Simón Pedro

Simón Pedro

W. T. P. Wolston

1892

Quince Días con Pablo

Hechos 9; Gálatas 1

Después del incidente solemne registrado en el capitulo anterior, Pedro y Juan volvieron a Jerusalén, predicando el Evangelio en muchas de las aldeas de los samaritanos (Hechos 8:25). Volvieron porque su presencia era necesaria para animar la asamblea en aquella ciudad mientras pasaba por el crisol de la persecución, y también, porque habían de tener parte en la introducción de un nuevo obrero de distintas cualidades. Antes de decir más de la interesante historia de Pedro, se nos presenta el relato de la conversión de Saulo. Este incidente sucedió no mucho después del regreso de los dos apóstoles a Jerusalén.

Pero no se verificó en ese lugar, donde el que se llamaba Saulo, y después Pablo, era bien conocido, sino en un punto lejano y en seguimiento de un propósito sabio y soberano de Dios. Saulo había sido uno de los testigos y cómplice en la muerte de Esteban, y lejos de saciarse con ese triunfo, siguió "respirando amenazas y muerte contra los discípulos del Señor." "Vino al sumo sacerdote y le pidió cartas para Damasco dirigidas a las sinagogas, para que si hallara algunos del Camino, ora fuesen hombres o mujeres, los trajese presos a Jerusalén" (verso 1, 2). Saulo se había convertido en apóstol de furia y odio judaico contra el Señor Jesús y contra sus amados discípulos. En la prosecución de su misión de sangre, al acercarse a la ciudad de Damasco, fue detenido en el camino por una luz del cielo, más resplandeciente que la del sol, señal de la presencia y de la gloria divina. Cayendo a tierra, oye una voz que le reprende diciendo: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" Aquella gloria y aquella voz ponen fin para siempre a su carrera de egoísmo.

Sumiso, humillado y quebrantado de corazón, el hombre responde: "¿Quién eres, Señor?" Reconoció que era la voz de Dios, pero cuán grande debe haber sido su sorpresa al descubrir que Él que le hablaba era el Señor Jesús, ya no el perseguido y crucificado, sino el Señor de la gloria; y sin embargo, el Amigo y Protector de sus pobres discípulos, a quienes Saulo quería prender y llevar a Jerusalén para encarcelarles y aun martirizar por su fidelidad a su divino Maestro.

"Yo soy Jesús a quien tú persigues" es una acusación terrible para su alma, porque su conciencia, despierta ya a la verdad, le revela la enormidad de su ofensa. Creyéndose el instrumento de Dios para el castigo de pecadores, descubre que es el enemigo de Dios y el primero de los pecadores. Aprende al mismo tiempo que el rey de gloria se identifica con los santos a quienes él había perseguido. No olvidó esa verdad y es el corazón de toda su enseñanza en los años subsiguientes. Completamente trastornado en todas las fuentes de su ser moral y en todos sus hábitos de pensar y creer, se levanta para dirigir sus pasos por un nuevo camino donde no hay judío ni gentil, sino un "hombre en Cristo." Desde ese momento su vida y su ministerio, en cuanto a su actitud personal a los hombres, fluye con toda tranquilidad porque le gobierna la convicción de que se había unido a Cristo y que tenía su ciudadanía en el cielo.

"Señor, ¿qué quieres que yo haga?" es la pregunta con que comienza su nueva carrera. Bajo la dirección del Espíritu, va a cierto lugar en la ciudad. “Aunque con los ojos abiertos, no veía a nadie, así que, llevándole por la mano, le condujeron a Damasco. Y estuvo tres días privado de la vista y no comió ni bebió” (verso 8, 9).

Entonces en una visión, ve a un hombre que viene hacia él y le restaura la vista. Ananías, enviado del Señor a él, le puso las manos encima y le dijo: "Saulo, hermano, el Señor, es decir, Jesús, que te apareció en el camino donde viniste, me ha enviado a ti para que recibas la vista y seas lleno del Espíritu Santo." ¡Con qué sentimiento de gozo debe haberse estremecido el corazón de este hombre cegado y atormentado por la conciencia al oír la salutación de "Hermano"!

