Simón Pedro
W. T. P. Wolston
1892
Señales y Maravillas
Hechos 5:12 - 8:25
Aunque Dios no tiene necesidad de valerse siempre de los mismos medios, hay mucha semejanza entre ciertas de sus operaciones, mayormente al principio de una nueva dispensación. Esto lo notamos en conexión con esta porción de la vida de Pedro que vamos a estudiar, la cual se relaciona con el establecimiento y el progreso de la nueva obra del Cristianismo, en que la presencia y el poder del Espíritu Santo es el tema principal.
Cuando nuestro Señor Jesucristo comenzó su obra pública, era natural que sus cualidades divinas, como también sus mesiánicas fuesen atestiguadas por medio de señales especiales. Leemos de aquella actividad espiritual, "que rodeó Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad, y toda dolencia del pueblo. Y corría su fama por toda la Siria; y le trajeron todos los que tenían mal: los tomados de diversas enfermedades y tormentos, y los endemoniados, y lunáticos, y paralíticos, y los sanó. Y le siguieron muchas gentes de Galilea y de Decápolis y de Jerusalén y de Judea y de la otra parte del Jordán" (Mateo 4:23-25). Nótese bien que todos sus milagros, durante esta época, eran manifestaciones de su bondad y no de su juicio. El objeto era patente: quería llamar la atención de todos a su carácter y a su misión. Se encontraba un ser divino, el Hijo de Dios, sobre la tierra, andando entre los hombres en forma humana. Ahora vamos a notar una cosa muy parecida en esta época del establecimiento del Cristianismo, pues estaba presente entre los hombres el Espíritu Santo, residente en la asamblea y también sus siervos en los cuales moraba y a quienes daba su poder. Así fue que debían de esperarse señales y maravillas, el ejercicio del don de sanidades del que leemos después en 1 Corintios 14. Un ser divino, la Tercera Persona de la santísima Trinidad, aunque invisible a los ojos mortales, había comenzado su obra, y era natural que atestiguasen su presencia nuevas señales de su poder. Así es que leemos, que "por las manos de los apóstoles eran hechos muchos milagros y prodigios en el pueblo; â tanto que echaban los enfermos por las calles, y los ponían en camas y en lechos para que viniendo Pedro, a lo menos su sombra tocase a algunos de ellos. Y aún de las ciudades vecinas concurría una multitud a Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados de espíritus inmundos; los cuales eran curados todos." (Hechos 5:12, 15, 16).
En verdad se volvían a repetir las escenas que acompañaron a la primera obra del Señor Jesucristo en Mateo 4, con la única diferencia que ahora obraba el Espíritu, en lugar del Hijo de Dios, y las instrumentalidades de su poder eran los Apóstoles, y especialmente Simón Pedro.
Este testimonio maravilloso acerca del poder de Dios produjo dos efectos. El pueblo común se aprovechó de él viniendo de cerca y de lejos. El otro resultado fue que Satanás tembló por su reino y luego incitó a los príncipes de los sacerdotes a que levantaran una fuerte oposición. (verso 17). Pedro es el instrumento del Señor por medio del cual vinieron grandes bendiciones a los cuerpos y a las almas de los hombres. Los instrumentos de Satanás son los sacerdotes, quienes, llenos de indignación, echan mano a los apóstoles y los ponen en la cárcel pública. Empero el Señor dispone que su obra no sufra menoscabo en esa ocasión por los esbirros de Satanás. Dios, en su providencia, vigila sobre su obra, y, enviando a sus ángeles, frustra por completo todos los planes de sus adversarios.
