Simón Pedro
W. T. P. Wolston
1892
Nuestro Santo y Real Sacerdocio
1 Pedro 2:4 a 25
Habiendo explicado en el primer capítulo el proceso por el cual el cristiano es redimido, renovado y revestido de poder por el Espíritu Santo para andar en novedad de vida, el apóstol Pedro pasa adelante para tratar de nuevas relaciones en la vida cristiana, y procura demostrar, primeramente, que los hermanos creyentes forman un edificio espiritual, luego, que constituyen un santo y real sacerdocio: santo en su relación para con Dios, y real en su relación para con los hombres, y que todas estas nuevas relaciones resultan directamente de haber venido a Cristo.
"Llegándoos a Él, como a una piedra viva, rechazada en verdad de los hombres, mas para con Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sois edificados en un templo espiritual, para que seáis un sacerdocio santo a fin de ofrecer sacrificios espirituales, aceptables a Dios, por medio de Jesucristo" (versos 4, 5). Parece que Pedro tiene una predilección especial para esta palabra viva. La usa en aquella conversación importante (Mateo 16:16) en que declaró: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente." En esta figura del templo con sus cimientos, representa a Cristo como la piedra principal, pero piedra viva, piedra escogida por Dios y no por los hombres, y por lo tanto, preciosa. Vuelve a llamarnos la atención a que venimos a Cristo en su calidad de una persona, y no a la aceptación de una idea abstracta. ¿Es esta la idea que Ud. se ha formado del Cristo? Recorriendo la historia de su propia alma, ¿puede Ud. decir que ha estado en contacto directo y personal con el Hijo de Dios? Si esa ha sido su experiencia, ¿cuál es el resultado? Ud. debe ser también una de las piedras vivas en su templo.
Siguiendo esta figura, ¿qué es un cristiano? Es una piedra viva. ¿Qué es el significado de la piedra? Una piedra es un pedazo sacado de un peñasco. Tiene la firmeza necesaria para formar parte de una mampostería. ¿De dónde viene esta figura? Primeramente del caso de Pedro mismo. Al ser traído al Señor, éste le dice en tono de profecía: "Tú serás llamado Cefas (que significa en el arameo, piedra) (Juan 1: 42). Esta acción del Señor era muy significativa; porque desde luego habla como el director de los destinos de Pedro, con el derecho de disponer de su vida como quiera. El cambio de nombre de una persona significaba, entre los orientales, que el amo que daba el nuevo nombre recibía al otro bajo su dominio, como vasallo, y que el nuevo nombre tipificaba hasta donde fuera posible el carácter del nuevo servicio. El cambio en el nombre de Simón Pedro se verificó en el momento de su primer encuentro con el Señor Jesús. Ahora preguntémonos: ¿cómo llegamos nosotros a ser piedras vivas? De la misma manera, oyendo la voz del Hijo de Dios. A esta experiencia Él mismo se refería cuando dijo: "La hora viene, y ahora es, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que oyen vivirán" (Juan 5:25).
El cristiano es piedra viva, habiendo venido a Jesucristo. ¡Cómo debemos regocijarnos en esta relación! Primeramente porque entramos en relación espiritual con "Él que vive." Él es Piedra viva, y Ud. es piedra viva también, participando de la misma firmeza y solidez que Él tiene. Es símbolo también de una relación inmutable, una seguridad no interrumpida. Nuestra piedra principal es inamovible, y estamos firmes para siempre. La vida de Él ha llegado a ser nuestra, y nuestra vida se esconde con Cristo en Dios."
La casa espiritual de la cual Pedro habla aquí es la única referencia que hace a la Iglesia espiritual. Lo que Pablo llama el "cuerpo de Cristo," Pedro llama "la casa espiritual," y no distingue entre los fieles y los falsos, pues incluye en la casa a todos los que hacen la misma profesión de fe. Si queremos ver la verdadera casa espiritual en toda su perfección, tenemos que estudiar el simbolismo del Apocalipsis, capítulo 21. Allí leemos de las piedras preciosas que brillan en toda su hermosura. Son las mismas piedras que forman la casa espiritual aquí en el mundo. Empero al verse allí, se ve todo el lustre que el Maestro Lapidario ha sabido darles al tenerlas sobre la rueda de su disciplina providencial. Toda la basura y toda aspereza se han removido, y la rueda las ha expedido radiantes en colores vivos. Esas piedras que se ven tan hermosas en las paredes de la casa espiritual allí deben dejar traslucir algo de su brillo aquí, y ser reconocidas como parte de ese edificio espiritual. Qué hermoso sería si el mundo pudiera reconocer a Ud. como piedra preciosa en la cual se cumple la obra del perfeccionamiento. Más tarde "las naciones andarán en la luz que brilla de esa ciudad;" verán a Cristo revelándose en gloria y sus santos con Él. Deben ser permitidos ver el reflejo de su gracia y gloria en los rostros y en la conducta de nosotros sus santos que ahora estamos a su lado diariamente.
