Simón Pedro

Simón Pedro

W. T. P. Wolston

1892

Nuestra Vocación Celestial

1 Pedro 1

El tema principal en la primera Epístola de Pedro trata de los designios de Dios en relación con su propio pueblo, es decir, con los que se llaman justos; el tema de la Segunda Epístola son los mismos designios eternos en relación con los perdidos.

Comienza el primer capítulo presentando una explicación de la gracia de Dios en su operación al sostenernos en nuestro camino diario, dándonos el poder de resistir las tentaciones y de sobrellevar los sinsabores de la vida, animándonos en los momentos de prueba. Nos habla especialmente de las pruebas por las que tiene que pasar el cristiano y el modo de recibir la ayuda divina; en el segundo capítulo el tema es más particularmente los privilegios de que gozamos como cristianos.

Notemos en primer lugar a quiénes se dirige el apóstol. "Pedro, apóstol de Jesucristo, a los extranjeros esparcidos en Ponto, en Galacia, en Capadocia, en Asia y en Bitinia (verso 1). Eran judíos creyentes desparramados a causa de la persecución que se suscitó siguiendo el martirio de Esteban. Pedro escribe la Epístola en cumplimiento del cometido recibido del Señor resucitado al ser restaurado públicamente a su favor (Juan 21) cuando el Señor le dio el encargo de "Apacienta mis ovejas." Digo pública, porque sabemos de un encuentro privado entre Pedro y su Maestro antes, aunque es una referencia muy breve e indirecta. Leemos en Lucas (24: 34): "El Señor verdaderamente ha resucitado, y ha aparecido a Simón." En ese encuentro a solas hubo una confesión plena, de la cual no tenemos detalles, pero en la restauración pública, que se verificó por la ribera del mar de Galilea, el Señor encomienda a Pedro su posesión más amada, y así le manifiesta la confianza más íntima. ¿Qué haría para dar una prueba de mi confianza en un amigo cuando estuviese yo a punto de partir para otro lugar? Seguramente sería dirigiéndome a esa persona y poniendo en sus manos, o bajo su cuidado, la persona o la alhaja que más apreciara.

Fue de esta manera que el Señor, en su gracia, restauró a aquel que tan terriblemente le había faltado en el momento de prueba. Por tres veces Pedro había negado a su Señor declarando que no le conocía; tres encargos son los que el Señor le hace con referencia a sus amados discípulos. Pedro había negado a su Señor porque se fiaba en su propia fuerza - el amor propio es la causa de la mayor parte de nuestros fracasos espirituales - pero el Señor manifiesta su confianza otra vez sin ninguna palabra que pudiese indicar recelo o sospecha. Sobre la confesión hecha a solas, el Señor extiende un velo de silencio, mas, delante de todos sus hermanos, Él manifiesta la confianza más amplia dándole un lugar distinguido, encargándole a que cuide a sus ovejas, a sus corderitos, apacentándolos y defendiéndolos como buen pastor. En el tiempo en que Pedro escribe, el judaísmo estaba bajo sentencia de juicio, y es la misión de Pedro enseñar a todos los judíos que eran cristianos, cómo se había extendido a ellos un llamamiento celestial que tomaba el lugar del destino terrestre que antes se había extendido al pueblo como nación y que ya se había revocado. La vocación celestial abarca más que la Iglesia. Abraham, por ejemplo, tuvo parte en la vocación celestial, "porque esperaba ciudad con fundamentos, el artífice y hacedor de la cual es Dios." Entendemos, pues, que por medio de la pluma de este apóstol a la circuncisión, el Espíritu se dirige a todos los corazones de los esparcidos para darles esta invitación a que entrasen en el goce de las cosas celestiales. Empieza asegurándoles que son "elegidos según la presciencia de Dios Padre, en santificación del Espíritu, para obediencia y rociamiento de la sangre de Jesucristo" (verso 2). Su primer testimonio es este hermoso cuadro de la gracia de Dios en haberles dado un lugar en sus planes. El versículo es muy notable en que hace mención de las tres personas de la Santísima Trinidad. Son raros los pasajes en que se habla de las tres personas juntas de la Trinidad. Aquí se refiere primero a la elección por el Padre, la santificación efectuada por el Espíritu y la sangre expiatoria del Hijo. Al pensar del Padre, pienso que es Él que mes escoge; la elección es cosa personal con cada uno, y es desde antes de la fundación del mundo. No se habla de la Iglesia como "la elegida" en las Escrituras.

Hay algunos que así interpretan el pasaje en 5: 13 de esta misma epístola, pero si nos fijamos bien, notamos que Pedro no usa la palabra Iglesia; sino dice: "La de Babilonia, escogida, etc." Puede ser que se refiera a una hermana o a la hermandad. La Iglesia no existía antes de la muerte y resurrección de Jesucristo, y no se refiere a ella sino como el misterio que se ha escondido en Dios desde el principio del mundo. Pero se habla siempre de los individuos que son creyentes como electos desde antes de la fundación del mundo.

Que nadie sea perturbado sobre este asunto de la elección. Es uno de los secretos de familia. Yo no predicaría la doctrina de la elección nunca a los inconversos. La elección es antes de todo. Llego a cierto lugar donde reinan la paz y la prosperidad, y donde el gozo y la alegría llenan los corazones de todos los moradores. Sobre la puerta encuentro escrito el letrero: "Él que quiera, venga." Esta es la invitación del Evangelio. Entro, y volviendo, veo escrito sobre la misma puerta, "Él que aquí entra no saldrá nunca." Esta es mi garantía, el fruto de la elección. No hay nada en esta doctrina que debe molestar al creyente un solo momento, pero hay mucho que nos consuela. Si es Ud. creyente, Dios le ha escogido desde antes de la fundación del mundo. Las cosas que Dios tiene guardadas en el cielo las va a guardar para Ud., y también le va a guardar a Ud. a fin de que Ud. goce de ellas en su debido tiempo.