Saulo le correspondió dando todas las pruebas de hermandad testificando abiertamente a favor del Señor Jesús. Prófugo de Damasco a causa de la furia de los judíos que procuraban matarle, Saulo escapa en la noche de la ciudad por una ventana en el muro, mas cuando llega a Jerusalén busca a los hermanos de la fe, y con la ayuda de Bernabé es presentado a la Asamblea. La fecha de este acontecimiento es mucho más tarde de lo que la primera lectura del pasaje en los Hechos parece indicar. La cita en Gálatas, primer capítulo, indica que su visita a Jerusalén no se verificó luego después de su conversión. Pablo nos da el relato siguiente en los versículos 15 al 19: "Mas cuando plugo a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia, revelar a su Hijo en mí, para que le predicase entre los gentiles, luego no conferí con carne y sangre; ni fui a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo; sino que me fui a Arabia, y volví de nuevo a Damasco.

Después, pasados tres años, fui a Jerusalén a ver a Pedro, y estuve con él quince días. Mas o ningún otro de los apóstoles vi, sino a Jacobo, el hermano del Señor."

De los incidentes de esos quince días no tenemos detalles, pero, dado el carácter de los dos hombres tan consagrados a la misma causa, podemos conjeturar algo sin errar mucho de la verdad. Es posible aprender mucho de un hermano en Cristo durante una permanencia de quince días de constante comunión. No es un tiempo muy largo, pero si suficiente para que los dos hombres aprendiesen a respetarse y a amarse mutuamente, siendo que uno era destinado a ser el gran apóstol de la circuncisión, es decir, a los judíos, y el otro igualmente apartado para la obra de ser apóstol a la incircuncisión, es decir a las naciones de los gentiles.

Es fácil imaginarnos que Pedro, teniendo memoria muy viva de la parte que Saulo había tomado en el martirio de Esteban, y tomando en cuenta que se había tardado mucho tiempo en presentarse en Jerusalén, la cual se consideraba como el cuartel general de la nueva fe, le tratase al principio con alguna reserva. Es claro que la asamblea vacilaba mucho antes de admitirle. Leemos en Hechos 9:26 que "llegado que hubo a Jerusalén, procuraba unirse con los discípulos: y todos ellos tenían miedo, no creyendo que fuese él discípulo." Bernabé vino, a su apoyo, y le recomendó cordialmente como creyente sincero y fiel discípulo de Jesús. Establecida la confianza, se comenzó el cambio de ideas y la comunión de espíritu. Pedro era muy franco y no sabía guardar rencores; Pablo era muy franco y humilde, de manera que se estrechó una amistad tan íntima entre ellos que años después Pedro habla de Pablo como “nuestro muy amado hermano” (2 Pedro 3:15).

Me parece que el tema principal de las conversaciones era la vida terrenal de nuestro Señor Jesucristo y los recuerdos que Pedro tuvo de Él. También hablarían de los eventos importantísimos en el establecimiento de la Iglesia desde el día de Pentecostés hasta el momento de su encuentro. Por su parte, Pablo relataría las circunstancias de su conversión tan extraña, de su visión del Señor Jesús en la gloria, y de la comisión especial que había recibido de Él, de predicar el Evangelio a los gentiles.

