Simón Pedro

Simón Pedro

W. T. P. Wolston

1892

Nuestra Mayordomía

1 Pedro 4

En el primer versículo de este capítulo el apóstol vuelve a tomar en consideración el tema que había dejado en el versículo 18 del capítulo anterior, a saber, los motivos porque el cristiano no debe sufrir por sus pecados. Lo, que siguió fue una digresión a fin de traer un consuelo a los creyentes y proveerlos de una defensa contra los improperios de sus enemigos.

(Versos 1-3) "Habiendo, pues, Cristo padecido en la carne, armaos vosotros también del mismo pensamiento (que Aquel que padeció en la carne no tiene ya que ver con el pecado), a fin de que ya no viváis más tiempo en la carne para las concupiscencias de los hombres, sino para dar cumplimiento a la voluntad de Dios. Porque el tiempo pasado basta para haber obrado la voluntad de los gentiles, andando en lascivia, en concupiscencias, en embriagueces, en glotonerías, en jaranas y en idolatrías abominables." Pedro nos presenta al Cristo muriendo como hombre sobre una cruz. No entra en interpretaciones doctrinales como Pablo, sino presenta el lado práctico de la doctrina. Cita la muerte de Cristo como un estimulo para el buen ejemplo en los momentos de sufrimiento. Él que sigue al Señor Jesucristo entra en el camino del sufrimiento. Cristo obró cumplidamente la voluntad de Dios, y por lo tanto tuvo que sufrir en la carne. Satanás vino a él en el desierto ofreciéndole todo el mundo en cambio por una reverencia; más tarde, en el huerto de Getsemaní procuró desviarle del sendero del sufrimiento, pero no hubo nada en su naturaleza que respondiese a esas tentaciones, así que Él padeció, siendo tentado, pero escogió la muerte más bien que apartarse de la obediencia a la voluntad de Dios. Sometiéndose a esa voluntad, entró en el camino de la muerte. "Ahora," dice Pedro, "Armaos del mismo propósito."

Hay una diferencia en el uso de la expresión "carne" de lo que significa en los escritos de Pablo. Este la usa para indicar el principio de mal, el estado natural de perversidad que heredamos de Adán, y que participa de su degeneración a causa de la corrupción de la naturaleza. Pedro se refiere solamente a nuestro cuerpo, nuestra vida física. Cristo se hizo hombre y, como hombre, sufrió porque tenía un cuerpo humano. Ahora si la posesión de un cuerpo humano hizo necesario el sufrimiento en el curso de la obediencia a Dios, debemos considerar que el sufrimiento ha sido glorificado en que ha llegado a ser el sendero de la gloria.

El conflicto que produce el sufrimiento es primeramente interior, es la naturaleza que se rebela contra la ley divina, y si se ha de hacer la voluntad de Dios, es necesario primero crucificar la humana. Están en oposición los deseos de la carne y las virtudes cristianas, de manera que el sufrimiento no se experimenta hasta que se rompe con los deseos carnales. Cristo muy bien pudiera haberse salvado si se hubiera complacido a sí mismo. Fue el cumplimiento de la voluntad de su Padre lo que causó la humillación del Hijo y resultó en su muerte. Siendo esto así, podemos establecer una ley de obediencia y decir que nos conduce por el sufrimiento, y debemos prepararnos para la muerte también.

Es necesario que nos armemos con este ánimo si hemos de hacer la voluntad de Dios y escapar del pecado. Dios nos ha puesto en este mundo por un poco de tiempo para que hagamos su santa voluntad. En caso de que suframos, debemos entender que es parte de su plan, primeramente porque nos obliga a buscar la comunión con Dios para obtener consuelo, y también porque es por el sufrimiento que aprendemos a apartamos del pecado. De manera que ordinariamente podemos concluir que si no estamos padeciendo alguna aflicción a causa de Cristo, no estamos en el camino de la obediencia perfecta.