Antes, los milagros fueron hechos por las manos de los apóstoles; en esta ocasión Dios obra a favor de ellos mismos, y su mensajero es un ángel que abre las puertas de la cárcel de noche y les dice: "Id, y estando en el templo, hablad al pueblo todas las palabras de esta Vida". (verso 20). ¡Oh, qué comisión tan magnífica! ¡Qué ánimo darían palabras como estas a esos hombres consagrados que no tenían otro anhelo que el de anunciar las buenas nuevas! "¡Hablad las palabras de esta Vida!" ¿Conocemos las palabras de esta Vida? En caso que sí, nos viene también la misma Comisión hermosa, y entendemos que abarca todo el círculo de la verdad divina como el mensaje que debemos dar a los hombres. "Todas las palabras de esta Vida" quiere decir todo lo que sabemos de Cristo y de su redención, el perdón de los pecados, la gracia de la santificación y la presencia íntima del Espíritu Santo, toda la verdad acerca de Cristo y de la salvación en él.
Grande poder acompaña esa comisión de "hablar al pueblo todas las palabras de esta Vida." El Evangelio era entonces, y todavía es, el poder de Dios. Ninguna otra cosa satisface las necesidades de los hombres. Toda otra agencia de salvación es una quimera. Vivimos en un tiempo en que la educación, la elevación social de la humanidad, la temperancia y la reformación tienen sus abogados. En si misma cada una de estas causas buenas carece de los elementos necesarios para el buen éxito. La condición del hombre como pecador y destituido de la gracia de Dios, sumergido en el pecado y dominado por el poder de Satanás, no tiene otro remedio que el Evangelio de Cristo, el cual le levanta de entre los muertos, le comunica nueva vida y le dota de nuevos poderes y de un nuevo Objeto en la vida. Dios nos ha prohibido remendar y componer nuestra pobre naturaleza humana, pues nos declara que es demasiado corrompida para heredar la vida eterna. Nos ha dado una nueva comisión para los hombres, que es: "Hablad todas las palabras de esta Vida". He aquí el remedio divino para todos los males de la humanidad, porque toda la raza ha caído en la degradación universal. Un hombre muerto necesita. vida ante todo, y la palabra de Dios nos clasifica a todos como "muertos en delitos y pecados". Ahora notamos cómo el remedio se acomoda exactamente a nuestra necesidad, puesto que son "palabras de esta Vida". Estas palabras, son medicinas divinas que cualquier mensajero puede llevar. Debemos ser fieles en su empleo porque es remedio divino y eficaz. Como la espada de Goliat que esgrimió David, "No hay otra igual a ella". Este mandamiento es tan claro como sencillo. ¡Que resuene el Evangelio, que se predique a tiempo y fuera de tiempo! Sólo éste levantará al hombre caído hasta el nivel de la justicia divina, porque por medio de ello, Dios ha descendido a nuestro nivel con el objeto de levantarnos a los lugares celestiales.
Pedro y los demás apóstoles presentaron la más pronta obediencia al mandato angélico, y se dirigieron al tiempo donde predicaron de nuevo.
Entretanto, el concilio se convocó, y fueron despachados los esbirros para traer a los presos. Los alguaciles se fueron, y volvieron con el mensaje; "Por cierto la cárcel hemos hallado cerrada con toda seguridad y los guardas que estaban delante de la puerta; mas cuando abrimos, a nadie hallamos dentro". Con razón el concilio se encontró perplejo, "dudando en qué vendría a parar todo aquello". Tenían que luchar con Dios y no con los hombres, y no lo habían tomado en cuenta. Así sucede siempre con los del mundo. Mayor fue su confusión cuando vinieron mensajeros anunciando que los presos escapados se hallaban en el templo y que "estaban enseñando al pueblo" (verso 25). Otra vez los esbirros los prendieron, pero ahora sin violencia, "porque temían del pueblo ser apedreados".
Por segunda vez Pedro está en pie delante del concilio, rodeado de sus compañeros quienes están igualmente resueltos como él. El sumo sacerdote dirige el interrogatorio demandando con mucha altivez: "¿No os denunciamos estrechamente, que no enseñaseis en ese nombre?" Amigo mío, Ud. y yo tendremos que reconocer la potencia de ese nombre, algún día. Dios ha ensalzado a Aquel que lo llevaba, y no está lejos el día en que ante Él toda rodilla se doblará, de ángeles, de hombres y de demonios. ¿No ha confesado Ud. ese nombre y reconocido su dominio sobre su vida? El día llegará cuando lo hará a fuerza. Es mejor hacerlo ahora de buena gana, en el día de la gracia, y ser salvo, más bien que obligado a reconocer su dominio en el día del juicio.