Los creyentes, además de ser reunidos en la formación de un edificio espiritual, componen también "un sacerdocio santo." Entendemos que todos los cristianos son sacerdotes, toda alma redimida. Bien, pero ¿cómo es posible ejercer los deberes de sacerdote? Esta es una cuestión sería que cada cristiano tiene que contestar por sí mismo. No es en la obra del ministerio. El ministro cristiano tiene otros poderes, y no todos podemos ser ministros porque no es dado a. todos interpretar la Palabra para el consuelo y edificación de otros de una manera aceptable, pero todos los creyentes son sacerdotes.
El ministerio es el ejercicio de un don espiritual, y es un medio divinamente proveído para dar a conocer las buenas nuevas de salvación a la humanidad. Toda persona que pretende participar de esta gracia, al ponerse en pie delante de sus semejantes para ministrarles alguna porción de la Palabra, debe tener la convicción intima de que en verdad trae un mensaje de Dios para el pueblo. Así es que el ejercicio de este don se limita a los que tienen aptitudes especiales para servir de esta manera, pero el sacerdocio pertenece al creyente más humilde y más débil y aun más ignorante, y pertenece a las mujeres como a los hombres.
El objeto principal del ejercicio del sacerdote es un culto aceptable a Dios. El culto es la comunicación del alma con Dios. El ministerio es la comunicación de la voluntad de Dios al alma. Los santos sacerdotes del Antiguo Testamento ofrecieron holocaustos; nosotros debemos ofrecer sacrificios espirituales. Tenemos la exhortación en Hebreos 13:15, que dice: "Así que ofrezcamos por medio de él a Dios siempre sacrificio de alabanza, es a saber, fruto de labios, que confiesen a su nombre." Esta ofrenda espiritual debe de subir de los corazones de los santos de Dios continuamente, en bendición y alabanza y adoración.
Uno de los objetos primordiales en la unión de los santos es con el fin de presentar juntos nuestras acciones de gracias y nuestra adoración a Dios. Es necesario que pongamos a Dios primero y que Él reciba lo que le corresponde debidamente. No debemos considerar que el anuncio del Evangelio tenga preferencia a este deber. En este particular algunos buenos cristianos han errado. Consideran que la mirada debe ser dirigida primero hacia el mundo, y que debemos dar primordial importancia a la obra de la salvación de las almas. No es este el orden en que Dios ha puesto las cosas. No queremos menospreciar la obra de evangelización, pues es imposible ser demasiado fervientes en buscar a los perdidos; pero debemos reconocer que Dios demanda con justicia el primer lugar en nuestros pensamientos, y que siendo en verdad sus sacerdotes, es nuestro deber ensalzar su nombre y darle todo el homenaje de nuestro corazón. Al cumplir con este deber supremo estaremos mejor habilitados para la obra de traer a otros a Dios.
¿Cuál es la gran obra que ha quedado para hacerse en el mundo desde el día de Pentecostés? ¿Qué ha estado buscando el Padre? Busca adoradores, y puesto que quiere tener a los que le adoren, el Hijo dice: Debo ir en busca de pecadores para que los pueda convertir en adoradores. Ya hechos adoradores y santos sacerdotes, es fácil cumplir con nuestros deberes como sacerdotes reales. ¿Es Ud. sacerdote real? ¿Cuál es el significado de la calificación real? El contacto con la majestad de un rey siempre da dignidad y la conciencia intima de la importancia de su misión. ¡Qué posición de mayor importancia y dignidad podemos ocupar que la de ser embajadores de Dios en medio de un mundo que se opone continuamente a los ofrecimientos de su gracia!