Este segundo versículo presenta un contraste entre el judaísmo y el cristianismo, porque el término Padre no se usa en este sentido sino entre los Cristianos. El Shaddai era el nombre por el cual Dios se había revelado a Abraham, y su perfección consistía en andar delante de Dios Todopoderoso como peregrino, dependiendo de Él (Génesis 17: 1), Jehová era el nombre por el cual fue conocido por su pueblo Israel, y la perfección de ellos consistía en la obediencia a sus mandamientos (Deuteronomio 18: 13). Empero por el nombre de Padre se ha revelado a nosotros, y nuestra perfección es que seamos como Él. "Sed pues vosotros perfectos así como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mateo 5:48).

Se ha logrado mucho cuando el alma llega a sentir que Dios es realmente su Padre, y sabe que por la obra del Hijo de Dios se ha establecido esta relación filial entre el hombre y su Creador. Jesús, después de su resurrección, dice: "Subo al que es mi Padre y vuestro Padre." Dígame Ud., caro amigo mío, ¿ha llegado Ud. a conocer a Dios de esta manera tan intima como su Padre?

Notamos en seguida que después de hablar de la elección por Dios el Padre, se habla de la santificación por el Espíritu. Muchos habrán pensado que se debía hablar en seguida de la sangre del Señor Jesús, pero el orden de las cosas en el texto es -el orden divino y no humano. ¿Por qué? Porque es la cosa más hermosa saber que en nuestra conversión estábamos bajo la dirección y el poder del Espíritu divino. Acordémonos que la operación del Espíritu de Dios sobre un hombre y la morada de ese Espíritu en el corazón del creyente son dos cosas muy distintas. El Padre escoge según la operación sabia de su presciencia bendita. Desde la eternidad se ha fijado en el creyente. Desde el momento de nuestra existencia como criaturas en el mundo el Espíritu de Dios ha comenzado su operación. ¿Cuál es la primera cosa que hace? Le aparta para Dios. He aquí una diferencia radical entre el cristiano y el judío. ¿Qué cosa separó a Israel para Dios? La observancia de ordenanzas exteriores. ¿Cómo ha sido separado Ud.? Por medio de la operación secreta del Espíritu de Dios en su alma obrando en la dirección de "la obediencia y el rociamiento de la sangre de Jesucristo."

Ahora, ¿quisiera Ud. que la frase sea invertida? Es el camino por el cual el alma pasa siempre antes de que llegue al punto donde reconoce que ha alcanzado el perdón por medio de la sangre expiatoria de Jesucristo. Tomemos el caso de Saulo de Tarso como ejemplo modelo de las Escrituras. Cuando contesta al que le habla desde el cielo y dice: "Señor, ¿quién eres?" es el Espíritu el que está obrando en él. Más tarde dice: "¿Qué quieres que haga? Está obrando la obediencia en él. No sabe nada todavía del lavamiento por medio de la sangre, pero la voluntad se ha doblegado y está sumiso. Aunque ha consentido en hacer la voluntad divina, está en una agonía de sufrimiento por tres días. Entonces Ananías viene a él y le dice: "Levántate y sé bautizado, y lava tus pecados, invocando el nombre del Señor", y luego Saulo tiene la experiencia del perdón divino. De esta manera obra Dios casi siempre; el alma, respondiendo a la operación del Espíritu, siente el deseo de obedecer la palabra del Señor. Más tarde viene el conocimiento de la remisión de los pecados por medio de la fe en la obra expiatoria del Señor Jesús.

Los versículos 3 y 4 nos llevan adelante para contemplar una esperanza viva y una herencia incorruptible. Todas las esperanzas de los judíos se concentraban alrededor de la venida del Mesías; pero sin reconocerle, le habían matado, de manera que sus esperanzas se habían disipado. En contraste vivo con esas esperanzas fútiles está la "esperanza viva por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, para la posesión de una herencia incorruptible y que no puede contaminarse ni marchitarse". La hermosa herencia a la cual Dios trajo a su pueblo en Canaán, ellos la corrompieron por medio de sus pecados, y se marchitó delante de sus ojos cuando fueron llevados cautivos a otra parte. Para los amados de Dios es permitido contemplar, en medio de escenas manchadas y pasajeras, aquella herencia incorruptible que nada puede manchar y que perdurará eternamente. Además, dice Pedro, la herencia se conserva para los que también son conservados para ella. El modo de conservar el alma es "por el poder de Dios por medio de la fe". Somos guardados moralmente por la energía de la fe, que es también la operación del Espíritu de Dios, porque es Dios el que por su poder y gracia mantiene nuestra fe.

"Guardados por el poder de Dios" (verso 5). En casi todos los pasajes en las epístolas de Pedro en que habla de las experiencias cristianas, podemos encontrar alguna referencia directa o indirecta a sus propias experiencias. En una ocasión él cayó porque no permitió que Dios le guardara, pero no duda de que Dios pueda guardar, y dice que Dios guardará a Ud. por su poder, más por medio de la fe. Se me figura que al escribir estas palabras su memoria vuelve al momento en que su Maestro le había dicho que había orado por él para que su fe no le faltase, y se acuerda cómo en su vanidad había pensado que podría guardarse a sí mismo de caer. Pedro declara que este cuidado infinito no es por una temporada, sino "para la salvación que está preparada para ser revelada en el tiempo postrero". Pedro no pierde de vista la gloria venidera; y la salvación, en el sentido en que él emplea la palabra aquí, es aquel libramiento final del alma, en espíritu y alma y cuerpo, cuando uno es recibido en la gloria con Cristo. Agrega un pensamiento más, y es que esa perfección de la obra de redención está "aparejada para ser revelada." La obra de redención está completa.

