providencial del divino Labrador, el pueblo judío no había producido fruto espiritual para su gloria.
Hablando de Israel como el pueblo escogido de Dios, el apóstol Pablo dice: "Que son israelitas, de los cuales es la adopción, y la gloria, y el pacto, y la promulgación de la ley, y el culto, y las promesas; cuyos son los padres, y de quienes procedió el Cristo según la carne, ¡el cual es sobre todo Dios bendito para siempre. Amén!" (Romanos 9:4,5). A pesar de todas estas ventajas, no produjeron fruto para Dios, aunque la abundancia de las hojas era una señal de cierta forma exterior de piedad. Empero el hombre carnal, el hombre bajo el pacto antiguo de obras, aunque sentía siempre la responsabilidad de la obediencia, nunca ha cumplido, ni podrá cumplir con su deber de obrar la justicia. La última prueba a que este pueblo fue sujeto era la de reconocer a Jesucristo como el Mesías, y en rechazando a Él trajeron la sentencia de muerte sobre sí mismo. La higuera representa a Israel tal como existía entonces, al hombre natural, gozando del mejor cultivo que la buena Providencia le podía proporcionar y levantando su copa frondosa al cielo, mas sin fruto, y, por lo tanto, bajo la condenación divina. Así ha de terminar siempre la historia del hombre no regenerado.
Algunos comentadores creen que existe una dificultad en la interpretación de la figura, puesto que, hablando de la higuera, el evangelista dice que no era el tiempo de los higos. ¿Por qué pensaba el Maestro que podría hallar higos en el árbol si no era la estación de los higos? Si no era el tiempo de higos, la condenación parece injusta. ¡Nunca se diga que Cristo haya carecido de paciencia para aguardar las cosas a su tiempo! Su venida no se verificó "hasta que la plenitud de los tiempos había llegado." Es de la naturaleza de la higuera producir dos cosechas durante el año. Primeramente echa las brevas, y después de salir las hojas se maduran los higos. Juntamente con las hojas debían haber aparecido los pequeños higos verdes. Jesús buscaba tal vez alguna breva pasada. No encontró ni las Señales de higos verdes. "Nada halló sino hojas," y este estado de esterilidad era el fundamento para su condenación del árbol.
La palabra de Cristo a sus discípulos tocante a esto de remover las montañas y su hundimiento en el mar, es simplemente el anuncio del gran principio de la fe, pero sin duda tiene su aplicación a lo que podría suceder con Israel como el fruto de su ministerio. Israel era el gran obstáculo para la extensión del Evangelio. Era una montaña en el camino, pero la fe era un factor bastante poderoso para su remoción. Como una nación existiendo en medio de las otras naciones, estaba destinada a desaparecer y hundirse en el mar de los pueblos gentiles.
Pero esta referencia a la historia nacional es solamente una parte de la enseñanza de la parábola, y debemos notar especialmente su aplicación al individuo. El Señor asegura a sus discípulos que todo lo que pidieren con fe les seria hecho, pero había una condición moral que limitaba el ejercicio de este privilegio: era necesario que anduvieran en la gracia de su Señor; si habían sufrido ofensas o injurias, era necesario perdonar a sus ofensores si tenían algún motivo para sentirse agraviados por ellos. Estoy muy seguro que esta limitación puesta para la recepción de las cosas que pedimos en oración es la causa porque un número de nuestras oraciones se quedan invalidadas. Nuestros propios corazones no están en la actitud de querer perdonar a otros. Algún resentimiento viejo ha permanecido como una raíz de discordia, y no hemos procurado desarraigarlo. Para gozar de la gracia divina y tener poder en la oración, tenemos que mantener una actitud de gracia hacia todos los hombres. Esta no era la salida que Pedro esperaba tener de su observación sobre la higuera, pero debemos estar listos como Pedro, para recibir las buenas lecciones del Salvador en cualquier momento. Dios nos conceda gracia para recibir y aprovechar esta nueva lección.
VELANDO Y OBRANDO.