El sumo sacerdote sigue hablando: "He aquí, habéis llenado a Jerusalén de vuestra doctrina" (doctrina hermosa, porque no consistía de otra cosa que las obras y las palabras del Señor Jesús) "y queréis echar sobre nosotros la sangre de este hombre". ¡Ah! Satanás es un amo muy astuto, y nunca deja de cobrar sus cuentas. Les había incitado a una obra negra y dándoles buenas razones para consumarla. Este mismo sacerdote había pronunciado sentencia contra el bendito Jesús, y alrededor de él estaba el pueblo que en el pretorio de Pilato había clamado diciendo: "Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos". Ahora dice con desdén: Pensáis traer la sangre de este hombre sobre nosotros. ¡Ah! lector mío, es preciso que su sangre caiga sobre Ud., en su carácter de expiación, librándole del juicio y reconciliándole con Dios, o clamando para venganza contra los que participaron en su muerte, ¿No habían demandado estos hombres la sangre del Salvador? Sí, y en cuanto a responsabilidad, habían procurado su muerte, como ahora de la misma manera deseaban alcanzar la muerte de sus discípulos.
Hay un tono de queja en la protesta que el sumo sacerdote hace, porque los discípulos habían desoído su primer mandato acerca de su obra. Pero es fácil notar que el desprecio es el sentimiento dominante de su corazón. No quiere mentar el nombre del Señor Jesús. Habla de "este nombre", "vuestra doctrina". "la sangre de este hombre". En la contestación de Pedro, se manifiesta un propósito fijo, más bien que un espíritu de contención o un deseo de explicar motivos. Pedro reconoció que sería en vano explicar sus doctrinas ante ese auditorio, pues éstos se habían puesto en oposición abierta al mensaje del Evangelio que los apóstoles anunciaban.
Notemos ahora las razones que Pedro aduce para su actitud. Vemos cómo está guiado otra vez por el Espíritu. "Debemos más bien obedecer a Dios que a los hombres". Estos jueces eran también directores espirituales del pueblo, y como tales habían rechazado la doctrina de Cristo. Los apóstoles no deseaban oponerse a los poderes civiles. Esto no debe hacer nunca el cristiano. Pero el judaísmo, que fue juzgado y desechado por Dios, era el falso principio eclesiástico que volvió a oponerse a los apóstoles como Se había opuesto a las pretensiones de Cristo.
En la relación de los hechos que determinaron la actitud de Pedro, era necesario presentar claramente el pecado de estos príncipes. Pedro les dice: "El Dios de nuestros padres levantó a Jesús al cual vosotros matasteis colgándole en un madero. A éste ha ensalzado Dios con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y remisión de pecados, y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen". (verso 31, 32). Antes de pasar adelante, permítame Ud., lector mío, convidarle a abandonar al dios de este mundo, con sus engaños, y que doble la rodilla ante los pies de este Príncipe y Salvador. Examínese Ud. y diga si no es un Salvador lo que precisamente le falta. Lo es, y Dios sabe suplir la necesidad. Cristo está en la gloria en estos momentos, pero ahí está como Salvador, y se ofrece a toda alma necesitada que le busque. Dios da arrepentimiento y perdón de pecados por medio de Él, no sólo a Israel, sino a todo pecador contrito que se humille en su presencia. Crea Ud. en Él ahora y recibirá dos grandes bendiciones, el arrepentimiento y el perdón de pecados. ¿No se ha inclinado Ud. alguna vez delante de Él reconociendo su poder y aceptando su gracia? ¿Es Ud. un pecador que todavía se opone al Señor Jesús? En ese caso ya es hora de que venga al arrepentimiento, porque más tarde viene otra cosa - el juicio. Parece estar lejano ese día, pero no lo sabemos; sólo sabemos que hoy es el día en que se anuncia el arrepentimiento y el perdón de pecados.
