Simón Pedro
W. T. P. Wolston
1892
Tentando al Espíritu del Señor
Hechos 4:23-37;5:1-16
Es apenas necesario advertir que hay una relación íntima entre lo que sigue en el capítulo 5 de esta interesante historia y los incidentes que acabamos de estudiar. En el capítulo anterior hemos visto cómo los apóstoles se reunieron luego para presentar su causa ante Dios en oración. El resultado de sus fervorosas plegarias era sorprendente aún para ellos. "Y como hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló: y todos fueron llenos del Espíritu Santo y hablaron la palabra con denuedo" (verso 31). Esa grande constancia y denuedo representaba la condición normal de los creyentes en los primeros días del Cristianismo. Todos fueron poseídos del Espíritu y reconocieron su presencia en medio de ellos. La Tercera Persona de la Trinidad estaba en la tierra y había establecido su morada en cada creyente. La Iglesia ya se hacía una compañía grande. Cinco mil hombres se habían convertido, pero no oímos nada de mujeres creyentes hasta este capítulo cinco. Desde este momento la Palabra nos habla de "gran número de hombres como de mujeres" añadidos a la iglesia.
Debe haber sido un espectáculo hermoso, la hermandad de aquellos días pentecostales, según el cuadro que el cronista nos ha hecho y que hallamos en los últimos versículos del capítulo cuatro. No hacían más que ensalzar a Cristo. Era una congregación, radicalmente diferente de toda otra asociación de hombres y mujeres; pues en lugar de dirigirse de conformidad con algunas reglas y leyes a las que había de prestar todos la misma deferencia, y que mataría todo espíritu de espontaneidad, se veía palpablemente la operación de la gracia de Dios en que cada uno se ocupaba en promover el bienestar de su prójimo y se olvidaba por completo de sí mismo. El Espíritu obró el derramamiento del amor divino en los corazones de todos los creyentes, y cada uno descubrió inmediatamente el lugar de bendición y de privilegio que era suyo como siervo de Cristo y miembro de su cuerpo vivo. Leemos que "con gran poder dieron testimonio los apóstoles de la resurrección del Señor Jesús; y mucha gracia estaba sobre todos ellos" (verso 33). Grande poder y mucha gracia son bendiciones hermanas que van siempre juntas en la vida cristiana.
"Ningún necesitado había entre ellos; porque todos los que poseían heredades o casas, vendiéndolas, traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y era repartido a cada uno según que había menester." No cabe duda de que se establecía un fondo común para todos. Es fácil creer que muchos de los recién convertidos se desprendieron de cuanto poseían, haciéndose pobres al hacerse cristianos, pero lo hacían, gozosos de que fuesen tenidos por dignos de padecer afrenta por el Nombre. Pero a ninguno le faltaba, porque el amor de la hermandad abarcaba a todos sus miembros. Los que tenían propiedades las vendieron y depositaron el valor en las manos de los apóstoles; otros traían comestibles. No había obligación forzosa, sino que los que tenían traían una parte, o el todo, según la indicación del Espíritu en sus corazones.
El ejemplo más hermoso de esta generosidad fue Bernabé (verso 36, 37), quien fue movido a hacer una entrega de todas sus posesiones a Cristo, su nuevo Amo. ¿Cómo fue en el caso de Ud., querido lector? Estoy convencido de que no ha comenzado bien en la vida cristiana el que no haya puesto a Cristo ante toda otra consideración. ¡Ojala que pudiéramos permanecer contemplando ese Edén espiritual! ¡Más ay! como entró la serpiente en el primer Edén, destruyendo su paz y tranquilidad, así entró también en la hermandad de la Iglesia. El Edén era el hogar de la primera familia, y Jehová entraba en él como visita. Satanás entró como ladrón, y lo despojó de su belleza. La Iglesia es la morada de Dios, en que vive por medio de su Espíritu; la Iglesia no puede existir un momento sin la presencia de Aquel que la ha creado. La Iglesia primitiva poseía esa belleza prístina en que Dios la había formado para la morada de su Espíritu Santo, y en que Este había de reinar como soberano. Empero se dio lugar a la entrada de Satanás, pues con su misma malicia antigua procuraba romper la tranquilidad de esa comunión celestial, y poner fin a esa lealtad a Cristo.
