Simón Pedro
W. T. P. Wolston
1892
Zarandeado como a Trigo
Lucas 22:31-34, 54-62
El contraste entre esta escena en la vida de Pedro y aquella otra que estudiamos en el capítulo 17 de Mateo es tan notable que casi queremos creer que se habla de otra persona. En la primera escena, la de la. Transfiguración, en que tuvo el privilegio indecible de presenciar todo el resplandor de aquella gloria refulgente del Hijo del hombre en toda su majestad, el alma de Pedro, llena de un éxtasis de nobles emociones, deseaba de alguna manera honrar a su Maestro por medio de algún servicio de sus propias manos. En esta escena se habla del mismo Pedro, y debemos creer que todavía ama a su Maestro con la misma devoción, pero su conducta es muy diferente, y en esta vez nos trae una lección de grande importancia, tal vez de más provecho espiritual para nosotros que en la primera ocasión, porque nosotros, en nuestro sendero por la tierra no hemos de contemplar la misma visión estática que Pedro tuvo de su Señor en el monte de la transfiguración, pero sí, hemos de pasar por el valle de la tentación, tarde o temprano, como pasó Pedro en ese día lúgubre para él en que negó a su Señor.
Todos los incidentes que hemos estudiado nos han dado lecciones instructivas, pero al que hemos llegado ahora marcó una crisis en su vida, porque es la historia de cómo, olvidando a su Maestro y preocupado de sí mismo, cayó en el lazo de Satanás y se cubrió de vergüenza en el que nadie quisiera imitarle.
El hecho de que las Sagradas Escrituras no callen esta historia tan triste y vergonzosa marca una diferencia muy notable entre ellas y las historias humanas. Los biógrafos procuran relatar sólo los incidentes de la vida de su héroe que son dignos de alabanza, los rasgos elevados, dulces, o enérgicos de su carácter. Creen sin duda que es su deber dejar que un velo de caridad cubra sus defectos y faltas, con el resultado algo triste de que el lector, viendo dibujado tan buen modelo de virtudes nunca piensa en imitarle. Después de la lectura de una biografía de esta clase, el joven lector, viendo los contrastes entre las virtudes del otro y sus propias tentaciones y caídas, concluye que es por demás procurar alcanzar tan alto nivel, porque se le presentan dificultades que el otro nunca tenía. No es así con la historia sagrada. Aquí se encuentran los hechos sombríos lo mismo que los actos nobles, y todo con el fin de presentar a nuestra vista la gracia sobresaliente de nuestro Señor que obra eficazmente para levantar al cristiano que haya caído en el "pantano del desaliento," y le prepara para una vida de mayor utilidad de lo que era antes. Esta caída terrible de Pedro sirvió para romper su espíritu de vanidad y presunción, y le enseña la verdad tocante a Sí mismo al mismo tiempo que le ayuda a comprender, como nunca antes, la grandeza de la compasión y magnanimidad de su Maestro.
Sí alguna vez en su vida nuestro Señor necesitaba la ayuda de discípulos leales, este era el momento. El día de la Pascua había llegado, y el Señor supo que era necesario que "diera su vida en rescate por muchos." Judas ya se había concertado con los jefes de los sacerdotes para entregarlo en la primera oportunidad, recibiendo su paga de treinta piezas de plata, que era el precio en aquel entonces del esclavo más ordinario. Pero Judas amaba el lucro, y había jugado y perdido su alma por el dinero para siempre, como otros muchos han hecho y están haciendo todavía en el mundo, porque todo aquel que estima a las riquezas de más valor para él que la reconciliación con Cristo ha cometido el mismo crimen de Judas. Le deseo suplicar, amigo lector, que no siga Ud. el ejemplo terrible de Judas, para participar de su terrible destino.
Hay una verdad muy solemne que confronta a todo hombre y a toda mujer que no se ha adherido a la compañía de Jesucristo, a saber: que ya está en el poder del dios de este mundo, y tiene que sentir tarde o temprano cuán impotente es en las manos del Maligno. En esta historia se nos describe la triste caída de un santo que por algunos momentos se había alejado de su Maestro y que luego cayó en las garras de Satanás, Hasta aquel momento Cristo le había extendido una mano protectora sobre él y sobre los demás, pero ahora les advierte que tenían que cuidarse de si mismos porque Él los iba a dejar (versículos 35-38), y a los que vinieron a prenderle en el huerto no hizo resistencia sino que dijo: "Esta es la hora vuestra, y la potestad de las tinieblas" (versículo 35).