(Versos 4, 5) "Cosas en que extrañan que vosotros no corráis con ellos al mismo exceso de disolución, ultrajándoos por eso; los cuales darán cuenta de ello a. Aquel que está preparado para juzgar a vivos y muertos." En esto hay mucho consuelo. Los gentiles no entienden cómo la aflicción puede ser relacionada con el gozo. Reconocen que el carácter de la verdad nos obliga a apartarnos de sus excesos, y sin embargo nos insultan cuando rehusarnos participar de sus placeres. Pero el apóstol nos advierte que no estamos aquí con el fin de complacerles a ellos, sino para complacer a Dios. El juicio final que determinará quién haya hecho el mejor uso de su vida está en las manos de Dios, y a Él todos le hemos de dar cuenta. Al hablar del juicio sobre los vivos y muertos, Pedro se refiere a dos juicios separados, el primero que se verificará según las palabras del Señor en Mateo 25, al principio de su reino personal en la tierra al regresar a ella en gloria. El juicio de los muertos sigue como acto final del reino, después de los mil años cuando todos aparecerán ante el gran trono blanco.

La palabra "preparado" Pedro la usa en conexión con tres situaciones. En el primer capítulo nos dijo que Dios estaba preparado para llevarnos a otro mundo mejor. En este pasaje en el capítulo cuatro nos dice que está preparado para juzgar al mundo. Entre estos dos eventos, o mientras se verifiquen, el cristiano debe estar preparado para dar buena razón de la esperanza que tiene a todo aquel que la pida.

(Verso 6) "Porque para esto también a los muertos fue predicado el evangelio a fin de que fuesen juzgados según los hombres en cuanto a la carne, mas viviesen según Dios en cuanto al espíritu." Este pasaje puede ser relacionado con el otro en el capítulo tres sobre los antediluvianos, pero pienso que no lo debemos limitar a éstos, sino hacerlo incluir a todos los que habían muerto antes de la venida del Mesías y a los cuales se habían dado las promesas del Antiguo Testamento. Somos responsables, ante Dios, no solamente por lo que hayamos recibido, sino también por lo que hayamos oído, es decir, no solamente por lo que hagamos en obediencia a alguna ley, sino por nuestro aprovechamiento de privilegios puestos a nuestro alcance. Dios no se había dejado sin testigos durante todo el tiempo pasado, y siempre demanda que los hombres vivan de conformidad con la luz que hayan recibido. La base para su juicio será el uso que hayan hecho de estos privilegios porque el hombre ha estado siempre libre para escoger lo que más le guste. Si los hombres de entonces y los de ahora volvieran la espalda al testimonio divino, ese mismo testimonio se presentará en juicio contra ellos y por él serán juzgados.

(Verso 7) "Pero el fin de todas las cosas se acerca: sed pues sobrios y vigilantes en las oraciones." No nos olvidemos que Pedro escribe a pequeños grupos de cristianos judíos, y tal vez pensaba en el hecho de que se acercaba el momento en que se cumpliría la predicción del Señor de que el templo seria destruido y con él un trastorno de todas las cosas. Pero esto es motivo para las acciones más enérgicas. El cristiano debe vivir como si estuviera dando sus últimos pasos sobre la tierra, como si estuviera pisando el umbral de una nueva dispensación en que Dios le fuese a dar abundante entrada mientras que el mundo era juzgado, de manera que cada paso sería importante y debería ser acompañado de vigilancia y oración. Si todo esto fue conveniente en el tiempo del apóstol, ¡cuánta más razón hay para la vigilancia en nuestros días! No es difícil distinguir en las señales de los tiempos que los movimientos mundiales preparan el camino para la venida del Anticristo. No ha habido un tiempo en que hubiese tanto peligro de perder los mismos fundamentos de la fe y aquella combinación de fuerzas que lleva al mundo tras una mentira. El hombre no es de si incrédulo, pero el diablo está procurando lograr el rechazamiento de las verdades del cristianismo, una por una, para que, estando la casa barrida y adornada, vuelvan con él otros siete espíritus malos para morar en ella (Mateo 12:43-45; 2 Tesalonicenses 2:8-12).

Los hombres no pueden seguir mucho tiempo en la incredulidad. Viene siempre una reacción en una u otra dirección, y el peligro es que admitan la mentira del Anticristo en lugar de la verdad de la salvación.

(Verso 8) "Teniendo ante todo ferviente amor entre vosotros; porque el amor cubre una multitud de pecados." En nuestra actitud para con los de afuera, debemos dar el ejemplo de la sobriedad y defendemos del contagio con sus males por medio de la oración. Pero para los que están dentro de la Iglesia podemos mantener otra actitud muy diferente. Aquí puede abundar la caridad, ese amor que "cubre una multitud de pecados" (Proverbios 10:12). Por esta razón el apóstol da énfasis a la importancia de poner en operación el amor en medio del circulo de los creyentes, puesto que produce un buen ánimo para con Dios y establece la armonía entre los creyentes.