En el capítulo 5, se nos da el caso de una falsa imitación de esa sumisión absoluta a Cristo que se vio verificada en el caso de Bernabé. No cabe duda de que muchos citaban el caso de éste como el modelo de devoción y fe. Lo que causa admiración, provoca luego la imitación, porque nuestros corazones son tan perversos que aún la consagración es objeto de envidia. Se ve por la historia, que Ananías y Safira, su mujer, querían darse tono de santos y recibir las alabanzas de los hombres sin merecerlas. ¡Lástima es que no comprendieron que debían agradar a Dios primero, ante quien todo queda descubierto. Ananías juega el papel de un devoto que sacrifica todos sus intereses personales en pro del Evangelio. Le fue necesario presentar su ofrenda al apóstol Pedro, quien, bajo la dirección del Espíritu, descubre la falsedad de su pretensión.
"Mas un varón llamado Ananías, con Safira su mujer, vendió una posesión. Y defraudó el precio, sabiéndolo también su mujer; y trayendo una parte, púsola a los pies de los apóstoles. Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué ha llenado Satanás tu corazón a que mintieses al Espíritu Santo y defraudases del precio de la heredad?" ¿Había mentido el hombre? Del pasaje entendemos que no dijo palabra alguna, sino que simplemente depositó el dinero en el fondo común para el uso de la hermandad. Empero Dios presenció su acto, y a Este es imposible engañar. Pedro le dice simplemente, "No has mentido a los hombres, sino a Dios", Entonces, Ananías, oyendo estas palabras, cayó y espiró. (verso 4, 5). ¡Qué extraña ambición! Quería aparecer consagrado a Dios, pero no quiso desprenderse de toda su heredad. Su fe era fingida, y Dios, que vigilaba celosamente la pureza de su causa, se manifestó en medio de la congregación, descubriendo y condenando la falsedad por medio de una sentencia terrible. Vino un gran temor sobre todos los que lo oyeron, pero en medio de la solemnidad de ese castigo les quedó la realidad de una gran bendición, a saber, que Dios moraba en medio de su pueblo, dirigiendo los negocios de sus asambleas y demandando y reconociendo la sinceridad y honradez de cada corazón. No sabemos qué pensamientos surgieron en la mente de Ananias en ese instante, pero no dejaría de reconocer que su pecado le había alcanzado. "He de ser santificado por los que se me acercan, y delante de todo el pueblo seré tenido en honra" es una declaración que Dios hizo de sí mismo cuando condenó la impiedad de Nadab y Abiú (Lev. 10:3). Estos ofrecieron un fuego extraño sobre el altar y sufrieron la pena de la muerte. En otra ocasión un hombre llamado Acán echó mano sobre lo consagrado y fue condenado a muerte Josué 7).
De la misma manera Ananías muere por su impiedad, porque Dios no puede tolerar la hipocresía. El pecado de los dos hijos de Aarón fue la impiedad, la falta de reverencia. El de Acán fue la codicia; y Ananías fue presuntuoso e hipócrita. Son bastante solemnes las lecciones que estos casos nos enseñan. El Señor desea que cada uno de nosotros las tome en cuenta en nuestros actos religiosos, especialmente en la asamblea de creyentes donde tomamos su nombre santo sobre nuestros labios. ¿No es verdad que mientras más conocimiento tenemos de la verdad, más convencidos estamos de que Dios escudriña nuestros motivos y condena nuestras pequeñas hipocresías? Si Ud. se ha resuelto a vivir en unión con el mamón de la injusticia mientras se viste con el manto de la religiosidad en sus relaciones exteriores, le conviene ausentarse siempre de la Mesa del Señor. Si se acerca Ud. al lugar donde Dios suele revelarse a los suyos, sentirá su voz de condenación repercutiendo en los oídos, y le espera la suerte de Ananías. Un poco más tarde Safira entra, y luego Pedro le habla diciendo: "Dime ¿vendiste en tanto la heredad?" y ella dijo: "Sí, en tanto". Ella se manifiesta muy confiada en su embuste porque cree que el secreto está seguro. Entonces Pedro le dice: "¿Por qué os concertasteis para tentar al Espíritu del Señor?" Pedro lo supo porque Dios lo había sabido, había presenciado toda su conferencia secreta y el arreglo que habían hecho. ¿Más por qué dice Pedro que estaban tentando al Espíritu de Dios? ¿Cómo les era posible hacer eso? Es el mismo uso de la palabra que hallamos en Éxodo 17:7, cuando se dice que "Israel tentó al Señor en el desierto diciendo, '¿Está el Señor en medio de nosotros o no?'". Estos no estaban seguros de que Dios se hallaba en medio de ellos, y Ananías y Safira dudaban de la presencia del Espíritu en la asamblea, y mucho menos en su propia casa. En eso se equivocaron. La gran verdad sobresaliente que este libro de los Hechos nos enseña es que una Persona divina mora en la tierra en el seno de la asamblea de Dios. Manifestó su presencia descubriendo la hipocresía en los corazones de este matrimonio, y luego revelando la verdad a su siervo Pedro para que el mal fuese juzgado y los malhechores castigados.
