Simon Pedro
W. T. P. Wolston
1892
Juan 1: 19-42.
Esta porción del Cuarto Evangelio nos relata, sin duda, las circunstancias bajo las que Simón Pedro, un humilde pescador de Galilea, encontró por primera vez y llegó a conocer al Señor Jesús, a quien conocer es la vida eterna. Ninguna época en la vida puede ser de más importancia que aquella en la que un alma se pone en contacto directo con el Salvador. Y por lo tanto, no hay pregunta de más importancia que se nos pueda presentar, y a la que debamos responder con más solemnidad que esta: ¿He llegado a estar en relaciones tan íntimas con el Señor Jesucristo que ya puedo decir que es mi Salvador personal?
Si Ud., lector mío, no ha llegado a conocerle de esta manera, permítame tener el gozo que Andrés tuvo cuando condujo a su hermano a Jesús, extendiéndole yo a Ud. la misma invitación y conduciéndole al Salvador ahora mismo. Es la obra del evangelista.
Vamos a considerar ahora los motivos que obraron para que Simón, el hijo de Jonás, viniera al Señor; pues los eslabones en la cadena de nuestras acciones que afectúan la conversión de un alma, sea la de Ud., la mía, o la de cualquier otro, son en verdad muy importantes.
Dios había enviado en esos días a un siervo suyo quien había conmovido al pueblo de un extremo al otro de su nación. Juan el Bautista no era un profeta obsequioso y de suaves palabras. Denunció sus pecados con energía mostrando al pueblo cuán vacías eran sus vidas en comparación con lo que Dios demandaba de ellos. Las multitudes se alborotaron y acudieron a él (véase la historia en Mateo 3: 1-12) aceptando su mensaje y siguiéndole como profeta hasta que él los condujo a los pies de Jesús el Mesías y Salvador. Juan predicó el arrepentimiento. "Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado." Esta nota de amonestación reverberó como clarín en las conciencias de todos los que le oyeron. Despiertos por este anuncio de una crisis inminente y de una condenación ineludible, las gentes se agolparon en derredor del profeta preguntando: "¿qué haremos?" (Lucas 3: 1-14), y él les contestó señalando las obras que les convenía hacer, como también las faltas que debían evitar.
A los recaudadores públicos el Bautista decía: "No exijáis más de lo que os está ordenado." A los soldados decía: "No hagáis violencia a nadie ni defraudéis a ninguno con falsía, y estad contentos con vuestras pagas." A todos dijo: "También el hacha está puesta a la raíz de los árboles," sin duda con el propósito de derribarlos. Es una profecía de la ruina que aguardaba a la nación. Si el hacha se pone a la raíz de un árbol, es porque el dueño sabe que su centro está carcomido y que su día de gracia ha pasado. Si el hacha de la Palabra divina abre paso hasta el corazón del hombre, es con el fin de descubrir allí la contaminación que ha corrompido su voluntad y viciado todos los actos de su vida (Marcos 7: 20-23).
Bastante áspero es el lenguaje de Juan al dirigirse a los que salían de Jerusalén para verle: "¡Oh generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira que vendrá? Con estas palabras saludó, no a los malos y a los criminales del vulgo, sino a los fariseos y saduceos, que eran los jefes del pueblo que vinieron a su bautismo. Los procuró despertar para que viesen que sus hipocresías los exponían a las llamas del fuego lo mismo que cualquiera otra iniquidad. Esta pregunta es también para Ud., lector mío, como para todo hombre, no importa la época en que vivimos.
Juan no pudo perdonar a sus oyentes ni aun predicarles el perdón de pecados; pero les indicó que la manera de demostrar su sincero arrepentimiento sería por el acto del bautismo en que abiertamente confesaban sus pecados. Muchos entraron en las aguas y fueron bautizados. Mientras estaba bautizando a las gentes, un día, vino a él un hombre a quien Juan reconoció como el Inmaculado. No tenía ningunos pecados que confesar. Era el único hombre puro que ha existido en este mundo. Empero, éste pidió que Juan le bautizara, y se identificó por medio de este rito con aquella porción de su pueblo que deseaba convertirse de su antigua manera de vivir y servir a Dios con todo el corazón. Al salir del agua, el Espíritu de Dios bajó sobre él como una paloma, y una voz del cielo proclamó: "Este es mi Hijo muy amado en quien tengo mí complacencia" (Mateo 3: 17).
El siguiente día Juan vió que Jesús se acercaba, y dirigiéndose a los que estaban presentes dió este hermoso testimonio de él: "He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo." Este es del que dije: "después de mí viene un Varón el cual se me adelanta porque era antes que yo." Y Juan siguió testificando: "Vi al Espíritu que descendía desde el cielo como paloma y reposó sobre él. Y yo no le conocía, mas el que me envió a bautizar con agua, aquel me dijo: Aquel sobre quien vieres descender el Espíritu y que reposa sobre él, éste es el que bautiza con el Espíritu Santo. Y yo lo vi y he testificado que Este es el Hijo de Dios" (Juan 1: 29-34).