Ahora sabemos que Judas participó con los demás del acto de condescendencia del Señor cuando, antes de comer de la pascua, el Señor lavó los pies a los discípulos porque estuvo en la mesa y recibió el bocado que el Señor le dio durante la cena; pero salió antes de que ésta terminara para llevar a cabo su obra de traición, y no tomó parte en la institución de la Cena que siguió.
El Maestro en seguida se dirigió a Pedro para contestar sus protestas de lealtad y adhesión, porque supo que en el momento de prueba le faltaría el valor moral necesario para ponerse a su lado. Pero al mismo tiempo no dudó de la sinceridad de Pedro ni de su ardiente devoción.
"Simón, Simón, he aquí que Satanás ha pedido teneros para zarandearos como a trigo, mas yo he rogado por ti para que tu fe no falte; y tú, cuando te hayas vuelto a mí (es decir, cuando hayas cambiado de parecer), fortalece a tus hermanos" (versículos 31,32). Pedro recibió su amonestación en buena hora para haberse salvado de la caída, y si hubiera hecho caso del aviso, y estar precavido contra el mal, habríamos tenido una historia muy diferente que relatar. También si él hubiera sido tamo y no trigo, el adversario no habría tenido interés en zarandearle. Más como era buen trigo, Satanás procuró su derrumbamiento. Satanás no tienta a los inconversos sino a los que son hijos de Dios. A los inconversos los mueve como él quiere y a donde le da la gana. Los hombres hablan mucho de su libre albedrío, pero en verdad no existe tal poder de voluntad en el hombre. El hombre no lo Sabe, pero está, de hecho, debajo del dominio de Satanás si no es que haya venido a estar bajo el influjo del Espíritu Santo. El hombre está ciego, y no siente que está en peligro. Un ciego desconoce las condiciones que le rodean, y puede estar tranquilo en el borde de un precipicio porque ignora el peligro inminente en que se encuentra. Esta es precisamente la condición del pecador en su estado natural.
Pero en esta historia que tenemos que analizar, tenemos el caso de un hijo de Dios que cae y que sufre las agonías de un arrepentimiento terrible porque puso su confianza en sí mismo y no en Dios. Notamos primeramente que recibió amplia amonestación y entendió que el peligro estaba muy inminente. Luego notamos que el Señor, en lugar de impedirle en su acción, intercedió por él antes de su caída, y después fijó la mirada en él para recordarle del medio de su libramiento. En conflicto con el deseo de Satanás que procuraba zarandear al grupo de los discípulos como Se avienta el trigo en la era, estaba la gracia divina que había presentado a Pedro delante de Dios en oración demandando para él la restauración. Satanás pues no llegó a ser más que un instrumento de Dios para el quebrantamiento de su vanidad que era la causa de su caída, y bajo la dirección de esa mano poderosa, el enemigo no le pudo llevar más allá de cierto punto. Me imagino que después, cuando Satanás vio cómo este mismo hombre, restaurado y contento en el seguro amor de su Maestro, era el instrumento para la conversión de tres mil almas en el día de Pentecostés, se arrepintió de haber procurado molestarle en el patio del palacio del sumo sacerdote. Si no hubiera sido por aquella experiencia amarga no se habría humillado lo bastante para ser el vaso limpio y vacío que el Espíritu Santo llenó de poder en ese día.