¡Qué alta vocación es esta! "Vosotros sois una raza escogida, un sacerdocio real, nación santa, pueblo de posesión exclusiva; a fin de que manifestéis las excelencias de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su luz maravillosa" (verso 9). Creo que estamos propensos a perder de vista nuestra responsabilidad personal como sacerdotes reales. Es nuestro privilegio, como también nuestro deber solemne, manifestar las excelencias de Aquel que nos ha llamado de las tinieblas a su luz maravillosa. Pero primeramente tenemos que ejercer las funciones de nuestro sacerdocio santa. ¿Estamos en el camino de la obediencia? Es fácil saber por qué Cristo nos dice que estos servicios le son aceptables a Dios. No dudemos de que el homenaje sincero de nuestro corazón sea grato en sus oídos. Es con este objeto que el Hijo ha venido al mundo.
Podemos interpretar esta relación bendita por medio de lo que sabemos del antiguo sacerdocio descrito en el Antiguo Testamento. ¿Cuál es la ofrenda con que nos presentamos ante el altar de alabanza? Es el Señor Jesucristo. Él es el Cordero inmaculada que ha sido inmolado. No tenemos que venir con nuestra mente concentrada en nosotros mismos, ni en nuestra posición ni aun en nuestras bendiciones; la ofrenda debe llenar toda nuestra atención, su valor inmenso y la manera como se ha encarecido al Padre y a nosotros. "A vosotros que creéis es Él precioso;" es decir, lo que Dios ve en Él como precioso nos lo encomienda a nosotros también como digno de todo aprecio. Por la fe vemos a Cristo como Dios lo ve.
Nos sería muy valioso en nuestras reuniones para el culto si pudiéramos dar mayor atención a esta relación de sacerdotes y sentir que estamos congregados primeramente con el fin de ofrecer a Dios la ofrenda que le deleita, que es su Hijo como nuestro Redentor. Quiero insistir en esto porque es fácil ver cómo el ánimo con que nos reunamos determinará el carácter de la asamblea. Si la gran mayoría de los que están presentes y que deben estar funcionando como sacerdotes, se sienten fríos y preocupados, el culto resultará desabrido y sin frutos. Al contrario, si arden nuestros corazones con el deseo intenso de manifestar nuestro amor y gratitud a Dios, el acto de adoración nos traerá el mayor gozo posible porque nos pondrá en posesión de Jesucristo como la ofrenda aceptable que llena nuestras manos. Dios conceda que gocemos mucho de nuestro santo sacerdocio teniendo los corazones hartados de Cristo, para que le podamos traer en ofrenda pacífica de alabanza continuamente, sintiendo la seguridad de que Aquel que es precioso para nosotros es precioso también para Dios.
Si somos sacerdotes santos, hemos de ser también sacerdotes reales. ¿Cuál es el significado de este epíteto? Sin duda es para distinguir el orden de nuestro sacerdocio del de Aarón, como se distingue el sacerdocio de Cristo por el orden de Melquisedec. El Señor en estos momentos ejerce su sacerdocio según el tipo de Aarón. Se ocupa de su pobre pueblo necesitado en la tierra, pero si el ejercicio es aarónico, el orden de su sacerdocio es el de Melquisedec. En su intercesión aarónica representa a los enfermos y errantes. Más tarde se presentará como Melquisedec, rodeado de todas las bendiciones de la victoria. Antes de que llegue ese día nos manda a nosotros que seamos sus representantes en la tierra. Se tarda el día en que todos le conocerán y aceptarán sus bendiciones, pero en el intervalo nos toca servirle de intérprete, llevando el amor y la gracia cristiana con toda devoción a cada alma necesitada, ministrándoles en el nombre de Cristo. Aunque nuestro servicio no es más que llevar un mendrugo de pan al hambriento, visitar a algún enfermo o desconsolado, o dirigir alguna palabra de vida a la conciencia perturbada, la acción participará de un carácter regio, porque emanará del ejercicio de nuestro sacerdocio real.