5a pregunta: "Y saliendo del templo, le dice uno de los discípulos: ¡Maestro, mira! ¡qué piedras y qué edificios! Y Jesús le dijo: ¿Ves estos grandes edificios? Pues no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derribada. Y estando Él sentado en el Monte de las Olivas, delante del templo, le preguntaron aparte Pedro y Santiago y Juan y Andrés, diciendo: Dinos: ¿cuándo serán estas cosas? ¿y cuál será la señal cuando todas estas cosas estarán para cumplirse?" (Marcos 13:1-4). En esta pregunta notamos desde luego que tres de los otros discípulos se asocian con Pedro en el deseo de obtener la interpretación del mensaje. El nombre de Pedro aparece encabezando la lista, porque hasta ahora él ha sido el primero en hacer las preguntas en el nombre de los demás, y es probable que en esta ocasión es él quien toma la palabra. El momento es crítico, como se ve por la muy larga respuesta que el Señor da a la pregunta. Les recuerda la historia más antigua y la más reciente del pueblo de Israel, habla del llamamiento y el carácter de la nueva Iglesia, y al fin da un cuadro de la bendición final de los redimidos, y el juicio y condenación de los gentiles. El discurso se encuentra con más detalles en los capítulos 24 y 25 de Mateo. Este pone el énfasis sobre las indicaciones que el Señor les dió tocante a las señales que indicarían el fin de la época y de la manera como Dios libraría a los suyos. El otro evangelista, siguiendo el plan propuesto desde el principio, nos da aquellas partes del discurso que tratan de la obra de los discípulos y las circunstancias que los rodearían. Habla del servicio que tendrían que efectuar mientras estaban en medio de su propio pueblo. Su deber sería testificar contra las autoridades que los perseguían, y predicar el mensaje entre todas las naciones antes de que llegara el fin. Era su deber obrar como los que ocupaban el lugar de su Maestro, dando su testimonio con fidelidad entre los israelitas y entre los gentiles con respecto a la obra que Cristo había efectuado como preparación para su venida en poder y gloria.Tocante a la hora y el día de ese advenimiento, nadie había de saber, y por lo tanto el Señor le dió la amonestación especial diciendo: "¡Estad sobre aviso; velad y orad; porque no sabéis cuando será el tiempo!" (versículo 33). Siguen a este mandato otras instrucciones definidas a sus siervos que tienen su aplicación general, y que son de mucha importancia para todo creyente que ame a su Señor. Vamos a citar el pasaje entero: "Os lo mando yo como hombre que se ha ido a otro país, el cual, dejando su casa y dando a sus siervos autoridad y a cada cual su propio oficio, mandó al portero también que velase. Velad, pues, vosotros, porque no sabéis cuando el Señor de la casa ha de venir, ora a la tarde, o a la media noche, o al canto del gallo, o a la mañana; no sea que viniendo de repente, os halle dormidos. Y lo que a vosotros os digo, a todos lo digo: ¡Velad!" (versículos 33-37).
Hay dos puntos importantes aquí que debemos observar con cuidado. La actitud del Siervo ha de ser la de velar, pero no ha de dejar su ocupación regular de trabajar. Es hermoso también notar que el Señor da un trabajo especial a cada uno. Hay lugar para todos y trabajo que todos pueden desempeñar, si tienen amor para Él. No hay dos que tienen la misma tarea, y por lo tanto ninguno puede hacer la obra que toca a otro cumplir. Es de la primera importancia, pues, que cada uno reconozca su posición y cumpla con su cometido. Si pudiéramos todos comprender la importancia de este principio del deber personal para el éxito de la obra, ¡cuánto ayudaría en la extensión de la causa! ¡Qué pronto desaparecerían las pequeñas envidias que estorban los buenos servicios de muchos que son en otros sentidos muy leales a su Maestro! Es un momento de victoria para el alma cuando con sinceridad pueda decir: "Tengo mi pedacito de trabajo que me ha dado el Maestro mismo; no puedo hacer la obra de otro ni puede otro hacer lo que a mí me toca." Hay tres plantas en este jardín del Señor cuyas ramas deben entretejerse para producir una armonía perfecta de Servicio y un buen aroma de alabanza al Señor: la diligencia en el trabajo, la responsabilidad personal y el espíritu de velar y esperar la venida del Señor. Bendito Maestro: ayúdanos a todos para que estemos sobre aviso en espera de tu venida, y que mientras ese día se tarde, que trabajemos sin cansarnos en tu mies. Amén.