Ahora vamos a ver de qué manera Pedro recibió la amonestación del Señor. Su protesta de lealtad era: "¡Señor, dispuesto estoy para ir contigo a la cárcel y a la muerte!" ¡Qué modo de contestar es esta! El Señor le había dicho que estaba a punto de caer en una grande tentación, y él contesta: "Yo estoy dispuesto." Creo que aquí se revela el secreto de su caída. Sí hubiera tenido un espíritu recto en esos momentos, en lugar de decir: "Dispuesto estoy," habría exclamado diciendo: "Señor, defiéndeme, ayúdame; no me permitas caer en las manos de Satanás." Pero no, tuvo mucha confianza en su propio poder para resistir a todos los enemigos habidos y por haber. El egoísmo es la causa de todos nuestros fracasos mientras que la desconfianza en nosotros mismos es el secreto de poder con Dios. Si Pedro hubiera aprendido lo que Juan sabía, y si se hubiera escondido en el seno de su Maestro con ese amor sincero que excluía todo egoísmo, no tendríamos que registrar este capítulo triste en su historia.
En seguida el Señor se ocupó de darles a los discípulos las palabras consoladoras que tenemos en los capítulos catorce, quince y dieciséis de Juan. Al concluir su enseñanza se entregó a la oración, y tenemos esa plegaria de incalculable valor para el creyente que Juan nos ha conservado en el capítulo dieciséis de su evangelio. Saliendo del aposento, cruzaron el arroyo de Cedrón, y entraron a un huerto llamado Getsemani. Otra vez escogiendo a los tres más favorecidos de los discípulos, Pedro, Santiago y Juan, los mismos que le habían acompañado en el acto de resucitar a la hija de Jairo y también en el monte de la transfiguración, donde habían presenciado su gloria, se apartó de los demás, como tenía la costumbre, para orar.
Mas antes de separarse, leemos, "comenzó a atemorizarse y a angustiarse en gran manera, y les dijo: «Tristísimo está mi alma, abatida hasta la muerte. Quedaos aquí y velad.»Y pasando un poco más adelante, cayó en tierra y oró." Cuando volvió a ellos un poco más tarde encontró que los tres estaban dormidos. ¿Qué hemos de pensar de ellos? ¡El Maestro orando en agonía, y los discípulos dormidos! ¡El Salvador abatido hasta la muerte delante de Dios, en su absoluta dependencia como hombre, sufriendo todo el horror natural que el hombre ha de sentir en la presencia de una muerte que en nada merecía, y aquellos que habían de aprovechar más de ese sufrimiento vicario, entregados al sueño! Es un cuadro típico de la naturaleza humana. Pedro dormía mientras se manifestaba la gloria del cielo en el monte de la transfiguración, y también dormía durante aquella hora de agonía en el huerto. No es difícil comprender la razón del reproche con que su Señor le despertó: "Simón, ¿duermes tú? ¿No pudiste velar una sola hora? ¡Velad y orad para que no entréis en tentación!" (Marcos 14:37,38).
Pero el Señor mismo pone excusas por ellos. Dice: "El espíritu a la verdad está pronto, mas la carne es débil." ¡Qué gracia tan exquisita! Vuelve en medio de su dolor para recibir alguna consolación de sus compañeros, y encuentra que estos tres que parecían los más leales y fieles y que más simpatizaban con Él en su aflicción, se habían dormido. Está sufriendo como hombre porque se ha puesto en el lugar de los hombres, y en estos momentos su corazón busca el consuelo del amor entrañable de sus discípulos. Parece que el salmista hablaba de esta hora de duelo cuando dijo: "Has alejado de mí al amigo y al compañero, y a mis conocidos has puesto en tinieblas. (Salmos 88:18). Pero después de reprender a Pedro por su falta de fidelidad durante una hora de prueba, agrega con ternura: "El espíritu a la verdad está pronto, mas la carne es débil." El día del Espíritu no había llegado aún en que los discípulos habían de estar fortalecidos para padecer por la causa bajo cualesquiera circunstancias.