Hemos leído en la Epístola a los Hebreos del ejercicio de nuestro sacerdocio santo por medio de las acciones de gracias y alabanzas a Dios, concluyéndose el argumento con la exhortación: "mas del bien hacer y de la comunicación de beneficios, no os olvidéis: porque en los tales sacrificios Dios se complace mucho" (Hebreos 13: 16). El sacrificio de alabanza viene primero, pero debe ser seguido por él de la benevolencia activa, porque de esta manera se manifiesta el carácter de Dios. El mundo está observándonos para ver si llevamos la imagen de Aquel que es invisible para ellos, a no ser que se deje ver en nuestras palabras y acciones. Cristo nos encarga la reproducción del sacerdocio de Melquisedec en anticipación del día glorioso cuando Él mismo aparecerá y será para todo el mundo el Sacerdote real de justicia.
¿Podemos saber el carácter exacto de ese sacerdocio? Sí, es la presentación de ofrendas puras, de bendiciones en que no hay ni una gota de hiel. ¿Qué es el cristiano entonces? Es una persona que ha sido bendecida y que se convierte en bendiciones para otros. Si Ud., lector mío, es cristiano, ¿cómo es que Dios le ha dejado todavía en el mundo? Sin duda es para que su corazón sea el depósito de canciones de alabanzas y gratitud a Dios en medio de una generación perversa e ingrata, y también para que sea la fuente de actos de benevolencia y ayudas en medio de un mundo egoísta. Para Dios, gratitud y alabanza; para los hombres, buenas obras y generosidad: esta es la suma de la vida. Dios conceda que su gracia opere en los corazones de todos nosotros, para que nuestras vidas produzcan estos frutos espirituales en abundancia.
(Versos 7 y 8) "Para vosotros pues que creéis, Él es precioso: mas para los que no creen, la piedra que rechazaron los arquitectos, ella misma ha venido a ser cabeza del ángulo, y piedra de tropiezo y roca de ofensa; porque ellos tropiezan en la palabra, siendo desobedientes: a lo cual también fueron destinados." La referencia es a Israel como nación, y el tropiezo se debía a un espíritu de rebelión. ¿Cuál es el significado de la expresión: "a la cual fueron destinados? Cuando les fueron dados tantos privilegios especiales como nación, y al fin cuando tuvieron en su medio a Cristo el Mesías, el Hijo de Dios, se les presentó una oportunidad para grande bendición, y también para un tropiezo fatal. Tropezaron porque Cristo vino revestido de la gracia de la humildad, y no le reconocieron.
"Mas vosotros sois una raza escogida, etc." Aquí Pedro se dirige particularmente a un resto de israelitas, a los judíos que eran creyentes a quienes Dios había convertido y restaurado. La nación como nación tropezó sobre el Señor Jesús, mas los pocos que creyeron alcanzaron todas las bendiciones que Dios tenía destinadas para la nación. Mucho antes (Éxodo 19) Dios había prometido al pueblo que haría de ellos una raza particular y tesoro propio, en que todo el pueblo serviría como sacerdotes a los demás pueblos, siendo una nación santa en medio de ellas. Fueron desobedientes y perdieron todo el beneficio de esas promesas. Ahora Pedro asegura a este pequeño residuo que a ellos toca gozar de toda la gracia de Dios, por la obediencia a Cristo, a pesar de la falta de los demás. Hablando a ellos dice: "Los que en un tiempo no erais pueblo, mas ahora sois pueblo de Dios; los que no habíais alcanzado misericordia, mas ahora habéis alcanzado misericordia." La cita es del profeta Oseas (2:23). Profetizando primero, Oseas había dado al pueblo el epíteto de "Lo-ammi" (1- 9), dando a entender que Jehová había retirado su protección y su derecho de un lugar privilegiado en sus planes, a causa de su grande desobediencia. En una segunda profecía declara cómo el privilegio pudiera ser restaurado. Declara Dios que a pesar de su pecado y desobediencia y falta de fidelidad, y aun a pesar del juicio pronunciado contra ellos (que tenía que cumplirse), los iba a traer más tarde al lugar de la bendición. Dios dijo que en el mismo lugar donde recibieron la condenación serían bendecidos. El juicio vino y pasó, y ahora la misericordia se regocija sobre el juicio porque aun la desobediencia no puede frustrar los propósitos en gracia de Jehová.
Dios cumplirá todas sus promesas a Israel y le bendecirá, reuniéndolos por su gracia en el valle de Acor (Josué 7:26 y Oseas 2: 15). En el mismo lugar donde les sobrevino el primer juicio a causa de su profanación con el anatema, y allí donde el pueblo fue juzgado, recibirá la bendición que acompaña la misericordia del Señor. Ahora, dice Pedro a sus lectores, vosotros sois ese remanente que cree, os está permitido entrar en el lugar de privilegio mucho antes del tiempo en que la nación entera sea restaurada.