Existe una tendencia entre los creyentes de criticarse y de irritarse los unos a los otros. Si la gracia no obra abundantemente entre ellos, van a herirse e injuriarse mutuamente, a no ser que, como aconseja el apóstol, el amor reine en medio de ellos. Esta buena caridad, este amor "que no piensa mal," nos ayuda a sobrellevar las enfermedades de los débiles, a dar fuerza y dirección a las buenas actividades cristianas, no solamente de uno mismo, sino de los compañeros que están tentados a desviarse del camino.

Mientras más reprensible sea la falta de otro, tanto más hermosa será nuestra oportunidad de "cubrir su pecado," pero dice el apóstol, "el amor cubre una multitud de pecados," no uno o dos, sino los mil y un defectos que Satanás procura magnificar en agravios serios para el trastorno de los santos. Es la mosca pequeña en el ungüento la que cambia el perfume en hediondez. No hay más que un remedio, dice Pedro: el amor divino derramado sobre la asamblea. Dios ve todo lo que pasa, y si al fijar los ojos en usted, ve que está levantando la falta de algún hermano para que sea vista de todos, Dios condenará su celo; es la operación del espíritu de amor la que Él quiere que domine los ánimos de todos.

Pero en caso de que usted cubra con su amor la malicia de otro, ¿qué es lo que Dios ve? No dejará de ver el pecado del otro, pero se fijará más en esa reproducción del amor y de la gracia de Cristo en usted Pedro nos deja una sola regla para este caso, y es que debemos vivir en armonía con los santos, no importa lo que sea la actitud de los demás hacia ellos.

(Verso 9) "Usando de hospitalidad los unos para con los otros sin murmuración." Esta es una virtud que se encomienda a sí misma, y la debemos cultivar aunque otros nos critiquen. El cristianismo no recomienda el despilfarro, pero la hospitalidad de los hermanos era el característico más notable de la Iglesia durante los primeros siglos. Pablo urge el cultivo del mismo espíritu. Dice: "Que el amor fraternal sea con sincero afecto, comunicando para con las necesidades de los santos, adicto a la hospitalidad." Este espíritu se ocupa primeramente en surtir lo necesario a los necesitados, y en seguida poner los privilegios de su propia casa a la disposición de los que van de paso. No nos olvidemos que este encargo nos es dado con toda la fuerza de un mandamiento. La razón es que Dios adelanta sus planes por medio de la asamblea de los creyentes, y es necesario emplear varios medios para producir una unión intima entre ellos. Si como miembros de la Iglesia, nos valemos de nuestras entradas y de nuestra casa para cimentar estos lazos de fraternidad entre los hermanos, no con mala gana sino con cordialidad, estamos contribuyendo mucho para el adelanto de la obra de Dios.

(Verso 10) "Cada uno, según el don que ha recibido, adminístrelo a los otros, como buenos dispensadores de las diferentes gracias de Dios." Cuando el apóstol habla de un don espiritual, no se refiere a la vocación de ministro o de maestro de la palabra. Habla de dones dados a cada uno. No hay uno solo que pueda decir que ha entrado en el reino sin haber recibido algún don, y naturalmente, cada uno es responsable por el buen uso de lo que ha recibido. El don ha de ser administrado en la esfera en que se encuentra, primeramente entre la hermandad de la iglesia. Sea lo que sea, su don es cosa dada y no posesión particular que usted puede usar o retirar a su gusto. Somos mayordomos en la casa del Amo; todo pertenece a Cristo, y tenemos que cumplir con la administración de nuestros dones, en la inteligencia que cada uno tendrá que dar cuenta de su mayordomía sin omitir un solo punto.