(Verso 6). "En lo cual os regocijáis, aunque ahora por un poco de tiempo, ya que es necesario, habéis sido entristecidos con diversas tentaciones." Podemos ensanchar esta idea de la manera siguiente: Si os ocupáis de la escena donde Cristo se encuentra, y en la cual tendréis parte algún día, si vuestros corazones se han entretenido en la contemplación de aquella herencia que Dios tiene en reserva para vosotros y el hogar que esperáis gozar en unión con Él, donde todo es esplendor y alegría, apenas podréis contener el gozo que sentís. Mas cuando la visión pasa os halláis rodeados de muchos sinsabores que os entristecen, y os acordáis que es necesario primero pasar por muchas pruebas. Estas tentaciones no nos deben inquietar porque no nos apartan de la comunión con nuestro Señor. El alma bajo la presión de estas pruebas no es abandonada de Dios porque Él es el que determina el tiempo y la fuerza de estas pruebas. "Si es necesario". El Señor sabe bien de qué manera debe obrar. No nos gusta llevar el yugo, y no queremos entrar en la tentación. La Escritura dice que "es bueno que el hombre lleve el yugo en su mocedad". ¿Por qué? porque la paciencia es un elemento necesario en su educación. El Señor no se equivoca. Cuando nos sobrevengan estas aflicciones aprendamos a mirar al Padre y contar esta prueba entre las cosas "necesarias" Además, debemos comprender que estas pruebas no siempre tienen el carácter de castigos, sino que sirven como una especie de educación para los hijos de Dios. Queremos hacer una distinción entre la educación y la instrucción. Es el propósito de Dios desarrollar en nosotros el fruto de su gracia que ha comenzado a obrar en nuestras almas, pues el fruto de su Espíritu debe ser "amor, gozo, paz, longanimidad, etc." y el desarrollo de estas virtudes está bajo la dirección del Espíritu en cada caso.

Podemos hacer aquí una comparación instructiva del pasaje en 2 Corintios 4:10 y 11. En el versículo diez Pablo dice que un solo deseo le consume, y es que la vida de Jesucristo sea manifestada en su cuerpo; y parece que Dios le contesta diciendo: "Pablo, te voy a poner en tales circunstancias en las que verás el cumplimiento de tu deseo, donde no puedas hacer más que vivir la vida de Jesucristo".

Es difícil para nosotros ver la necesidad de esta y aquella aflicción que nos sobreviene; pero no debemos olvidar esta palabra del Señor en que nos enseña que la necesidad es temporal, y que durante la prueba Él está listo para sostenernos. Es de mucha importancia para el cristiano acostumbrarse a descubrir el lado dorado de estas experiencias y de mantener el rostro radiante en medio de toda aflicción. Fijémonos un momento en Pablo y Silas encarcelados en Filipos. ¿Cómo podría haber una perspectiva más lúgubre que esa? Echados en la cárcel interior, sus pies en el cepo, sus cuerpos amoratados y adoloridos a consecuencia de los azotes, ¿cómo están pasando la noche? Orando y alabando a Dios. Están cumpliendo sus deberes como santos sacerdotes ofreciendo sacrificios de alabanza a Dios. Cuando llaman al carcelero y le amonestan que no se haga ningún daño puesto que ningún preso había escapado, están obrando como reales sacerdotes de Dios. Es un cuadro de los más sorprendentes y encantadores. El gozo de los apóstoles halla su fruto en la conversión del carcelero. Es el pago que reciben para recompensarles por sus espaldas laceradas. Un hombre impío y descuidado, que aparentemente estaba muy lejos de Dios, y se convierte en creyente y amigo. La tribulación nos puede sobrevenir de varias maneras, pero no nos conviene procurar escapar de ella, porque "la tribulación obra paciencia; y la paciencia, prueba de fe; y la prueba de fe, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, por medio del Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Romanos 5: 3-5).

El sendero de la aflicción siempre nos conduce a un fin deseable. Pedro dice: "para que la prueba de vuestra fe (la cual es mucho más preciosa que el oro que perece, aunque sea acrisolado por el fuego), sea hallada resultar en alabanza y gloria y honra, al tiempo de la manifestación de Jesucristo" (verso 7). La esfera de la actividad de la fe está aquí en la tierra, donde Dios la pone a prueba. Nunca da la fe sin sujetarla a prueba, porque sólo de esta manera produce los frutos que deben aparecer más tarde en nuestras vidas, y que serán manifiestas más completamente en el día de la venida del Señor Jesús en su gloria.

Creo que nos es permitido interpretar la referencia al fuego como ejemplificada por el caso de los tres hombres hebreos fieles que fueron arrojados en el horno encendido por el rey Nabucodonosor (Daniel 3:12-30). ¿Cuál era el efecto del fuego sobre ellos? Sólo quemó sus ligaduras, y los dejó libres para andar en medio del horno. Dios nos hace pasar por estas experiencias difíciles muchas veces con el mismo objeto de librarnos de ciertas cuerdas que nos atan, cuerdas con que tal vez nos hemos atado a nosotros mismos. ¿Qué recibimos como fruto de la prueba? un sentimiento íntimo de la presencia y del sostén del Señor, como nunca lo habíamos tenido antes. Como fue en el caso de los tres hebreos fieles, los que nos miran podrán distinguir en nuestra compañía la forma de "Uno semejante al Hijo de Dios."

"A quien, sin haberle visto, amáis; en quien, aunque ahora no le veis, mas creyendo, os regocijáis con gozo inefable y lleno de gloria" (verso 8). No puede haber un verdadero santo que no ame al Señor. No le ama Ud. como debe ni como quisiera. Tampoco le amo yo como debo; pero en esta carta escrita para nosotros por la mano del Espíritu, Dios nos habla diciendo que sabe bien que amamos a su Hijo. No debemos pasar por alto esa expresión hermosa que dice: "a quien sin haberle visto amáis" y relacionarla inmediatamente con otra expresión dada en Apocalipsis 22, "verán su rostro." Ninguna esperanza de la Biblia me conmueve tanto o me enternece más el corazón que esta promesa que le he de ver cara a cara. Amado lector, ¿no anhela Ud. ver ese rostro, contemplar a Jesús su Señor y estar en su presencia para gozar de su amor infinito para siempre? ¡Qué precioso es el pensamiento que hemos de ver ese rostro que antes "era desfigurado en su aspecto más que cualquier hombre y su forma más que los hijos de Adán."! "Dio su espalda a los que le herian y sus mejillas a los que le azotaban, y no escondió su rostro de la afrenta y del esputo." Por nosotros ha sido desfigurado ese rostro amante. ¡Y nos será permitido contemplarlo algún día! Ninguna lengua es capaz de describir el gozo que llenarán nuestros corazones en ese momento de bendición.