La visita entre estos dos grandes hombres de la Iglesia primitiva debe tener un interés especial para el estudiante de la historia sagrada. Ni ellos ni los demás comprendieron cuán grande parte tenían que tener en la formación y establecimiento del Cristianismo en el mundo. De todos sus contemporáneos, reyes, sabios, o generales, estos dos son los hombres más bien conocidos por el mundo de hoy. Otros alcanzaron una notabilidad pasajera y se hallan unos cuantos nombres en las páginas de la historia, pero estos dos hombres tienen una parte directa en la vida de millones, y la historia de sus hechos vivirá en las eternas páginas de la Palabra de Dios. Sus palabras y su testimonio a favor de Cristo fueron el instrumento durante sus vidas para la conversión de muchos miles de creyentes, y sus escritos han quedado como la herencia más rica de la Iglesia. Innumerables millones de almas, usando centenares de diferentes idiomas, han nacido en la fe y han tenido sus espíritus alimentados y sostenidos por los mensajes divinos que estos hombres, como "vasos escogidos" recibieron y comunicaron a los fieles por la ayuda del Espíritu. Demos gracias a Dios por los hombres Pedro y Pablo. Su recompensa será grande en el reino del Señor Jesús. (y pobre de veras es el hombre que no tiene lugar en ese reino). En vista de todo esto, ¿quién no quiere ser discípulo del Señor? El hombre que rechaza esta bendición y esta honra tendrá que arrepentirse por toda una eternidad de su necedad.

Pero durante los quince días que pasó Pablo en la compañía de Pedro no se dedicó enteramente a la conversación y a visitas. Leemos que "estaba con ellos entrando y saliendo en Jerusalén, predicando denodadamente en el nombre del Señor. Y hablaba y disputaba con los helenistas; mas ellos procuraban matarle" (verso 28, 29). Para salvar su vida los hermanos tuvieron que despacharle a otra parte, y se fue a Tarso, su ciudad natal.

La conversión de Saulo (todavía no se llamaba Pablo) debe haber traído mucho consuelo y alivio a los creyentes, y podemos comprender con qué regocijo "dieron gracias a Dios porque él que antes nos perseguía, ahora anuncia la fe que en otro tiempo destruía" (Gálatas 1:23).

Llegó una época en que, bajo la providencia divina, la persecución de los santos se contuvo y las asambleas por toda Judea y Galilea y Samaria tuvieron descanso y fueron edificadas. Pedro está libre para salir abiertamente, y le vemos tomando parte en la obra en varias partes de Israel (9:32). Esta historia de la actividad de Pedro se ha introducido por el Espíritu Santo para demostrar cómo se daba con su energía acostumbrada a la obra de evangelización, antes de hacernos pasar adelante al estudio de la obra del nuevo mensajero apostólico, con que se ocupan casi todos los capítulos restantes del libro de los Hechos. Lo que Dios había hecho por medio de Pedro y lo que había de hacer por medio de Pablo se encuentran mezclados armoniosamente, para conservar la unidad de la Iglesia, y aunque Pablo era el instrumento nombrado para llevar el mensaje a los gentiles, es Pedro quien había de ser el primer instrumento en su introducción a la Iglesia. Todo esto hallaremos en el capítulo siguiente.

Pero antes tenemos un incidente que atestigua el lugar especial que la obra de Pedro tiene en el plan de Dios, y fue la sanidad dada a Eneas y el levantamiento de Dorcas de entre los muertos. El pasaje con que termina el capítulo nueve es sumamente hermoso. Es el relato de una escena "en medio de los santos, en que los del mundo no tienen parte alguna. Es de notarse que es aquí donde se aplica el nombre de "santos" a los cristianos por primera vez en las Escrituras, y el título se aplica a todos los que son creyentes en el Señor Jesús. La mayor parte de los hombres, al hablar de los "santos" piensan en los que han muerto, y consideran que aun entre los cristianos que han muerto sólo unos cuantos merecen el título de "santo," como San Juan, San Pedro, etc. Que los que han muerto en la fe deben ser llamados así, lo dice muy claramente San Mateo en su capítulo 27:52. Pero en este capítulo de los Hechos la palabra se usa tres veces para indicar los miembros vivos de la Iglesia (verso 13, 32, 41). El término es aplicable a todos los que han nacido del Espíritu y que se han lavado en la sangre de Jesucristo. Los tales han sido apartados por Dios como su posesión particular, adquiridos por la redención. En todas las epístolas se usa este término para indicar a todos los que son hijos de Dios por la fe. Yo sé que muchos cristianos ahora prefieren no usar la expresión. ¿Por qué? Es porque naturalmente el término implica una práctica o conducta que corresponda a su significado, y su modo de razonar es este: "Si admito que yo soy un santo, el mundo ha de demandar que me comporte con toda santidad, y eso sé bien que no podré hacer." La cosa de más importancia es reconocer exactamente lo que somos delante de Dios, y en seguida manifestar esa vida en la práctica. Así hicieron aquellos de quienes vamos a leer.

