Simón Pedro
W. T. P. Wolston
1892
Una Petición Modelo
Mateo 15: 1-20
"Decláranos esta parábola." Esta petición, de los labios de Pedro, al escuchar el discurso del Señor, que se encuentra registrado en este capítulo, es una confesión de que no comprende la enseñanza que se les ha dado. Su petición es un modelo de brevedad que bien debemos imitar. "La oración," dice Montgomery, "es el deseo sincero del alma, ya sea expresado o callado." Pedro realmente ansiaba comprender la parábola, y en estas palabras sencillas pide que sea iluminado. Como un modelo de oración breve y franca. no puede ser superada, y nos trae a la memoria la oración del profeta cuando dijo: "Señor, te ruego, ábrele los ojos para que vea" (II Reyes 6: 17). Tanto Eliseo como Pedro tienen presente la Persona a quien se dirigen, y no usan palabras inútiles. Como tenían una cosa definida que pedir, lo hicieron directamente, limitándose a una sola petición. Dijo todo esto porque considero que esta es la esencia de toda oración aceptable. El uso de muchas palabras es un hábito que debemos deplorar, no importa quién sea el que ore. Sería una ventaja apreciable si este consejo se aceptara por aquellos cuyas voces se oyen con más frecuencia en las oraciones públicas, en el culto familiar, y especialmente en el púlpito. Tales oraciones resultan de conceptos erróneos y evidencian una flaqueza espiritual, tanto en el creyente como en la congregación que le escucha. En el retiro de la recámara donde ningún ojo penetra y donde ningún oído atiende sino el del Omnisciente, allí es donde debe haber la más completa libertad, pues no hay ninguna parte en la Escritura que repruebe la oración prolongada en secreto. Pero en las asambleas públicas el "pensar que por su mucho hablar serán atendidos," es un defecto serio que debe ser corregido. Hay una amonestación muy significativa que nos ha dejado la pluma de Salomón, que sirve bien para concluir este asunto: "Cuando fueres a la casa de Dios guarda tu pie... No te des prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabras delante de Dios, porque Dios está en el cielo y tú sobre la tierra, por tanto, sean pocas tus palabras" (Eclesiastés 5:1,2).
Pedro sigue el espíritu de esta amonestación cuando se acerca al Señor y dice: "Señor, decláranos esta parábola." En vista de lo que pudiera haber dicho para cubrir su ignorancia, esta brevedad y sencillez le hacen muy simpático. Y es digno de notarse que recibió la contestación inmediatamente.
Ahora vamos a examinar los motivos que le impulsaron a proferir esta petición. Los fariseos habían criticado severamente a los discípulos por haberse sentado a la mesa sin lavarse las manos. Jesús responde advirtiéndoles que Dios se fija más en la pureza del corazón que en el aseo exterior. Como los judíos habían fabricado con sus tradiciones y sus leyes ceremoniales una religión falsa que consistía en la observancia de costumbres y ritos en lugar de la verdadera adoración a Jehová y la fiel obediencia a sus mandamientos espirituales, el pueblo de Israel había perdido mucho de su piedad anterior, y en su conducta diaria, bajo los pretextos de la religión, violaba los preceptos más claros de la conciencia.
Leamos de nuevo este pasaje en que la voz de Jesús se levanta en denuncia: "Dios había mandado diciendo: 'Honra a tu padre y a tu madre, y el que maldijere a su padre o a su madre, muera de muerte.' Mas vosotros decís: 'El que dijere a padre o a madre: Es ofrendado a Dios aquello en que tú pudieras ser servido por mí; ni honrará más a su padre ni a su madre con su socorro.' Así habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición" (vers. 4-6). El que un hijo abandonara a sus padres bajo el pretexto de consagrar sus servicios a Dios por medio de alguna servidumbre en favor del templo o de los sacerdotes, no era, en los ojos de los fariseos, un crimen sino una virtud. Con la simple exclamación: "Corban" (es una ofrenda), tenían el derecho de desoir las demandas justas de sus ancianos padres. Juzgando como se debía estas injusticias, el Señor los llama hipócritas, y cita en su contra esa solemne acusación de Isaías: "Este pueblo con sus labios me honra; pero su corazón está lejos de mí."
Dirigiéndose en seguida a las multitudes, el Señor hace la siguiente declaración en la forma de una parábola: "¡Oíd Y entended! No lo que entra en la boca contamina al hombre, mas lo que sale de la boca, ésto contamina al hombre." He aquí el fallo del Maestro por medio del cual el Judaísmo queda condenado irremisiblemente y rechazado como un sistema de verdad. El hombre, por más que haga para su propia purificación, está perdido.