"Creyendo os regocijáis" dice Pedro. Las Pruebas se convertirán en júbilo y los llantos en alabanzas en el día de la venida del Señor; y en el intervalo, por el ejercicio de la fe, nos regocijamos con gozo indecible. ¡Ojalá, hermanos, que eso fuera del todo cierto con respecto a nosotros! Témome que no haya ese regocijo y esa exultación entre los amados hijos de la fe que esta Escritura demanda. Nos regocijaríamos más si tuviéramos presente que debemos de regocijaros en la Persona de nuestro Redentor más bien que en la obra efectuada ya por nosotros.

"Recibiendo el fin de vuestra fe, la salvación de vuestras almas" (verso 9). Al haber creído en el Señor Jesús, ¿qué es lo que hemos recibido? No salvación completa de la cual Pedro hablaba un poco antes, sino la salvación del alma. En el verso 5, se nos dice que "somos guardados por la fe para la salvación." Es claro que esa salvación no se ha conseguido ya sino que es nuestra sólo por medio de la fe. En este versículo 9, se nos habla de una salvación del alma que es posesión actual. Aunque no hayamos visto al Señor, desde el momento en que el alma descansa en Él por la fe, obtiene su salvación.

En los tres versículos siguientes (9-11), se nos presentan tres verdades: el testimonio de los profetas, el anuncio del Espíritu, y la venida en gloria del Señor Jesucristo. Nos dice el apóstol que los profetas, después de haber escrito sus profecías, se ocuparon en estudiar los mensajes sin poder comprenderlos perfectamente; pues la historia de los sufrimientos de Cristo, y las glorias que habían de seguir, que Dios les había revelado, no era para los de su tiempo sino para nosotros los cristianos de otra época.

"Cosas en las que los ángeles, con mirada fija, desean penetrar" (verso 12). Estas palabras parecen indicar que en contraste con nuestra indiferencia en cuanto al significado de las profecías de las Escrituras, los ángeles del cielo tienen un deseo intenso de comprenderlas. Los ángeles no vieron a Dios hasta que vieron al niño Jesús que nació en Belén. No hubo revelación de Dios hasta entonces. Los ángeles contemplaron a Dios por primera vez cuando se acercaron a esa cuna en el pesebre. En su nacimiento hubo un gran movimiento de las huestes celestiales, Vino una multitud de ellos para anunciar su nacimiento y prorrumpieron en alabanzas a Dios. Todo el círculo de la corte celestial se ocupó de esos eventos que tuvieron lugar en la tierra, porque el Hijo de Dios se encontraba aquí. Los ángeles ministraron a sus necesidades cuando tuvo hambre y sed en el desierto después de su conflicto con Satanás. Le sostuvieron en el huerto de Getsemani cuando sufría la agonía en anticipación de la Cruz. Los ángeles siguieron con interés intenso cada movimiento de su vida hasta su muerte y resurrección; todo lo desearon penetrar, aunque en su obra no hubo nada para ellos. Cantaron en su nacimiento pero no cantaron en su resurrección. Aunque presentes, parece que se quedaron mudos, porque dejaron esas alabanzas para nosotros que tenemos más parte en esa gloriosa victoria. Nos toca a nosotros repetir el eco de la canción del nacimiento en las alabanzas de la resurrección. Nosotros somos los que recibimos el beneficio de aquella muerte. Los ángeles siguieron su camino al pasar por este mundo porque siempre le adoraban como el Hijo de Dios. En el sepulcro ven el colmo del amor divino para un mundo perdido, pero no cantan en la mañana de la resurrección porque esperan oír esa nota de los labios de pecadores redimidos.

"Por lo cual, ceñid los lomos de vuestro ánimo" (verso 13). Aquí sigue una figura familiar para los que viven en el oriente. Allí las gentes se visten de mantos largos que impiden el movimiento de las piernas cuando quieren trabajar o correr. También los lomos tipifican la fuerza del cuerpo. El significado, pues, de la figura, es que para adelantarnos en cosas espirituales es necesario estar preparados y alerta. Pablo nos da la misma idea en la exhortación: "Buscad aquellas cosas que están arriba, donde Cristo está sentado" (Col. 3: 1). No habla de los afectos sino del propósito del alma. Muchas personas reconocen el valor de tener un buen propósito con que ocupar la mente. Pablo nos sugiere que sea una cosa buena que valga la pena, algo que está en los cielos. "Esperad perfectamente." Aquí tenemos la tercera virtud de esta trinidad de perfecciones. Nos ha hablado de la fe en el Señor Jesucristo, de nuestro amor hacía Él, y ahora termina con la exhortación de "tener nuestra esperanza puesta completamente en la gracia que os ha de ser traída después." Se halla esta relación trina entre estas virtudes en diez pasajes del Nuevo Testamento. Representa un progreso lógico; primeramente nace la fe en una Persona, sigue un amor para esa Persona que todavía no se ha visto, de manera que la mente se llena de una esperanza de ver a esa Persona. Todo gira alrededor de la Persona de Cristo.

"Esperando la gracia que os ha de ser traída al tiempo de la revelación de Jesucristo." ¿Cómo entendemos esta gracia? Es la de ser admitidos a la presencia del Señor para estar con Él eternamente. En su epístola Judas se refiere a la misma gracia cuando dice que debemos vivir "esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, para vida eterna". No podría haber misericordia mayor que esta, que el Señor venga a cada uno de nosotros, y nos arrebata de estas escenas de sufrimiento, de pruebas, de pesares, llantos y muerte, para ponernos delante de su presencia en la eternidad. Judas lo llama "misericordia"; Pedro lo llama "gracia". ¡Qué privilegio más deseable pudiera haber!