Mientras estaba Pedro en Lida, un pueblito a unos quince kilómetros de Jope en la dirección de Jerusalén, se encuentra con uno que ha estado ocho años en cama, enfermo de una parálisis. Pedro le dice: "Eneas, Jesucristo te sana; levántate y hazte tu cama". Esta palabra fue suficiente para sanarle, y todos los que moraban en Lida y en Sarona fueron convertidos al Señor. Dios puede usar un milagro como este para convertir a todo un distrito tan fácilmente como por la predicación de su palabra. "Jesucristo te sana" constituyó el mensaje de salvación a los habitantes de Lida y Sarona tan seguramente como para el pobre Eneas.

No queremos decir que Pedro haya dejado de predicar el mensaje del Evangelio. Mientras se detenía allí, hablando del Evangelio, recibe una llamada urgente para que vaya a Jope. En este pueblo, llamado ahora Jafa, y es a la vez un puerto muy importante de Israel. Está situado en un cabo de tierra arenosa que se extiende en el Mediterráneo, al sur de Cesarea, y como cincuenta kilómetros de Jerusalén. El motivo para el envío de un mensaje a Pedro fue la muerte de Dorcas. Era una mujer excepcional, "Llena de buenas obras y de limosnas que hacía." He aquí la santidad puesta a prueba en la vida práctica. Como era natural, ella era muy amada de todos los pobres y muy estimada en la Iglesia, donde su muerte era muy lamentada. Al llegar Pedro recibió un testimonio muy extenso acerca del carácter de la obra de esta buena mujer. No sabemos si su nombre de Dorcas, o Tabita (que significa gacela, en el griego y en el arameo, respectivamente) era un sobrenombre dado a ella en testimonio a la dulzura y modestia de su carácter. Tampoco sabemos si las viudas y otras mujeres que estaban presentes anticipaban lo que iba a suceder, pero Dios tuvo un propósito grande que llevar a cabo en lo que pasó en seguida. Echando fuera a todos, Pedro, puesto de rodillas, se entrega a Dios por medio de la oración. Cómo le manifestó su contestación, no sabemos; pero Pedro volviendo al cuerpo dijo: "Tabita, levántate," y ella abrió los ojos, y viendo a Pedro, se incorporó. Y él le dio la mano y la levantó; entonces llamando a los santos y a las viudas, la presentó viva."

Por medio de este milagro (porque no cabe duda de que la mujer había muerto), Dios quiso atestiguar del poder de su nombre a los que vivían fuera de Jerusalén. Además sirvió para dar a nuestro apóstol una posición que en estos momentos la situación demandaba, tanto en su relación para con los santos como ante los ojos de los del mundo. Una parte no pequeña del propósito divino era el de dar un consuelo por su gracia a los que lloraban y que no esperaban un alivio de esa clase, ya que Cristo mismo había dejado de andar en medio de ellos. El efecto era grande - "Este fue notorio por toda Jope y creyeron muchos en el Señor." (verso 42). Que hubo un gran avivamiento es muy evidente, de manera que Pedro se detuvo allí muchos días en casa de un cierto Simón el curtidor. De estas ocupaciones interesantes fue llamado a tomar parte en otro incidente de magna importancia que examinaremos en el capítulo siguiente.