Juan no erró en la interpretación de esta visión celestial. Reconoció que Jesucristo era el único que podía dar bendiciones a los hombres. El creyente recibe primero el beneficio de la obra de reconciliación efectuada por el Cordero de Dios, y luego Este mismo le bautiza con el Espíritu Santo. Debemos aprender bien este orden divino de las cosas. Jesucristo es el que quita nuestros pecados. Después otorga el don del Espíritu Santo con todas sus bendiciones. El Señor quita los pecados de dos maneras. Primeramente quita el pecado de su propio pueblo muriendo por sus pecados sobre la cruz; y después, para los que no le aceptan, tiene un bautismo de fuego con que los barre de la tierra bajo su juicio condenador. Venga, pues, a El, lector mío, si no está salvo ya, ahora que hay la oportunidad de recibir el perdón de sus pecados y el bautismo del Espíritu, y así escapar de aquel otro bautismo inevitable de destrucción, esa sentencia de condenación que el justo Juez tendrá que pronunciar sin excepción contra los incrédulos e impenitentes.
Parece que el primer testimonio de Juan produjo muy poco efecto; nadie siguió al Señor Jesús. Otra vez Juan levanta su voz el día siguiente, diciendo: "He aquí el Cordero de Dios." Creo que esto lo dijo, no en calidad de un discurso, sino como una exclamación de cariño y adoración al contemplar su hermosura moral. En el momento en que espontáneamente repite su testimonio del día anterior, sirve de conducto para la presentación del Esposo al núcleo de lo que llegó a ser la Esposa, pues, dos de sus discípulos le abandonan para unirse con el anunciado Mesías. La Iglesia de Cristo, "Esposa del Cordero," como también se le llama, no fué establecida sino hasta después, pero aquí se formó el primer núcleo de lo que llegó a ser esa Esposa. Uno de los dos que oyeron hablar a Juan era Andrés y el otro era el que escribió el Evangelio, aunque se empeñó en ocultar su nombre, hablando de sí mismo simplemente como "el discípulo a quien Jesús amaba." Sabemos que era Juan, el "hijo de Zebedeo y hermano de Santiago.
No podemos menos que creer que la manera y la actitud de Juan influyeron mucho en conmover a estos dos nuevos discípulos. Los tonos de su voz, su aire pensativo, las miradas llenas de adoración con que seguía los movimientos de aquel Hombre sin igual, los convencían que Juan le reconoció como el Mesías, el que había de venir al mundo para resolver el gran problema del mal y del pecado. Para Juan, sus ojos contemplan aquel Cordero que en su persona cumple todas las profecías y satisface todos los tipos del judaísmo.
En el momento en que estos dos dejan a Juan para seguir a su nuevo Maestro, el profeta comienza a "menguar" y Jesús a "crecer."
Volviéndose Jesús, vió a los dos que le seguían, y les dijo: "¿qué buscáis?" ¡Qué pregunta más escudriñadora! ¿Es la fama el blanco de sus afanes, lector mío?, ¿o es la ciencia, el poder, o las riquezas? El Señor Jesucristo repite la misma pregunta en el día de hoy, pero su voz resuena desde los altos cielos. ¿Puede Ud. contestar con la misma ingenuidad con que contestaron estos dos, diciendo: u ¿En dónde moras?" La pregunta revela su propósito sencillo de cerciorarse en cuanto al domicilio del Maestro. Fueron con él y vieron dónde moraba temporariamente, y es probable que se informaron también dónde Jesús tenía su residencia, que era en Capernaum, el lugar que fué llamado "su propia ciudad" (Mateo 9: 1), el lugar en que hizo mayor número de milagros y maravillas, tocante a los cuales se sintió obligado a denunciarla diciendo: "Y tú, Capernaum, que eres levantada hasta el cielo, hasta los infiernos serás abajada, porque si en Sodoma hubieran sido hechas las maravillas que han sido hechas en ti, hubiera quedado hasta el día de hoy. Por tanto, os digo que a la tierra de Sodoma será más tolerable el castigo en el día del juicio que a ti" (Mateo 11: 23, 24). Mientras más alto el privilegio, más terrible es el juicio que caerá sobre los que no han correspondido con sus obligaciones.
"Fueron y vieron donde moraba y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima," es decir, dos horas antes de la caída de la tarde. ¿Qué diremos de esas primeras dos horas con Cristo? Le quiero preguntar, lector mío, ¿si ha permanecido Ud. dos horas en la presencia de Jesús? Puedo asegurar, si tal ha sido su experiencia, que su primer esfuerzo, al separarse de esa comunión tan íntima, era el de conducir a algún otro a la presencia de Jesús, para que gozase de lo que Ud. había gozado. Así hicieron estos dos díscipulos. Cada cual dió el testimonio personal de su propia experiencia. Muchas veces el testimonio personal vale más que todas las predicaciones. Andrés, ese hombre retirado de quien no oímos nada sino que acompañó al Maestro hasta el fin, era el instrumento para la conversión del más eminente de los Doce, y cuya historia forma una parte muy importante en las Escrituras, pues fué por su instrumentalidad que tres mil almas fueron convertidas en el día de Pentecostés.