Habiéndoles llamado la atención a esta posición de bendición especial que los creyentes judíos ocupaban, el apóstol procede con sus exhortaciones. Es de notarse en cada parte de la Palabra de Dios que las exhortaciones siempre parten del desarrollo o de la explicación de alguna doctrina en que se presenta claramente la relación personal que existe entre el alma y el Señor, y veremos que este capítulo no presenta ninguna excepción a la regla.
Una sola mirada es suficiente para descubrir la relación sencilla y natural que hay entre estas exhortaciones y lo que ha precedido. Pedro ha desarrollado la vocación celestial en el primer capítulo; luego demostró cómo son los escogidos del Padre, apartados por la obra del Espíritu Santo y defendidos por la preciosa sangre del Hijo de Dios, y que por último, hay una relación intima entre la herencia guardada en el cielo y el amparo extendido sobre aquellos que la ha de heredar. Les ha advertido que la prueba y la aflicción son necesarias porque tienen parte en el plan de Dios, y no deben ser sino motivos para regocijarse en Aquel a quien amaban sin haberle visto. Termina recordándoles de la triple obra de la Santísima Trinidad, en que como hijos del Padre son redimidos por el Hijo y renovados por el Espíritu por medio de la Palabra de Dios.
En el segundo capítulo sigue con otra nueva doctrina que tiene que ver con su posición delante de Dios, primero como una casa en la cual Dios mora o más bien un templo en que los creyentes forman las paredes y también funcionan como santos y reales sacerdotes, ofreciendo ofrendas pacificas a Dios y engrandeciendo las virtudes de Aquel que los había llamado de las tinieblas a su luz maravillosa.
Esta, pues, es la situación en que el creyente se encuentra. Tenemos también un buen resumen de las enseñanzas de Pedro. Su conclusión práctica es que el creyente debe ceder a Dios todo lo que es debido a Él y al mismo tiempo enseñar a sus semejantes lo que es el amor y la gracia de Dios para todos los hombres. Vamos a ver ahora de qué manera les dirige sus exhortaciones.
(Verso 11) "Amados míos, os ruego, como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de carnales que guerrean contra el alma." Su titulo para el cristiano es el de extranjero y peregrino. El primero habla luego de otra patria mucho mejor, y el segundo título confirma el propósito de ponerse en marcha para ir a ella. No llamamos este mundo nuestra patria porque todos nuestros gozos y nuestras esperanzas y el Ser que nos es más amado se encuentran allí, y el lugar que reúne tantos tesoros es el hogar para todos nuestros afectos. Habiendo nacido de arriba, Ud. pertenece al cielo. Su Padre y su Salvador están en el cielo, la fuente de toda ayuda está allí, toda esperanza y todo gozo hallan su centro en aquellas relaciones. En fin, Ud. como cristiano es planta exótica, un forastero. Pero Ud. es también peregrino, es decir, con el propósito firme de no parar hasta que ponga su pie dentro de los portales de su destino celestial.
"Que os abstengáis de los deseos carnales," dice el apóstol. Habla de la vida interior del alma, de los mil y un tropiezos que rompen la armonía de nuestra comunión con Dios e impiden el crecimiento en el conocimiento de Cristo. Ud. sabe bien lo que le está sirviendo de tropiezo; prepárese, dice Pedro, a excluir todas estas cosas de la vida y de practicar la más completa abnegación en cuanto a ellas, porque "guerrean contra el alma." Es necesario hacer uso del cuchillo de la circuncisión. Cuando los israelitas cruzaron el Jordán para posesionarse de la tierra prometida, fueron obligados a usar los cuchillos afilados antes de que les fuera permitido usar sus espadas agudas. ¿Por qué? Porque los cuchillos fueron para su propia carne, y era necesario atender a la cuestión de su propio estado, antes de salir en contra del enemigo. Para manifestar poder en la vida es necesario tener una pureza interior; si Ud. busca la felicidad en su vida, es necesario que busque primero la santidad en el corazón. Acuérdese que en el camino de la vida, la Felicidad anda algunos pasos detrás de la Santidad. El hombre que no es santo no puede ser feliz. Ahora por la santidad quiero decir un poder práctico para juzgar con precisión a los actos de uno mismo, la determinación de subyugar la carne y reducirla a su lugar de muerte donde Dios la puso por la cruz de Cristo. Esta es la santidad y debe reinar en el corazón si la felicidad ha de dominar en la vida. Él que quiere ser feliz tiene que comenzar con la purificación de sí mismo (Juan 3:3).