Volvió el Señor a orar la segunda y la tercera vez hasta que al fin el delator Judas se acercó, acompañado de una banda de oficiales y soldados armados con espadas y palos. Pedro, desenvainó su espada e hiriendo a Malco, siervo del sumo sacerdote, le quitó una oreja. Pero su defensa fue en vano. Rodearon a su Maestro y le prendieron, pero antes de que le ataran las manos, extendió el brazo y sanó la herida que Pedro había hecho. Entonces le ataron y le llevaron para la ciudad mientras que "todos los discípulos, dejándole, huyeron," a pesar de que habían todos protestado la misma lealtad que Pedro. ¿Por qué no está Pedro dispuesto ahora a ir a la cárcel y a la muerte con su Señor? ¡Qué poco comprendía de su propia naturaleza! En los momentos en que su Maestro, valiéndose del único medio de socorro que el hombre puede tener en la hora de la tentación, se entregaba por completo a la oración, Pedro, en vista del peligro que también le amenazaba, según las palabras de su Maestro, debía haber emprendido también la lucha espiritual, acudiendo a Dios y fortaleciendo su espíritu por medio de la ayuda divina; pero no, se entregó al sueño, y como consecuencia un poco más tarde quería pelear cuando convenía mejor estar callado. Y ahora cuando en verdad debía haber manifestado valor y haber acompañado a su Maestro en sus prisiones, volvió la espalda y huyó con los demás. Es cierto que su cobardía no le llevó muy lejos, pues le podemos ver unos momentos después siguiendo "desde lejos" hasta el patio de la casa del sumo sacerdote, donde fingió ser un extraño arrimándose a la lumbre con aire de indiferencia.
Sabemos que Pedro y Juan siguieron juntos al Señor, empero sólo éste logró entrar en el patio por ser conocido del sumo sacerdote. Después, viendo a Pedro en la puerta, consigue de la criada que cuida la puerta que le deje entrar también. Una vez adentro creo que se manifestó luego la diferencia característica entre los dos discípulos en que Juan, sin miedo, procuró estar tan cerca de su Maestro como le fuera posible. ¡Ojalá que tengamos el mismo deseo ardiente de acercarnos a Él bajo toda circunstancia! Creo que si Pedro se hubiera juntado con Juan, nada le habría pasado y no hubiera negado a su Señor.
Primeramente leemos que Pedro siguió a su Maestro "desde lejos," y que cuando se halló dentro del patio donde estaban los criados y los oficiales del sumo sacerdote y en donde estaban examinando a Jesús, se juntó al grupo que estaba en derredor de la lumbre como si fuera uno de ellos, su objeto era el escuchar lo que hacían con Jesús sin ser reconocido como uno de los que le seguían.
¡Qué pronto desciende uno cuando abandona el camino de la rectitud! Pedro tenía presente la declaración de su Maestro de que esa misma noche le iba a negar. Había contestado con una protestación que significaba una confianza absoluta en si mismo y la seguridad de que en esta vez su Maestro se había equivocado porque estaba dispuesto a morir antes de faltar en su lealtad hacia Él. El Maestro siguió hablando indicándole que el peligro era muy grande y muy inminente, empero, que había orado por él mucho y logrado que su caída no terminara en su completa ruina y desgracia. Aun esto no sirvió para moverle a abandonar su confianza falsa en sí mismo porque un poco más tarde, cuando la tranquilidad del huerto le convidaba a la oración y a la lucha espiritual consigo mismo, fue vencido por el sueño. Más tarde sacó su espada y procuró pelear con los hombres cuando Cristo le había dicho que Satanás era su enemigo. Ahora, siguiendo desde lejos, se sienta en la compañía de los enemigos de su Maestro cuando su lugar estaba con Juan en la presencia inmediata de Aquel que era la fuente de todo poder espiritual. Con tan malos antecedentes, no es de extrañarse que después hubiera caído cuando Satanás hizo su ataque sobre él.
Creo que la misma portera que le preguntó primero si no era él uno de los discípulos, y a quien contestó negativamente, le siguió hasta la lumbre en el patio, donde le hizo otra vez la misma pregunta, empero en esta vez con más insistencia porque había allí personas que se fijarían en él. Probablemente ninguno de ellos hizo caso del altercado, y Pedro cambió su posición sentándose en medio del grupo, fingiendo una naturalidad en su posición como si no le interesara nada el proceso que las autoridades dirigían contra su amado Maestro. Se había alejado del Señor hasta hallarse sentado familiarmente con sus enemigos. Con razón está sin defensa cuando el diablo le procura derribar. Si nosotros tomamos nuestro lugar en medio de los mundanos e indiferentes, y si procuramos calentarnos por medio de las lumbres artificiales que ellos encienden, hemos de esperar también que Satanás tenga la ventaja sobre nosotros en la lucha espiritual. Pedro se había entregado en las manos de Satanás cuando quiso esconderse en medio de los mismos soldados que habían tenido parte en el arresto de Jesús y que ahora, teniéndole preso, procuraban algún medio seguro para lograr su muerte.