Muy hermoso es el método que Andrés emplea cuando piensa en poner por obra lo que había aprendido de Cristo. Comienza en su propia casa. "Halla primero a su mismo hermano Simón." Es una buena regla comenzar desde el centro y moverse hacia la circunferencia.
Andrés no solamente halla a Simón sino que también le trae al Señor. ¡Qué servicio más feliz! ¿Usted, lector mío, ha sido conducido al Salvador? Si no, quiero tener el privilegio de servirle de esta manera, llevándole a El. Véngase ahora.
Se me figura que oigo esa voz áspera pero entusiasta del pescador al saludar a su hermano Simón, y luego acercándose a él pronunciando en su oído esas palabras extrañas: "Hemos hallado al Mesías. Ven a verle." Y luego le trajo a Jesús. (Habló en arameo y dijo, Mesías. Cristo es la misma palabra en el griego, y quiere decir: "El Ungido.")
Lo que valía en este caso no era un gran caudal de conocimientos teológicos sino la comunión directa con una persona, y esto era porque Andrés se interesaba tanto en traer a un hermano. Leemos que cuando Jesús le miró le dijo: "Tú eres Simón, hijo de Jonás. Serás llamado Cefas." Nuestro Señor también hablaba en arameo. Pedro es la palabra griega que corresponde a Cefas en arameo, y que significa una piedra. Era este el momento crítico en la vida de este hombre. 'Se encuentra por primera vez en la presencia de Jesús y se maravilla de que aquel hombre, que nunca le había visto, conoce su nombre y tiene formado ya un juicio en cuanto a su carácter. Jesús reconoció a Simón y conoce también a Ud., lector mío. Supo que Simón necesitaba a un Salvador. Sabe que Ud., también, es pecador y que necesita de El para ser salvo.
Dirigiéndose Jesús al recién venido, le llama por nombre y luego le da un nuevo apellido. ¿Cuál es el significado de este cambio de nombres? En el Antiguo Testamento lo hallamos con frecuencia. Dios cambia el nombre de Abram, de Sarai, y de Jacob. Faraón cambió el nombre de José, y Nabucodonosor cambió el nombre de Daniel. El rey de Egipto cambió el nombre de Eliaquim, el último rey de Judá. Este cambio de nombres daba a entender que aquel cuyo nombre se cambiaba quedaba como el súbdito o vasallo del que le puso el nuevo nombre. Entonces en este caso es como si Jesús hubiera dicho: "Simón, me perteneces ahora a mí, espíritu alma y cuerpo, y haré contigo lo que quiero." ella hora viene y ahora es cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios y los que oyen vivirán" es profecía de Jesucristo que se cumplió primero en la experiencia de este humilde pescador de Galilea. Simón oyó la voz del Hijo de Dios y aunque en el momento no sintió toda la fuerza de lo que significaban sus palabras, más tarde, cuando escribió su primera epístola, se refiere a ellas, porque dice: "al cual allegándoos, como a una piedra viva, .... vosotros también, como piedras vivas, sois edificados en un templo espiritual." ¿Qué es una piedra? Es un pedazo de una peña. ¿Qué es un cristiano? Es un pedazo de Cristo, pues, "somos miembros de El."
Los creyentes que están unidos al Señor Jesucristo se identifican con El. Pedro recibió aqui su primera lección sobre esta verdad, y aunque aprendía muy despacio, llegó a comprender toda la verdad, como se evidencia en lo que dice: "Al cual allegándoos, como a una piedra viva, .... vosotros también como piedras vivas sois edificados." Esto quiere decir que Cristo comunica la vida suya a nosotros y llegamos a ser parte integra de aquella casa que Dios está construyendo en el mundo. Hay mucha diferencia entre una piedra viva y un pecador muerto. ¿Sabe Ud. cómo se verifica este cambio, esta transformación de muerte a vida? Por medio del contacto personal con Jesús. Andrés le trajo a Simón, y Jesús luego le dijo: "Tú eres Pedro, es decir, una piedra, una piedra viva. Eres propiedad mía desde este momento y parte de mi nuevo Templo." ¿Y Ud., lector, no quiere pasar a ser posesión de Jesucristo hoy, confiando su vida y todo a su dirección?
Toda la cuestión del pecado se arregló con la muerte
de Cristo. Entró en el dominio de la muerte para anularla.
Destruyó a aquel que tuvo el dominio sobre
la muerte. Tomó el pecado sobre sí para deshacerlo,
y ahora que está sentado a la diestra de Dios, llama
a todos diciendo: "Mirad, venid." Si Ud. viene, El
le dará la vida eterna al instante, porque le hará una
piedra viva. Pedro recibió en aquel día la vida que
Cristo el Hijo de Dios le quiso comunicar, y "pasó
de muerte a vida" en el momento en que estuvo delante
de su nuevo Maestro. No digo que siguió al Señor
desde ese momento, pero ese era el instante del cambio
radical en su corazón, cuando fué vivificado por el
contacto vital con su Señor quien le hizo una piedra
en su nuevo Templo. Esta es la historia de su conversión.