(Versos 12-15) "Teniendo honrosa vuestra manera de vivir entre los gentiles; a fin de que en aquello mismo en que hablan mal de vosotros, como de malhechores, ellos, a causa de vuestras buenas obras que vean, glorifiquen a Dios en el día de su visitación. Sujetaos a toda institución humana, por causa del Señor; ya sea al rey como supremo, o a los gobernadores, como enviados por éste para castigo de los malhechores, y para alabanza de los que hacen bien. Porque así es la voluntad de Dios, que vosotros, obrando lo que es bueno, hagáis enmudecer la ignorancia de los hombres insensatos."
Esta es la mirada del cristiano hacia la vida exterior que le rodea. Si hace frente a todas estas relaciones con el corazón puro, no tendrá dificultad en el cumplimiento de esos otros deberes. Pero debe tener por seguro que de todos modos va a despertar la oposición de los "gentiles," es decir, los que no son creyentes. Si se propone seguir los pasos del Señor con fidelidad, tened por cierto que no sólo los incrédulos sino muchos de los que se llaman cristianos se opondrán a vuestro modo de proceder y hablarán en vuestra contra. ¿Con qué resultado? Ellos tendrán más tarde que confesar ante Dios que vuestras obras han sido premiadas por el Señor, y aunque hablaron mal de vosotros, sentían que se oponían a Dios al hacerlo.
Es una prueba de verdadero heroísmo cuando un joven cristiano se declara abiertamente a favor de una vida de lealtad a Dios. Digo heroísmo, porque es difícil rechazar los consejos de los que parecen dignos de respeto por su edad y experiencia, y que se enfadan cuando se propone otro modo de proceder de lo que ellos habían adoptado. Es de esperar que su oposición sea enérgica y prologada.
Para tener "vuestra manera de vivir" honrosa, es necesario comportaros de tal manera que cada acción esté libre de reproche, que ninguno pueda poner el dedo en uno de nuestros actos y decir: "aquí se obró mal," o "aquí hubo injusticia," o "esa acción careció de espíritu de bondad." Es necesario vivir superior a toda sospecha de mal.
En el versículo 11, se habla de la sujeción del espíritu a una regla espiritual; en el versículo 12, se habla de una conducta recta entre los vecinos y amigos; en el versículo 13, se recomienda una obediencia a los poderes civiles "por causa del Señor." Si el gobierno impone contribuciones injustas y excesivas, es el deber del cristiano someterse a él. ¿Pudiera haber un tirano más malvado que el emperador Nerón? Sin embargo, en el tiempo de Nerón Pablo escribe a los hermanos de Roma encomendándoles a que se sujetaran en la inteligencia de que son ordenados de Dios.
Nuestro Señor Jesús, cuando vino a este mundo, no habló nunca de sus derechos, sino que se sometió a los vituperios y las bofetadas, y dio su cuerpo al matadero, siendo despedido del mundo que había creado por las manos de su propio pueblo escogido. El cristiano, si piensa seguir en pos de su Maestro no debe de pensar en sus derechos. La sumisión, la obediencia es su único camino a seguir, a no ser que le obliguen a violar lo que Dios mismo ha revelado como su voluntad para nosotros, sometiéndose a todo lo demás "por causa del Señor." De esta manera cumple con su sacerdocio real, declarando las virtudes que pertenecen a Cristo. Si los cristianos, por el contrario, toman parte en las contiendas, sosteniendo controversias con sus vecinos, el mundo pierde su testimonio a favor de la paciencia y longanimidad.