(Verso 11) "Si alguno habla, sea como los oráculos de Dios, si alguno ministra, sea como del poder que suministra Dios, para que Dios sea glorificado en todas las cosas, por medio de Jesucristo; ¡al cual es la gloria y el dominio por los siglos de los siglos! ¡Amén!" Si el don de usted es el de hablar, el provecho estará en que otro sea edificado. Si usted es servidor, ocupado quizás en llevar comidas a los enfermos o de repartir monedas entre los necesitados, que cada acción sea hecha con toda la energía que tiene. Estamos aquí en el mundo a fin de convertir todas las cosas materiales en medios para la glorificación de Dios. Si obramos con este espíritu, ¡cómo se cambian los quehaceres ordinarios de la vida! Dios se complace del buen uso que hagamos de los servicios materiales y rutinarios de la vida, lo mismo como del ejercicio de dones espirituales, y el criado en la casa puede servir a Dios tan fielmente como el evangelista en el púlpito o el misionero que va al extranjero para predicar a los paganos. La piedra de toque con que nos debemos juzgar es si procuramos siempre contribuir para la edificación del cuerpo de Cristo. Yo me atrevo a negar a usted o a cualquier otro el derecho de ser el ministro de la palabra divina. Quiero decir que ninguna persona tiene derecho de hablar en la asamblea, a no ser que hable "como los oráculos de Dios"; y en ese caso no es cuestión de privilegio sino obligación santa de hablar. Si usted posee ese don, no podrá escapar del deber de emplearlo. Ahora no quiero decir que es su deber usar el don en toda ocasión. Siempre hay mucho que aprender, y el que tiene manifiestamente el don de la palabra puede dar prueba de su sabiduría y de un buen espíritu cristiano en que guarda silencio y escucha a sus hermanos. Si me levanto para hablar en la asamblea de los santos, tengo que hablar de acuerdo con las palabras que se hallan en las Escrituras, pero también tengo que estar seguro de que Dios me va a utilizar como su portavoz en la comunicación de su voluntad a los que están reunidos, dándoles el mensaje que Dios ha preparado para ellos en esos momentos. Este versículo indica claramente que Dios comunica algo a los que van a hablar en su nombre que no pueden retraer, algo de sus propósitos divinos, y el que habla debe sentir que su mensaje es de Dios y destinado para sus oyentes, como el que reparte sus benevolencias debe sentir que su dinero ha venido de Dios y que Dios le incita a proveer para las necesidades de otros.

(Versos 12-14) "Amados míos, no extrañéis el fuego de tribulaciones que está sucediendo entre vosotros, para probaros, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino antes, regocijaos, por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo: para que también, cuando su gloria fuere revelada, os regocijéis con gozo extremado. Si sois vituperados por el nombre de Cristo, bienaventurados sois, porque el Espíritu de Dios descansa sobre vosotros." Es muy digno de notarse cómo el apóstol vuelve a este tema de las tribulaciones como pruebas por las que Dios perfecciona su fe. Aquí por primera vez habla directamente de la participación de la gloria con Cristo como la recompensa plena que es ofrecida a los que sufren por Él aquí. Está premiada esta clase de sufrimiento porque es de la más alta categoría.

En el versículo 13 se habla de aflicciones que nos sobrevienen, y que al soportarlas con humildad participamos de los padecimientos de Cristo porque él mismo sufrió en la carne. En el versículo que sigue se habla de ultrajes inmerecidos y violencias soportadas en el carácter de representantes de Cristo y testigos de su verdad. Todos participamos de las primeras aflicciones, y si las llevamos en el mismo espíritu de humildad con que Cristo las soportó, podemos decir que participamos con Él en sus padecimientos. Tenemos que hacer excepción de todo aquello que el Señor sufrió vicariamente en expiación de los pecados. Pero no todo cristiano participa de aquellos sufrimientos de que se habla en el versículo 14. Quiero indicar bien esta diferencia.

¿No ha gemido usted en espíritu al contemplar la terrible desgracia que ha engolfado a nuestra humanidad? En ese gemido usted ha sufrido con Cristo, entrando en simpatía con lo que Él veía y sentía. Ese gemido de pesar y de lástima que el santo de Dios emite es la voz del Espíritu que está enseñándonos a simpatizar con los sufrimientos del Cristo, y es semejante al gemido que conmovió su seno cuando estuvo delante de la tumba de Lázaro y contempló los estragos de la muerte, que es nuestro último enemigo. Esa escena produjo el llanto en el seno de Cristo, porque era un hombre perfecto y comprendía todas las consecuencias fatales de la miseria y el dolor que el pecado había obrado en el mundo. El gemido expresaba simpatía para los hombres, pero también tristeza por cuanto Dios había sido deshonrado y ofendido. Participamos de los padecimientos de Cristo a medida que comprendemos su aflicción en vista de estas cosas.