Habiéndose ocupado con ese cuadro de las últimas cosas, Pedro nos llama la atención a la necesidad de cuidar nuestros pasos en el intervalo de nuestra peregrinación aquí, "como hijos ohedientes, no conformándoos con vuestras concupiscencias de antes, en el tiempo de vuestra ignorancia; sino conforme es santo Aquel que os ha llamado, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque está escrito: ¡Habéis de ser santos porque Yo soy santo! (verso 14-16). Todo esto quiere decir, simplemente: haciendo siempre, no lo que le guste a Ud. sino lo que Él manda. No es una santidad en teoría sino una obediencia práctica.

"Y si invocáis como Padre a Aquel que, sin acepción de personas, juzga según la obra de cada cual, portaos durante el tiempo de vuestra peregrinación con temor" (verso 17). Aquí no se habla del tribunal de Cristo, sino del cuidado diario que Dios ejerce sobre cada uno de sus hijos, viendo que segaremos según hayamos sembrado. El hijo obediente debe vivir sin cuidado sabiendo que no deja nada en su camino que no sea del agrado de los ojos paternales. Dios así nos mira y también nos dirige restringiendo aquí y reprendiendo allí, según nuestra necesidad. Así son los juicios de Dios, y su disciplina nos ayuda a crecer en la gracia.

No cabe duda de que este testimonio de Dios es muy diferente ahora de lo que era antes, pero no debemos pensar que nuestras obligaciones morales son diferentes bajo el régimen de Cristo de lo que fueron las impuestas por el Judaísmo. Los principios morales de Dios no se cambian nunca. Su gobierno moral sobre su pueblo es absolutamente igual, y no puede usted ni yo quebrantar la palabra de Dios sin sufrir por la falta, aunque estamos bajo la bendición de su gracia en lugar de estar bajo el yugo de la ley. Con razón, pues, el apóstol nos exhorta a "portarnos durante el tiempo de nuestra peregrinación con temor." ¡Ah! pero el temor es diferente. No es el temor de caer bajo servidumbre, no es el temor de perder la redención. o ser excluidos de la comunión con Dios. No, nada de eso. ¿Cómo es, entonces? Es el temor que produce el conocimiento de la manera de nuestra redención. ¿Cómo puede el conocimiento de ciertas cosas producir temor? La pérdida de un alto privilegio es tanto el motivo para el temor como la amenaza de algún mal. El conocimiento de la redención y del disfrute de las bendiciones de la gracia divina me debe infundir tanto temor en cuanto a mi modo de vivir como antes, porque es más vergonzoso pecar contra el amor y la gracia de Dios, que violar la ley de Dios. Sería mucho mejor para los cristianos si sintieran más de ese santo temor de que habla aquí el apóstol. El momento en que dejemos de temer entristecer al Espíritu de Dios, perdemos la comunión intima que antes teníamos. Mientras que temamos, somos guardados de caer.

Como hemos dicho, este versículo nos habla del gobierno diario de Dios sobre sus hijos y no del día del juicio ante el gran trono blanco, ni del tribunal de Cristo. No olvidemos esta enseñanza clara: Dios nos mira cada momento y "juzga según la obra de cada cual." Lo que debo temer, pues, es que haga lo que sea contrario a su santa voluntad y que me aparte del camino que Él está procurando señalarme. Esto no lo haré si no he contristado a su Espíritu. Ese temor es el temor de un corazón filial que no quiere ofender al amante Padre, "sabiendo que fuisteis redimidos, de vuestra vana manera de vivir, que vuestros padres os legaron, no con cosas corruptibles, como plata u oro, sino con preciosa sangre, la de Cristo, como de un Cordero sin defecto e inmaculado" (verso 18, 19). Aquí se presentan dos cosas muy claramente, la necesidad de la redención por la sangre y la renovación del alma por la Palabra de Dios. El argumento de Pedro es: por cuanto habéis sido redimidos por medios tan preciosos, ¿cómo sería posible seguir viviendo como antes en el pecado? Si Ud. ha llegado a conocer el amor inefable de Dios y si bajo su poder ha sido rescatado de la servidumbre de Satanás, ¿qué clase de comportamiento debe ser el suyo ahora? Si antes debía llamarse una manera vana de vivir, ahora que ha sido redimido, y puesto en libertad de ese dominio, cada paso debe manifestar alguna virtud.

La redención y la compra no son términos sinónimos. El esclavo es redimido cuando está puesto en libertad. El esclavo comprado es todavía esclavo aunque no tenga el mismo amo. Toda alma pertenece a Dios, sea conversa o inconverso. Pedro habla del "Señor que los había comprado" en su segunda epístola. Él compró el "terreno," es decir el mundo, y todos los habitantes de él le pertenecen ya; y aunque los hombres nieguen y sigan negando esa obligación, el día llegará en que serán obligados a reconocerle como su Señor.

Ahora, amado lector, si Ud. ha sido redimido, ha sido puesto en libertad para que le pueda servir de su propia buena voluntad. No queda ningún elemento de servidumbre en su relación con Dios como su hijo por la fe en Cristo Jesús. Este nos ha traído a un lugar de absoluta libertad, no libertad para la carne sino para el goce de todo aquello que nos ofrece por su gracia.

Debemos tener presente en este concepto que Pedro se dirige a sus paisanos que mantenían todavía el modo de pensar de la mente judía, de manera que su figura da énfasis particular a sus pensamientos. La referencia a la sangre de un corderito tenía su aplicación especial para ellos. Se acordarían inmediatamente de aquel momento en su historia nacional cuando, en espera de la visita del ángel de la muerte, cada padre de familia rociaba los postes de las puertas con la sangre del corderito degollado, y los primogénitos se salvaron de la plaga que cayó sobre Egipto. También se acordarían del tabernáculo en el desierto y de los holocaustos sobre el altar. Cuando el Espíritu de Dios, hablando por boca de Balaam, dijo: "Jehová no ha reparado la iniquidad en Jacob ni ha mirado la perversidad de Israel," no quiso decir que la nación estaba sin pecado delante de Él. No queremos decir tampoco que los que están en Cristo están inmaculados en toda su conducta. No, sino que la iniquidad queda cubierta; Dios ve primero la sangre que ha servido como medio de reconciliación, y somos permitidos a entrar en su presencia y gozar de la paz y de su bendición. Ahora no es posible llegar a ocupar otra posición delante de Dios. Aun en la gloria el tema de todos nuestros cánticos será la salvación obrada por el Cordero inmaculado que había sido sacrificado.