¿Qué es el arrepentimiento? Es simplemente la confesión de que lo que Dios ha dicho es la verdad. El arrepentimiento es la sentencia de muerte que el alma pronuncia contra sí misma al recibir el testimonio de Dios. Cuando el hombre está convencido de que hay un Salvador para él en la gloria, esperando su rendición completa, y cuando reconoce que es culpable de haberle hecho una gran afrenta en no haberle doblado la rodilla en homenaje, creo que un dardo de convicción penetra y traspasa su corazón.
Estaba arrepentido Pedro cuando dijo: "Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador". Lo mismo Job, cuando exclama: "De oídas, había yo Sabido de Ti; mas ahora te ven mis ojos, por lo cual me aborrezco a mí mismo y me arrepiento en polvo y ceniza". (Job 42:5, 5).
Otro ha dicho que el arrepentimiento es "la lágrima en el ojo de la fe". Si Ud. se deja convencer y se presenta arrepentido, condenado en sus propios ojos, y lleno de contrición, puedo asegurarle que está lista la mano que limpiará esa lágrima de su ojo. Es la misma mano que fue clavada en una cruz por Ud. Yo sé que hay una voz muy tierna que dirá: "No temas, tus pecados te son perdonados". Por otra parte, si Ud. sigue indiferente y en rebeldía contra Dios, algún día despertará en el infierno, donde derramará lágrimas en hartura sin encontrar una mano que se las enjugue. Amigo mío, hay perdón de pecados ahora, y sólo ahora. Tan pronto como vea mi condición perdida y ruin, debo rendirme al Señor Jesús y en el acto recibir su perdón. Entonces el Espíritu de Dios derrame el amor de Dios sobre toda nuestra vida.
El testimonio de Pedro hirió a sus oyentes hasta el corazón, pero no produjo en ellos el arrepentimiento. Lo sabemos por lo que sigue, pues leemos que "tomaban ya el acuerdo de matarlos". En este trance se presentó Gamaliel con un nuevo consejo, diciendo: "¡Mirad por vosotros lo que vais a hacer a estos hombres! Dejadlos, que si es de los hombres este consejo y esta obra, será destruida; mas si es de Dios, no la podréis deshacer; no seáis tal vez hallados resistiendo a Diosâ (versos 38, 39). En esto convinieron, pero mandaron azotar a los apóstoles, después de lo cual, con otras amenazas prohibiéndoles hablar en el nombre del Señor Jesús, los dejaron ir; y sin desalentarse ni acobardarse en ninguna manera, se fueron "gozosos de que fuesen tenidos por dignos de padecer afrenta por el Nombre". La persecución a causa de Cristo va acompañada siempre del regocijo del espíritu y en ese día formaron una pareja muy hermosa. ¡Ojalá que fueron los hombres animados todavía por el mismo espíritu! Aunque débiles en sí mismos, hallaron su sostén en Dios, y como consecuencia, "todos los días, en el templo y por las casas no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo" (verso 42).