Pero otra cosa es sufrir por Cristo, y no todos llegan a hacerlo. Es posible ir por la corriente y procurar salvarse a sí mismo, pero el que así obra no tiene parte en los gozos de que habla el apóstol aquí. A Moisés le fue dada una oportunidad de escapar del sufrimiento por su pueblo, pero no la aceptó. Dios puede colocar a usted en una posición donde sus conocidos hablen, y piensen toda clase de mal con respecto a usted a causa de su adhesión al nombre del Señor Jesucristo. Si tal es su suerte, bienaventurado es, dice Pedro. En lugar de andar desalentado y cabizbajo, huélguese usted en que se le ha dado un privilegio especial, el de llevar reproche por su nombre. ¡Ojalá que se viera un poco más de ese espíritu que animaba a los apóstoles en los días de la persecución! "Y se fueron de la presencia del concilio regocijados porque fueron tenidos por dignos de llevar afrenta a causa del Nombre."

(Verso 15) "Mas no sufra ninguno de vosotros como homicida, o como ladrón, o como malhechor, o como entremetido en asuntos ajenos." Como el que mete el dedo en el fuego sufre las consecuencias de una violación de ley, así tiene que sufrir todo aquel que se mete en asuntos ajenos. No hay vergüenza en la persecución por Cristo, pero debemos tener mucha vergüenza si somos culpables de ser chismosos. En un caso es el diablo el que está obrando, mientras que el otro, es Dios el que lleva a cabo sus planes benditos.

(Verso 17) "Porque ha llegado el tiempo que comience el juicio desde la Casa de Dios: y si comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de los que no obedecen el evangelio de Dios?" Es verdaderamente una consolación pensar que Dios no deja de regir en los destinos de todos los que formamos parte de su plan y que está obrando su voluntad en la perfección de nuestras almas por medio de las pruebas y las aflicciones que nos molestan tanto. Aunque no comprendamos lo que pasa, Dios ve el fin desde el principio, y obra lo que más nos conviene. Pero si comienza Dios con nosotros los creyentes y si no escapamos de experiencias amargas, ¿qué será el fin de los rebeldes que rechazan el evangelio de la gracia de Dios? No puede haber pregunta más seria. La Biblia dice que su fin es la muerte, el juicio y el lago de fuego. ¡Qué fin tan terrible! Puede haber algún lector de estas palabras que no se haya rendido a Cristo; es tiempo que se detenga aquí, se arrepienta y que vuelva a Dios. Yo le suplico a tal persona con toda vehemencia que no siga leyendo hasta que se haya entregado por completo al Salvador. Es posible hacerlo en un momento y en cualquier lugar. Fíese a Él. Su sangre limpia de todo pecado.

(Verso 18) "Y si el justo con dificultad se salva, el impío y el pecador, ¿en dónde comparecerán?" ¿Por qué dice que el cristiano se salva con dificultad? Porque Satanás está obrando en su contra, el mundo llama y el camino del peregrino está lleno de trampas y lazos para los pies. Sin embargo, cada una de estas tentaciones puede ser un medio por el cual se acerque más a los pies del Salvador. Es parte de su plan al conducirnos a la gloria, rodearnos de estas pruebas, que son necesarias, según su sabiduría infinita. No hay nada imposible para Dios; todas las dificultades están en nosotros hasta que aprendamos a mirarlas con los ojos de la fe y echar mano del poder sustentador de Dios.

(Verso 19) "Por lo cual, exhorto también que los que sufren conforme a la voluntad de Dios, encomienden sus almas a su fiel Creador, obrando ellos lo que es bueno." usted al principio obraba su propia voluntad, y el resultado fue la muerte; ahora está sufriendo de conformidad con la voluntad de Dios. No es posible ver el resultado, de manera que no le queda más que seguir por las pisadas del Maestro y encomendarse a Él. Cristo le echa sobre Aquel que es poderoso para salvar, el que es su Padre y nuestro Padre.

Que el Señor nos sostenga en el esfuerzo de conocer y hacer su voluntad para que nuestras vidas sean instrumentos de alabanza y honra y gloria, por medio de Jesucristo.