Notemos en seguida el uso de este adjetivo "preciosa." No se usan los adjetivos en las Escrituras con el objeto de hacer más retórica la frase. Ponderemos bien el significado de esta expresión; la sangre de su Hijo era preciosa en los ojos de Dios, y por lo tanto su eficacia es suficiente para el limpiamiento de los "pecados de muchos". Su eficacia no ha disminuido con el transcurso de los siglos. ¡Con qué dulzura caerían estas palabras, "la preciosa sangre de Jesucristo" sobre los oídos de los creyentes del primer siglo cuando se daba lectura a esta epístola de Pedro! Se repiten con el mismo acento de paz y de esperanza en el oído del creyente en el día de hoy. Es posible que a pesar de nuestros esfuerzos, caigamos en el pecado; pero no es posible que aquella sangre cese de valer para la remisión de pecados.

"Conocido en verdad en la presciencia de Dios, antes de la fundación del mundo, pero manifestado al fin de los tiempos, a causa de vosotros" (verso 20). El ofrecimiento del Cordero de Dios no era una reflexión tardía en el plan divino. Su venida entró en el designio de Dios antes de la fundación del mundo. ¿Por qué tan anticipadamente? Porque la bendición que Dios tenía para los santos que habían de formar la Iglesia se había determinado antes de la fundación del mundo. Hablando de este plan en su relación con el pueblo terrestre de Dios, el apóstol dice que la elección fue hecha desde la fundación del mundo; mas al hablar de la manifestación de esa gracia en beneficio de los creyentes que forman la Iglesia, dice, antes de la fundación del mundo." (Compárese Efesios 1:4; Tito 1:2; 1 Pedro 1:20; con Mateo 25:34; Apocalipsis 13:8; y 17:8).

Al tornar en consideración las varias razas de la tierra podemos decir que Dios se propuso escoger un pueblo para ser su posesión particular (los judíos), pero la Iglesia no ha pertenecido al mundo, sino que es celestial, en su origen y carácter separada en el pensamiento de Dios desde la eternidad, y, por lo tanto, perteneciendo a la eternidad.

"A causa de vosotros que por medio de Él sois ahora creyentes en Dios, él le resucitó de entre los muertos y le dio gloria, para que vuestra fe y esperanza fuesen en Dios (verso 21). No fue por medio de la creación que el hombre ha llegado a conocer a Dios. El hombre ha procurado siempre llegar al conocimiento de Dios por medio de las obras de la creación, pero no es posible. Tampoco le ha podido conocer por el estudio de sus providencias en la antigüedad. Aun la revelación de su majestad hecha en el monte de Sinaí no era suficiente para descubrir los secretos del infinito, puesto que en su temor el pueblo no se atrevía a acercarse al monte que humeaba, hasta las bestias que presumían de violar esa ordenanza les sobrevino la muerte, y la suerte de los hombres temerarios era de ser apedreados o flechados con dardos. Dios entonces moraba en la nube tras las tinieblas oscuras a la cual ninguno podía venir. Ni por la creación, ni por la providencia, ni por la ley hubo acceso a la presencia divina. Mas por el conducto de Aquel que bajó del cielo para andar entre los hombres, revestido de la humanidad, se ha revelado el amoroso corazón de Dios a los hombres, dando prueba de su verdad muriendo por los pecadores y volviendo a ascender a las alturas - el Cordero que fue inmolado.

¿Cree Ud. en Dios de esta manera? ¿Se siente feliz en medio del circulo familiar de los hijos redimidos que rodean el trono del Padre? "Cristo sufrió por los pecados, una vez para siempre, el justo por los injustos, a fin de traernos a Dios." Esta es la doctrina de la mayor importancia para el bienestar del alma, de manera que la vuelvo a declarar: el Hombre Jesucristo es la manifestación del amor infinito que llena el corazón de Dios.

Puede ser que Ud., lector mío, se haya formado otro concepto de Dios, no relacionándolo tan directamente con la persona del Señor Jesús y con su vida como hombre en la tierra. ¿No le parece a Ud. que el Señor Jesús el hombre de pesares que andaba en medio de nuestra humanidad doliente, lleno de compasión, debe ser el espejo en que vemos retratada la imagen perfecta de Dios? Le declaro, amigo mío, que cualquier otro concepto de Dios, que no se relacione con este Hijo del hombre, en un ídolo. Por eso es que el apóstol Juan nos amonesta diciendo: "hijitos, guardaos de los ídolos." En el mismo sentido declara Pedro que tenemos una base todo suficiente para nuestras esperanzas y ningún lugar para la desconfianza en el Cristo que él anuncia. No debe haber ninguna duda en cuanto al futuro de nuestras almas, sino la seguridad más firme de que Aquel que levantó a Jesucristo nos levantará a nosotros también de la misma manera en el postrer día. No hay otro conocimiento que pudiéramos tener de Dios que nos pudiese dar la paz y la esperanza benditas que son nuestras al fiarnos en las manos del Señor Jesús. Él que se fía de Él no será avergonzado. Dios conceda que Ud. y yo le conozcamos mejor y que nos deleitemos en Él más y más al pasar los días de nuestra peregrinación sobre la tierra.