Otra vez encontramos que los comentadores, cotejando la historia en los cuatro evangelios, descubren unas aparentes discrepancias entre los hechos narrados. Pero estas dificultades desaparecen si tomamos en Cuenta la forma de construcción en las fincas invariablemente usada en el oriente. Podemos suponer que el palacio del sumo sacerdote tenía su patio abierto en el interior de la casa, que la entrada fue por un zaguán o portal que comunicaba con la calle, y en el cual había una mampara o portillo que admitía el pasaje de personas pero no de animales. Este portillo estaba encargado al cuidado del portero o de la portera en este caso. Es esta entrada al patio o zaguán, a la que se refiere Marcos en el capítulo 14:68-70, como el lector verá si lee el pasaje en la Versión Moderna. Como el patio estaba sin techo, los soldados habían hecho un fuego de carbón porque hacía frío (Juan 18:18). En Lucas leemos que habían hecho la lumbre "en medio de la sala" (22:55), pero otra vez la Versión Moderna nos ayuda a entender la Situación, porque traduce la palabra griega con "patio." Es probable que el salón donde se verificaba el proceso de acusación diera directamente al patio, y en muchas casas hubiera un salón grande en el centro que no tuviera puertas sino simplemente columnas y entre ellas cortinas. Si era así, hubiera sido fácil para Pedro presenciar todo desde el centro del patio, y era igualmente fácil para el Señor volverse y mirar a Pedro en el momento de su tercera negativa, acordándose de él al oír en esos precisos momentos el canto del gallo.
Si queremos ser más exactos y notar el orden de los incidentes en detalle, podemos suponer que la primera negativa tuvo lugar en el zaguán cuando la portera le vio entrar. Esto nos dice Juan (18:15-17). Mateo dice que ella vino a "donde estaba sentado fuera en el patio" (26:69). Lucas no tiene conocimiento de la primera negación que tuvo lugar en la puerta, pero considera la segunda vez como dos negaciones porque contestó luego a la criada y luego a algún hombre que secundó la porfía de ella. Parece que Juan nos quiere dar a entender la misma cosa porque no habla de la segunda acusación de la criada sino de los hombres que formaron el grupo en derredor de la lumbre (18:25). Después de esta segunda negación, Pedro se alejó de la lumbre, y Lucas dice que la tercera vez fue como una hora después. Marcos dice que fue la misma niña que le volvió a acusar, y probablemente llamó la atención de los otros hacia él porque Lucas dice "otro" sin mencionar la muchacha. Si hubo un ligero altercado entre él y los hombres que estaban presentes cada vez que la criada le acusaba, podemos notar que todos los cuatro evangelistas están de acuerdo en describir las diferentes escenas. Mateo es el único que nos informa que Pedro "comenzó a echar maldiciones y a jurar." Cuando le vinieron a preguntar la tercera vez parece que había varios que tomaron parte en el esfuerzo para descubrir quién era, porque son varias las advertencias que le hicieron. Uno nota que habla con el dialecto particular de los galileos, y como Jesús era de Galilea, lo toma como una prueba de su relación con Él. Lucas no habla sino de uno, pero Juan indica que fueron varios y que uno de ellos había estado en el huerto cuando prendieron a Jesús, porque era pariente de Malco a quien Pedro había atacado. Era imposible que uno que había obrado tan valientemente no llamara la atención a su persona, y ahora le reconocen a pesar del hecho de que había muy poca luz en el huerto.