(Verso 16) "Como libres, mas no teniendo vuestra libertad por capa de malicia, sino antes, como siervos de Dios" Es un lugar de privilegio en que el cristiano goza de la verdadera libertad en su propia conciencia, porque reconoce que no tiene parte en el dominio del mundo sino que vive como ciudadano del cielo, y sin embargo, viviendo en el mundo como siervo, sin malicia, porque sirve a Dios. Es el deber de un siervo conocer la voluntad de su Amo, y es la voluntad de Dios que, mientras estemos en el mundo, nos sometamos a sus leyes. Si yo rehúse hacer esto y resista a los poderes civiles, soy culpable de presunción, porque pretendo ser más hábil que Dios en la defensa de sus planes. Cuando hacemos así, Dios nos permite tomar la espada y caer por la espada, pues el resultado es siempre una pérdida y no una ganancia para el reino.
(Verso 17) "Honrad a todos; amad la hermandad; temed a Dios; honrad al rey." Aquí se habla de las varias relaciones de la vida, y el principio para la conducta es que se debe dar la honra donde es debida. Si los títulos representan rangos, los debemos respetar. Muchas veces la única dificultad consiste en una chispa de amor propio u orgullo que nos incita a negar a otros honores que nosotros mismos no tenemos, o que creemos no son merecidos. Llevada a su extremo esta tendencia (prohibida terminantemente en esta exhortación, como opuesta a la voluntad de Dios), abre la puerta a las asechanzas de Satanás, porque el radicalismo es evidentemente uno de los medios favoritos de él. El espíritu que insiste en que todo sea reducido al mismo nivel es el espíritu del Anticristo, negando toda autoridad y todo poder legal, a fin de prostituir esos poderes en manos profanas e irresponsables.
Entre los cristianos no hay más que un solo lugar para todos, porque todos están delante del mismo Dios y en las mismas relaciones con Él. Todos somos santos y todos somos uno en Cristo Jesús. Dios ha levantado a su Hijo Jesucristo, y al ponerle a su diestra, da el mismo lugar a todos los que creen en Él. ¡Qué exaltación tan maravillosa! En Cristo no hay ni judío ni gentil, siervo ni libre. Esta es la doctrina de Cristo. ¿De qué manera, pues, debo portarme? Como Cristo se portaría. Debo hablar y obrar como Él obraría estando en mi lugar. Esta es la "doctrina de Dios" en que siendo siervo debo de obrar como siervo, poniendo la voluntad de Dios antes de la mía. Si no hago eso, trastorno todo el orden de los planes divinos.
Esta doctrina de Cristo enseña claramente que no hay ni una sombra de diferencia en rango entre cristiano y cristiano, pero la doctrina de Dios enseña que existen en el mundo personas a las cuales debemos darles honra, y si no lo hacemos, o si lo hacemos de mala voluntad, no estamos manifestando el espíritu que honra a Dios. Es de veras interesante pensar que la Biblia contiene estos cuatro mandatos en un solo versículo. Tenemos nuestras relaciones rectas con el mundo, con la hermandad, con Dios y con el rey.
Es por demás decir que tememos a Dios, si no damos a todos los hombres el respeto que Dios quiere que les demos. No existe un temor de Dios en mi corazón si no existe allí también el propósito de mantener, en su presencia, todas las relaciones naturales en que Él me ha puesto, y con toda la fidelidad que Él demanda.
(Verso 18) "Siervos, estad sujetos a vuestros amos con todo temor, no sólo a los buenos y apacibles, sino también a los de áspera condición." Pero se dirige aquí, no a los que son esclavos sino a los que sirven como criados en las casas, y les recomienda que trabajen "con todo temor." El hecho de que sean díscolos y malhumorados no es excusa para una falta de fidelidad en el servicio. Confesemos que nuestra flaqueza de espíritu hace difícil la obediencia bajo tales circunstancias, pero no busquemos modo de justificar una violación de nuestra palabra como cristianos. El temor de que habla Pedro aquí, no es el de un castigo en caso de faltar en el servicio, sino el temor de no servir a Dios cumplidamente en servir al amo humano. El siervo debe tener presente que ante todo su objeto principal en la vida es portarse de tal modo que sus amos reconozcan el poder del Espíritu y sean convertidos al mismo Evangelio.