La oposición del sumo sacerdote y de sus secuaces se detuvo, pero no se apagó, como los sucesos lo indicaron. Si pasamos ahora adelante al capítulo siete, hallamos la historia del testimonio de Esteban acerca de su Señor, y su martirio a manos de sus enemigos, y en seguida hubo una persecución general contra todos los santos (capitulo 8: 1-4). Es posible que Satanás se haya sentido muy contento al acabar con Esteban y despacharle al otro mundo. Pero Satanás siempre fracasa en sus ataques contra la Iglesia. Multitudes fueron esparcidas de Jerusalén y salieron por todas partes, anunciando el Evangelio. Felipe, uno de los siete diáconos ordenados por los apóstoles para atender a los pobres de Jerusalén, se vio obligado también a irse a otra parte. Recibió el don de la predicación y lo empleó con gran éxito. Más tarde (Hechos 21) es conocido por el título de Felipe el Evangelista. Fue digno alumno de una escuela noble, y al ser graduado en ella por la violencia de la persecución, comenzó un servicio grande en Samaria, con el resultado de que "había grande regocijo en aquella ciudad" (verso 8). Es el resultado que se encuentra siempre que Cristo es predicado y aceptado; y si Ud. no está gozando de grande contento, es porque no ha dado a Jesucristo el lugar que merece en su corazón. Él que está feliz en Cristo es el único que tiene el derecho de estar alegre y andar siempre gozoso. Es cierto que se encuentran algunos cristianos que no tienen semblantes alegres, pero es porque no están con el rostro fijo en Cristo; están ocupándose de sí mismos, de sus circunstancias, o de sus cuerpos, de algo en que Cristo no tiene parte. Su relación con Él no les permite gozar ya de placeres mundanos; mientras que sus relaciones con el mundo no les permiten gozar plenamente de Cristo.
El ataque que hizo Satanás en seguida contra la Iglesia era el de mover a Simón el mago a imitar la obra de los apóstoles. Simón profesó ser convertido y fue recibido entre los creyentes. Otra vez Satanás tiene un siervo en el seno de los fieles, y otra vez Satanás se ve derrotado por la instrumentalidad de Pedro. El caso de Simón el mago no desacredita en nada a la causa de Cristo. Cuando se descubre un billete de banco falsificado ¿qué indica esto? Que hay billetes buenos emitidos por el mismo banco. De la misma manera un miembro falso entre los creyentes es evidencia de que existe una grande verdad que es poderoso en las vidas de muchos y que los llena de grande contento, y que este hombre falso se ha metido entre ellos sin descubrir la verdad del cristianismo, con el fin de gozar de sus beneficios. De otra manera no se interesaría en juntarse con ellos.
Simón el Mago estaba deseoso de obrar grandes milagros, y había descubierto en su magia algunos pequeños poderes con que podía influir en las mentes de algunos. Mas cuando vino Felipe predicando el Evangelio y presentando una verdad que satisfacía las necesidades más vitales del corazón humano, todos abandonaron las conferencias de Simón. Leemos que "Simón mismo también creyó, y habiendo sido bautizado, allegóse a Felipe y viendo los milagros y maravillas que se hacían, quedó asombrado" (verso 13). Debemos comprender que la fe que se ha despertado en un hombre a causa de los milagros que haya presenciado no es la fe que se produce divinamente en el corazón por el acto de creer en el Señor Jesús. Lo que cree como resultado de lo que ha visto, no es la fe. No dudo de que Felipe creía, cuando Simón el mago se presentó para el bautismo, que había cogido un gran pez y le hubiera admitido en la asamblea; pero Dios estaba guardando su Iglesia, velando sobre sus destinos, de manera que se valió de Pedro como su mensajero para descubrir el carácter venenoso de este nuevo mal que estaba atacando a la causa.
No cabe duda de que Simón, por medio de su magia, se había granjeado las simpatías de los samaritanos, pues leemos que "había asombrado a la gente de Samaria diciendo que era algún gran personaje, a quien todos ellos, desde el menor hasta el mayor, le eran adictos, por cuanto hacia mucho que los tenía asombrados por sus artes mágicas, diciendo de él que era poder de Dios que se llama el grande" (verso. 9, 10). Empero el ministerio de Felipe, satisfaciendo las necesidades espirituales de la conciencia y del corazón, libró a muchos de ellos del influjo maligno de Simón. Las magias de éste fueron disipadas de las mentes de aquellos por la entrada de la luz de la verdad. Viendo el curso de las cosas, y reconociendo que su magia no podía nada contra este nuevo poder, se resolvió a ir con la corriente. Llevado por el entusiasmo del momento, dio su asentimiento al poder y al Nombre del Señor Jesús a quien Felipe predicaba. Es patente que su conciencia y su corazón no se cambiaron porque vemos después que su único deseo era el de engrandecer su propio poder y posición. El egoísmo revela siempre la oscuridad moral del alma. La luz divina, la luz que viene del contacto con Dios, no le había iluminado, pues la presencia del Espíritu en el alma del recién convertido produce otros pensamientos que están de acuerdo con la voluntad de Dios. Simón no manifiesta nada de esta dirección divina. Pedro llega afortunadamente a tiempo para salvar a la asamblea del mal paso de admitir a este hipócrita en su seno, pues Felipe, en su entusiasmo, le hubiera admitido sin más prueba de su fe que sus protestas de lealtad.