"Habiendo purificado vuestras almas, en virtud de vuestra obediencia a la verdad, para amor no fingido de los hermanos, amaos los unos a los otros fervientemente, con puro corazón" (verso 22). Conviniendo en que el alma del creyente ha sido purificada de sus pensamientos perversos de antes, ¿qué es lo que se presenta para llenar la mente y dar dirección a sus actividades? Un amor no fingido de los hermanos. Su vida anterior puede compararse al sendero de un vagabundo pasando por aquí y por allá sin objeto y sin disfrutar de placer sustancial. Entonces vino la gracia de Dios, tocando el corazón y dirigiendo el alma al redil de los creyentes. Ahora para cada una se aplica una sola ley: Amaos los unos a los otros fervientemente con corazón puro. Esta última expresión nos da a entender que el motivo para nuestro amor no debe ser el reconocimiento de mérito - no es necesario tener un corazón convertido para amar a los que son amables-sino al contrario amando con el fin de hacerlos amables. Así es como chispa del amor divino que se derramó sobre nosotros antes de que hubiese algo en nosotros que fuese digno de ese amor.

Pablo dice en su epístola a los Romanos (cap. 5): "Apenas por un justo morirá alguno." El hombre justo es aquel que cumple siempre con todo deber y espera que así como liquida todas sus cuentas, nadie debe seguir debiéndole. Para tal hombre no es fácil tener gran afecto, y sería raro el caso en que algún otro diera su vida por él. Sin embargo, "por el hombre bueno quizá alguno aun se atreva a morir." Aún en este caso no quiere el apóstol hablar con todo acierto. Pero el caso es que, estando nosotros privados de toda justicia y careciendo por completo de mérito o buenas acciones, éramos sin embargo el objeto del amor divino. Así se ejemplifica el amor "con puro corazón" con que hemos de aprender a amar a otros. Es muy triste oír a algunos quejarse de que no son amados. Pero eso es lo que ha de esperarse cuando sus propios corazones carecen de amor para otros. Es muy natural tener admiración y lealtad para los grandes filántropos, cuyas vidas se han gastado en derramar bendiciones sobre sus semejantes. No sería difícil hallar personas dispuestas a dar sus vidas por uno de estos. Pero el caso es muy diferente con otros que no aman a nadie ni son amados por los que los conocen íntimamente. Solemos decir que "es imposible aplicar la regla de Cristo a tales personas." Pedro no admite ninguna excepción de esta clase. Debemos amar, dice, a todos los que son hermanos porque son igualmente el objeto del amor de Dios y siendo Ud. redimido, puede amar a toda alma redimida. Es la sangre de Jesucristo la que ha obrado en favor de ellos, y no es necesario que tenga Ud. otro motivo para dirigir hacía ellas su amor. Si es cierto que Ud. haya nacido de nuevo por la Palabra de Dios, hay en su corazón la capacidad para un amor cristiano. Esta es la razón, como también la fuente, de ese amor completo del corazón cristiano: "habiendo sido regenerados, no de simiente corruptible, sino incorruptible, por medio de la Palabra de Dios, la cual vive y permanece para siempre" (verso 23).

"Porque toda carne es como la yerba, y toda su gloria, como la flor de la yerba; la yerba se seca, y la flor se cae, mas la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que como evangelio os ha sido predicada." Esta cita del profeta Isaías tiene su aplicación muy directa en corroboración de esta exhortación del apóstol. ¿Cree usted que tiene mejor naturaleza que su vecino, o que su vecino le sobrepasa en algo? Dios dice que toda carne es como la yerba. Lo dice a fin de consolar a su pueblo y no en reprensión. No se parece a la manera que Ud. o yo escogeríamos para traer consuelo el uno para el otro, el decirnos mutuamente que somos todos igualmente inútiles. Pero en la boca de Dios hay mucho consuelo en ese pensamiento para el corazón penitente. Es una ventaja saber que Dios no se ha engañado con nuestras pretensiones falsas y que, habiéndome calificado como sin valor alguno, buscará mi salvación en otra parte.

La naturaleza humana es parecida a la yerba que perece, pero la Palabra de Dios perdura y permanece para siempre. Al recibir, pues, esa Palabra en el alma, entra en nosotros un principio de bendición que es inmutable y que no se marchita ni se pierde, porque emana de Dios mismo. Pedro ha concluido su argumento con una especie de comparación. Nos ha dicho lo que somos; concluye dándonos a saber lo que es Dios. Vosotros sois la yerba, Dios es eterno y su Palabra permanece para siempre. Entonces, al poner esa Palabra en vuestro corazón, participáis de su naturaleza divina.

La cuestión principal en esta nueva relación es conseguir que esta vida divina que empieza a crecer en nosotros sea alimentada, y con el tiempo el hijo pequeño llegue a tener la apariencia del padre. No demanda ningún esfuerzo porque crecerá de sí; porque, como el agua que de si busca su nivel, el amor crece en la atmósfera del amor de Dios, y se manifestará brotando del corazón en todas nuestras relaciones con los demás, como consecuencia de la plenitud de la bendición interior de que goza. Destituidos de todo poder para sostener estas relaciones, se engendró en nosotros algo, por la presencia de su Palabra que vive y permanece, que nos capacita para manifestar el amor del Padre y para amar como Él ama con corazón puro. Somos redimidos y reengendrados, y con la energía de la nueva vida nace el deseo de seguir el ejemplo del Padre. Para agradarle a Él es necesario obrar como Él obra. Amando a Dios, es la cosa más natural amar a los hijos de Dios.

Habiendo indicado la manera cómo hemos recibido esta vida nueva, Pedro procede a declarar cuáles son las cosas en nuestra vida anterior que deben ser rechazadas como estorbos. "Por lo cual, poniendo aparte toda malicia y todo engaño, e hipocresías y envidias, y toda suerte de maledicencias, como niños recién nacidos, apeteced la leche espiritual pura a fin de que con ella crezcáis para salvación; si habéis gustado y probado que es bueno el Señor" (capítulo 2:1-3). El engaño, o el dolo, es el deseo de impedir el conocimiento de nuestros pensamientos, porque tenemos escondido entre ellos algo que nos condenaría si fuera conocido. Un ejemplo hermoso de un hombre libre de esa pasión se revela en las palabras de nuestro Señor cuando, hablando de Natanael, dice: "He aquí un israelita en verdad en el cual no hay engaño." No hubo engaño tampoco en el Maestro porque era "la Luz," y la luz disipa las tinieblas.