Este estudio de las narraciones nos hace creer pues, que Pedro no solamente negó a su Señor tres y aún más veces pero que le negó a tres o más personas diferentes. Por lo menos en la segunda y la tercera vez es evidente que tomaron parte en las preguntas varias personas, unos diciendo una cosa y otros otra. Como eran todos sirvientes del sumo sacerdote, le reconocieron como extraño y no simplemente un curioso que los había seguido desde la calle al verlos pasar, sino uno de los que tenían un interés personal en el galileo que habían tomado preso. Sin duda les gustó hacerle bromas, y no aceptaron su simple negativa sino que le persiguieron continuamente, haciéndole preguntas de todas clases hasta que su confianza en sí mismo se había destruido por completo porque se le aumentaba cada momento el grande temor de que echarían mano de él como un cómplice de su amo. Así Satanás llevó a cabo su obra y Dios permitió que Pedro sufriera una humillación completa. Tomando todos estos incidentes en cuenta, como hemos hecho, es más fácil comprender la naturaleza de la tentación ante la cual cayó. Pedro era galileo y campesino. Le irritaba en extremo ser el blanco para los chistes y bromas de estos criados del rico Anás, quienes participaron con su amo en el odio que tenían para el Profeta de Nazaret y sus humildes servidores. Pedro manifestó poca cautela en haberse metido entre ellos porque no eran antagonistas que se pudieran despreciar, pero lo peor era que el estado de su propio ánimo le hizo caer pronto ante ellos. Juan, que se había metido en el mismo patio, escapó a toda oposición porque desde luego se dio a conocer que era discípulo de Jesús.
En verdad podemos decir que Pedro había caído antes de que hubiera entrado en el palacio del sumo sacerdote. Su confianza en sí mismo le había causado su desliz. El Espíritu Santo ha conservado para nosotros todas las palabras jactanciosas con que protestaba su fidelidad cuando estaba en la mesa con el Señor. Cristo había dicho a todos: "Todos vosotros hallaréis ocasión de ofensa en mi esta noche" (Mateo 26:31). Pero Pedro contestó luego: "Aunque todos hallaren ocasión de ofensa en ti, nunca jamás la hallaré yo... ¡Aun cuando me sea necesario morir contigo, de ninguna manera te negaré!" (Mateo 26:33-35). Luego hablando con más vehemencia dice: "aunque me sea menester morir contigo, no te negaré jamás" (Marcos 14:31). "Señor, dispuesto estoy a ir contigo a la cárcel y a la muerte" (Lucas 22:33). "Mi vida pondré yo por ti" (Juan 13:37). Son palabras de mucho alarde, y sin duda era muy sincero al proferirlas, porque Pedro no era hipócrita. Pero en la confianza exagerada de sí mismo no pudo anticipar el modo del ataque, y estaba sin defensa. "El que cree que está firme, tenga cuidado que no caiga." Pero como estaba seguro de que no caería, no oró diciendo: "no nos dejes caer en la tentación." En lugar de orar se había dormido, y cuando vino la crisis y vio a su Maestro preso, no tuvo ningún plan de acción, y siguiendo los primeros impulsos que le vinieron a la mente, mete la cabeza en un lazo y cae víctima de los ardides de Satanás. ¡Cuán diferente hubiera sido su condición después si hubiera confesado humildemente que era en verdad discípulo y secuaz del Hombre de Galilea!
La misma cosa ha de suceder con nosotros si damos lugar en el corazón al espíritu de presunción o jactancia. Si quiere Ud. saber el día en que un buen cristiano caerá en el pecado, le puedo decir que será aquel día en que deje de tener miedo de una caída. Mientras se abrigue en el corazón la desconfianza en sí mismo, Dios no permitirá que sus pies tropiecen.
Estudiando la escena de la última negación de Pedro, nos parece probable que se formó un grupo en derredor de él, y que varios le tentaban hasta que al fin Pedro, exasperado, no sabía lo que hacia, y comenzó a echar maldiciones y a jurar diciendo que nunca había tenido ninguna relación con el Nazareno. ¡Pobre de Pedro! El hombre viejo en él se asoma, y sus hábitos de rudo pescador vuelven a predominar sobre su mejor juicio. Hasta el día de hoy los marineros y los pescadores son gente muy blasfema, y por este incidente podemos comprender lo que Pedro era antes de que el Señor le llamara.
Después de la tercera negación, Pedro oye cantar el gallo y se acuerda de aquel Maestro a quien amaba entrañablemente. El gallo había cantado antes, y le debía haber servido de amonestación, porque Jesús le había dado esa seña.