Habían bajado de Jerusalén los apóstoles Pedro y Juan, y luego que impusieron las manos sobre los samaritanos que habían creído, éstos recibieron al Espíritu Santo. "Y como vio Simón que por la imposición de manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, diciendo: 'Dadme también a mí esta potestad: que a cualquiera que pusiere las manos encima, reciba al Espíritu Santo'. Empero Pedro le dijo: 'Tu dinero perezca contigo, que piensas que el don de Dios se gana por dinero. No tienes tú parte ni suerte en este negocio, porque tu corazón no es recto delante de Dios'." ¡Qué tan peligrosa es la situación del que ha hecho profesión de fe en Cristo sin haberle dado su corazón! La trompeta suena dando esta nota: "No tienes parte ni suerte en este asunto", y debe despertar a todos los que siguen la ilusión de una profesión formal. Con qué claridad de visión mira Pedro a este hombre, y le dice: "Tu corazón no es recto delante de Dios". Yo no puedo menos que preguntarle a Ud.: ¿Es recto su corazón delante de Dios?, y suplicarle que no evada este examen personal. Las últimas palabras de Pedro a Simón fueron: "Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad y ruega a Dios, si quizás te será perdonado el pensamiento de tu corazón. Porque estás en hiel de amargura y en cadenas de iniquidad"
¿Cuál es el efecto de estas palabras de amonestación tan solemnes sobre la mente de Simón? ¿Cae de rodillas y clama a Dios pidiendo perdón? No, sino pide la ayuda de otros, como hacen muchos miles de los que viven rodeados de cristianos. "Rogad vosotros por mí al Señor". No sabemos si Pedro cumpliría con su petición y no volvemos a saber nada de Simón el mago. Estuvo muy cerca del reino de Dios, pero tememos que no haya entrado en él. ¡Cuidado con imitarle!
Esta historia nos puede servir como sirven las boyas fijas a las rocas escondidas en los mares para defender del peligro a los navíos que navegan cerca de ellas, Simón es un ejemplo para todos los que pretenden ser creyentes. A todos ellos les doy esta otra palabra de amonestación: No es el bautismo ni la profesión de fe los que nos pueden salvar. Este hombre fue bautizado y declaró su propósito de seguir a Cristo, y estaba a las puertas de la Iglesia buscando la entrada. No estaba salvo entonces, y dudamos que se haya salvado después. No estaba ligado con Cristo.
Ananías había logrado entrar en la asamblea antes de ser descubierto. Simón fue reconocido antes de entrar a ella. La salvación no depende de esta relación. Insisto, pues, en que Ud., lector amigo mío, se ponga frente a frente de esta pregunta: ¿Está su alma de acuerdo con el plan de Dios para su vida? Si no, ¡ojalá que no se duerma esta noche sin antes haber arreglado el asunto reconciliándose con Dios! Pregúntese Ud. otra vez: ¿Estoy todavía en la hiel de amargura, o he pasado ya hasta el lugar de paz como hijo aceptado de Dios? Si Ud. tiene a Cristo como su vida, su blanco principal, su guardián, no olvide que también es el Esposo que ha de venir para llevarnos a su presencia.
Si es Ud. uno de aquellos que nunca han conocido
a Cristo como su Salvador, deseo que Dios le conceda
que este día sea el principio de ese conocimiento y
que le sea permitido gozar pronto y conocer
perfectamente su divina gracia.