Las hipocresías que debemos apartar de nuestra vida son aquellas tendencias de fingir lo que no somos y esconder de la vista de otros lo que somos en realidad. Al hacer referencia a "las envidias y toda suerte de maledicencias" se ve cómo las Escrituras penetran hasta los rincones más recónditos del corazón. No tenemos otro libro que nos dé una revelación de Dios como este; tampoco existe otro libro que quite el velo que cubre el hombre interior. Si pudiéramos sujetarnos a estas amonestaciones que hallamos en este capítulo, para cumplirlas, no crecerían en el jardín del Señor esas malas yerbas que tan desgraciadamente desfiguran y deterioran la Iglesia del Señor. Es muy fácil condenar a nuestros vecinos. No necesitamos un microscopio para ver sus defectos, pero no es esta la mejor manera de ayudarlos. Si comenzamos corrigiendo hasta donde podamos nuestras propias faltas, ganamos mucho más para la santidad de la Iglesia.

"Como niños recién nacidos, apeteced la leche espiritual pura de la palabra a fin de que con ella crezcáis para salvación" (verso 2). En una de nuestras traducciones de este pasaje la idea no es tan completa. Pedro vuelve a marcar el fin glorioso de todo este plan divino para nosotros, y habla de la salvación que es la culminación de la obra de gracia en nosotros.

En el primer capítulo se nos explica cómo nacimos de la Palabra. Aquí se nos habla de la alimentación de la nueva vida. Es la Palabra la que nos da vida; y en la Palabra también la que nos sostiene y nos alimenta diariamente por todo nuestro camino. No podemos decir que estamos enteramente "crecidos" mientras estemos de este lado de la gloria, y no importa cuál sea nuestra experiencia anterior, siempre participamos del carácter de los recién nacidos. Pero de todos modos, creceremos en proporción a la alimentación que recibamos, según el deleite con que leamos y meditemos en la Escritura y a la medida en que excluyamos las cosas que impidan la aplicación de la Escritura a nuestra conducta diaria. Nuestro deseo debe ser, pues, que Dios nos conceda un animo sencillo para hallar todo deleite en su Palabra y en andar en obediencia humilde de sus preceptos hasta que nos sea permitido contemplar su rostro en la eternidad.

Estamos propensos a aceptar las opiniones de otros acerca de esta Palabra, es decir, de admitir que nos sea adulterada. Si queremos ser felices en goce de la verdad, es necesario que tomemos la Palabra directamente. Si abandonamos su lectura perderemos todo lo demás. Si la savia del árbol deja de pasar del tronco a las ramas, se pone fin a toda esperanza de fruto. La Palabra de Dios es como la savia del alma. Hagamos pues el mayor uso posible de nuestras oportunidades para el estudio de la Palabra. Tal vez nos hallernos a veces en situaciones donde no podamos dedicar las horas continuas al estudio que merece, pero hagamos buen uso de los minutos que nos queden libres para esto. Es el libro de guía por el cual hemos de determinar cada paso en la vida. ¿Lo es para Ud., amado lector? Vamos a hacer una confesión franca: ni Ud. ni yo hemos sido derrotados por alguna astucia de Satanás, ni nos hemos equivocado seriamente en nuestros negocios, a no ser que hayamos faltado antes en la lectura y estudio debido de esta Palabra de Dios.

Nuestro Señor contestó al Tentador en el desierto por medio de alguna cita de la Palabra, y le derrotó por completo porque vivía por la Palabra y no simplemente porque era el Hijo de Dios. Por la misma razón cuando hayamos sido derrotados por Satanás no podemos decir que el remedio no estuvo a nuestro alcance sino que no supimos usarlo para salud nuestra. Creo que hay una palabra divina que nos ha de servir de guía en toda ocasión, como hay alimentación en nuestro pan cotidiano, desde el principio hasta el fin de nuestra vida en la tierra. Hay principios revelados en las Escrituras que tienen su aplicación exacta a cada circunstancia que se nos presente, si supiéramos sujetarnos a su dirección.

Es mi deseo, amado lector mío, por medio de este estudio, encarecer a su atención un uso más constante y una lectura más piadosa de la Palabra de Dios, a fin de que le sea posible convertirla en la voz profética que exprese los propósitos de Dios para la dirección de su vida. Comparativamente la Biblia es un libro pequeño; ¿cómo es que sabemos tan poco de él? Creo que contiene una profundidad de ideas que ningún otro libro posee y que es imposible comprenderlo bien sin tener la ayuda del Espíritu divino para su interpretación. Esa ayuda no es nuestra a no ser que nos acerquemos a este libro con un ánimo dócil y reverente. También creo que Satanás se ocupa activamente para impedir el atesoramiento de los pensamientos de la Biblia en la memoria, porque sabe que sus preceptos son la mejor armadura contra sus ataques. "Él que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama: el que me ama será amado de mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré a él". Estas son palabras de nuestro Señor Jesucristo. En ellas ofrece hacernos una visita cada vez que guardemos sus palabras. Agrega: "Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi Padre le amará, y nosotros iremos a él y haremos morada con él." (Juan 14:21-23). A medida que nuestras almas presten obediencia a estas palabras escritas, encontraremos que el Espíritu de Dios nos está bendiciendo con su presencia y gozamos de él que es la Palabra Viviente.

No es de admirarse que Pedro encomiende con tanta urgencia el uso de la Palabra, porque deploraba siempre su propia indiferencia a sus mandamientos y la terrible caída que resultó de su descuido. Si no hubiera olvidado esa amonestación de "velar y orar", no habría negado a su Señor en el patio de Pilato. Con ternura, pues, nos encomienda la leche pura espiritual de la Palabra.