LA INTIMIDAD Y SUS FRUTOS
6a Pregunta: "Habiendo dicho Jesús esto, gimió en su espíritu, y protestó, diciendo: de cierto, de cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar. Los discípulos entonces mirabanse los unos a los otros, dudando de quién hablaba. Y uno de los discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado en el seno de Jesús. A éste, pues, hizo señas Simón Pedro, para que preguntase quién era aquel de quien decía. Juan entonces, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: "Señor, ¿quién es?" Jesús le respondió: Es aquel para quien yo mojare un bocado, y se lo diere. Y habiendo mojado el bocado, Se lo dió a Judas Iscariote, hijo de Simón" (Juan 13:21-26).Hemos llegado a la terminación de aquel camino que nuestro Señor había de transitar en su peregrinación en la tierra, porque la contestación de esta pregunta de Pedro sirvió para descubrir a aquel que le había de entregar. Es de suponerse que todos los incidentes de esta última cena, con su ministerio de amor, tocarían profundamente el corazón de Pedro, mayormente cuando notó la agonía de espíritu que el acto de traicionarle produjo en Jesús. Una frase como esa: "Uno de vosotros me va a entregar" produciría grande conmoción entre ellos, porque no hemos de dudar de que todos, menos uno, le eran intensamente leales, y tan luego como comprendieron el significado de la acusación, se miraron con grande asombro y con todas las evidencias de ser inocentes. Luego, volviendo cada uno a mirar a Jesús, incluyendo Judas mismo, le preguntaron: "Señor, ¿acaso soy yo?" (Mateo 26:22). El Señor, sabiendo perfectamente cuál era, no lo quiso decir, y Pedro, Siempre impaciente, hace señas a Juan, que está más cerca de Jesús, que le preguntase de quién hablaba.
Conviene preguntar por qué no preguntó Pedro al Señor directamente. Dejando a un lado especulaciones vanas, nos concretamos a decir que era porque Juan estaba más inmediato a su Maestro. Esta diferencia en la posición de los dos discípulos indica también una diferencia marcada en su carácter. Pedro no tenía esa concentración de ánimo, ese poder de ocuparse enteramente de Jesús que obró inconscientemente en el otro discípulo que estaba casi siempre cerca de su persona. Juan no se acercaba a Jesús para recibir esta comunicación importante; la recibió, porque estaba cerca de Él. Siempre en su evangelio habla de si mismo, no por nombre sino como "aquel discípulo a quien Jesús amaba." Sintiendo que ese amor hallaba placer en su presencia, se había recostado en el banco inmediatamente enfrente de Jesús, así pudiendo reclinar su cabeza en el seno del Señor. Sentía, pues, todas las perturbaciones de ese pecho que gemía, primeramente de pesar, luego de tierno amor, y después de la agonía de la traición. Era fácil, pues, que la contestación de Jesús, dada al oído de Juan, no fuera entendida por los demás (Juan 13:28).
Es interesante notar que el amor que el Señor encendió en el corazón de Juan, desde el principio dió un impulso decidido a su vida posterior, y le imprimió el carácter predominante con que le conocemos en la historia. Vemos en él una constancia hermosa de afectos y una confianza absoluta en que su lugar de preferencia era el lugar donde Cristo quería tenerle. No cupo en su corazón un motivo rastrero de egoísmo, Sino que ese lugar era suyo porque ningún otro se atrevía a tomarlo. Estando así tan cerca de su Señor, era natural que recibiera su comunicación en esta ocasión; pero volvamos a decir: no se puso allí con el fin de recibir privilegios. Estaba cerca de Él porque le gustaba estar allí, y Cristo Se había manifestado complacido de su presencia.
Esta experiencia de intimidad está al alcance de todos nosotros si el alma procura regocijarse en el cariño del precioso Salvador, porque la verdad es que Él anhela vehementemente revelarnos los secretos de su corazón. Pero para gozar de esa intimidad es necesario procurar una conducta que nos llevaría muy cerca de su morada. El sentimiento de la proximidad personal de Cristo es el secreto del verdadero progreso espiritual. De esta manera es posible que todos conozcamos a nuestro Señor Jesucristo, y vale más que haberle conocido según la carne (2 Corintios 5:16). Cuanto más sabemos de su amor para nosotros, tanto más será nuestro deleite en acercarnos a Él y morar en su presencia bendita.
Que Pedro también conocía que su Señor le amaba entrañablemente, no lo dudamos ni por un momento, ni tampoco de que Pedro sentía para Él un grande afecto que llenaba todo su ser, pero había algún rasgo de egoísmo en él que impedía esa estrecha intimidad que se revela en el carácter de Juan. Un poco más tarde veremos cómo el vaso de su egoísmo se rompió, y entonces Pedro se vació de su presunción, quedando enteramente útil en las manos de Dios para el servicio divino. Pero para aprender el secreto de la intimidad con Cristo, buscamos el ejemplo de Juan más bien que el de Pedro.
LA CONFIANZA EN SI MISMO Y SU PAGA.