¿No le ha dado el Señor a Ud. una seña también que en estos momentos tal vez está sonando como campanilla o como canto de gallo en voz de alarma? ¿No hay alguna palabra de la Biblia que se le presenta de repente a fin de arrestar su pensamiento distraído? No la deje pasar desapercibida sino que atiéndala para que se acerque por ella más a Dios y a su bendito Hijo y no vaya a extraviarse lejos como hizo Pedro. Este no hizo caso la primera vez que recibió la amonestación del canto del gallo y, como era de esperarse, su última negación fue la más terrible, con maldiciones y juramentos indicando frenética excitación. En medio de sus palabras encendidas se para: oye el canto claro del gallo, y se acuerda que acaba de hacer lo que el Maestro le había pronosticado.
Es el amor que Pedro tiene para su Maestro que le vuelve en sí, y en el momento en que oye al gallo cantar se acuerda que ese Maestro no está lejos de él. Levanta la vista y recibe la mirada que el Señor clava en él. ¿Cuál es el significado de esa mirada? ¿El Señor se había indignado en vista de mentira tan abierta? ¿No le miraba con indecible desprecio? ¿Le quería decir: "Vil criatura, ¿me niegas a mí por salvar tu vida?" No, no, no había nada de eso en esa mirada que Pedro recibió y que penetró hasta su alma. Era una mirada de afecto, del mismo tierno cariño de siempre aunque entristecido a causa de la herida que él le había causado. Por medio de esa mirada el Señor le dijo: "Sí, Pedro, me conoces; y yo te conozco y te amo, te amo a pesar de que en estos momentos has negado que me conoces. En esa mirada Pedro vio que el amor de su Maestro era superior a su perfidia, y su traición y cobardía no lo habían cambiado y nada le podría cambiar. ;Ah! esa mirada era el único consuelo que Pedro tuvo para sostenerle durante esos tres días largos que le parecían eternidades, hasta el día de la resurrección cuando recibió el perdón de su Maestro.
Entonces Pedro salió del palacio y "lloró amargamente." El arrepentimiento comenzó su obra en su corazón, y vio con toda claridad la insensatez y el pecado de sus acciones en vista de un amor tan grande para él. Aquí se ve la diferencia entre el remordimiento y el arrepentimiento. Este es la conciencia íntima que tengo de que he pecado obrando en oposición al amor y a la gracia infinita de Dios. Aquel es el juicio que formo de las consecuencias probables de mi pecado. El arrepentimiento me trae la esperanza de ser restaurado. El remordimiento pierde toda esperanza. El primero nos conduce hacia Dios mientras que el otro nos entrega en las manos de Satanás para caer en otros pecados peores. Esta diferencia se ve claramente dibujada en los dos cursos tan diferentes que tomó Pedro por un lado y judas por el otro. Este, que no entendió nada de la gracia de Dios porque no había sentido amor para su Maestro Jesús, salió del mismo palacio donde había arrojado las monedas en el suelo y se ahorcó; Pedro, comprendiendo que el amor de Cristo para él no se había cambiado a pesar de su grande falta, y sabiendo también que él amaba a este mismo Maestro más que nunca, "lloró amargamente" Su último acto había sido una negación de su Maestro. El acto que su Maestro hizo en seguida fue morir por Pedro. Nosotros podemos decir que si no hubiera muerto por él, éste jamás podría haber sido restaurado ni aún salvado.
Acabo de decir que "murió por Pedro." Murió igualmente por Ud. ¿Cómo lo sé? Escuche Ud. Murió por los pecadores. ¿Es Ud. pecador? Entonces puede Ud. mirar hacia atrás y ver cómo Cristo el Señor, entregado por un amigo falso y negado por otro amigo fiel, y abandonado de todos y aun desamparado de Dios, murió por los pecadores. Y si Ud. se reconoce como uno de de ellos, y si Ud. quiere que su obra valga para Ud., le es permitido incluirse entre los demás y decir; "murió también por mí."
Muy miserable en verdad estaba Pedro, y poco consuelo halló en sus lágrimas. Supo más tarde que aquellos con los que se juntó en derredor de la lumbre, habían herido a Jesús después de mofarse de El. Le llevaron atado de un sumo sacerdote al otro, y al fin a Pilato. Ante este último demandaron su sangre hasta que él, en contra de su voluntad pero temiendo por su posición ante Cesar, consintió en su muerte y le entregó para ser crucificado.