Dios es siempre intransigente ante la presencia de un mal en medio de la congregación. Rechaza todo doblez de espíritu en medio de sus santos, precisamente porque es una afrenta a su Persona. Condena el mal dondequiera que se encuentre, pero es sumamente más celoso en cuanto al lugar donde tiene establecido el culto a su Nombre. Por la misma razón, en proporción al número y a la solemnidad de estas manifestaciones de sí mismo en cualquier lugar de culto, se manifiesta más inflexible con respecto a todo aquello que ofenda a su santidad. No puede ser de otro modo. Dios es santo y demanda la santidad entre los suyos. Lo sumamente triste en este caso fue la sutileza de la forma de corrupción que tan temprano atacó a la Iglesia. Ananías y Safira pretendían seguir un impulso del Espíritu Santo, mientras que en realidad le hicieron a un lado, si no es que negaron su existencia. Cayeron muertos en la presencia de aquel a quien habían rechazado, en su ceguera, y a Quien creían que fuese posible engañar, pues procuraban engañar a sus siervos.
No pudo haber un testimonio más convincente acerca de la presencia de Dios en medio de la asamblea, aunque las consecuencias eran tan terribles. La presencia de Dios en medio de los suyos es un hecho de suma importancia cuya bendición no se pierde aunque acompañada de la mayor solemnidad.
Es natural preguntar en esta conexión si Ananías y Safira habían sido verdaderamente convertidos. ¿Podríamos decir que eran cristianos? No lo sé. Habían ingresado formalmente como miembros de la asamblea de los creyentes, pero era falsa la posición que ocuparon. La mano de Dios se reveló contra ellos en juicio condenador, y como consecuencia de ello, "vino un gran temor a toda la iglesia y a todos los que oyeron estas cosas." La asamblea misma y los simpatizantes que todavía no habían aceptado el Evangelio se conmovieron en gran manera. Sintieron la presencia divina como el Director infalible de sus movimientos, y en cuanto al pueblo de afuera, "Ninguno osaba juntarse con ellos." No había un gran entusiasmo popular como al principio, y cada uno se examinaba a si mismo antes de ofrecerse; pues, se dio a entender que cualquier motivo rastrero o ruin traería su pronto castigo. Se me figura que había un gran número de simpatizantes que rodeaban las puertas de la asamblea, interesados en "los panes y peces," que, cuando supieron de la suerte de los hipócritas, cambiaron de ánimo y no se afiliaron con la causa.
Sin embargo, leemos que mientras estos hombres indiferentes no osaban juntarse con los discípulos, el pueblo los alababa grandemente. Los primeros tenían alguna posición en el mundo social, religioso u otro. No quisieron ofender a ese círculo que les había dado su posición. Al ocupar un lugar en la estima de otros, nos obligamos a buscar siempre la aprobación de estos mismos. Mas el pueblo, de que habla nuestro historiador, eran personas que no dependían del "qué dirán" de los demás, ni temían dar su aprobación donde fuese merecida. No tuvieron nada que perder, y sí, todo que ganar al aceptar a Cristo y adherirse a la verdad. No faltaron almas sinceras que buscasen la verdad de los hechos, y multitudes de hombres y mujeres "se añadían al Señor". Después de advertir que habían admitido a las mujeres a la iglesia en que Safira había sido admitida, y luego rechazada, se nos dice que las mujeres entraron "en gran número."
Creo que no debemos abandonar este incidente sin
haber aprendido una lección solemne, y es que el ojo
de Dios está siempre sobre nosotros. Él guarda su
campamento como centinela fiel, pero no excluye a
ninguna alma sincera que venga a Él en el espíritu del
salmista, diciendo: "Tú, oh Dios, me has escudriñado y
me has conocido." "Escudríñame otra vez, oh Dios, y
conoce mi corazón; ensáyame y conoce mis
pensamientos, y ve si hay en mí algún camino malo, y guíame
en el camino eterno" (Salmo 139:24). Él que busca
a Dios en este espíritu de reverencia no será
avergonzado.