(Versos 19-22) "Porque esto es digno de alabanza, si alguno por conciencia para con Dios, soporta agravios, padeciendo injustamente. Pues, ¿qué gloria es, si cuando pecáis y sois abofeteados, lo sufrís con paciencia? pero si cuando hacéis bien y padecéis por ello, lo sufrís con paciencia, esto es digno de alabanza para con Dios. Porque a esto mismo fuisteis llamados; pues que Cristo también sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo, para que sigáis en sus pisadas: el cual no hizo pecado, ni fue hallado engaño en su boca." Como siervos de Dios, si hacemos bien y recibimos en pago palabras duras, y si las aguantamos con paciencia, Dios reconoce que está adeudado con nosotros. Nos honra con una expresión de su aprecio. Es una regla hermosa aunque no es lo que ordinariamente se ve en el mundo. El cristiano sigue haciendo bien a pesar de la paga de rudezas y rechiflas de un mundo ingrato. No importa, las "gracias" vendrán de Dios, y toda manifestación de paciencia y humildad recibirá su justa recompensa y su precioso galardón. El motivo que sostiene al obrero en su prueba difícil es que su Maestro también ha sufrido y no volvió vituperio por vituperio. Como Él sufrió todo por nosotros, debemos estar listos para seguir su ejemplo.
Pedro habla de la necesidad de sufrir por conciencia, de padecer injustamente a causa de Cristo, y también de sufrir a causa de mal hacer. Sucede a veces que el cristiano sufre por sus propios pecados. No debe ser, porque Cristo sufrió por ellos y ha llevado su culpa aunque no quita siempre todas sus consecuencias. Muchas veces el cristiano tiene que sufrir por su conciencia porque, estando bajo órdenes de otro que no es cristiano, recibe el mandato de hacer lo que en conciencia no debe hacer; tiene que obedecer a Dios antes que a los hombres. La obediencia a Dios toma primer lugar y es la ley por excelencia para el cristiano. Si el acto de obedecer a un amo resulta en una desobediencia a la obligación superior, no queda otro recurso que escoger entre dos amos y obedecer al Mayor. Así contestó Pedro al concilio supremo de los judíos: "Juzgad vosotros si es justo delante de Dios escucharos a vosotros más bien que a Dios." Desobedecer a Dios no puede juzgarse necesario a fin de obedecer a un hombre, y el cristiano tiene que hacer esta elección continuamente.
En tal caso no hay más remedio que sufrir las consecuencias de la decisión y esperar recibir la recompensa en el favor y la bendición de Dios que vendrán después, porque una acción de esta clase trae luego el conocimiento intimo de la presencia de Dios, que es en todos los casos recompensa suficiente. Pedro nos recuerda cómo Cristo mismo nos ha dado el ejemplo. "Quien mismo cuando fue ultrajado, no volvió a ultrajar, cuando padeció, no usó de amenazas, sino que encomendó su causa a Aquel que juzga justamente" (verso 23).
Como el Salvador dejó su negocio en las manos de Dios, nosotros hemos de hacerlo también. Nuestro Señor aceptó las violencias de los hombres como elementos necesarios en el plan de Dios, y si aprendemos a hacer lo mismo, descubriremos que el aguijón del oprobio se ha quitado y que aun el sufrimiento más terrible puede ser una puerta abierta para las bendiciones divinas.
Esta referencia al camino perfecto de la obediencia que el Señor nos ha trazado recuerda al apóstol que en realidad no somos capaces de juzgar debidamente la naturaleza de aquellos sufrimientos, pero no duda por un momento de su eficacia. Dice: "quien mismo llevó nuestros pecados en su propio cuerpo sobre el madero, a fin de que nosotros, estando muertos a los pecados, viviésemos a la justicia: por cuyas llagas vosotros fuisteis sanados, porque erais como ovejas descarriadas: mas ahora os habéis tornado al Pastor y Obispo de vuestras almas" (versos 24, 25). ¡Qué conclusión tan preciosa! Los pecados míos, los de Ud., amado lector, le condujeron al madero; ahora somos muertos al pecado y vivos para Dios.
Nuestro Señor Jesucristo siempre hizo lo bueno, nunca estuvo en error ni se desvió del camino. Nosotros, por el contrario, somos como ovejas descarriadas, mas hemos sido traídos de nuevo para entrar en nuevas relaciones con el bendito Cristo, nuestro Sobreveedor, él que cuida de nuestras almas, el Pastor que apacienta a sus ovejas.
Dios conceda que nuestros corazones hallen un verdadero
gozo en la entrega de todos sus poderes a
Él para seguirle, para aprender de Él, para atesorar
su Palabra en el corazón como el alimento y el consuelo
constante de nuestras vidas, y así produzcamos
mucho fruto para su reino.