La Escritura no nos dice si Pedro, u otros de los discípulos presenciaron la muerte de su bendito Maestro. Podemos estar seguros de que Pedro no se olvidó de aquella mirada de Jesús ni de aquellas palabras consoladoras: "Mas he orado por ti para que tu fe no falte." Entendió bien después cómo había sido zarandeado como a trigo en las manos de Satanás, y su conciencia le acusaba ahora de cobardía, de ingratitud y de egoísmo. En medio de toda la amargura de estas reconvenciones de su conciencia, estas palabras le salvaron de la desesperación, y de seguir a judas. En el caso de Pedro se ve el arrepentimiento y después sus resultados, en el caso de judas se ve el remordimiento y sus resultados.
Las lecciones morales que podemos hallar en esta historia tan triste son claras y patentes. Primeramente aprendemos que nos conviene andar con humildad buscando siempre la ayuda de Dios por medio de la oración y procurando tenerle siempre presente. Aprendemos también de este pasaje, como también de muchos otros de la Escritura, que aquel elemento en nuestro Carácter que nos distingue de los demás será el punto de ataque de Satanás y el medio para nuestra derrota. Pedro siempre había manifestado mucho valor en todos sus actos, y hemos visto cómo su devoción a Cristo era el móvil principal de su vida. Aquí se porta como cobarde e ingrato. Su cariño y su valor parecían los eslabones más débiles en la cadena de su carácter. Lo que consideramos nuestro lado más fuerte como hombres del mundo será nuestro lado flaco en nuestra vida espiritual y el punto de ataque de Satanás. Moisés fue notable por su mansedumbre, pero se encolerizó contra el pueblo en las aguas de Meriba; Abraham era el "padre de los fieles," pero su grande pecado era su falta de fe; Elías era el más valiente de los profetas, pero huyó de una mujer; Job, el modelo de la paciencia la ve agotada, y maldice el día en que nació; Juan, el hombre de los sentimientos más tiernos, quiere traer fuego del cielo para consumir a los samaritanos incrédulos; Pablo, el gran defensor de la libertad en Cristo para los gentiles, hace un voto y vuelve a los ritos de los Judíos.
Pero hubo un Siervo que era perfecto en todos sus caminos. Era amable para con todos, obraba siempre con calma, manifestó su devoción, su piedad, su fidelidad y su mansedumbre con toda perfección. ¡Salvador precioso, Maestro y Amigo nuestro, enséñanos a adherirnos siempre a ti para que te podamos imitar aunque sea en lo más pequeño!
El lugar de preeminencia que Pedro ocupaba entre
los discípulos naturalmente le exponía a mayores
peligros. Era el discípulo que los enemigos de Jesús
tomaron en cuenta al hacer sus planes. El diablo es
bastante astuto para dirigir su ataque contra los que
dirigen las fuerzas y no contra los que andan en la
retaguardia. El lugar a la cabecera es el lugar
de más peligro. Satanás comenzó atacando al Señor
mismo, y este hecho nos debe infundir cautela, pues
si somos algo o valemos algo, podemos esperar tener
parte en el conflicto. El hecho de que hasta ahora
hayamos logrado tener algún éxito en la obra del
Señor no es evidencia de que hayamos escapado de la
tentación; al contrario, a la medida que seamos útiles
como siervos del Señor, tan seguro es que Satanás
procurará zarandearnos como a trigo. El único lugar
de seguridad está en un esfuerzo constante para vivir,
en cuanto a nuestras experiencias espirituales, muy
cerca del Salvador y muy lejos de las tentaciones del
mundo. No es bueno procurar calentarnos junto a
la lumbre que el mundo enciende y tomar parte en
los rudos chistes y denuestos con que los "hijos de
Belial" se mofan de las cosas sagradas. Estoy seguro
que Pedro aprendió su lección bien, y desde entonces
nunca se acercó a un grupo de lacayos del sumo
sacerdote, ni quiso calentarse en el patio de los
enemigos de su Maestro.