Por supuesto que los fariseos se quedaron muy resentidos con estas declaraciones, y manifestaron su indignación en la presencia de algunos de los discípulos, quienes lo comunicaron al Señor. Esta noticia provoca la declaración de nuevas verdades en forma de parábolas, que son la causa de la petición que hizo Pedro, y de la cual vamos estudiando. Jesús hablando a los fariseos, dijo: "Toda planta que no plantó mi Padre Celestial será desarraigada." Es preciso que haya una nueva vida, y no un injerto en el viejo palo, un cambio radical, y no una reforma de la vida antigua. "Dejadlos," dice Jesús; "son ciegos guías de los ciegos, y si el ciego guiare al ciego ambos caerán en el hoyo." Es una descripción muy viva de los jefes del judaísmo en aquel entonces. A causa de su ceguera no reconocieron a Jesús, ni tampoco su propia pobreza espiritual. Esta figura, tan concisa y tan apta, es una profecía de su ruina final. ¿Qué ha de resultar si el ciego tiene otro ciego por guía? ¿Qué triste será el desenlace? Lástima es que los ciegos fariseos tienen sus imitadores en estos días, en los que siguen el Romanismo y otras formas ritualistas de culto, pues los directores de estos servicios ceremoniales, en lo que falta por completo el verdadero espíritu de adoración y de alabanza, están conduciendo a sus oyentes ciegos hacia el hoyo. Las ceremonias de que se valen y que son tan placenteras a sus secuaces, no son más que una nueva vestidura sobrepuesta a los ritos vacíos del difunto judaísmo, que dejó de ser una fuerza en el mundo espiritual cuando nuestro Señor lo condenó en esta ocasión y cuando ejecutó su sentencia de muerte cumpliendo todos sus tipos en su propia muerte sobre la cruz, y cuando un poco más tarde, todo un simbolismo exterior quedó sepultado en las ruinas del templo al ser destruidos altar y templo y sacerdote con la destrucción de Jerusalén por los romanos.
El Cristianismo es un sistema fundado sobre otro orden. Su fuente es el segundo Adán y no el primero. Su centro y su circunferencia es la persona de Jesucristo. En el amor, en la obra, en la sangre, en el sacrificio y en la persona de Cristo se encuentran el Alfa y el Omega del Cristianismo. No vemos aquí la dirección del ciego por otro ciego, ni tampoco la dirección de ciegos por alguno que ve, sino es la marcha triunfante de los que ven.
Pero esta aclaración luminosa del Evangelio no se había dado aún a los discípulos, de manera que con mucha razón Pedro pide luces diciendo: "Decláranos la parábola." Es algo extraño que hablando de verdades patentes las llamara "parábolas," es decir, enigmas, pero no olvidemos que Pedro abrigaba todavía las esperanzas de un reino temporal por medio del sistema del Judaísmo, y ni aun quería pensar en la destrucción de todas sus tradiciones y costumbres. La explicación que nuestro Señor le da sirve para acentuar su ceguedad moral en este particular, y le contesta diciendo: "Aun también vosotros sois sin entendimiento." Es claro que todo depende enteramente de lo que el hombre es en sí mismo. Si la fuente de sus acciones se ha contaminado, toda la corriente participa de su corrupción. "Porque del corazón salen los malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, blasfemias; estas cosas son las que contaminan al hombre; que comer sin lavarse las manos no contamina al hombre." Es preciso que el hombre nazca de nuevo del agua y del Espíritu, y mientras no partícipe de esta fuente nueva de vida espiritual, todos sus esfuerzos para purificarse son inútiles.
Lo que más ofendió a los egoístas fariseos, y lo que pareció incomprensible a los discípulos, fue esta verdad sencilla y radical en cuanto al estado no regenerado del corazón, y la imposibilidad de engañar a Dios en cuanto a su estado.
Si fué cierto el testimonio de Cristo-¿y quién se atreve a negarlo? -no hay ningún remedio para Ud., lector mío, aunque me diga Ud. que es muy respetable y religioso, moral y tal vez justificado en sus propios ojos. Su vida puede ser sin tacha ante los ojos del mundo, pero el corazón está corrompido en su mero centro. Aunque niega Ud. las más de las acusaciones enumeradas en el versículo 19,-y me sería muy grato saber que es Ud. inocente de todos esos crímenes-creo que no se atrevería a decir que de su corazón nunca ha emanado un mal pensamiento. No puede Ud. rechazar esta acusación penetrante. El fallo de Dios se ha proclamado: "Todos han pecado." Empero, a Dios gracias, tenemos al mismo tiempo el remedio para el pecado tan cerca como el pecado mismo. La ruina que se encuentra en mi corazón tiene su contraste notable en el amor que inunda el corazón divino. A causa de mi pecado El ha dado a su Hijo Unigénito, y la Escritura nos afirma que "la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado."
Quedo pues muy agradecido que Pedro hiciera esta
oración y recibiera su contestación. Es de grande ventaja
saber la verdad en cuanto a uno mismo, aunque
enteramente desconcertante. Sirve para aclarar nuestra
relación con Dios y con todo lo demás en el mundo.
Jesús es la verdad, y la declara cuando nos habla
en estas palabras solemnes. Pero no son todas las que
nos ha dicha. El es también el mensajero de la gracia
de Dios, y con su muerte en la cruz nos salva de la
ruina con que nuestros pecados nos amenazan. Mas
repito, es de mucha importancia saber la verdad tal
como salió a luz en respuesta a la petición de Pedro.
El día de las ceremonias y ritos en la religión ha
pasado, el hombre por sí sólo está arruinado, y necesita
un corazón nuevo y una vida nueva. El modo de
obtener su transformación lo encontramos en otras
enseñanzas del Señor.