7a pregunta: "Cuando, pues, Judas hubo salido, Jesús dice: ¡Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en Él! Si Dios fuere glorificado en Él, Dios también le glorificará en sí mismo, y le glorificará luego. Hijitos, todavía un poco de tiempo estoy con vosotros. Me buscaréis; y según dije a los judíos: a donde yo voy, vosotros no podéis venir; así ahora os lo digo a vosotros.... Simón Pedro le dice: Señor, ¿a dónde vas? Jesús le respondió: a donde yo voy, tú no puedes seguirme ahora, pero me seguirás más tarde. Pedro le dice: Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? ¡mi vida pondré yo por ti! Jesús le respondió: ¿Tu vida pondrás por mí? En verdad, en verdad te digo: No cantará el gallo, hasta que me hayas negado tres veces" (Juan 13:31-38).La escena es la misma que ya hemos visto, pues están los once en derredor de la mesa. Judas, reconociendo que Cristo ha descubierto su conspiración por lo que le dijo al darle el bocado, se entrega por completo a su ingrata codicia, y pierde la última oportunidad de arrepentirse. Satanás se posesiona de él y logra la destrucción de todos sus sentimientos de afecto y aun de humanidad. Aunque viviendo muy cerca de Jesús, su corazón había resistido sus divinas influencias, poniéndose tan duro como la piedra con el mismo contacto que había obrado tanta dulzura en el corazón de Juan. Satanás le trae al fin al punto de la desesperación, y le incita al acto más vil que la mente pueda imaginar, el de ir a sus enemigos y delatar al compañero más íntimo, entregándole con un beso de fraternidad.
Moralmente se había acabado la última lucha en la
conciencia de Judas cuando salió del aposento y sus pies
corrieron en su misión de destrucción. El Señor sintió
la importancia indescriptible de ese momento, porque
luego dijo: "Ahora es glorificado el Hijo del hombre."
Su alma contempla la obra que le es necesario hacer desde
el punto de vista de Dios, y no desde el de su cariño
ultrajado. Sus pensamientos suben a Dios, y se olvida
de la perfidia de Judas. Ese acto tan ruin no es más
que el instrumento que le conduce a la cruz, y piensa
de ese acto final de su vida como la única en toda
la historia de la redención del cual depende toda
bendición divina para la humanidad, desde el momento
de la caída del primer hombre en el Edén hasta la
creación de nuevos cielos y de una tierra nueva. Se
revelan en la cruz la santidad y el amor divinos,
reconciliados en un solo hecho de incomparable condescendencia,
en que la santidad sigue condenando el
pecado, mientras que el amor ofrece perdón y salvación
al pecador. Allí Dios fue glorificado por el Hijo del
hombre, y en seguida le glorificó otra vez alzándole
a su diestra. Empero, aunque el fin del sendero le
condujo a la gloria, Jesús tuvo que pasar bajo la
sombra de la cruz, donde nadie le podía seguir. ¿Quién
sino Él pudo pasar por esa puerta de la muerte y estar
bajo el poder de Satanás, desamparado de Dios por
haber sido hecho pecado por otros, recibiendo en su
cabeza el juicio divino en toda su fuerza de condenación
contra el pecado como infinitamente abominable para
Dios? ¿Quién sino Él pudo ver su cuerpo traspasado
y al fin sepultado en una tumba, y, sin embargo, romper
su fuerza, quitar su aguijón y salir triunfante para
ascender a la gloria del cielo? Pedro, que no comprendía
las honduras insondables de este propósito del
Señor, le pregunta: "Señor ¿a dónde vas?" El Señor
le contesta con paciencia: "Donde yo voy no podrás
seguirme ahora: pero me seguirás después." Muchos
creen que Cristo profetizaba aquí el martirio de Pedro,
y si lo hubiera entendido así tal vez no habría tenido
valor para hacer más preguntas; empero, lleno de
su propia vanidad, sigue preguntando casi como un
niño: "¿Por qué no puedo seguirte ahora?" y sin
esperar otra contestación por parte del Señor, agrega:
"¡Mi vida pondré yo por ti!" Es fácil ver con qué
gravedad el Señor le contestó. Su declaración anterior
se había dado con tal peso de solemnidad que Pedro
pudo haber reconocido que hablaba de planes divinos
que ningún poder humano podría cambiar jamás. Pero
lleno de egoísmo y presunción, y movido, sin duda,
por su grande afecto personal para su Maestro, se
expresa con toda naturalidad, bajo el entusiasmo del
momento en que cree que ve a su amado Maestro en
algún peligro oculto, del cual su propia presencia
tal vez le podría librar. Habla según la fuerza de la
carne, y no bajo el poder del Espíritu. Sus declaraciones
de devoción son las de un hombre atrevido, pero
carece del elemento de humildad que mejor hubiera
comportado a un discípulo del manso y humilde Hijo
del hombre. Es siempre muy fácil jactarse de sus
proezas, pero las conclusiones son siempre tristes. El
Señor le reconvino, como era necesario, diciendo que
había de faltar en donde estaba más confiado. ¡Qué
lección de humildad para todos nosotros!